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Felices Fiestas

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Navidad universitaria

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Lunes 19 de diciembre, 20:00 horas. Iglesia de Santa María La Real de La Corte, Oviedo. «Concierto de Navidad»: Coro de la Universidad de Oviedo y Orquesta, Ana Mª Peinado (soprano), Maite de la Cal (soprano), Laura Rodríguez Armas (mezzo – contralto), Joaquín Valdeón (director). Obras de Corelli y Vivaldi.

La música siempre ha estado presente en mi Universidad de Oviedo, hace años con una orquesta capitaneada por Alfonso Ordieres Rivero que vuelve a resurgir con su hijo Pedro en apenas mes y medio, y un coro verdadera leyenda y embajador, siempre con los altibajos «obligados» por los cambios generacionales, aunque cual Ave Fénix siempre resurgiendo, mezclando veteranía y savia nueva, con la Navidad como buena disculpa en buen momento, llenando la iglesia de la Plaza de Feijóo con Joaquín Valdeón ejerciendo de factotum tras haber sido también alumno de «Don Alfonso» (el apellido Ordieres es sinónimo de violinista y Maestro).

Abriendo boca Corelli, poniendo a prueba a una cuerda algo destemplada pero que tiene mucho futuro, con unos primeros atriles que ya apuntan maneras para el Concerto grosso en Sol menor, Op. 6 nº 8, Concierto para la Navidad, tiempos al límite con una reverberación que no ayuda pero apostando por el riesgo. Pasados los primeros nervios todo fue calentando y la batuta clara de Valdeón pareció ponerlo todo en el sitio deseado.

El Coro Universitario tiene el «Gloria de Vivaldi» en su historia, guardando como oro en paño la grabación en Nueva York con Max Bragado que se digitalizó dentro de un doble CD para mantener esos archivos en nuestra memoria. Luis Gutiérrez Arias marcó a una generación coral que incluso le siguió cual «coro de peregrinos», pero el poso permanece y no debe faltar el repertorio a capella junto al sinfónico, esta vez con orquesta «hermana» pero algo desequilibrado tanto en plantilla (el doble de mujeres que hombres) como en edad, lo que siempre merma el conjunto.

Del trío solista apunta maneras Laura Rodríguez, una mezzo que terminará en contralto, pues los años irán haciéndola ganar en volumen y registro pues materia prima la hay. Buen empaste de las sopranos, con Ana Peinado ya conocida por su solvencia y profesionalidad junto a su compañera Maite de la Cal a la que tengo que seguir más de cerca, un trío femenino que lleva muchas óperas en su coro con todo lo que ello supone de «aprendizaje en la sombra» y que Joaquín Valdeón conoce de primera mano.

De nuevo el maestro Valdeón, siempre mimando las voces en cuanto a dinámicas con la orquesta, apostó por tiempos extremos, para mi gusto demasiado ligeros porque hacen perder claridad en las agilidades, tanto vocales como instrumentales (las trompetas sufrieron un poco), así como una acústica que no ayuda a una afinación correcta, si bien a lo largo de este Gloria en Re mayor, RV 589 de Vivaldi todo fue encajando según avanzaba. Los tiempos lentos permitieron disfrutar de solos de oboe y cello dignos de resaltar, con resultado global prometedor aunque la música siempre exija tiempo y muchos ensayos, difícil para los estudiantes y casi milagroso en los veteranos, pero somos conscientes de ello, por lo que sigue siendo un placer recuperar esta navidad universitaria.

La OSPA Grande con Bayl

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Viernes 16 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 4 «Orígenes I»: OSPA, Andreas Weisgerber (clarinete), Benjamin Bayl (director). Obras de Schubert y Mozart.

Cada visita del maestro australiano, afincado en Berlín, Benjamin Bayl (1978), es un placer para mí. Una delicia verle trabajar y cómo hace sonar a nuestra OSPA, desde sus óperas en el foso del Campoamor (Agripina o Bodas) hasta conciertos memorables como el de noviembre de 2011 o marzo de 2013, pero especialmente el de abril de 2014 que como este cuarto de abono de nuevo unía muerte y vida. Obras de dos grandes que murieron jóvenes y compusieron al final de sus cortas vidas joyas musicales en una Viena que respiraba música por todas partes aunque no siempre fuese agradecida con los genios.

