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Climatologías musicales

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Viernes 27 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 2 OSPA, Ludmil Angelov (piano), Rossen Milanov (director). Obras de Saariaho, Chopin y Sibelius.

Volvía la OSPA a los conciertos de abono tras el paréntesis operístico mozartiano que le ha venido realmente bien, con si titular al frente en un programa de los que le gustan y domina, algo que se percibe en muchos detalles. La estructura del concierto la ya centenaria de colocar en el centro un concierto solista y finalizar con obra sinfónica, en este caso continuación casi del día anterior en el mismo auditorio aunque con otra formación con una obra breve, a veces de estreno, para abrir velada.

También volvían las conferencias previas una hora antes, esta vez con Daniel Moro Vallina, autor de las notas al programa (que dejo enlazadas arriba en los autores), centrando perfectamente, aunque con tecnicismos que no todos los presentes entendieron, las obras a escuchar con el título París-Helsinki: Centro y periferia europea del siglo XIX para un concierto bautizado como «Auroras Boreales I» al enmarcar a Chopin entre dos finlandeses.

Comenzábamos con el estreno en España de Cielo de Invierno (2013) de la compositora Kaija Saariaho (1952), en la línea de otras contemporáneas basada en «texturas espaciadas que evolucionan lentamente desde el sonido individual a la totalidad del espectro armónico» que escribe el conferenciante, o si se quiere, el trabajo del timbre instrumental para crear ambientes o imágenes sonoras que sabiendo corresponde a la segunda parte de una trilogía titulada Orion (2002) y abandona su habitual estilo electrónico para reencontrarse con la orquesta, nos da una idea de música cósmica. Con amplia plantilla donde no faltaba la percusión más piano y celesta (hoy tocados por dos compositores como Omar Majbour Navarro y Guillermo Martínez, puede que por entender mejor la mecánica de estas obras cercanas a su generación), saca sonidos que evocan constelaciones, estrellas, frialdad cósmica vista y sentida desde su país natal, tiempos lentos casi flotantes con los instrumentos utilizando sordinas, registros no habituales y una serie de capas superpuestas que el director búlgaro iba balanceando para pasar de unos planos a otros, sin olvidarse de unas dinámicas extremas (impresionante el pianísimo final) que completan un lenguaje poco personal y más argumental por no llamarlo descriptivo, incluso sin saber nada de la obra. Bien todas las secciones y los refuerzos para seguir apostando por la escucha de obras actuales, puesto que debemos educar el oído como el resto de los sentidos.

La parte central nada menos que el Concierto para piano y orquesta nº 1 en mi menor, op. 11 de Chopin a cargo de Ludmil Angelov, compatriota de Milanov por lo que podríamos decir que hablaron el mismo idioma para una escritura donde el protagonista es el solista y la orquesta acompaña con la dificultad del siempre necesario rubato romántico un poco en la línea del canto como también nos contó el doctor Moro en la conferencia. Sonido limpio y cristalino el de Angelov, con la técnica apropiada para Chopin, sin gran sonoridad y bien concertado por Rossen, disfrutando de este concierto que los pianistas de mi generación asociamos al último año de la entonces llamada carrera profesional. Salvo ligeros retrasos de la orquesta en algún final de frase, destacar la «colocación vienesa» que ayudó a ganar en color el papel orquestal de arropar al solista redescubriendo contestaciones del fagot o unas trompas contenidas y bien ensambladas, aunque siempre triunfando el piano en un clima de temperatura otoñal, con un buen comunicador el pianista búlgaro.
Y no podía haber otras propinas que Chopin, en solitario y con la misma limpieza y ligereza del número 1, el Nocturno en do sostenido menor profundo en lectura, más un personal Vals op. 64 nº 2 en la misma tonalidad, donde los juegos de tiempo fueron algo excesivos pero lógicamente buscando aportar algo nuevo para un repertorio que todo melómano conoce de memoria. Un excelente solista Ludmil Angelov en unas obras donde está reconocido como intérprete de referencia, aunque los grandes sigan en activo pese a los años que aún tiene por delante el búlgaro, verano de la Europa central en plena primavera vital.

