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El París de Perianes

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Jueves 28 de marzo, 20:00 horas. Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»Javier Perianes (piano). Obras de ChopinDebussy y Falla.

Crítica para La Nueva España del sábado 30, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Un Auditorio con demasiadas butacas vacías esperaba la nueva visita del pianista de Nerva (Huelva) a Oviedo que se presentaba en solitario con tres de sus autores de cabecera, recién grabados en el primer centenario de Debussy para el sello Harmonia Mundi y presentado en Madrid el pasado diciembre, todos unidos por un París internacional y aglutinador de tendencias como el propio Javier Perianes (1978) en plena madurez artística y vital.Chopin es el romanticismo de salón, rompedor pero íntimo, como los dos Nocturnos opus 48 elegidos para abrir el concierto, los números 1 y 2 discontinuados por los estertores maleducados que me recordaron la tisis del polaco. Claroscuros parecidos a un Turner (el pintor preferido de Debussy) que prepararía todavía más una paleta de recursos pianísticos para la Sonata nº 3 en si menor op. 58, cuatro movimientos donde el “Scherzo. Molto vivace” precede al “Largo” que nos hace intuir las sombras coloreadas posteriores de sonido cristalino, y el “Finale. Presto, non tanto” verdadera explosión de color, pinceladas carnosas, casi pre-impresionistas en las manos del onubense levantando el vuelo con toda la delicadeza y fuerza posibles. Al descanso el afinador retocaría lo justo el Steinway© cual caballete sonoro para los siguientes cuadros musicales.

Debussy admiraba a Chopin y con sus tres Estampas viajará con su imaginación desde un piano que se negaba a llamar impresionista, pues lo evanescente ya lo intuimos en la sonata del polaco bien leída por Perianes. Pero el color armónico y el dibujo de pedal en el francés superará paralelismos pictóricos, “mezcla de ingrávido y preciso” en palabras del propio pianista, perfecta definición para esta música que casi transmite olor y color. Las Pagodas nos transportan a los nenúfares de Monet con música de gamelán, mientras La tarde en Granada y los Jardines bajo la lluvia tienen la luz de Regoyos y el olor a azar, rasgueos de guitarra de la España inspiradora de tanto arte, la Expo parisina de 1889 con postales de una Alhambra que Debussy nunca conoció pero el onubense ofició de guía musical perfecto desde una confesa fascinación por el autor (nos quedan grabados los Preludios).
El verdadero sabor hispano desde la capital francesa, que no abandonamos, lo pondría Falla, del que Perianes hereda la luz atlántica en la corta distancia de Cádiz a Huelva, su cosmopolitismo y la continua búsqueda del color, aquí aliñado con olor a jerez y manzanilla pintados por este Sorolla del piano. Las Cuatro piezas españolas son cual recuerdo de la patria lejana retratando paisajes y paisanajes: “Aragonesa” recia de jota para escuchar, “Cubana” habanera gaditana mecida en una hamaca del malecón, “Montañesa” que se menea resalada entre Cantabria y Asturias antes de la última “Andaluza” que solamente Don Javier puede transmitirnos como Don Manuel, músicas universales que beben aires parisinos pero evocan la patria chica.

Y la explosión del baile llegaría con El sombrero de tres picos y las tres danzas españolas por andaluzas, el todo por la parte, sinfonismo grandiosamente reducido al piano que las manos de Perianes convierten en un arco iris tímbrico, empuje rítmico con barniz de guitarra y flamenco, bailaoras gitanas de Romero de Torres en la “Danza de los vecinos”, seguidillas con prisa en el aplauso que no hizo perder el paso para la farruca del molinero y el fandango de la molinera, fuerza hidráulica atlántica de empuje ruso en el París con decorados y figurines de Picasso, otro andaluz universal que cayó rendido a los aires del Sena y el Barrio Latino.