Franz Schubert (1797-1828) marcaría la calidad de este cuarto de abono, comenzando con la poco escuchada obertura del «singspiel» Die Verschworenen oder der häusliche Krieg, D. 787 para una formación ideal en número, especialmente si desde el podio se mantiene el equilibrio ideal de dinámicas y planos sonoros sin sacrificar un ápice el discurrir musical. Joaquín Valdeón, autor de las notas al programa que dejo enlazadas también en los autores, analiza a la perfección esta partitura de «Los conjurados o la guerra doméstica» compuesta entre 1822 y 1823 aunque como casi toda su producción, estrenada tras su muerte nada menos que 33 años después en Frankfurt, y de la que el pintor Von Swchwind dijo tras escucharla «¡Qué profusión de talento e instinto dramático». Digna de abrir programa Bayl la afrontó de memoria y preparando a la orquesta para un concierto emotivo que sacaría de ella todas las virtudes que no siempre apreciamos: entendimiento, sonoridad plena, riqueza de matices, balances, presencias y estilo propio para un Schubert al que todavía le seguimos redescubriendo.

Pero la excelencia vendría en la segunda parte con su Sinfonía nº 9 en do mayor, D. 944 «La Grande», tres años componiéndola y descubierta entre pilas de partituras inéditas por Schumann, estrenada parcialmente en Leipzig por Mendelssohn en 1839 y ya completa en 1850 en Viena. De nuevo Valdeón escribe la génesis e historia de esta novena que en sus clásicos cuatro movimientos supone una verdadera piedra angular del sinfonismo para todas las secciones orquestales. Bayl en busca del «sonido vienés» puro por la tímbrica, no solo por la elección de los instrumentos (trompetas de llaves, flautas de madera o timbales de cobre) sino por la propia disposición (contrabajos tras los violines, violas y chelos permutados, trombones detrás de las trompas), trabajando cada movimiento independiente a la vez que unificador en empuje, tensiones y contrastes. Una maravilla ver esa batuta dibujando las entradas, aplacando con la izquierda cualquier mínimo destello fuera de lugar, dividiendo la cuerda para equilibrar dinámicas y descansar dedos preparando la máxima tensión que permitió escuchar cada sección como una sola. Limpieza en los pasajes, fraseos conjuntados, matices extremos con una tensión única frente al terciopelo deseado. El Andante-Allegro ma non troppo dejó claras las ideas esbozadas en la obertura de la primera parte, con el solo de trompa limpio y «cantabile» antes del desarrollo del primer movimiento tejido cual encaje de bolillos, colorista y vigoroso; el Andante con moto brindó momentos de empaste ideal, pianos con ritmo de marcha y emotividad del oboe bien contestado por toda la madera, pinceladas de timbales broncíneos siempre en su sitio y la cuerda sedosa; el Scherzo: Allegro vivace toda una lección instrumental del mejor sinfonismo equiparable al Beethoven idolatrado e inalcanzable del «pobre Franz», el empuje ternario, las acentuaciones, los crescendos apreciando cada nota, los cambios de aire claramente marcados, y sobre todo el Allegro vivace que derrochó valentía, buen gusto y musicalidad por doquier, heroismo y tributo a los maestros en escritura y ejecución. Es un placer comprobar la calidad y la calidez de la OSPA cuando el maestro Bayl se pone al frente, detallista, enérgicamente sutil y enamorado de la música.

De la maestría de nuestros músicos es buena prueba el papel que se les da como solistas, esta vez el clarinete Andreas Weisgerber que nos deleitó con el Concierto para clarinete en la mayor, K. 622 de Mozart, estrenado el año de su muerte y un testamento equiparable a su trilogía sinfónica final o las últimas óperas. Bayl concerta como nadie, la plantilla resultó ideal para que Weisgerber luciese presencia en la amplia gama dinámica de esta joya, el mismo idioma motívico del Allegro inicial, la ternura casi lírica del conocidísimo Adagio que volvió a ponerme un nudo en la garganta (de la cascada de toses mejor no hablar) más la cascada virtuosamente limpia y plena de musicalidad del Rondó: Allegro, el paso al frente del solista siempre querido e inspirado arropado por sus compañeros, remando en la misma dirección para dejarnos ese clasicismo único del genio de Salzburgo, que como su compañero de programa tendría que morir joven para ser reconocido. Los largos y merecidisímos aplausos a nuestro clarinete alemán desde la creación de la OSPA en 1991 premiaron esta labor de años y la posibilidad de abordar este concierto que no pasará de moda nunca.