Los fríos finlandeses los degustamos el jueves como preparándonos para estos climas nórdicos donde la música de Sibelius y otros vecinos parecen dibujar paisajes blancos de nieve, cielos azules intensos con auroras boreales, pero también bosques de apariencia devastadora con un encanto que a los asturianos nos toca de cerca, aunque sea un invierno con mejor temperatura. Finlandia y la segunda sinfonía nos hicieron descubrir una orquesta distinta de la habitual pero «Leyendas» la Suite Lemminkäinen, opus 22 sacó de la OSPA sus mejores cualidades, con Milanov sabedor de todos los recursos y calidades. Cuatro poemas sinfónicos o cuentos, historias de la mitología del frío con aires rusos cercanos y una escritura orquestal bellísima, llena de contrastes entre secciones, con intervenciones solistas que reafirman la calidad de cada atril, cuatro obras con personalidad propia conectadas por la unidad interpretativa desde un clima nunca gélido pero sí tenebroso, muy Mordor astur por emplear una imagen muy nuestra.
Lemminkäinen y las doncellas de la isla, arrancando con las trompas seguras, la madera nostálgica y alegre pero sobre todo la cuerda que nos cautiva, compacta, propia, presente, incisiva y aterciopelada, dinámicas muy trabajadas y manteniendo la pulsión del personaje con todas sus aventuras, melodías con el sello finlandés indescriptible con palabras e inconfundibles al oído, energía y vitalidad.
El cisne de Tuonela, probablemente lo más conocido de esta suite, nos dejó dos solos de corno inglés y cello dignos de unos intérpretes de primera que sintieron e hicieron sentir el ambiente nórdico desde nuestro paisaje y lenguaje asturiano, bien arropados por sus compañeros con un Milanov dejando fluir las melodías.
Lemminkäinen en Tuonela volvió a dejarnos una cuerda increíble, misteriosamente clara, trémolos presentes jugando con intensidades y ataques, la percusión, especialmente el bombo, más todo el viento derrochando protagonismos compartidos que el director búlgaro impulsó con autoridad en busca de la temperatura adecuada, balances dinámicos acertados y tensión mantenida con ritmos cambiantes y tímbricas increíbles.
El regreso de Lemminkäinen es como la reafirmación del paisaje plateado, los veinticinco años de esta OSPA continuadora de una larga tradición sinfónica asturiana que alcanza ahora un momento ideal para afrontar cualquier repertorio aunque Sibelius suene siempre especial en ella, y este regreso del protagonista nos permitió disfrutar de nuevo con todas y cada una de las secciones con un Milanov inspirado, brillo de metales, «pizzicattos» de cuerda punzantes, ritmo vigoroso y alegre reforzado por toda la percusión, píccolos volando a dúo, clarinetes chispeantes, tuba poderosa, trompas empastadas como nunca, la formación al completo y una sensación de trabajo bien hecho que como público agradecemos siempre, con ese final apoteósico que nos levantó el ánimo ¡y las posaderas!. Los siguientes directores invitados tienen ahora la responsabilidad de mantener e incluso superar el nivel actual.

L.A. Finlandia mediterránea

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Jueves 26 de noviembre, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Francesca Dego (violín), Oviedo Filarmonía, Pedro Halfter Caro (director). Obras de Corigliano y Sibelius.

El cambio de última hora de director tras la «indisposición» del venezolano Matheuz no supuso contratiempos pese a la dificultad del programa sino que todo pareció como reforzado con la llegada del madrileño Pedro Halfter que transmitió seguridad, decisión e ímpetu a los músicos, siempre desde el dominio de las obras (enhorabuena a quien realizase la rápida gestión de encontrar esta perla española para un programa ya decidido), la excelente concertación con la solista y sobre todo con la visión mediterránea de dos estilos tan dispares como el del finlandés Jean Sibelius y el cinematográfico «made in Hollywood» de L. A. (como llaman los americanos a Los Ángeles de un John Corigliano que no desentonó con el nórdico.

La violinista italiana Francesca Dego impactó y convenció desde la afinación previa con un sonido potente, de armónicos capaces de sobreponerse a una masa orquestal poderosa, con una técnica sobresaliente no ya en la mano izquierda sino con un dominio del arco que sacó del violín el verdadero espíritu del título de este concierto para violín y orquesta más su película correspondiente, «El violín rojo» con cuatro movimientos que nos llevan a distintos ambientes en la historia de un instrumento cargado de dramatismo con una escritura actual que no pierde referentes históricos y bien comentado en las notas al programa de Luis Suñén. Todas las secciones de la OFil sonaron convincentes, cómodas, con tensión y relajación en el momento justo, por fin una cuerda homogénea con pegada en el grave, carnosa, realmente jugosa en una partitura complicada de ejecutar por todos que el maestro Halfter llevó realmente bien. Impresionante la Chaconne primigenia y fílmica así como su crecimiento tímbrico, dinámico y rítmico desde un violín subyugante que irá «enrojeciendo» en carácter contagiado a toda la orquesta: percusión ajustada, metales seguros con unas trompas aterciopeladas y una cuerda redonda, más unos solos llenos de pasión y energía compartida. El Pianissimo Scherzo delicado y presente en todas las secciones mostró la calidad de una orquesta necesariamente más contenida alcanzando unas tímbricas etéreas realmente muy logradas, al igual que el violín de la italiana, armónicos claros bien arropados por una cuerda percusiva con los arcos ayudando a crear ese ambiente. El Andante flautando incidiendo en la misma onda positiva, luchando con los paraguas desmayándose con una cuerda este jueves convincente, con garra y rubricando las intervenciones solistas con unos graves que hacían vibrabar las entrañas desde un lirismo cálido pero aguerrido en una montaña rusa de emociones escritas con dinámicas vertiginosas plagadas de «sustos y remansos». Pero sobre todo el epatante Acelerando finale que sacó lo mejor de todos, director, orquesta (sobresaliente para la percusión) y solista, casi una danza macabra explosiva redondeando un concierto de nuestro tiempo estrenado por Joshua Bell en noviembre de 1997 que «la Dego» está haciendo suyo en este su tiempo.