El público premió con numerosos aplausos el triunvirato elegido y Javier Perianes nos devolvió nuevamente a los tres, primero La catedral sumergida de Debussy (del primer libro de los Preludios), un Monet musical con campanadas embrujadas, AGUA antes de La danza del FUEGO de Falla, segundo elemento natural de pasión gitana y sangre agarena, respirando el AIRE del Nocturno nº 20 en do sostenido menor chopiniano, retornando al punto de partida de un viaje musical muy pictórico desde la capital francesa, donde Perianes fue el mago del piano capaz de unificarlo todo desde las páginas de estos tres grandes, lienzo siempre nuevo aunque lo pinte cada día y aparezcan siempre detalles con luces nuevas cual Antonio López, españoles, artistas únicos e irrepetibles.

Perianes inspiración parisina

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Jueves 28 de marzo, 20:00 horas. Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Javier Perianes (piano). Obras de Chopin, Debussy y Falla.

Reseña para La Nueva España del viernes 29, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Nueva visita del onubense Javier Perianes a Oviedo, esta vez en solitario y con menos público del merecido, dentro de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni” trayendo parte del programa que ha grabado recientemente para el sello Harmonia Mundi cerrando el centenario de Debussy junto a Chopin y Falla, tres mundos evocadores en homenajes musicales encadenados.
Chopin con dos Nocturnos op 48 (1 y 2 con breve intermedio tísico) más la poderosa Sonata nº 3 en Si m op. 58 fueron pinceladas finas, de dibujo impecable y atmósferas románticas para la primera parte donde las sombras ya se coloreaban preparando lo que vendría después tras ajustar el piano por el tormentoso finale.

Las tres Estampas debussyanas y viajeras nos trajeron aromas chinos y granadinos únicos, “sonidos y perfumes” que Perianes destila con luz propia sin perder la nebulosa ni la admiración chopiniana del compositor francés.
Y admiración por Debussy la de Falla en el Paris donde añora España, las Cuatro Piezas casi geográficas de carácter y ritmo, Cubana casi gaditana o Montañesa resalada medio asturiana, Sorolla musical que Perianes pinta como nadie para terminar tocado con El Sombrero de Tres Picos bailando las tres danzas, vecinos interrumpiendo insolentes la Molinera y Molinero batidos por el Atlántico onubense en el piano sinfónico de nuestro intérprete más internacional.
Espléndido con propinas catedralicia (Debussy), fuego (Falla) y nocturno (Chopin), siempre parisinos en manos de Perianes.

Sandrine Piau, la elegancia barroca

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Martes 26 de marzo, 20:00 horas. Sala de Cámara, Auditorio de Oviedo, VI Primavera Barroca: «Heroínas barrocas«, obras de Händel. Sandrine Piau (soprano), Les Paladins, Jérôme Correas (clave y dirección).

Prosigue con éxito la sexta edición de esta primavera barroca familiar coproducida por el CNDM en la sala de cámara carbayona, ideal por cercanía y acústica aunque en los conciertos del auditorio cada vez tenga más presencia esta música que sigue atrayendo a un público variado y entendido, máxime cuando tenemos la suerte de disfrutar en «La Viena del Norte» a figuras como la soprano francesa con un ropaje de alta costura a cargo de Les Paladins y el maestro Correas al clave y dirección que conoce como pocos por su faceta de cantante lo que supone acompañar la voz mimándola con esmero compartiendo un programa dedicado a las heroínas de Händel, alemán internacional que terminaría sus días como Haendel en la corte británica donde dejó escritas tantas joyas.