La propina resultó un verdadero placer, sumándose a Andreas la trompa de Morató, el fagot de Falcone, la flauta de Myra Pears y el oboe de Ferriol para Requinta Maluca, tercer movimiento de «Belle Epoque in Sud-America«, obra  del brasileño Julio Medaglia que recuerda los felices años 20 con ese aire festivo y por momentos cómico que el clarinete pinta en compañía de sus amigos en un quinteto colorido de lo más agradecido. Al menos la música supone la mejor terapia en momentos de dolor y la muerte triunfa como sonora obra eterna, siempre inspiradora y aún más cuando se unen calidad, excelencia… y amistad. Gracias por este concierto que pone fin a mi año sinfónico. El Mesías del viernes 23 me pillará en tierras malagueñas aunque estaré pensando en él con m querido José Esteban G. Miranda comandando todo el conjunto, también un paso al frente de quien más ha trabajado desde el Coro de la Fundación esta página navideña que no falta en Oviedo con una OSPA para la ocasión.

Recordando a Javi Muñoz (In Memoriam)

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Mientras el jueves recordábamos a Carmen Díaz Castañón un montón de antiguos alumnos y compañeros del Instituto «Bernaldo de Quirós», contándonos historias de aquellos años felices de nuestra adolescencia, este viernes 16 de diciembre amanecía llorando por la pérdida de mi querido Javier Muñoz con apenas 59 años recién cumplidos.

Amigos desde críos, como nuestras familias, compartimos viajes en el Seat 1500 y después en un Dodge Dart de su padre Antonio Muñoz, el mayor empresario frutero de España y fundador del Polígono de Mieres donde los camiones cargados de fruta llegaban a diario para abastecernos como el slogan de sus tiendas: «Sólo de salud disfruta quien come mucha fruta». Su madre Nieves Álvarez (cuñada de Luis Noriega por su hermana Conchita), nos preparaba muchas meriendas y hasta soportó muchos conciertos en el piano de aquella casa de ensueño en la entonces calle Enrique Cangas, hoy Alfonso Camín, compartiendo profesores, primero Eladi y posteriormente en Oviedo con Mario G. Nuevo. El bachillerato nos separó entre la Academia Lastra y «el Bernaldo» pero volvimos a coincidir en clase a partir de 5º de Bachillerato donde yo era el veterano aunque Javi siempre fue mayor. Alumno brillante, ciencias puras en aquelllos últimos años de dictadura, alternando con la carrera de piano, Javi por el plan viejo, con el concierto de Chopin en 8º (aunque sin la orquesta), yo con el nuevo entre Debussy, Albéniz o las sonatas con violín de Beethoven en casa de Carlos Luzuriaga, de nuevo compartiendo mañanas de sábado. Y los fines de semana escapadas al Rancho, a Vegadotos, al Chorro si hacía buen tiempo, pero sobre todo el largo invierno trufado de guateques, porque en su casa había no solo tocadiscos con las novedades discográficas del momento (Barry White y el Sonido Filadelfia hacían estragos) sino un pedazo de salón con barra, amén de las antiguas cocheras donde jugábamos partidos de fútbol sala con las cámaras frigoríficas cual porterías. Chona, la siempre fiel «ama de llaves» más que muchacha de la familia, con el beneplácito de Antonio y Nieves, preparaba el pincheo para acompañar los refrescos, que ya nos encargábamos nosotros de darle el «toque prohibido» así como los cigarrillos, unos Sombra o Ducados, otros como Javier, siempre un sibarita, John Player Special cuando no unos Piper mentolados. Su hermano Tony ya estaba por Madrid, estudiando para Ingeniero Agrónomo.

