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El violonchelo que llena

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Martes 12 de julio, 20:00 horas. Claustro del Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo: Festival de Verano. Gabriel Ureña, violonchelo. Obras de J. S. Bach, W. Lutoslawski y P. Hindemith. Entrada gratuita.

Hace años que este joven chelista avilesino levantó el vuelo -como los pájaros que «acompañaron» todo el concierto- dejando la OFil (de la que fue el Principal más joven de España con solo 19 años) para continuar su formación a caballo entre Viena y Florencia con Natalia Guttman entre otros para emprender una sólida carrera como solista que le está llevando por medio mundo aunque como hace dos veranos, volvió a nuestro Oviedo veraniego con otro lleno hasta la puerta.

El día gris asturiano resultó el telón ideal para un concierto potente con dos mundos de la escritura para violonchelo: el arranque histórico de J. S. Bach con dos de sus suites, la segunda y tercera, de quienes las leyendas urbanas cuentan que Pau Casals (su conocido El Cant del Ocells fue propina idónea por los pájaros que no callaron durante todo el recital) se desayunaba a diario, la definitiva victoria sobre la viola de gamba para convertirse en el instrumento imprescindible de cualquier formación, más la consolidación actual para esta gran generación de cellistas españoles plenamente universales, dos pesos pesados como Hindemith (1895-1963) y Lutoslawski (1913-1994).

Parte del público que siempre atrae un espectáculo gratuito se levantó en medio de las obras sin el más mínimo reparo, otros se fueron tras Bach, puede que creyendo era el final del concierto o bien por el todavía «menosprecio» a unos compositores que forman parte de una misma historia y hace tiempo dejaron de ser contemporáneos para integrarse en los repertorios sin problemas.

Las Seis suites para chelo solo de Bach son el compañero para toda la vida de cualquier instrumentista y algo extensible a «todo el universo Bach», al principio se odian cual tortura necesaria, después y con mucho estudio se logran tocar con los mínimos fallos posibles, con los años comienzan a paladearse, pues siempre están ahí, y al final de la vida consiguen disfrutarse.
La Suite nº 2 en re menor, BWV 1008 es uno de esos amigos de viaje, seis números únicos individualmente pero que conforman un todo diferenciable en intención, aire, texturas, fraseos y hasta mimetismos. El Preludio es auténtica presentación, la Alemanda una reflexión, la Courante el toque de luz contrapuesto a la oscuridad, toda francesa, de la Sarabande aún de sonoridad renacentista e intimismo emparentado con la citada «viola de pierna», el Minueto abre la puerta al gran salón y la Giga será el viaje pastoral. Gabriel Ureña transitó cada cuadro con una gama de color muy uniforme donde el dibujo primó sobre el fondo, sonoridad rotunda en los graves y un arco que ha alcanzado el camino correcto pero aún sin interiorizar para poder disfrutar de «la segunda».

La Suite nº 3 en do mayor, BWV 1009 pese al paralelismo con la anterior en formato, resultó mucho más madura y redondeada, contrastada en todo, con un Preludio decidido y valiente, destacando la Sarabande por el mimetismo sombrío del cello y la alegría de la Giga cual gaita asturiana desde un juego de roncón y melodía bien planteado, olvidándose de pájaros y centrándose en la inmensidad bachiana desde la soledad del instrumento que llenaba cada piedra del antiguo Monasterio de San Vicente, acústica ideal para «Mein Gott», paladeando «la tercera» que además sonó convincente en los seis aires.

Cinco minutos para saltar dos siglos en el tiempo, cosas de la magia musical y los distintos idiomas que la gente joven dominan sin problemas en este mundo global. La Variación Sacher (1975) para chelo solo del polaco Witold Lutoslawski (dedicada al musicólogo y director Paul Sacher con motivo de su setenta cumpleaños y estrenada por el gran Rostropovich al año siguiente, verdadero impulsor de esta breve composición) es un lienzo sonoro lleno de arrebato, el contraste barroco actualizado y tamizado por la propia evolución humana donde el trazo es mero rasgo en vez de línea, ágil y espontánea, mientras los colores explotan y la distancia consigue dejarnos intuir motivos sin necesidad de formas concretas, «grafía aplicada a la música y no viceversa» en el entorno monacal de otros pájaros sobrevolando el claustro desde el sonido claro y potente de Ureña, cello actual y cercano, exigente técnicamente pero con la frescura de su generación, acercamiento más llevadero para una impetuosa interpretación llena de cuiadosos detalles y la búsqueda de un sonido propio.

La Sonata para violonchelo op. 25 nº 3 (1922) de Paul Hindemith son palabras mayores en escritura e intención que Gabriel Ureña ya ha interiorizado y trabajado en profundidad, dominada la fiera para jugar con los cinco movimientos que indican en sus títulos el camino a seguir casi al pie de la letra: 1. Animado, muy marcado, 2. Moderamente rápido, lento, 3. Lentamente – Tranquilo, 4. Animado y 5. Moderadamente rápido, reflexiones sonoras en cada cuerda y fraseo, en los arcos y el mástil, ligados y «stacati», dobles cuerdas, amplitud de matices, sonata de sonar y llenar anímicamente de principio a fin, siempre la búsqueda de contrastes como toda obra y todo recital que no quiera hacer caer en el sopor, creciendo en cada movimiento hasta el vibrante final con la cuerda en pizzicato resonando en el claustro.