De las muchas óperas del gran maestro, las elegidas para el concierto fueron Ariodante, PartenopeGiulio Cesare in Egitto, Alcina y Rodrigo cuyas arias y oberturas fueron bien colocadas en el programa, con notas de mi tocayo sevillano Pablo J. Vayón, junto al Concerto grosso en la menor, op. 6 nº 4 HWV 32 (1739) perfectamente encajado y siempre buscando la unidad temática de las heroínas a las que Sandrine Piau encarnó en el amplio sentido de la palabra, un primor escucharla con dicción perfecta aunque esta vez sí contásemos con los textos y su traducción, emisión clara, calidad interpretativa en cada aria y especialmente la elegancia en su línea de canto donde los agudos nunca molestan, sus graves sonoros realzan la belleza global de cada partitura, sumándole la puesta en escena donde funciona todo: gesto, pose, manos, pasando por cada uno de los estados de ánimo de Parténope, Cleopatra (incluso la imagen con su peinado), Alcina, Morgana y hasta la Armida de las dos propinas.
Les Paladins se presentan para esta gira española con un septeto idóneo para vestir a medida a la soprano francesa, pese a momentos desafinados por esas cuerdas que se aflojan como la tripa, poco tirantes aunque sin empañar un encaje digno del ropaje haendeliano. Juliette Roumailhac en el violín solista con intervenciones líricas, Jonathan Nubel segundo violín de encaje y entendimiento con el primero impresionante, Clara Muhlethaler a la siempre necesaria y complementaria viola, Nicolas Crnjanski al violonchelo redondo en el conjunto, bien doblado a menudo por Franck Ratajczyk al contrabajo, y finalmente Benjamin Narvey alternando la tiorba y la guitarra barroca dependiendo del «contexto» dramático, tanto en los punteos complementarios del clave como los rasgueos reforzando ritmos. De ​Jérôme Correas lo apuntado, dirigiendo desde el clave a sus músicos que tienen interiorizadas todas y cada una de esas páginas, los ornamentos en su sitio que verdaderamente embellecían la voz de Sandrine Piau y aparecían en el momento preciso para convertirse en perlas, collares dorados o sutiles veladuras sonoras.

La Obertura de Ariodante HWV 33 (1735) mostró las cartas de lo que vendría a continuación, pues el contraste típico resultó de libro con la guitarra en el continuo y sonoridades que la sala de cámara ovetense mantiene limpias. Partenope HWV 27 (1730) arrancó musicalmente mientras la soprano aparecía refulgente y plateada para el aria Voglio amare infin ch’io moro, sin necesitar una orquesta completa, con Les Paladins la voz corría ágil y colorida, arropada más que acompañada para disfrutar la primera aparición de esta figura del canto barroco antes de transmutarse en la Cleopatra de Giulio Cesare in Egitto HWV 17 (1724), primero con el famoso recitativo y aria Piangerò lal sorte mia que pone la carne de gallina por expresividad, entrega y equilibrios instrumentales antes de rematar la primera parte con Da tempeste il legno infranto, capaz de enamorar a toda la tropa que llenaba y disfrutaba con Sandrine Piau, retomando la guitarra en un continuo íntimo lleno de dinámicas asombrosas, agilidades carnosas sin artificio, pulsación ideal y colorido total. Entre ambas el Concerto grosso en la menor, op. 6 nº 4 donde los instrumentistas rindieron tributo a esta forma barroca en los cuatro movimientos de aires y matices amplios acordes a la calidad general de este recital.

Alcina HWV 34 (1735) abriría directamente con el aria Ah! mio cor, más que un aperitivo en la voz de la francesa y el septeto sonando como una orquesta de cámara por esa calidad que atesora cada músico, declaración amorosa de amplio registro y «tempo giusto» degustando palabras, agilidades paladeadas sumándole el saber estar sobre las tablas de la soprano dominadora de cada rol.
Curiosa la ópera Rodrigo HWV 5 (1707) basada en nuestro último monarca godo que parece fue la primera representada en el Londres regio de Haendel, aquí la obertura en forma de suite digna de tener al menos tanta fama como otras más escuchadas. Siete danzas donde la guitarra subraya el carácter hispano y cuya Bourrée en pizzicatos sonó triunfantemente redonda dentro de unas heroínas que aquí tornáronse en regio. Volvería Alcina, ahora Morgana Piau para finalizar con Tornami a vagheggiar, nuevo cortejo y coqueteo vocal con solo la cuerda de Les Paladins, dramatismo en estado puro donde la voz campa a sus anchas por toda la tesitura y recursos que Haendel pide a sus personajes, belleza sonora para todo un espectáculo camerístico.