Y dos propinas generosas para acabar de convencer de su dominio técnico al servicio de una musicalidad cálida, mediterránea, la Sonata nº 3 «Balada» de Ysaÿe y el Capricho nº 16 en sol menorPresto de Paganini con exhibición cargada de sentimiento que me llevé a casa grabado con los otros veintitrés en el CD firmado por la elegante y guapa Francesca Dego, amable con todos los que se acercaron a charlar con ella.

El gran Sibelius (del que mi admirado David Revilla tiene el mejor blog en castellano) enmarcó al norteamericano, abriendo con Finlandia, op. 26 y cerrando con la Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 43, con una Oviedo Filarmonía distinta a los últimos conciertos, pletórica en todas las secciones y entregada al magisterio de Pedro Halfter. El arranque del poema sinfónico (sin los coros, lógicamente) ya presentó un sonido compacto, tenso en todas las secciones, que el director y compositor madrileño se encargó de cuidar al detalle, metales sedosos a la vez que presentes jugando con trompas y trompetas más trombones con tuba, timbales protagonistas asegurando la pulsión, cuerda enérgica y limpia desde los contrabajos a los violines, solo algo «escasas» en número las violas pero sin merma de la sonoridad global. Sorpresa positiva escuchar esta obra «puro Sibelius», a la vez cálida como en un deshielo primaveral, ruptura del hielo que aún respira aire ruso pero con anticiclón mediterráneo, latino si se quiere aunque germano por una dirección clara y precisa, pletórica como nunca.

Y la segunda sinfonía que hemos escuchado varias veces en este mismo auditorio (recordando muy bien la que dirigiese a la OSPA mi querido Ari Rasilainen) sonó fresca y homogénea, esperable tras la primera parte, cuatro movimientos con el sello inconfundible y el carisma de un sinfonista como el finlandés, energía y claridad en toda la gama dinámica, Halfter transmitiendo conocimiento con cada gesto en una partitura exigente para todas las secciones de la orquesta hoy reluciente, entregada, convincente de principio a fin. No huyó el maestro de tiempos más serenos, sin renunciar a unos «rubati» bien entendidos como en el segundo movimiento -dejando disfrutar de los solistas-, el Vivacissimo-Lento e suave-attaca demostró que la formación capitalina rinde cuando se la dirige con las ideas claras a pesar del poco tiempo con que el madrileño ha contado, apostando por un final verdaderamente poderoso al servicio de ese Allegro moderato emocionante, música en estado puro. De no saber la trastienda de este concierto hubiésemos pensado que es su titular (creo que no importaría a nadie que lo fuese) por cómo llevó tanto la sinfonía como el resto del concierto. Una alegría tener un español entre las batutas de referencia mundial capaz de desenvolverse tanto en el foso como sobre el escenario, y este jueves volvió a demostrarlo con la OFil. ¡Bravo Maestro!

Despojando los textos

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Viernes 20 de noviembre, 20:30 horas. Iglesia de San Isidoro el Real de Oviedo, XI Ciclo de Música Sacra «Maestro de la Roza». Oniria Sacabuches: «La música estremada» (Música y mística en el Siglo de Oro español). Obras de Vivanco, Pisador, Juan Vásquez, Victoria, Morales, Guerrero, Cabezón y Salinas.

Nuevo lleno en San Isidoro pese a la variada oferta musical ovetense para este viernes de noviembre con una original propuesta de este grupo andaluz formado por tres trombones antiguos o sacabuches, Manuel Quesada y Carmelo Sosa (sacabuches alto y tenor) más Daniel Anarte (sacabuche bajo, tenor y dirección), con el percusionista Eugenio García Navarro y la recitadora Caroline Astwood, tomando como punto de partida la polifonía renacentista a la que despojan de los textos, que se proyectan en español, pudiendo seguir la poesía de Juan Boscán, lecturas de Jeremías o el «Cantar de los Cantares» e incluso el «Romance del Conde Claros de Montalván» musicado por Francisco Salinas, que cerraría el concierto, siempre presentadas con poemas bien sentidos que pareciesen recopilación de las anteriores temporadas de este ciclo ovetense, escuchando a Fray Luis de LeónSan Juan de la CruzSanta Teresa de Jesús cuyo éxtasis de Bernini también ilustraba el programa.