Una hora de música llena de intensidad para un chelista como Gabriel Ureña (1989) que sigue engrosando la lista de españoles virtuosos del instrumento de Pau Casals -con su propina ornitológica- o Gaspar Cassadó junto a los jóvenes Asier Polo, Josetxu Obregón, Pablo Ferrández o Adolfo Gutiérrez Arenas, por citar unos pocos.

El Festival de Verano arranca con éxito, los martes y jueves citas en la agenda para residentes y visitantes, porque Oviedo es música en todas las ocasiones.

En Oviedo los jueves suenan a órgano

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Desde el pasado 10 de diciembre y hasta el 28 de abril del presente 2016, en Oviedo sigue sonando la música de órgano con un ciclo titulado «Las veladas de los jueves» que lleva como subtítulo Un recorrido didáctico por la Historia de la Música a través del órgano. Feliz iniciativa que recupera en parte un defenestrado Festival de Órgano de Asturias que patrocinaba la extinta (y saqueada) Caja de Ahorros de Asturias.

Así se mantienen en funcionamiento tres instrumentos de primera y la posibilidad de dar conciertos a alumnado y jóvenes intérpretes, completando la amplia oferta musical de la capital, coincidente con otras actividades pero con entrada gratuita a las 20:00 horas.
Volverán a sonar los órganos de San Tirso el Real fabricado por el Taller de Acitores, de Santa María la Real de la Corte de la factoría Grenzing, y de San Isidoro el Real de 1678 (Alonso Menéndez de Forcinas) y restaurado por Jorge Méndez (los únicos conciertos a las 20:30 h) siendo proyectados en pantalla gigante para no perdernos detalle de manos, pies o registros, y con la participación de los organistas Samuel Maíllo y Elisa García, así como la Escolanía San Salvador que dirige esta última, alumnado del CONSMUPA y del CPM de Oviedo, y solistas puntuales con programas realmente interesantes que dejo aquí:

De lo mucho y bueno merece la pena destacar el Ensemble de tubas del CONSMUPA que reforzará y hermanará el sonido de su «hermano mayor», los propios alumnos de órgano y cámara de los dos Conservatorios de la Corrada del Obispo, así como la Cantata BWV 56 (J. S. Bach) con el barítono Óscar Castillo y la Escolanía de San Salvador que repetirá cerrando ciclo con música del archivo de la S. I. Catedral de Oviedo junto al alumnado del CONSMUPA, pero repito que los programas además de didácticos, repasan un amplio espectro de autores y estilos.

Espero poder asistir a alguno aunque las coincidencias con otros ciclos donde estoy abonado siempre priman, pero la agenda también permite jueves organísticos y no solo en la vecina Catedral de León que continúa con su ciclo dedicado a la integral de Bach.

Don Alfredo, la muerte no es el final

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Este sábado 31 de octubre se cumplían once años del fallecimiento del Maestro Alfredo de la Roza Campo (Santa Marina de Siero, 1925 – Oviedo, 2004) y «su» Escolanía San Salvador le rendía homenaje con una Misa en San Isidoro oficiada por su párroco Don José Luis Alonso Tuñón, y cantando porque es la mejor forma de mantener vivos a nuestros seres queridos, desde el inicial Cerca de tí, Señor hasta La muerte no es el final pasando por una de las misas compuestas por el propio Don Alfredo, cuyas partituras calígrafas eran mejores que las de imprenta, porque así era este sacerdote que ejerció su pastoral por y desde la música, con alumnado a lo largo de muchos años al que inculcó su pasión plantando una semilla que con el tiempo ha dado buenos frutos.

La «Escolanía de Don Alfredo» sigue funcionando a la perfección, con muchos avatares (situación o vicisitud contraria a la buena marcha de algo) pero muy viva y madura, dirigida actualmente por Elisa García Gutiérrez, también organista y profesora. Por esta formación han pasado varias generaciones, incluyendo a su anterior director Don Gaspar Muñiz, sin olvidarme de Joaquín Sandúa que tanto trabajó codo con codo con Don Alfredo en la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» (en los tiempos de Benito Lauret) y que le ayudó a crear junto a Manuel Ardura Nachón la Escolanía de Mieres, de breve recorrido ensayando en la entonces llamada Casa de la Juventud de Mieres en Oñón, con Javier Pérez López de responsable. Todos buenos amigos.

Y los viernes de noviembre vuelven a ser cita obligada del Ciclo de Música Sacra «Maestro de la Roza», que con esfuerzo, como todo en la vida, alcanza su undécima edición, siendo esta Misa el verdadero arranque del mismo y siempre con nuestro Alfredo presente. El lema de este año «Nada te turbe», acertado como la música e intérpretes elegidos para la misma, cuatro conciertos #yosoydelciclo, etiqueta en las redes sociales donde la Escolanía y sus seguidores van informando puntualmente.