Con el público volcado, las dos propinas de otra heroína con dos personalidades del Rinaldo (que escucharemos el próximo octubre en Oviedo), la Almirena Armida bruja que diría Correas, Furie terribili sin efectos especiales pero fogosa a más no poder, y el superéxito Lascia ch’io pianga que no cansa nunca, esta vez increíblemente íntimo, bien interpretado por el juego de aires, más ágil de lo habitual, y especialmente los ornamentos tanto vocales como instrumentales que pusieron en lo más alto esta página única siempre distinta con Sandrine Piau, Correas y sus paladines rematando un concierto heróico y elegante. Da gusto salir del auditorio con el ánimo recompuesto ante tanta belleza y calidad demostrada, porque el barroco cuando se hace así es atemporal y por encima de modas.

Monteverdi divino

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Lunes 18 de marzo, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Ian Bostridge (tenor), Europa Galante, Fabio Biondi (director). Obras de Castello, Monteverdi, Farina, Purcell y Frescobaldi.

Crítica para La Nueva España del miércoles 20, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Si el barroco tiene su propia primavera en la sala de cámara, se está haciendo hueco en la sala principal dentro de este ciclo de grandes conciertos, y volvían dos años después Fabio Biondi con su Europa Galante en un programa del Seicento italiano en el que brilló el tenor inglés Ian Bostridge con un “Divino Claudio” además de la licencia de su compatriota Purcell.

La formación de Biondi llegaba a Oviedo con un octeto suficiente para las obras elegidas, tanto instrumentales como vocales: dos violines, viola, cello, contrabajo, laúd, arpa y clave-órgano, de presencia y acústica suficiente al mover la caja escénica, y eficiencia en todos los instrumentistas que por momentos casi taparon la voz del británico. Sus intervenciones camerísticas tuvieron distintas calidades, más por lo escrito que lo tocado, pues siguen demostrando el dominio del repertorio italiano bien equilibrado y contrastado en dinámicas y tiempos.
Compositores poco conocidos como Dario Castello, de quien nos dejaron dos sonatas del Libro II (1629) alternando clave y órgano en forma típica en su época, junto al curioso Capriccio Stravaganzza a quatro (1627) de Carlo Farina, donde los instrumentos imitan sonidos de animales con técnicas muy expresivas a base de glisandos, pizicatos, trémolos o dobles cuerdas y los novedosos para entonces sul ponticello o col legno, juegos tímbricos donde los Galantes se mostraron solventes además de preciosistas.

Monteverdi sería el verdadero protagonista vocal con Ian Bostridge, primero Il combattimento di Tancredi e Clorinda (1624) originalmente para tres voces y seis instrumentos, aquí en versión de voz sola (con teléfono móvil al final) para la que el compositor exhorta al tenor “voz clara, firme, de buena dicción y bastante alejada de los instrumentos para que se entienda mejor su narración”. Continúa pidiendo “no hacer gorjeos ni trinos” salvo en las partes indicadas, todo al pie de la letra por parte del cantante inglés en el llamado stilo concitato donde la armonía imita lo enunciado, exigiendo una gama expresiva muy amplia en pos del texto, silábico y por momentos rapidísimo, casi un trabalenguas. Verdadera exhibición de gusto y dominio que mejoró en el último madrigal Tempro la Cetra, monodia acompañada por unos músicos curtidos en este repertorio, con el continuo sin necesidad de doblar cello y contrabajo, sólo éste con el clave, arpa y laúd en un cuarteto remarcando el texto, sobretitulado ayudando a comprender el esfuerzo y la dramatización exquisita del tenor.