El final del verano de 1975 finalizábamos nuestra carrera de piano, para afrontar aquel COU de Física, Química y Matemáticas, «libres» de la carga musical, que nunca lo fue para nosotros. Lo recuerdo como si fuese ayer: Javier en primera fila con su tocayo Recuero, detrás Julín y Luismi Campomanes (figura del hockey en el Patín Kiber), y en la tercera fila servidor, con Dimas Llaneza que además era zurdo y daba mucho juego en aquellos pupitres donde  hacíamos palanca en la barra delantera para elevar la silla del que teníamos delante…
Los recreos nos juntábamos «la pandilla», ciencias y letras ya recién tirado el muro que separaba chicos y chicas, aunque las escaleras seguían diferenciadas. Javier Antuña, Luis Fernando el de la Relojería Dimas, Eduardo Saracho, Alejandro Cuartas, Pepe «el mi chero» desde los seis años, Gil, «Cachito», Carlos, Isaías, Vaquero, Julio Pas, Felipe, Paco… Progres y peras porque ya empezaban a etiquetar por la forma de vestir (Jerseys de lana y botas de Segarra «frente» a Fred Perry, Pulligan y Sebagos, trenkas y loden) más que por las ideas, efervescentes pero aún difusas, siempre con la música y los chistes además de los primeros «amores», no siempre reconocidos.

Franco moriría aquel noviembre de COU y el curso 1975-76 marcaría el fin de una etapa que vivimos en primera persona, Viaje de Estudios por Barcelona, Valencia y Madrid incluido. La universidad nos esperaba a casi todos, Oviedo pero también León según la elección (Forestales o Veterinaria). Medicina esperaba a muchos, Derecho a otros, Minas para los pocos elegidos, Peritos para los que seguían tradición… Javi se fue para Químicas y yo «tirando la toalla» tras mi fracaso en junio decidí hacer Magisterio por Humanidades pese a superarlas en septiembre así como la Selectividad (luego de «la mili» tendría tiempo para cursar Historia del Arte).

Al menos los fines de semana seguíamos juntándonos, la pandilla como tal se había roto con los noviazgos que habían surgido, unos más largos que otros, pero sobre todo que nos hacíamos mayores porque éramos universitarios. La apertura del «42 Piano Bar» en la conocida calle del vicio fue un oasis para Javi y para mí porque era donde manteníamos los esperados encuentros alternando aquel piano de pared (una temporada incluso llevaron uno de cola pero ocupaba mucho) que Isauro y después Tonín y Sabino «Gelín» mantuvieron tanto tiempo, con Adriano «Chele» de barman y cantante ocasional. No faltaban las incursiones a cuatro manos como en nuestros años jóvenes, incluso en 1985 con motivo de la celebración de unas jornadas de la juventud que organizó el Casino de Mieres, nuestra «segunda casa» desde los 16 años, celebramos un concierto en el Salón de la Caja de Ahorros donde estuvo la Tuna (Javi también pasó por ella apenas un par de meses con la melódica, porque siempre fue muy responsable y estudioso, no como «el Corcheas»), un trío para la ocasión con Jami, Miguelón y quien suscribe (foto de abajo), pero por supuesto las cuatro manos repasando temas de los nuestros, El Pájaro Chogüí, Entre dos aguas y lo que se terciase, en la foto de arriba.