Cuatro bloques con entidad propia capaces de «cantarse sin letra«, desde Si la noche haze oscura del Cancionero de Upsala o el del salmantino Diego Pisador (1510-1557) que abrían y cerraban «La noche oscura», con dos motetes del abulense Sebastián de Vivanco (1551-1622), polifonía olvidada y recuperada con metales y leve toque de percusión remontándonos a los Ministriles catedralicios que tantas veces doblaban a las voces e incluso, como esta vez, las sustituían directamente, respirando cual canto y fraseando mentalmente los textos latinos o en castellano antiguo.

«Una mirada contemplativa» nos traería a otro gran abulense como Tomás Luis de Victoria (1548-1611), dos «Benedictus» victorianos de verdadero rezo sin palabras, pertenecientes a las misas O magnum mysterium y O quam gloriosum, escoltado por Si no os hubiera mirado Juan Vásquez (1500-1560) y Cristóbal de Morales (1500-1553) con dos visiones del mismo texto armonizadas por un vihuelista o un polifonista esta vez con este trío de trombones.

«Canciones o cánticos espirituales» trajeron la alegría de Francisco Guerrero (1528-1599), villanescas cual cantos caballerescos donde la Dama es amada y loada, Pastor, quien madre Virgen, limpieza de líneas vocales desde un trío de sacabuches plenamente compenetrado, Tan largo ha sido, escuchando al tenor bien acompañado por las otras dos voces, ¡Oh, venturoso día! para seguir paladeando la polifonía vocal desde unos metales sedosos y terminar con ¿Qué se puede desear?, arduo trabajo el de estas transcripciones capaces de hacernos «olvidar» unos textos y desnudar la música pura.

El último bloque «Divina Armonía», comenzaba con el Tiento primero de Antonio de Cabezón (1510-1566), órgano a tres sacabuches que debieron ornamentar cual teclista con toda la dificultad técnica del trombón de varas, para engrandecer con sus «crescendos» lo que la mecánica no puede y el soplo humano convierte en imposible, dos nuevos «Benedictus» del Maestro Victoria Trahe Me Post Te y Quam pulchri sunt dibujadas las voces desnudas en una tímbrica sorprendente, antes del ya citado romance Media noche era por filo del genial ciego Salinas, perfecto broche de un concierto donde la palabra la pusimos todos y la música una agrupación original en formato con repertorio verdaderamente de oro, como nuestro mejor siglo cultural. La propina despliegue de folía del cuarteto con su mejor percusión y la alegría del Adviento con una música que siempre resulta «divina armonía».

 

Equilibrada inestabilidad

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Jueves 19 de noviembre, 20:30 horas. Festival Internacional de Órgano Catedral de León, CNDM: «Bach en la Catedral«, Roberto Fresco (órgano).
Concluyó otra edición, la trigesimosgunda de un festival casi sin apoyos, que como indicaba en la presentación su director Samuel Rubio, resultó ser el de mayor éxito de público. El apoyo del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a través del INAEM y el Centro Nacional de Difusión Musical ha sido un verdadero salvavidas y este ciclo de «Bach en la Catedral» continuará varios jueves en «el Klais» de la Pulchra Leonina y los sábados en «el Grenzing» del Auditorio Nacional con el exitoso «Bach Vermut«.
En León el frío es intrínseco y no impide las colas para asistir a este verdadero peregrinaje bachiano, incluyendo aficionados y músicos asturianos, todo un éxito impensable que demuestra la vigencia eterna del cantor de Leipzig así como la música de este órgano que engrandece la catedral leonesa.

Foto ©Fernando Álvarez con Roberto Fresco, Jaime Mdez. Corrales y José Mª Martínez

Esta vez la neblina sumada a la gélida noche pareció alcanzar al organista de la Almudena que personalmente no acertó en las combinaciones casi infinitas del «Bicho de Klais» (2013) con un programa que arrancaba con el Preludio en la menor, BWV 569, algo oscuro pese al rugido del pedalero que llenaba lo más profundo de la acústica catedralicia.

Prosiguieron seis «Corales de Adviento y Navidad», donde fueron alternando registros digamos habituales con unos «octaviantes» realmente deliciosos e íntimos, buscando el contraste de dinámicas además del tímbrico por parte del organista astorgano, ayudado por Guillermo A. Ares: el Num komm, der Heiden Heiland del trío BWV 660 más el BWV 699, verdaderas meditaciones corales de Leipzig en el pedalero aflautado revestido por los teclados, Lob sei dem almärchtigen Gott, BWV 704, voces bien diferenciadas desde la dificultad, el hermosísimo Vom Himmel hoch, da komm ich her, BWV 738 vertiginoso y difícil de seguir la melodía tan trabajada, y la «fughetta» de Christum wir sollen loben schon oder, BWV 696, muy denso en el desarrollo con flautados impercebtibles y algunas imprecisiones porque Bach resulta tan perfecto en su escritura que nada que se salga de ella es delator implacable.