El Purcell que abriría la segunda parte supuso salto de época y estilo pero más comodidad vocal pese a la posición casi encogida del cantante que recreó The Queen’s Epicedium (1695) con gran intimismo ayudado por la presencia únicamente del continuo.
Europa Galante puso a continuación su parte instrumental de Frescobaldi y sus Fiori Musicali, op. 12 (1635) con tres formas contrastadas utilizando el órgano para crear atmósferas barrocas por excelencia: Toccata, Bergamasca y Capriccio sopra la Girolmeta, antes de la cítara última de Il divino Claudio.
Buen «seicento» italiano, mejor cantado que instrumental, óptimos los dos ingleses (compositor y tenor) aunque Bach sea dios, verdadero regalo con el que nos elevaron al paraíso musical estos primorosos galantes europeos que también lo tienen grabado. Bendito barroco en Oviedo, “La Viena del Norte”.

Barroco al alza

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Lunes 18 de marzo, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Ian Bostridge (tenor), Europa Galante, Fabio Biondi (director). Obras de Castello, Monteverdi, Farina, Purcell y Frescobaldi.

Reseña para La Nueva España del martes 19, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Si el barroco tiene Primavera propia también se agradece la creciente presencia en este ciclo trayendo figuras de la talla de Fabio Biondi y su Europa Galante que volvían dos años después a la Sala Principal, pantalla acústica ayudando, con un programa del Seicento para lucimiento instrumental en formato octeto compartido por el tenor inglés Ian Bostridge de color y dicción ideales cantando al “divino ClaudioMonteverdi como único narrador, verdadera dramatización de los textos. Tanto en “El combate” donde un móvil noqueó el final celeste de Tancredo y Clorinda, como en La Cetra el público, que casi llena el patio de butacas, disfrutó del Maestro y sus intérpretes. La licencia geográfica y temporal al compatriota Purcell sirvió para degustar la lengua materna del solista, siempre ayudados por sobretítulos, tan solo con el continuo (cello, arpa, laúd y clave) y canto doliente para “La Reina”.

Instrumentalmente, salvo el reconocido Frescobaldi de sus “Flores” que mantuvo el interés alto, unos menos escuchados Castello y Farina con su stravaganza animalesca dejaron contentos a todos con el buenhacer de esta Europa con calidades contrastadas por todos ellos más Biondi llevando de la mano y arco a sus galantes.
De propina Bach dio el salto al Paraíso musical.

San Miguel español

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Miércoles 13 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara, VI Primavera BarrocaConcerto 1700, Daniel Pinteño (director). Hernández Illana: Oratorio a San Miguel.

Crítica para La Nueva España del viernes 15, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Por sexto año vuelve la Primavera Barroca a Oviedo en colaboración con el CNDM que encargó esta recuperación histórica (reestrenada el martes en León) a cargo de Raúl Angulo desde la Asociación Ars Hispana y Daniel Pinteño, del Oratorio La Soberbia abatida por la humildad de San Miguel (1727), obra de un olvidado Francisco Hernández Illana (1700-1780) quien desarrolló su actividad profesional en varias capillas eclesiásticas como las catedralicias de Astorga y Burgos o el Colegio del Corpus Christi de Valencia.

Este oratorio parece continuar la tradición de los autos sacramentales del siglo XVIII que no es precisamente lo más apreciado de nuestra historia musical, siendo de agradecer tanto a Angulo como a Pinteño el esfuerzo por seguir rescatando estas “músicas mudas” de los archivos y acercarlas a un público que las valora y disfruta, volver a dar voz y armar una gran forma musical religiosa muy de moda durante el barroco aunque ésta todavía conserve rasgos de nuestro dorado renacimiento del que costó años despojarse.