Los malos tiempos llegaron tristes, perdiendo lo impensable, crisis de todo tipo, y Javi comenzó a dar clases particulares de Matemáticas mientras intentaba finalizar Químicas con todo el esfuerzo extra que aquello suponía. La UNED, la Facultad de Valladolid, al fin la necesaria y deseada licenciatura. Sería reconocida su gran calidad como profesor y venían estudiantes universitarios de todas las ingenierías además de los bachilleres del Concejo. Cosas de la vida, del emporio de la fruta al poderío del conocimiento, pero sin el reconocimiento ni la suerte siempre esquiva.
Fue perdiendo a su madre, después a su padre, y ganando en alumnado, la vida aprieta, cada vez más horas de encierro y pocas de ocio.
En mi boda allá por 1991 creo que disfrutó con el encuentro de tantos amigos, se puso una pajarita que siempre le quedó bien, pero tantos años en Oviedo me hicieron perder el contacto que quedaba reducido a alguna escapada nocturna los sábados. Cierto que tenía noticias, su afición a la Coca Cola desde los tiempos de nuestra vecina Felita, que compraba por botellones, a las chuches, al tabaco en proporciones nada saludables.
Volví a vivir a Mieres va hacer ahora 19 años, pero Javi salía poco, cada vez menos. Había tenido un ictus y me lo encontraba muy desmejorado, sería el mes de mayo pasado. No volví a verle aunque las noticias seguían llegándome por amigos y compañeros, nada halagüeñas para alguien todavía joven. Ayer recordábamos los tiempos felices del Bernaldo, y hoy la vida me daba otra bofetada con la noticia de su muerte en casa, solo, creo que un infarto rápido, sin sufrimiento físico pero con la inmensa tristeza de la soledad. Me sentí triste, vacío, mal amigo por dejar la cita siempre para otro día, insistirle, llamarle, charlar y rejuvenecer con los recuerdos. «Las sevillanas del adiós» son perfectas para esta despedida:

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va…

Javier Muñoz Álvarez, nuestro querido Javi, que «El Lago de Como» (C. Galos) que era tu melodía preferida e interpretabas como nadie con aquellas manos de largos dedos, siempre por mí envidiadas, sea el descanso merecido porque seguirás vivo en nuestro recuerdo. Este sábado a la una del mediodía te despediremos cristianamente en «nuestra iglesia» de San Juan.

DESCANSA EN PAZ amigo.

Foto cortesía de Pedro Martínez Cruz:

 

Caleidoscopio en infinidad de grises

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Viernes 9 de diciembre, 20:00 horas. Teatro de la Laboral, GijónLaboral Cineteca, Concierto extraordinario OSPA, Sonia de Munck (soprano), Mª José Suárez (mezzo), José Ramón Encinar (director). Jesús Torres: «Fausto. Música para la proyección de la película de Friedrich Wilhelm Murnau (1926)» (2008). Entrada: 8 € (más 1 € de gestión, todo desde casa incluyendo la impresión de la misma).
El mal llamado cine mudo siempre tuvo la música como soporte y apoyo, en directo con un piano, un dúo, una agrupación de cámara o una gran formación sinfónica. Grandes partituras orquestales se han escrito para la pantalla desde sus inicios y comienzan a recuperarse desde hace tiempo esas proyecciones con la música en vivo, incluso con nuevas bandas sonoras para películas históricas como ya hemos podido disfrutar en Asturias en repetidas ocasiones.

Y este viernes llegaba a Gijón el Faust. Eine deutsche Volkssage (Fausto. Una leyenda popular alemana) de 1926 del director alemán F. W. Murnau con música de Jesús Torres (Zaragoza, 1965), no la banda sonora sino una música paralela a la proyección, como indica el título de la partitura, superposición de ambos acontecimientos y pensada para complementarse más que subrayar la acción. El dedicatario de la misma, José Ramón Encinar junto a las voces que estrenaron la obra en Madrid, pero esta vez con nuestra OSPA en vez de la ORCAM (merece ver la entrevista en OSPATV) fueron los encargados de un excelente espectáculo sinfónico que nos devuelve lo mejor de la programación asturiana aunque sea fuera de los abonos y de los escenarios habituales, fichando como compositor residente al maño, con todo lo que supone trabajar codo con codo al creador y sus intérpretes.

El expresionismo como género artístico se concibe en toda la partitura como nueve escenas o números no siempre concidentes con la acción cinematográfica pero igualmente cargadas de emociones y ambientes sonoros desde un lenguaje atemporal con especial protagonismo de la percusión y el piano para una plantilla no muy grande donde además de metales (sin tuba), la madera presenta instrumentos extremos como flautín, clarinete bajo o contrafagot además del corno inglés, todos con intervenciones solistas y un tejido de texturas en la cuerda para ir jugando con una infinita carga de matices sobre el blanco y negro dibujando emociones, efectos avanzados para los años veinte del pasado siglo y la música por momentos contemporánea a la vez que actual, dos obras maestras discurriendo paralelas. La incorporación de la voz femenina hacia el final con la madrileña Sonia de Munck y la asturiana Mª José Suárez en perfecta simbiosis vocal de empaste, color y expresión, sin texto, amplificadas lo justo con una reverberación que ayudaba aún más a ese clima dramático en el amplio sentido de la palabra, las mismas voces que han participado en cada concierto, conforman casi una ópera visual, aportando una dimensión tan celestial como el propio triunfo del amor que ilumina pantalla y espacio sonoro.