Más ligeros y en la misma línea de contrastes, sin «arriesgar» con los registros escuchamos cinco duetos consecutivos del BWV 802 al BWV 805, agradecidos en cualquier teclado, que en el órgano adquieren su verdadera dimensión, antes de continuar con cuatro «Corales de Navidad» del Orgelbüchlein: In dulci jubilo, BWV 608, un canon doble de registros celestes, Lobt Gott, ihr Christen, allzugleich, BWV 609, sonoridades en estado puro y pedalero presente, Christum wir sollen loben schon, BWV 611, lento y bien dibujado por Fresco, para finalizar con el vigor del Wir Christenleut, BWV 612, esta vez más homogéneo en desarrollo y lirismo siempre con profundidad expresiva aunque flotando la neblina exterior hecha sonido.

La recta final comenzaba con las «Variaciones canónicas» BWV 769, complicadas donde las haya, Vom Himmel hoch, da komm ich her que «ahuyentaron» a algunos espectadores tal vez despistados ante tanta música como esconden estas joyas organísticas, lengüetas agudas en mano derecha contrapuestas a una izquierda aflautada con el canto grave de los pies, el Contrapunctus X de «El arte de la fuga» BWV 1080, siempre más agradecido en versiones camerísticas porque en teclado parece misión imposible disfrutar la matemática hecha música del kantor, que el organista leonés buscó incansable limpiar de lo nunca accesorio en Bach, y finalmente el vivaldiano a dos violines reconstruido como Concierto en la menor BWV 593 que convierte al órgano en rey de los instrumentos reviviendo la orquesta en una explosión de registros para teclados y pedalero con tres movimientos que volvieron a resucitar al «bicho«, un Allegro poderoso, el Adagio retomando flautados mínimos y el luminoso Allegro final para reencontrarnos con el mejor Bach. En definitiva, un concierto de inestable equilibrio pero de equilibrada inestabilidad para todos los posibles que el instrumentos construido por Klais atesora, tomando poco a poco el aire leonés que a Mein Gott siempre le sienta bien. Supongo que en el Auditorio Nacional la paleta sonora caliente dedos y disipe nieblas.

Bodas sin resaca

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Martes 17 de noviembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo, LXVIII Temporada Ópera: Le Nozze di Figaro, KV. 492 (Mozart), Segunda función. Entrada Principal: 106 € + 1€ gestión.
En el meridiano de la temporada de ópera asturiana llegaba el no siempre habitual Mozart al coliseo carbayón con un reparto mayoritariamente español, hoy en día en línea con el mundial, para unas «Bodas» siempre llenas de vitalidad y humor e incluso sátira donde no falta la crítica aplicable a cualquier tiempo, burlas y engaños, lucha de clases e incluso ruptura de moldes a lo largo de arias y dúos conocidos y reconocibles, concertantes llenos de magia, maravillas de la escritura vocal que son siempre un placer escuchar en vivo.

La producción de la Opera Vlaanderen por la que no pasan los años, es agradable y resultona en los cuatro actos discurriendo en una especie de invernadero con trabajada y cuidada perspectiva que va destruyéndose según avanza esta jornada de locura, con la nobleza que se acerca al fondo engrandeciéndose cual Alicia en el país de las maravillas en un inteligente guiño escénico por parte de Guy Joosten, con iluminación cuidada (Jan Vereecken) y un vestuario en tonos pasteles para los ricos contrapuesto al negro e incluso el azul mahón para la clase trabajadora diseñado por Karin Seydtle. El primer acto de una sensación de pobreza unida a suciedad con los colchones manchados y la ropa tendida, para ir convirtiéndose en estancia palaciega, biombo y muebles bien elegidos, estancias venidas a menos como la propia nobleza, hasta el bosque final con aire catastrófico como de día después…

En el foso la OSPA de nuevo con Benjamin Bayl, al clave y dirección, imprimiéndole a toda la ópera un aire ligero, por momentos vertiginoso (personalmente me gusta más reposado), difícil de seguir para algunos cantantes, desde la deliciosa obertura que marcó la tendencia general: una orquesta cercana a la escena, delicada por momentos cual «guitarrino» y enérgica sin apoderar cuando así lo requiere la partitura, cuerda algo «seca» buscando más un preclasicismo seguidor del barroco a la moda que presencia tímbrica revolucionaria, puesta por una madera verdaderamente delicada y camerística, metales discretos y acertados en volumen, más una percusión siempre ajustada. Los recitativos, casi hablados, tuvieron el continuo del maestro australiano a veces reforzado por un cello preciosista amoldado al clave.

Sin descanso visual ni auditivo, la acción es trepidante toda la obra, apenas hay respiro o arias estáticas, abundante figuración además del Coro de la ópera, siempre afinado y seguro, más exigencias que por momentos parecieron pedir a todos, cantantes incluidos, un extra de estado físico además del propio y necesario de cantar bien.