La Iglesia de Santa María de La Corte acogerá el día 6 de noviembre a las 20:00 horas el concierto del compositor y organista burgalés Germán Yagüe, también en su momento escolano en su tierra, ahora estudiante y organista en Oviedo, que interpretará obras de Correa de Arauxo, Pablo Bruna, Cabanilles o Frescobaldi entre otros. Buen repertorio para poner a prueba el órgano de La Corte, también con mucha historia.
Volveremos a la «sede oficial» de San Isidoro el 13 de noviembre a las 20:30 horas, la iglesia de la Plaza del Ayuntamiento, con la cantante griega Nektaria Karantzi, un referente del canto bizantino que será objeto del programa a escuchar.
El 20 de noviembre a las 20:30 horas será el turno del grupo malagueño Oniria que dirige Daniel Anarte, especializado en repertorio renacentista y barroco en una formación que seguro llamará la atención del público con sacabuches, antecesores de los actuales trombones, percusión y narrador en un concierto titulado «La música estremada», música y mística del Siglo de Oro enlazando con ese «Nada te turbe» tan teresiano con obras del Cancionero de Upsala, Francisco Guerrero, Morales, Cabezón o Victoria.
Cerrará el XI Ciclo la propia Escolanía San Salvador dirigida por el prestigioso profesor y músico argentino Gabriel Garrido, especialista del barroco y fundador del Ensemble Elyma, el 27 de noviembre a las 20:30 horas, un concierto titulado «Oh luz gozosa» con Marc Sunyer al violón, Luis Alberto Rodríguez al bajón, arpa y Elisa García al órgano, interpretando villancicos navideños con batallas y lamentos de Juan de Araujo encontrados en los archivos del virreinato peruano donde fue Maestro de Capilla en Lima, verdadera mina para rescatar repertorio hispano.
coincidiéndome con un concierto en el Auditorio, pero seguro que colofón perfecto de una música que ha encontrado su hueco en el mes que comienza con todos los santos y los difuntos, aunque como la propia letra de esta maravillosa partitura del sacerdote Cesáreo Gabaráin Azurmendi (1936-1991), autor entre muchas más de la popular Pescador de hombres, y hoy convertida como otras en himno militar, aunque fuese compuesta tras la pérdida de Juan Pedro, joven organista de 17 años de su parroquia:

«Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos,
carne de un ciego destino.

Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.
Siendo felices contigo,
sin padecer ni morir
«.

Casi palabras en boca del propio Don Alfredo, siempre en nuestro recuerdo.

Diez años que somos del ciclo de Don Alfredo

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Viernes 12 de diciembre, 20:30 horas. San Isidoro el Real de Oviedo: Concierto de clausura del X Ciclo de Música Sacra «Maestro de la Roza». Svetoglas Quartet, Polifonía Sacra Ortodoxa. Entrada libre. Lleno absoluto.

Durante cinco viernes Oviedo volvió a ser la capital de la música sacra recordando a nuestro querido Alfredo de la Roza, un ciclo que se mantiene con todo tipo de apoyos, pocos en estos tiempos pero incluyendo el popular desde la campaña «Yo soy del Ciclo», con difusión en cada concierto y en las redes sociales donde la Escolanía de San Salvador, organizadora desde hace diez años de esta cita obligada en el final del otoño carbayón, trabaja para mantener una música atemporal que nos toca la fibra a todos los aficionados. Este año por coincidencia de fechas con otros conciertos a los que estoy abonado, sólo pude asistir al último, pero la falta hubiera sido imperdonable.

Como novedad intentan acercarnos cada año alguna formación nueva, recordando todavía a Cuncordu e tenore de Orosei, y hace cinco años aunque parezca que fue ayer, que continuaron incluso en la plaza para completar aquel concierto con música popular de Cerdeña.

Esta vez desde Bulgaria acudía el Svetoglas Quartet cuya polifonía ortodoxa abarca un amplio repertorio desde el siglo IX hasta el XIX, incluyendo tanto obras escritas como las de transmisión oral con todo lo que ello supone.

Conforman este cuarteto dos tenores, barítono y bajo pero no desde la concepción o clasificación vocal clásica sino desde el canto natural de voces de hombre agudas y graves combinándose en dúos, tríos o cuartetos dependiendo de la obra elegida, tanto del folklore búlgaro (especialmente las dos propinas) como los cantos religiosos desde una visión actual que sin necesidad de ahondar en criterios necesariamente musicológicos, hacen de esta música actual desde sus interpretaciones que nunca pierden la novedad de descubrir cantos hasta ahora desconocidos por muchos, sonando cercanos e incluso modernos.

Daniel Spassov, Stanimir Ivanov, Tihomir Borissov y Milen Ivanov, que hace las veces de director, son las voces de este cuarteto «a capella» con la mezcla necesaria de juventud y experiencia, explicándonos en inglés el origen, estructura o forma de las obras a escuchar.

Organizadas en dos partes con un intermedio necesario para descansar ellos y marchar algunos del público (habitual en los conciertos gratuitos) para agradecimiento del público que estaba de pie, la primera parte ofreció diez obras variadas en estilos y combinaciones, con la letra traducida al español y proyectada en la pantalla gigante central, siempre desde el Misterio de la polifonía búlgara con referencias o recuerdos a músicas medievales recogidas en España como en el «Condúcenos, Santa Cruz» que aunque del siglo XIX y cantado por dos de ellos en «monodia con roncón» parecía sacada del Llibre Vermell de Montserrat, o con la misma forma el canto dedicado al «Sacerdote» que me trajo recuerdos del canto en las mezquitas por el muecín, con una melodía utilizando esos giros arábigos y melismas u ornamentaciones típicas, al igual que el «Aleluya» interpretado en séptimo lugar.

La primera del siglo IX en cuarteto como la melodía popular «Bendiciendo el nombre de Dios» para dejarnos un dúo del siglo X en la tercera, casi como del rito mozárabe o el tradicional y heredado en versión a tres voces «Gospodi», contrastando la música escrita y la transmitida que va enriqueciendo las melodías como en los inicios polifónicos de Leonin o Perotin, mismas formas musicales a partir de las propias composiciones de autores anónimos y posteriores armonías añadidas como el hermosísimo «Bautismo» a cuatro voces antes del trío para la «Lamentación sepulcral» riquísima incluso en matices y reguladores que desde la acústica perfecta por la ubicación de las voces y su empaste nos transportaron a esa música de los monasterios búlgaros que parecían estar en San Isidoro.