Si percusión y viento parecen cargar con el peso, toda la cuerda (hoy con Fernando Zorita de ayudante de concertino) tejió pasajes en un caleidoscopio orgánico de variadas texturas para alcanzar dramatismo, pulsión rítmica, lirismo en los solos de Vasiliev o von Pfeil, guiños melodramáticos sin cargar tintas, dolor y amor en las dosis idóneas, todo con el dominio total de un Encinar que llevó cada fotograma sonoro de la partitura con igual exactitud que los del celuloide, dotándolo de las dinámicas precisas y el ambiente ideal pensado por un Torres que maneja la paleta sinfónica paralela a la de Murnau. Si la película sigue asombrando con la perspectiva de los años y el amor por el séptimo arte que no ha dejado de avanzar, la música no solo camina de la mano sino que puede volar independiente de la imagen aunque con ella alcance el verdadero sentido compositivo.

Las notas al programa de Álvaro Guibert son las preparadas para el estreno madrileño en el Teatro de la Zarzuela que encarga esta partitura, allá por mayo de 2009, y que se ha repetido no demasiadas veces, agradeciendo poder disfrutarla en Gijón, un placer la lectura previa y también la posterior al espectáculo que agradó a todos los presentes, toses siempre evitables, alcanzando el clímax en la explosión de parte de los parches colocados en los palcos laterales del primer piso con el redoble de caja en el escenario mientras el amor de Goethe triunfaba sobre Mefisto, el drama inmortal  donde se sigue vendiendo el alma no ya por la eterna juventud sino por cosas mucho más perecederas. Torres ha sabido captar la quintaesencia y atraparla en una partitura para la que Murnau es compañero de este viaje.

Como la noche y el día

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Viernes 2 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 3 OSPA, Leticia Moreno (violín), Rossen Milanov (Director). Obras de Mason Bates, Mozart y Dvorak.

Con el título «Tradición y modernidad» y manteniendo la línea de programar estrenos junto a obras señeras del sinfonismo donde no falte un concierto para solista, el patio de butacas del auditorio presentaba un panorama desolador como presagiando cierto descontrol, puede que algo alentado por muchos titulares de la prensa que titulaban cosas como «Música compuesta para instrumentos y tecnología», «La OSPA presenta en Avilés su programa… incorporando a sus filas un ordenador portátil» y demás lindezas que siguen demostrando poca cultura musical unida a un desconocimiento de lo que nos rodea.
Qué dirían hace unos años cuando se usaban magnetófonos, pianos preparados u otros artilugios que acaban convirtiéndose en «cotidiáfonos«. Las notas al programa de Eduardo Garcia Salueña (enlazadas en los compositores) aportan la visión de un musicólogo e intérprete que vive y convive con esta forma de entender la música, actual, abierto a la tradición desde nuestros días sin necesidad de etiquetas. Ojalá el público no tuviese tantos prejuicios al escuchar obras de nuestro tiempo, que podrán gustar o no pero son de ahora. Claro que tampoco Schoenberg, Webern, Nono, Stockhaussen, Luis de Pablo, Tomás Marco y tantos otros menos programados siguen sin contar entre las preferencias de público y programadores que siguen apostando sobre seguro para no perder fidelidad. Lo malo es el futuro, a la vuelta de la esquina, que no parece augurar buenos tiempos para el sinfonismo de siempre, y solo las bandas sonoras encuentran un refugio para ello.