Del elenco iré destacando en orden de calidad y gusto siempre personal: el Conde asturiano David Menéndez, al que he visto crecer desde sus inicios, hoy en día en un momento ideal (lleva con nosotros desde finales de octubre) con pleno dominio escénico y vocal, convincente, lleno de gusto y un acierto tenerlo como Almaviva mozartiano. La guipuzcoana Ainhoa Garmendia fue una Susana protagonista en todo momento, por papel y presencia, segura y brillante, asentada en los mejores elencos que no defraudó en ningún acto. Cherubino es el caramelo de toda mezzo y la rumana Roxana Constantinescu unió su juventud vocal con la exigencia del papel adolescente juguetón no exento de momentos deliciosos (Voi che sapete) además de cómicos, cautivando al respetable. La Condesa Amanda Majeski (sustituyendo a la inicialmente prevista Ainhoa Arteta) no desentonó aunque el papel pareció contagiarle cierta frialdad, pero solvente y segura en todas sus intervenciones (el aria Porgi amor emocionante y empastada el dúo de la canzonetta). Las mal llamadas voces secundarias, más por lo breve que por las dificultades siempre olvidadas tras la aparente sencillez del genio de Salzburgo, son necesariamente delicadas por lo exigentes, buscando una uniformidad de calidad para todo el reparto, destacando especialmente tres cantantes de grandísima comicidad, muy inspirados en esta función: la Marcellina de la soprano catalana Begoña Alberdi, con amplio registro lírico y escénico, el Don Curzio del cordobés Pablo García-López, un tenor mozartiano en pleno crecimiento, y el Antonio del bajo-barítono Ricardo Seguel, de jardinero casi histriónico y contagioso intentando entrar por la puerta con macetas y regadera, así como la breve Barbarina cantada por la soprano canaria Elisandra Melián realmente deliciosa (L’ho perduta), completando un elenco español más que digno.

Un escalón por detrás, aunque dentro de una media más que decente de voces españolas, el Fígaro protagonista del barcelonés Joan Martín-Royo, poco volumen para un barítono trabajador pero poco convincente en cuerpo, color delgado con mucho que cantar y por ello algo desigual, compensado con una escena muy estudiada y aprendida. Algo parecido me sucedió con el Basilio del tenor donostiarra Jon Plazaola, pareja con el cordobés en un claro recuerdo de «Hernández y Fernández«, algo corto de emisión que en los concertantes tampoco lució, y el Bartolo del bajo catalán Felipe Bou, quien no parece atravesar buena racha, al menos en las veces que le he escuchado, perdiendo aquella prestancia de color y profundidad que me maravillaba en sus inicios.

Como balance me hubiese gustado mayor diferenciación de colores en las voces iguales, pues así las entendía Mozart, pues «confrontar» sopranos o tenores puede llevar a la conclusión de igualarlas tanto en timbre buscando homogeneidad, más que empaste, que perdamos el carácter dramático en el amplio sentido de la palabra, poder diferenciar vocalmente dos clases sociales o dos formas de entender la vida y a fin de cuentas el propio canto. Es la parte complicada de un elenco que en líneas generales resultó bastante equilibrado, junto con el coro. Hubo muchos más detalles a destacar como montar a la vista el tercer acto, los dos telones dibujados uno con la perspectiva y el otro con las puertas, colocando las voces en el borde, y una acústica con la caja del decorado tan buena que incluso colocando los cantantes de espaldas al público (una idea genial de meternos en la escena) proyectaba su voz sin perder calidad ni volumen, por otra parte no siempre adecuado a pesar del mimo orquestal con el que el Maestro Bayl llevó en volandas a todos los músicos con buen entendimiento mutuo como en él es habitual.

Ficha:
El Conde de Almaviva: David Menéndez; La Condesa de Almaviva: Amanda Majeski; Susanna: Ainhoa Garmendia; Figaro: Joan Martín-Royo; Cherubino: Roxana Constantinescu; Marcellina: Begoña Alberdi;  Doctor Bartolo: Felipe Bou; Don Basilio: Jon Plazaola; Don Curzio: Pablo García- López; Barbarina: Elisandra Melián; Antonio: Ricardo Seguel.
Dirección musical: Benjamin Bayl;  Dirección de escena y diseño de vestuario: Guy Joosten; Diseño de escenografía: Johannes Leiacker; Diseño de iluminación: Jan Vereecken; Dirección del coro: Patxi Aizpiri;  Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias;
Coro de la Ópera de Oviedo.