Para ello se ha contado con las voces protagonistas de la soprano Aurora Peña, la mezzo Adriana Mayer, el contratenor Gabriel Díaz y el tenor Diego Blázquez, todas en tesituras algo graves producto supongo del diapasón historicista, algo más bajo que el actual, acompañados por una formación “ex profeso” para esta joya: Jacobo Díaz con un oboe que daría un colorido especial cercano por momentos al corneto, Víctor Martínez al violín necesario y complementario, Ester Domingo con un violonchelo seguro y redondo encabezando el continuo de Ismael Campanero, violone o contrabajo potente, Asís Márquez al órgano positivo al que le hubiese venido bien octavar en agudo, y Daniel Pinteño al primer violín y dirección, ejerciendo perfectamente en ambos cometidos.

Esta obra temprana del compositor burgalés se fue representando en sus destinos como maestro de capilla y con los instrumentos que tenía disponibles, y estilísticamente resulta original por unir la tradición española de coros «a cuatro» polifónicamente renacentistas en pleno barroco de bellísimos empastes con momentos a capella deliciosos, y la italiana de comienzos del XVIII con «arias da capo» brillantes tanto en escritura como en interpretación a lo largo de la partitura, teniendo cada voz sus correspondientes recitativos y arias solistas o a dúo.

Oratorio en dos partes conservado en la Congregación de San Felipe Neri de Palma de Mallorca se inicia cada una de ellas con una “Sinfonía” en dos movimientos rápido-lento para esa formación instrumental más los cuatro personajes que van sucediéndose en combinaciones de coros, recitados, arias o los “estribillos a cuatro” tan hispanos. El rebelde Luzbel de Blázquez resultó de factura ideal aunque grave, casi para barítono, especialmente en los números 10 y 11 lentos, dialogados con Pinteño de complemento perfecto, mejorando en cada intervención para “el ángel caído” y contrastando con su otra intervención más ligera y acompañada del “tutti” en los 27 y 28 de la segunda parte; San Miguel defensor del orden corrió a cargo de Gabriel Díaz, si bien tener un/a contralto hubiese redondeado un cuarteto vocal más compacto y homogéneo, de registro agudo cómodo y color brillante para un contratenor, más dos tiples que en su época serían niños, Aurora Peña cantando el Ángel que fue el más “cómodo” de los roles, verdadero vuelo vocal, y el Demonio de Adriana Meyer, mezzo que de nuevo exigía unos graves incómodos en su tesitura para aunar dicción y emisión, si bien el personaje parezca pedir esa oscuridad vocal.

En los coros el cuarteto sonó empastado dejándonos números plenos de homofonías renacentistas antes de la explosión barroca final (31 y 32 de recitado más estribillo a cuatro “Al arma, al arma, guerra”); más desiguales resultaron los recitados y arias que pedían también dramatismo lírico intrínseco al Oratorio, faltando esa luminosidad que de tener tonalidad más aguda o afinación un par de hercios arriba hubiese dado otro carácter a esta forma religiosa. Amén de las tesituras o diapasón elegido, tampoco pudimos entender del todo unos textos en español que nos diesen más pistas al argumento bíblico que los seis músicos sí subrayaron en su discurrir sonoro.

Concerto 1700 trabajó en esa conjunción musicolingüística, el bajo continuo reforzando bien las cuatro voces, con el órgano desgranando los ornamentos precisos y rellenando con excesiva presencia las dos sinfonías con el oboe especialmente acertado en color y virtuosismo, pinceladas claramente barrocas bien secundadas por los violines ayudando a tintar de acento italiano un oratorio netamente español.
Tras agradecer la buena acogida en “La Viena del Norte”, los diez músicos bisaron uno de los coros a cuatro del San Miguel más español.

Batallas musicales a lo grande

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Jueves 7 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de piano “Luis G. Iberni”. Daniil Trifonov (piano), Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky, Valery Gergiev (director). Obras de Debussy, Rachmaninov y R. Strauss.

Llegaba la División Acorazada del Mariinsky con el general Gergiev al mando para una guerra sinfónica de tres batallas donde cada sección orquestal fueron como las armas del ejército: infantería de una cuerda con un sargento concertino mandando y luciendo galones, caballería de la madera siempre atinada, ingenieros de percusiones variadas y la artillería pesada del metal que fueron tomando posiciones desde el inicio.