Finalizaron esta primera parte con «Te bendecimos, Santa Madre» con el cuarteto y no pudiendo faltar la temática mariana tras este recorrido cristiano desde el bautismo a la muerte como esperanza.

Otras diez obras para la segunda parte que comenzaron con la «Bendición» a dúo del siglo XIV antes de seguir el resto con música de transmisión oral y autores anónimos manteniendo las combinaciones a tres, dos o cuatro voces, sin perder nunca el «basso» como sustento para la monodia, la polifonía básica a tres voces o la más elaborada a cuatro casi académica de no ser por el tamiz que Bulgaria realiza como cualquier otro pueblo que hace suya la tradición. La penúltima «Sálvanos, Hijo de Dios» prescindió del habitual tenor primero sustituyéndolo por el segundo, para acabar a cuatro voces con «Te glorificamos María», nuevamente cierre mariano antes de las dos propinas folklóricas llenas del colorido interpretativo de «ayes guturales» que Don Alfredo, hombre abierto a todas las músicas, hubiera disfrutado como los demás.

La venta de discos del cuarteto búlgaro al finalizar el concierto corroboró el nuevo éxito de este concierto de clausura. Esta décima edición hay que volver a felicitar a la organización, siempre impecable, con cuatro conciertos y una conferencia glosando, como no podía ser menos, la vida de Don Alfredo a cargo del párroco José Luis Alonso Tuñón en el Monasterio de San Pelayo, y manteniendo San Isidoro como sede principal. Desde mañana ya está en marcha la undécima, el público la espera y la oferta ovetense sigue siendo algo que asombra a foráneos y propios, por lo que contra viento y marea, cantando esa «paz en la tierra» que titulaba esta edición aunque válido para todos los hombres de buena voluntad incluyendo «Amicus meus» del concierto de la Escolanía, amigos todos de un ciclo que no debe faltar.

Kraus omnipresente 15 años después

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Jueves 4 de diciembre, 20:00 horas: Teatro Filarmónica, Oviedo. XII Concierto Homenaje a Alfredo Kraus (en el XV aniversario de su muerte): Francisco Corujo (tenor), Virginia Wagner (soprano), Juan Francisco Parra (piano). Arias, dúos y romanzas de ópera y zarzuela. Organiza: Asociación Lírica Asturiana Alfredo Kraus (ALAAK). Entradas socios y público: 12 € y 15 €.

Ópera y zarzuela, dos géneros líricos que realmente son uno, música escénica que el recordado Kraus dominó como nadie, sabiendo elegir el repertorio haciéndolo único por excelente. El recital en su memoria nos trajo a otro tenor canario, tierra de cantantes mayúsculos, más una soprano argentina repasando arias y dúos de los habituales de nuestro homenajeado siempre presente, elección difícil de cada número para la primera parte universal, romántica, como también la segunda dedicada a lo español, duro y con la memoria auditiva de «El Tenor» en cada romanza, en cada aria. Por supuesto el piano de otro canario inmenso, Juan Francisco Parra capaz de hacer una orquesta con 88 teclas en proceso inverso, nada de reducciones orquestales para el piano, puesto que así trata cada partitura el «maestro correpetidor«, tapa acústica abierta plenamente para degustar cada intervención suya con toda la paleta de matices, duraciones y acompañamiento pendiente de las voces, director musical que ha bebido de la fuente y heredado la honestidad con el respeto a lo escrito. Una delicia captar la duración exacta de cada nota, el pedal en su sitio o esa espera siempre del remate vocal para la caída perfecta en el momento justo.

Cantantes y actores que representaron cada rol con mucho esfuerzo y resultados desiguales, color vocal hermoso el de «Pancho» Corujo aunque debe seguir buscando su camino, no imitar, dominar y hacerse su propio repertorio, similar por otra parte al del irrepetible y siempre único Alfredo Kraus. Trabajador incansable pareció más cómodo con Gounod que con el siempre exigente Verdi o la zarzuela de Sorozábal, muchos kilates y peso que todavía debe saber cargar para hacerla más liviana.

De la soprano apellidada Wagner (el que nunca cantó Don Alfredo) y nacida en Argentina, apenas algunos detalles en Cilea, difícil empaste en los dúos de Manón de Massenet o la Gilda poco creíble, más unas zarzuelas que no lucieron pese a la entrega canora. Curiosamente me gustó su registro grave pero totalmente variable el color incluso en el mismo registro, y momentos de brillo metálico junto a otros imperceptibles pese a estar con acompañamiento pianístico. Interpretativamente no pareció creerse todo lo cantado, las «Sierras de Granada» de La Tempranica (Giménez) no están escritas para ella aunque su profesionalidad sea intachable.

Ni tan siguiera ese conocido dúo final de El Gato Montés de Penella consiguió llegarme un poco, porque además del oído mi piel debe erizarse cuando hay magia. Me cabe la satisfacción de seguir disfrutando con el pianismo sabio, sincero y amigo de un Parra enorme en cada recital, que me tomé como lo que era: un recuerdo a la figura de Alfredo Kraus, más grande cada año, y que escuchando su repertorio sigue siendo referente de mi memoria auditiva e inalcanzable por nadie todavía.