Mozart es imposible que defraude, y estas bodas no dejaron resaca a pesar del ajetreo, así que no está mal seguir contando con él en la ópera ovetense, porque repertorio tiene para seguir disfrutando de su magia. Las localidades de última hora a 15 € están llenando los pocos huecos que quedan para algunas representaciones, todo un acierto en línea con las grandes temporadas.
De las charlas previas a cargo de Patxi Poncela otro positivo en el haber de la Asociación y Fundación Ópera de Oviedo, veinte minutos agradables de compartir humor y conocimiento como debe ser en un comunicador nato caso del gijonés. Y a seguir sumando con los libretos a un precio de 5 € con altísima calidad en todos los aspectos para ir completando una bibliografía que el tiempo convertirá en radiografía de esta señera temporada lírica española.
Por delante esperan El Duque de Alba (Donizetti) y La Bohème (Puccini), un estreno junto a un imprescindible en una programación donde se aúnan riesgo y continuidad ganando público (continuarán también las proyecciones en distintas localidades asturianas este jueves 19) que encuentra en la ópera el espectáculo total más allá de figuras puntuales, con un directo siempre irrepetible, esperando sigan contando con tantas voces españolas que no defraudan y triunfan fuera.

P. D.: Críticas de la primera función en el blog «Tribulaciones» de Aurelio Seco y «OperaWorld» de Alejandro G. Villalibre.

Distintos reportajes en la prensa regional:

Solidaridad con voces de lujo

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Sábado 14 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Gala lírica de ópera y zarzuela a beneficio de «Kiva Mirando a India«. Beatriz Díaz (soprano), Jessica Pratt (soprano), Juan Jesús Rodríguez (barítono), Alejandro Roy (tenor), Oviedo Filarmonía, Julio César Picos (director). Obras de Verdi, Donizetti, Giordano, Cilea, Giménez, Moreno Torroba, Penella. Entrada: 23 €.

Cuarteto vocal de lujo para una gala solidaria donde también estuvo muy presente París, encabezada por el barítono onubense afincado en Madrid, que lidera la asociación «Kiva Mirando a India» dedicada a escolarizar niños en Belagola (estado de Karnataka) y con pase previo de un vídeo donde aparece parte de este proyecto.

Verdi es el gran renovador de la ópera y ocupó gran parte de esta velada solidaria, primero La traviata desde la obertura que sonó ideal con la Oviedo Filarmonía hoy dirigida por un conocedor del género como el maestro gijonés Picos, pasando por el «Sempre libera» de la soprano inglesa afincada en Australia Jessica Pratt pletórica en volumen y agilidades aunque una Violeta algo fría en este inicio, contestada fuera de escena por un Alfredo que sabíamos era el asturiano Alejandro Roy, antes del Giorgio Germont hoy en día sinónimo de Juan Jesús Rodríguez, impresionante en todos los aspectos ese «Di Provenza», y en un momento álgido que esperemos mantenga, antes de la llegada de nuestra Beatriz Díaz encarnando la Violeta enferma (avisaron de su catarro pero nadie lo diría) en el dúo «Madamigella Valery» con el «suegro», ideal de contrastes, musicalidad y juego de roles, bastón, carta y silla incluidos que nos metieron de lleno en la escena con un rol que la asturiana debutaba con sobresaliente. La otra ópera elegida nada menos que Otello donde Alejandro Roy cantó el «Dio mi potevi» asombrando en toda la gama vocal y dramática bien arropado por la orquesta, un tenor capaz de afrontar todo el amplio registro sin perder proyección, totalmente imbuido del personaje, continuando con el dúo «Talor vedeste in mano» que el Yago del andaluz mejoró al del Campoamor, par de voces empastadas y pletóricas en estos momentos de sus carreras, lamentando no tener más en Asturias a un elenco de casa que debe triunfar fuera. Como premonitorio de ésto la obertura de La forza del destino que abría la segunda parte y nos despedía de Verdi con la orquesta de la capital experta en foso y dominadora de este repertorio al igual que su director, algo mermada en efectivos pero compensado por la entrega de sus integrantes.
Si «Traviata» forma parte de mi mochila operística, puede que el grueso de ella sea Lucia di Lammermoor de Donizetti, tanto en vivo como en grabaciones, y Jessica Pratt no defraudó ni en «Regnaba nel silenzio» con todas las endiabladas agilidades, matices, registros extremos y toda la pirotecnia desplegada en la partitura, como tampoco en el dúo «Apressati Lucia… Sofriva nel pianto» que Enrico Juan Jesús Rodríguez completó y equilibró en emociones musicales, nuevamente rotundo y convincente.

Llegarían las arias de los asturianos, Alejandro Roy con «Colpito qui m’avete» de Andrea Chenier (Giordano) defendido con pasión y dominio escénico para un rol que le va como anillo al dedo, y Beatriz Díaz en «Ecco: respiro appena… Io son l’umile ancella…» de Adriana Lecouvreur (Cilea) verdaderamente increíble, sentido, con esa línea de canto tan bien dibujada, matices increíbles sin perder proyección pese a una orquesta detrás y no en el foso, pero especialmente un color inimitable y personal que delinea cada personaje de forma magistral.