Aún con las últimas notas del Debussy de acento ruso en las manos de San Sokolov flotando en el ambiente, el Preludio a la siesta de un fauno desplegaría el primer batallón ruso con muestras de dar mucha batalla y nada de dormirse. Casi podíamos imaginar a los legendarios Nijinski o Nureyev danzando con esta compañía mientras disfrutábamos de la flautista solista Maria Fedotova o del arpa cristalina de Gulnara Galbova en un ambiente de clara nebulosa donde el general Gergiev de gesto inimitable y mínimo palillo de bastón de mando sacaba de sus huestes todo lo mejor, esa especie de «parkinson» en ambas manos donde podíamos contemplar el certero vibrato de una infantería sedosa y la caballería atinada sin errar ningún disparo, llevando esta primera batalla al triunfo sin resistencia.

El coronel Trifonov, bien conocido en Oviedo, es en cierto modo ahijado del general, con él nos ha dejado conciertos y grabaciones estelares, y el Concierto para piano nº 1 en fa sostenido menor, op. 1 (Rachmaninov) requiere de tensión, pasión y precisión. La artillería no se contuvo en ningún momento exigiendo del piano fuerza hercúlea para alcanzar los volúmenes necesarios sin perderse ni un disparo. Trifonov se volcó literalmente desde el Vivace inicial, sin tregua apenas en el Andante cantabile para tomar aire bien arropado por el batallón Mariinsky, soltando todo el fuego que le quedaba en el Allegro vivace, piano sinfónico, orquesta pianística bajo el mando Gergiev, concertación y concentración de todo el ejército en cada arma, ayudándose al escucharse para unos momentos explosivos dejando el campo despejado para esta victoria de la música con el tándem Trifonov-Gergiev al fin juntos en las Jornadas de Piano ovetenses.

En solitario y disfrutándole todos un arreglo del propio pianista sobre Las campanas plateadas de Ravel y Rachmaninov del que Trifonov aún tuvo resuello para asombrar en toda la gama dinámica de un piano malherido tras esta escaramuza virtuosa con vítores.

Con toda la división acorazada el heróico general al frente para Una vida de Héroe, op. 40 (R. Strauss), seis episodios de este poema sinfónico casi épico para disfrutar de los mejores tiradores, caballería de combate mecanizada, infantería con el concertino certeramente brillante al que el general dejaba jugar, la artillería orgánica mientras pasábamos de los adversarios a la compañera y el fragor de la batalla, desplegando cada flanco poderoso de ataque, vibrante y brillante, fortísimos globales sin perdernos detalle de todo el arsenal. La paz llegaría como la retirada del mundo y una auténtica consumación de estos héroes rusos que siguen ganando batallas en una guerra de nueve días por España.

Las salvas de honor tenían que ser como en 2013 con Wagner y su preludio del tercer acto de Lohengrin, artillería de largo alcance blindada por una infantería de lujo a buen paso, ligero y efectista cual desfile de honor para los vencedores. Tardes de historia sinfónica rusa con intérpretes de fama mundial arrancando en Oviedo esta gira de nueve días intensos.

Liturgia Sokolov

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Sábado 2 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Grigory Sokolov. Obras de Beethoven y Brahms.