Y todo por el estreno en España (jueves en Avilés y este viernes en Oviedo) de la obra de Mason Bates (1977) The Rise of Exotic Computing (para Sinfonietta y ordenador portátil) compuesta en 2013 que el maestro Milanov presentase ya en Oporto el abril pasado con la Orquesta de la Casa da Música. En mi juventud los vinilos se «pinchaban» pero llegados los CDs y los anglicismos a los que no podemos enfrentarnos, quienes ponían música grabada pasaron a llamarse DJ (disc jockey) y los ordenadores han sustituido el soporte físico para convertirse en herramienta compositiva y fuente sonora, algo que no exime del siempre difícil papel de componer. No es solo usar la máquina, pegar patrones y utilizar melodías de otros, que también es habitual en muchos clubes y discotecas actuales. El conocido DJ Bates domina la escritura orquestal a la que suma secuencias pregrabadas, loops o bucles, con percusiones digitalizadas (impresionante escuchar el taiko), efectos y sonoridades electrónicas (amplificadas y marcando un tempo fijo de aproximadamente 120 pulsos por minuto) que se fusionan con una orquesta donde percusión de placas con piano, además de una plantilla muy bien planteada ajustada utilizando el recurso de la repetición, más que el «minimalismo» tejen unos ambientes de lo más nocturnos, como una fiesta discotequera actual de música «chill out» en el auditorio ovetense convertido por momentos en una lounge (literalmente salón pero desde la acepción de «género de música, una variación, principalmente del jazz, que se conoce desde la década de 1950.

Se caracterizaba por presentar ritmos sensuales y desprovistos de una instrumentación recargada»). Así entiende esta obra el norteamericano y su defensor búlgaro al frente de la OSPA (de nuevo con María Ovín de ayudante de concertino) que defendió la composición sin problemas, ritmo e impulso marcado por la máquina mientras los instrumentos (Sinfonietta en cuanto a obra para gran orquesta) tejían esa ambientación sinfónica mientras el percusionista Francisco Revert iba «lanzando» las dosis recetadas para una partitura actual y fácil de escuchar.

Tras la noche debería llegar el amanecer pero pareció traerlo con resaca ya que la vuelta al clasicismo no solo fue un choque brutal sino una verdadera lástima. El Concierto para violín nº 5 en la mayor, K. 219 (Mozart) traía de nuevo a Leticia Moreno (Madrid, 1985) de solista pero no hubo química ni entendimiento con Milanov en ningún momento. El sonido de su Nicolo Gagliano de 1762 tampoco emergió sobre la orquesta (destemplada por momentos incluso en las trompas), solo pudimos paladearlo un poco en las cadencias, por otra parte poco limpias y más sentidas que ejecutadas, y el Adagio central que era imposible «pasarlo de cocción», pero escucharlo era como hablar «idiomas» contrapuestos entre el intimismo de la madrileña y un romanticismo fuera de lugar en la orquesta, sin controlar dinámicas ni siquiera el propio sentido musical de un concierto «de libro», porque al menos el Rondó: Tempo de Minueto tan «turco» de sabor, podría haber sido un manjar y acabó quemado. El malestar de Leticia Moreno era palpable solo mirándola y aún mayor escuchándola, sufrimiento que nos privó de una propina para dejarnos un paladar menos ácido. Esta visto que ni concertar ni el clasicismo son platos fuertes del búlgaro, algo que vengo comentando hace tiempo.

La OSPA siempre ha interpretado a Dvorak de manera ejemplar, y la Sinfonía nº 7 en re menor, op. 70 no fue una excepción, el día pleno tras la noche y la resaca aunque con pocas horas de sol como corresponde a este diciembre frío de gripes varias. Me preocupa de nuevo el gesto poco preciso del titular, sobre todo cuando los brazos comienzan a dibujar círculos cual bailarín sobre el podio, que no aportan nada salvo cierta inseguridad en las distintas entradas o cambios de compás, pero la partitura del checo es tan clara y perfectamente escrita que todo fluye de manera natural, luces y sombras, noche y día, las dinámicas (que sí busca siempre Milanov) demuestran la calidad de una formación madura. Cuatro movimientos que van de menos a más, tensión en una cuerda presente como nunca pese al poderío de los metales, contenidos y de sonoridad aterciopelada optando por el color más que el calor, puesto directamente en el fuego de los pentagramas. Intervenciones como la flauta de Myra Pearse siguen siendo un placer al oído y sigo preguntándome cómo hubiese sido con maestros como el recordado Mr. Griffiths