Dura la vida del cantante, difíciles las tesituras agudas, ardua labor igualar color, de sabios elegir las obras para cada voz y en el momento adecuado, mas eterna la búsqueda de la excelencia desde la personalidad individual, algo al alcance de unos pocos privilegiados.

Kraus, el tenor y también el hombre

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Miércoles 3 de diciembre, 20:00 horas. Fundación Gustavo Bueno, Oviedo: mesa redonda sobre «Kraus, el hombre».

La Asociación Lírica Asturiana Alfredo Kraus (ALAAK) que preside Carlos González Abeledo, dentro de los actos recordando los 15 años del fallecimiento de Kraus «El Tenor», organizó una mesa redonda centrada en Alfredo Kraus Trujillo (Las Palmas de Gran Canaria, 24 de noviembre de 1927 – Madrid, 10 de septiembre de 1999), el hombre, aunque después de emocionarnos durante hora y media escuchando relatos cercanos, íntimos y desconocidos para casi todos, sólo podría concluir diciendo que cuanto más conozco al hombre más admiro al cantante, figura que es ya leyenda, pues el paso del tiempo acaba dándonos a todos una perspectiva y objetividad únicas. Normalmente celebramos el recuerdo de su cumpleaños en noviembre, pero como se dijo, las fechas redondas también marcan, y quince años son una de ellas.

En la mesa moderada por el alma mater de la ALAAK, estuvieron Rosa Kraus, hija del siempre recordado maestro, Alfredo Matallana, médico urólogo que lo acompañó durante su enfermedad coordinando un equipo de especialistas, el catedrático de Filosofía retirado de la Universidad de Oviedo Vidal Peña, y el empresario asturiano César Fernández, que entabló amistad con el tenor cuando trabajaba de botones el Hotel Principado donde Kraus se hospedaba cuando cantaba en el Teatro Campoamor y que mantuvo una relación cercana en el tiempo pese a los avatares de la vida de ambos.

Conocer en la distancia corta a un hombre entrañable como Alfredo, descubre y derrumba leyendas falsas, malintencionadas algunas veces pero que contadas por su hija primero, o de su tocayo en las vacaciones en Lanzarote que retomaría ya como médico en la capital de España, nada menos que en Hospital «Puerta de Hierro», donde además realizó el seguimiento de sus últimos días, nos trajo al hombre que era siempre un señor, educación, elegancia, rigor, honestidad, timidez y en busca de la perfección y la excelencia, algo extensivo también a su vida.

Las charlas en Oviedo con un chaval de 17 años recién terminado el bachillerato y trabajando antes de comenzar los estudios de Perito Industrial en Gijón tras coincidir en la puerta del hotel, en plenas fiestas de San Mateo (cuando la ópera ocupaba doce días para seis funciones) llamados por el cántico de unas jotas aragonesas delante del edificio de la calle San Francisco sin saber quién era aquel hombre que le acabó invitando a un ensayo en el teatro de al lado, y le hizo, nos hizo descubrir la grandeza del personaje desde la calidez humana del hombre, compartiendo fabada con los padres de César, ese hombre cuya profesión de cantante de ópera le hacía parar poco en su casa y disfrutar de la familia, algo que pudimos conocer era su mayor anhelo…

Por supuesto que «El Tenor» también surgió durante la charla, lógico al ser dos caras de la misma moneda, inseparable también en casa donde preparaba a conciencia cada título, pidiendo no ser molestado, sus ejercicios de gimnasia diaria para mantener esa forma y porte durante toda su vida, algunas anécdotas de Vidal Peña y el propio Abeledo, sus papeles trabajados al 100% porque así era de exigente el canario universal, y también su compañerismo a todos los que le pedían consejo al Maestro, así con letras grandes, lo bien que hablaban las grandes divas con las que compartió escenarios y éxitos, más el apoyo siempre fiel de Rosa, su compañera desde los 14 años cuya pérdida comenzó a minar la salud de hierro de Alfredo.

Un nudo en la garganta la narración de su tocayo amigo y médico que en unos días de mejora del maestro se escapó al Lanzarote que les había unido y cerrando círculo separado al no poder volver para la despedida final. Pero sobre todo la grandeza del hombre sabedor de su última función, padre y hermano con planes de futuro en la docencia y la familia, un mundo difícil de conjugar y conciliar cuando se era una leyenda viva.

Ahora Don Alfredo es Historia de la Lírica, ejemplo a seguir con las nuevas generaciones que entienden este modelo nunca pasado de moda, porque el trabajo en pos de la excelencia no tiene recompensa a corto plazo en una sociedad donde las prisas son malas consejeras, más aún en el difícil y arduo mundo lírico. Parece que fue ayer y llevamos quince años sin el hombre, aunque el recuerdo, las grabaciones (no tantas como quisiéramos), y su ejemplo como cantante, siguen vivos.

Como remate alegre, puedo culpar al maestro universal de no haberme acercado lo suficiente a Wagner. Zarzuela, folklore canario, la Tuna, y sobre todo sus personajes operísticos con los que casi aprendí italiano antes que música, compartiendo pasión lírica no siempre bien entendida. Kraus nos sigue uniendo a muchos, y este jueves el duodécimo concierto homenaje de la ALAAK en el Teatro Filarmónica seguirá rindiendo homenaje, exigente como el propio Maestro, donde Wagner sólo estará pero en el apellido de Virginia Wagner, soprano, el tenor Francisco «Pancho» Corujo y el pianista Juan Francisco Parra, línea de unión krausiana en esta cita imprescindible del otoño ovetense, con fragmentos operísticos de Gounod, Massenet, Verdi y Cilea en la primera parte, y de piezas de zarzuela: Soutullo y Vert, Sorozábal, Giménez y Penella, en la segunda, ese repertorio que Alfredo Kraus bordó y legó. Lo contaremos también desde aquí.