Crítica para La Nueva España del lunes 4, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Cada visita del pianista Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) a España es un espectáculo casi místico con una liturgia conocida: temperatura adecuada, luz casi íntima, Steinway© con afinador incluido que al descanso vuelve a escena para retocar un instrumento que en manos del ruso alcanza sonoridades de otro mundo, más un programa donde las propinas son realmente la tercera parte, nunca improvisadas porque no hay nada al azar. Sabido de antemano antes de acudir al templo, merecen mayor penitencia quienes reinciden en el pecado de marchar antes de tiempo pues no hay propósito de enmienda; es verdadero sacrilegio toser inadecuadamente con ánimo de regocijo; y excomunión directa para los móviles demoníacos. El ritual no puede romperse aunque el ruso parezca ajeno a todo desde su púlpito instrumental, y los acólitos no soportamos las ofensas.
Sokolov es cual evangelista que bebe del antiguo testamento pianístico e interpreta literalmente desde el nuevo, con Oviedo parada obligada de sus giras (2011, 2014, 2017), en esta ocasión incluyendo dos de las tres B musicales de von Büllow: Beethoven y Brahms, románticos primero y último, dejando a Bach todopoderoso en el primer paraíso terrenal que entraría en mi particular santoral el 9 de abril de 2011.

Comenzar con la Sonata nº 3 en do mayor, op. 2 supone redescubrir al Beethoven que parte del Clasicismo haydiniano en su Allegro inicial, técnicamente siempre perfecto al servicio de la historia musical interpretativa, con fraseos impolutos, virginales, pureza de pedales, intensidades únicas en cada dedo con matices que en el Adagio presentan ya el primer romántico de claroscuros, profético en las manos de Sokolov, el Scherzo sustituyendo al minueto mozartiano ya plenamente sinfónico, y el último Allegro assai “imperial”, ligero de trinos barrocos, orquestales por momentos, con melodías inspiradoras para Schumann, Mendelssohn o Brahms, un testamento para todos los románticos.
Las Once bagatelas, op. 119 juegan con tonalidades y modos, aires del andante al vivace, estilos y épocas que al reunirse vuelven a tomar sentido de globalidad y premonición, música de un autor del que Sokolov se erige como gran mentor desde el siglo pasado. Emparejadas se complementan cual piedras preciosas en pendientes, sumando elementos se transforman en pulseras o collares, y todas juntas construyen esta corona real, bien engarzadas por este orfebre las once lecturas “futuristas”, más de lo que supondríamos al escucharlas por San Sokolov, miniaturas inmensas dotadas de unidad místicamente interiorizada que van creciendo, impactando e iluminando músicas aún por escribir en 1823 cuando se publicaron: juvenil A l’Allemande que nos recordó nuestro Antón Pirulero, chopiniano Vivace moderato de la nueve y carnavalescamente breve el Allegramente schumaniano por citar solo tres diamantes.

Brahms admiró y bebió de Beethoven, el último pianismo del hamburgués coincide en número opus con el maestro de Bonn. Sokolov unió las 118 y 119 Klavierstücke, diez piezas (seis y cuatro) dotadas de una madurez tanto escrita como interpretativa, donde los silencios brillan con la levedad deseada, cada nota responde fiel al pentagrama llenando el auditorio, las tonalidades adquieren brillos inenarrables y todo fluye mágico con equívoca apariencia de sencillez, monodia cumbre casi susurrada, verbo hecho arte mayúsculo, “rubato” imperceptible del fraseo y la buscada sonoridad casi enfermiza del ruso, sacando infinitas dinámicas independientes en cada gesto sin perder los legatos de ataques variopintos según la necesidad expresiva, ora ingrávida, ora refulgente y vigorosa. Cada pieza es única, reunidas las diez todo un nuevo testamento interpretativo de este evangelista del piano que siempre asombra descubriendo no ya el Intermezzo forma sino firma de un reverenciado Brahms.

Tercera parte de propinas, las seis “previstas” donde lo apuntado en los dos “B” toma forma independiente y profecías cumplidas: el Impromptu op. 90 nº 4 de Schubert más la Melodía húngara D 817, alternando con su esperado Rameau de trinos imposibles, piezas para clavecín de Los Salvajes La llamada de los pájaros antes del vals nº 2 de su compatriota A. Griboyédov para darnos la bendición apostólica con el mejor Debussy íntimo, casi místico del preludio Pasos sobre la nieve, el último legado del que Sokolov volvió a evangelizar caminando sobre la penumbra de un marzo ya primaveral.