Viva las voces jóvenes «forever»

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Viernes 21 de noviembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, LXVII Temporada Ópera de Oviedo: cuarta función (reparto joven) Madama Butterfly (Puccini). Entrada de principal: 50 €.

Emociona ver al público en pie rendido ante Carmen Solís, una «Butterfly» española debutante en el rol pero que supo cantar desde el sentimiento. Cuarta representación de las cinco programadas de este Puccini que en su momento no triunfó pero que el tiempo pone en su sitio, necesitando un reparto completo para lograr el espectáculo total. Y el segundo reparto, de viernes joven por el que la Ópera de Oviedo sigue apostando, logró un éxito para recordar encabezado desde la dirección de José María Moreno, la soprano extremeña coronada en este debut del coliseo carbayón, y completado con el «Pinkerton» de Eduardo Aladrén, el «Sharpless» de Javier Franco, el «Goro» de Jorge Rodríguez Norton. Repitieron Marina Rodríguez-Cusí como «Suzuki», José Manuel Díaz en su doble papel de «Yamadori» y comisario, y resto de reparto, crecidos y contagiados por el ímpetu y entrega de las «nuevas voces».

El directo siempre es único y permitió disfrutar de más detalles. La escena volvió a ser convincente por lo sencilla y el juego que da remarcado por una iluminación perfecta, blancos puros, azulados o grises, incluso rosados más el siempre necesario rojo pasión. Las bailarinas que no lo son pero con una coreografía cuidadísima pusieron el detalle plástico y visual, el efecto de las sombrillas cerradas convertidas en cuchillos para el «seppuku» colectivo, las velas como estrellas o los globos colgantes llevados como si realmente flotaran, complementando las intervenciones orquestales con acción siempre sobre la escena. Y el coro, con algunos solistas casi de «comprimarios«, volvió a enamorar en cada aparición, difíciles fuera de escena y completos en ella, perfectamente encajados con el foso gracias a una dirección impecable del mallorquín José María Moreno que no sólo mimó todas y cada una de las voces sino que logró intensidades de la Oviedo Filarmonía siempre en el momento preciso, tensión dramática o emoción íntima, volúmenes equilibrados e intervenciones solistas de mucha calidad, juventud en el podio mandando en una partitura compleja de la que extrajo todo el jugo.

El elemento catalizador, la protagonista absoluta y el auténtico revulsivo fue Carmen Solís, convincente en escena desde su primera intervención. Impregnada del espíritu pucciniano logró crecer a lo largo de los tres actos vocalmente, con el vibrato necesario utilizado expresivamente, gama de color uniforme, agudos limpios, medios plenos y graves suficientes incluso con la orquesta en fuerte. Nos tocó la fibra a todos con unos pianisimi emocionantes contrastados con la emoción y fuerza de los agudos, y especialmente con una musicalidad de las que llegan siempre a lo más hondo. No ya la famosa aria «Un bel di vedremo«, que puso la piel de gallina y le dará muchas alegrías a la extremeña, el dúo con Aladrén y sobre todo con Marina Rodríguez-Cusí hizo lucir a sus compañeros, empastando, sacrificando si era necesario en pos de la belleza lírica.

Sólo halagos para una soprano que demostró mucho trabajo para debutar como lo hizo en Oviedo, por lo que el camino iniciado como Cio Cio San deparará triunfos futuros a no tardar.

Eduardo Aladrén fue el Pinkerton perfecto para la Suzuki extremeña, un tenor de afinación segura, color idóneo, registros muy igualados y entrega en cada intervención. De nuevo es de agradecer el equilibrio entre canto y escena, el convencimiento del papel y su evolución en esta partitura compleja y exigente con todos, y el tenor maño captó y cautivó con su voz en cada momento, enamorado, soberbio, cobarde o desgraciado, toda la paleta sentimental desde su línea de canto.

De la mezzo valenciana además de lo escrito sobre ella en la tercera función, repetir el hermoso dúo con Carmen Solís y añadir el momento excelente en que se encuentra, cuerda no siempre reconocida pero que supone, como en el cine, esos papeles de reparto que engrandecen a los protagonistas. Lo mismo podríamos decir del coruñés Javier Franco como Sharpless que completó este repóker canoro porque no quiero olvidarme del joker o comodín Jorge Rodríguez-Norton como Goro, puede que algo corto en volúmenes en casos puntuales y tal vez sobreactuado en un rol agradecido vocalmente sin necesidad de tanto movimiento escénico, pero que al igual que Atxalandabaso en las otras representaciones, son importantes para completar un elenco equilibrado en todos los terrenos.

No cité en la anterior función el papel del hijo de Butterfly que hicieron dos niñas, María Suárez y Paloma Vidau, auténticas actrices y también merecedoras del aplauso del público, que realizan estudios musicales y estoy seguro son ya aficionadas a la ópera para el resto de sus vidas con una experiencia inolvidable.

Seguiré asistiendo a estas funciones donde además del público no habitual de los primeros repartos, que siempre es menos exigente pero también más sincero en la respuesta, también están los que repiten y comparan, así como las conferencias previas de Patxi Poncela siempre distintas y personales, esta vez con «goleada de Puccini a Theodor Adorno« desde el verbo melómano radiofónico de acento playero llegado a la capital.

Sin cargar tintas habrá que recordar que lo bueno no está necesariamente fuera de nuestras fronteras, y España sigue siendo cuna de grandes voces líricas. En Butterfly se canta «America forever» que tras esta experiencia tendremos que cambiar por «Jóvenes para siempre». Apostar por lo de casa no sólo resulta más barato sino que puede ser incluso mejor, acercando a Oviedo público nacional que marcha enamorado de la capital del Principado y su Temporada de Ópera, aunque el dinero del gobierno y la fama se la lleve el Liceu

Un amor de teatro

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Oviedo en verano tampoco se detiene musicalmente y el turismo, tanto regional como nacional e incluso internacional, pienso que lo agracede. Además del llamado «Festival de Verano» que presenta una amplia oferta, personalmente quiero recomendar las visitas teatralizadas al Teatro Campoamor que bajo el título «Vámonos pal Campo Amorrrr» está colgando el cartel de ENTRADAS AGOTADAS con días de antelación, pese a venderse solamente en la propia taquilla, con un precio de 6€.

En Julio los días 11, 12, 18 y 19 fueron un auténtico éxito y en agosto sólo quedarán los días 1, 2, 22 y 23, con dos pases – visitas de una hora- viernes a las 18:30 y 20:00 y sábados 11:30 y 13:00, que van más allá de una visita, por otra parte también con historia sin perder rigor desde el humor.

Se cuenta con el guión y dirección de escena del gran Enrique Viana, un auténtico acierto como en él suele ser norma, una escenografía, iluminación y vestuario muy logrados de Luis A. Suárez, las coreografías de Estrella García y Beatriz Cabrero coordinando al equipo musical formado por Anabel Santiago (tonada), Maria José Suárez (mezzo), Juan Noval Moro (tenor), Marta Mardó (actriz), Julio César Picos (pianista) y Noel García (gaita), todo un plantel de primera desde casa y otro detalle a tener en cuenta, un «Made in Asturias» que supone publicidad y marca propia.

Los grupos de 80 personas van asombrándose desde la misma entrada donde el recibimiento ya capta la atención, para ir desgranando simpáticos diálogos entre dos hermanas que interpretan Marta y María José, con «el servicio» donde Anabel encarna y mejora una actualizada y asturiana Gracita Morales, Juan Noval como el señorito que vuelve «entrado en años»dominando el skate, siempre jugando con palabra (no hay descanso para la risa, sonrisa, doble intención, crítica actual y calidad) y música (variada y reflejo de la que se puede escuchar en el coliseo capitalino) en un viaje que asciende al entresuelo, Salón de Té, volviendo al patio de butacas y finalizando en el escenario para sentirse protagonista por un día.

Podemos escuchar una habanera, un bolero, todo un desfile de fragmentos (como muestrario en rebajas) de arias, quedando con ganas de más, a cargo de Juan y Maria José, sin olvidar la gaita «galáctica» y la impresionante voz de una Anabel ampliando horizontes siempre, además del gijonés Julio César Picos que tiene a su disposición dos pianos verticales en el interior más el de cola sobre el escenario para ser el perfecto «hombre orquesta» salido entre el público. Sin querer contar un argumento realmente bien llevado (con guiños gastronómicos donde el carbayón es más que el pastel típico de Oviedo) para los que acudan en agosto, la recomendación para todas las edades no puede faltar.

La oferta veraniega ovetense es amplia, siendo la musical un referente y esta visita al Campoamor además de original cargada de humor y amor.

Cantera musical asegurada (pese a la crisis)

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Lunes 25 de noviembre, 19:30 horas. Auditorio del Conservatorio Profesional de Música, Oviedo. Concierto de Santa Cecilia, Entrega de Premios Fin de Grado y Concurso de Música de Cámara. Pianistas acompañantes: Andrés de la Puente, Consuelo Heres y Marta Losa.

En tiempos de recortes donde la Cultura está atravesando momentos difíciles y la Música todavía más, invitaría a los «gestores» a un concierto como el de este último lunes de noviembre para que comprobasen que esta generación joven son un futuro asegurado, una auténtica inversión que esperemos no disfruten otros. El esfuerzo de un alumnado que compatibiliza estos estudios con los de Secundaria o Bachillerato, unido al apoyo y sacrificio de sus familias, es ímprobo y sin dinero para las enseñanzas artísticas públicas será imposible mantener un nivel que tantos años ha costado alcanzar pero poco en destruirse, volviendo a tiempos que mejor no recordar.

Tras la palabras del catedrático de cello Santiago Ruiz de la Peña, nuevo director del Conservatorio Profesional ovetense anunciando los múltiples proyectos para este curso, las próximas elecciones al Consejo Escolar y con palabras de gratitud para esta generación de artistas y sus profesores, se procedió a la entrega de los premios del VII Concurso de Música de Cámara así como los Premios Fin de Grado del pasado, alguno de los cuales pude escuchar en su momento.

Paso a ir comentando premiados, instrumentos y obras interpretadas con las correspondientes fotografías.

El recién licenciado en Historia y Ciencias de la Música por nuestra Universidad de Oviedo, Llorián García Flórez, completa en este curso recién acabado su curriculum de musicólogo con el Grado Medio de Gaita, del que ha obtenido el Premio Fin de Grado, e interpretando en el concierto el tema popular Lo Suelto, sin tambor ni baile, por lo que pudo jugar con los tiempos dando una lección de virtuosismo del tema en modo mayor y variándolo a menor, cromatismos de difícil ejecución para recordar que nuestro instrumento tradicional ha alcanzado su mayoría de edad y tiene su hueco en las enseñanzas regladas y oficiales, contando con auténticos maestro gaiteros a los que se suma Llorián.

El trombonista Gabriel Alfredo O’Shea Llana tocó el Andante-Vivo de la Sonata de Telemann, acompañado por el piano de Andrés de la Puente, con algunos nervios pero musicalidad a raudales, afrontando el grado superior con una sólida formación en un instrumento de viento metal donde la región valenciana ha llevado la fama pero que en momentos de bonanza ha expandido «escuela» incluso a nuestro Principado.

Conrado del Campo no es un compositor que podamos escuchar a menudo pero su Romanza en la viola de Lucía Mullor Martínez sonó a gloria, dignificando como solista un instrumento a menudo «segundón» en la orquesta pero con un timbre siempre cálido sin perder brillantes. El piano estuvo a cargo de Marta Losa.

Un nombre a recordar en poco tiempo es el de la joven pianista Fátima García Cabanelas que se atrevió con el Estudio op. 33 n 8 en sol menor de Rachmaninov, apuntando más que maneras, con un gusto natural en el fraseo, amplias dinámicas, pedales en su sitio y unos dedos que darán muchas alegrías tanto de solista como en trío (se llevó el 3er. Premio del VII Concurso de música de cámara con Alfonso Peñarrolla y Martín Álvarez).

Del violinista Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre llevo escrito bastante en el blog y sigo su trayectoria casi desde sus inicios. La Introducción y Tarantella, Op. 43 de Sarasate es una obra que tiene muy trabajada e interpreta con una madurez y pose (añadiría también poso) realmente impresionantes, avanzando técnicamente a pasos agigantados con una hondura donde el virtuosismo subraya la inspiración italiana en tiempos románticos que nunca pasan de moda y menos con el talento del compositor navarro. Marta Losa no estuvo a la altura para una partitura que también exige mucho al piano.

Iker Sánchez Trueba elevó el contrabajo al rango más alto con la transcripción de Cassadó del Intermezzo de «Goyescas» (Granados), melodía hispana con un arco amplio, pizzicati potentes pero líricos desde la rotundidad del bajo (en buen entendimiento y complicidad con la pianista Consuelo Heres), instrumentista con mucha carrera por delante y amplia trayectoria pese a su juventud, que vive lo que toca y eso se nota.

Nada mejor para terminar que con el cuarteto ganador del Premio del VII Concurso de Música de Cámara, cuatro excelentes estudiantes e instrumentistas: Marina González Álvarez (vioín I), Lucas Fernández Calvo (violín II), Sara Ballesteros Álvarez (viola) y Rubén Martínez (cello) que deleitaron a los presentes con el Allegro con brio del Cuarteto op. 18 nº 1 (Beethoven), todo un ejemplo del trabajo conjunto tan necesario en la vida cotidiana e imprescindible en una obra que requiere muchos ensayos para sonar como uno sólo, juventud de protagonismos alternados y compartidos, sonoridad y empaste que les hicieron acreedores del galardón dejándonos una interpretación muy buena.

Sigo apostando por la música en la formación integral del individuo, primero como disfrute y después como opción de futuro profesional, y Asturias está dando sus frutos tras muchos años de cosecha. Es un placer asistir a conciertos de unos jóvenes que demuestran profesionalidad a raudales sin decaer nunca, trabajando a diario para un futuro no muy prometedor, quién sabe si abocados también a emigrar. Y luego dicen que es un «mito urbano»… No hay peor crisis que la intelectual de algunos gobernantes.

Con P de Pasquale

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Siempre un placer asistir a los «Encuentros Ópera – Universidad» de la Extensión Universitaria en LAUDEO, este lunes 18 de noviembre en el Paraninfo escuchando los «Diálogos en torno a Don Pasquale» con la presencia de Carlos Chausson y el maestro Marzio Conti bien presentados por Mª Encina Cortizo que nos regaló toda una lección de Donizetti y la ópera representada estos días en Oviedo (este martes asistiré a la segunda representación), en este trío de «Ces» al que añadir Cabaletta y Cavatina como motores de la ópera comentada que tras el coloquio pasaron a ser muchas «Pes» en cuanto a la interpretación de un personaje que necesita Poso logrado con el Paso del tiempo para que cada Papel adquiera Peso, evidentemente con todo un trabajo de años que sólo ellos pueden darnos esa visión tanto interpretativa como auditiva. Para seguir con más «Pe», incluso nos meteríamos en el Psicoanálisis.

Anécdotas por parte de todos, incluído el público, y mucho amor por la ópera, en especial este Pasquale tan divertido y aparentemente sencillo que exige un enorme trabajo por parte de cantantes y orquesta como bien recordaron los maestros. En cierto modo como Mozart cuya sencillez resulta engañosa y endiablada en toda su producción, a quien evidentemente también recordaron dentro de este género más que bufo, giocoso…

Sin entrar en la puesta en escena de «película años 50» que nos presenta ese sesentón canoso y todavía atractivo, más cercano que el auténtico vejestorio del libreto original, sabemos que este Don Pasquale sigue vigente: matrimonios de conveniencia, mujeres con mando en plaza (Beatriz Díaz es la Norina), amores románticos y como bien comentó Chausson, sin llegar a bautizar como «calzonazos» y «marimandonas», una historia imposible sin Ernesto (José Luis Solá) que se niega a este apaño porque está realmente enamorado y es el responsable final de una historia de casi tres horas que contaremos como siempre.

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