La lírica aúna ópera y zarzuela porque exigentes son ambas e incluso más la española despojada de complejos cuando tiene calidad e intérpretes. El conocido intermedio de La boda de Luis Alonso (G. Giménez) hizo de puente para disfrutar nuevamente de la OFil, cómoda en el repertorio y aire elegido por Picos, cuadro bailable que preparaba dos joyas, la romanza de Vidal «Luché la fe por el triunfo» de Luisa Fernanda (Moreno Torroba) que Juan Jesús Rodríguez canta como nadie, y hay grandes intérpretes a lo largo de la historia,

más el dúo asturiano de El Gato Montés (Penella), Roy y Díaz como Rafaelillo y Soleá arrancando el «ooole» del respetable del pasodoble más universal «Torero quiero ser», y enamorando como la primera vez, pareja perfecta e idónea de tenor-soprano, ambos de casa, calidad más que contrastada, química y física musicales levantando al público que premió con merecidísimos aplausos este cierre de velada con dos asturianos universales a los que apenas podemos disfrutar en su tierra (de hecho Beatriz Díaz parte este domingo a Taiwán para el Carmina Burana de La Fura dels Baus).

Aún quedaban dos propinas de lujo, el dúo del barítono de Cartaya y la soprano de Bóo en La del manojo de rosas (Pablo Sorozábal) «hace tiempo que vengo al taller» renombrando la zarzuela en ópera española por todo lo que disfrutamos, y un aria en solitario de la británica, nada menos que «O luce di quest’anima» de Linda di Chamounix (Donizetti) en la línea de las grandes voces belcantistas, bien acompañada por una OFil siempre presente (por momentos demasiado) con Julio César Picos al frente cerrando un concierto de vértigo por la dificultad en concertar tantas y difíciles partituras en un esfuerzo digno de grandes batutas.

P. D.: Reseña en LNE del domingo 15.

El que canta dos veces ora

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Viernes 13 de noviembre, 20:30 horas. Iglesia de San Isidoro el Real, Oviedo. XI Ciclo de Música Sacra «Alfredo de la Roza». Himnos bizantinos, Nektaria Karantzi (voz).
No deja de sorprenderme la afición musical asturiana llenando veinte minutos la sede de este ciclo único para escuchar cantos bizantinos y «a capella» con una voz para muchos desconocida pero que demuestra, al menos es mi opinión, la avidez por repertorios y culturas nuevas corroborando el acierto de los organizadores en esta apuesta que lleva once años de continuo crecimiento.

La helena Nektaria Karantzi traía a la iglesia de la plaza mayor ovetense diez cantos de su tierra con distintos modos o tonos de los que el propio Gregoriano o canto llano también bebió, precisamente por el ideal de conjugar tradiciones, y la griega (todavía cantamos Kyrie en esta lengua), ortodoxa o bizantina están en una misma raíz que no nos es tan ajena como pueda parecer. Impresiona escuchar estos rezos (proyectándonos la traducción al español) en toda su máxima expresión, íntima, plegaria que torna a clamor o directamente el himno en su perfecta definición de «composición poética o musical de tono solemne que representa y ensalza a una organización o un país y en cuyo honor se interpreta en actos públicos» pues así lo entiende la cantante griega, que atesora una riqueza natural en su canto capaz de emocionarnos en cada una de sus intervenciones.

Con una megafonía suficiente, tal vez prescindible, el público escuchó en respetuoso silencio los diez cantos elegidos, contando también con traducción en vivo, recordando los procedentes del sagrado Monte Athos de los ortodoxos o los salmos de David donde el «Terirem» alcanza momentos de verdadero pathos que bien podrían ser desde el comentado por la cantante como idioma de los ángeles hasta la nana de la Virgen María a Su Hijo, delicia desde una voz natural llena de matices que el micrófono y altavoces permitían captar hasta la respiración. Me quedo con el «Entraré en tu casa» -del Salmo 5 de David– de los Monjes de Simonopetra (en lo alto del monte sagrado que tanta música atesora) de la primera parte o el «Alabad al Señor» de la segunda.

Mantener viva esta tradición está al alcance de muy pocos, normalmente conventos y órdenes religiosas, por lo que debemos alabar el trabajo de Nektaria Karantzi, quien también dio una «masterclass» en la universidad asturiana, sin olvidar una obra actual (con el compositor griego presente entre el público) inspirada en la propia tradición, enlazando con el anterior concierto del ciclo donde partiendo de distintos cantos llanos los organistas construían sus obras. Giros vocales cercanos y misteriosos, melismas o adornos sobre sílabas interminables que nos transportan desde los muecines de las mezquitas a los claustros románicos y góticos, lo popular hecho divino devuelto al propio pueblo con todas las variantes abarcando del cante jondo a nuestra asturianada, con una joven cantante transmitiendo la grandeza de unos textos que la música eleva al cénit expresivo, como en ese himno final Oh! Virgen Pura, Himno a la Madre de Dios de San Nectarios de Aegina.

Todo un éxito para los aficionados y seguidores (#yosoydelciclo) con el regalo de un canto ortodoxo dedicado a María al pie de la cruz, postrados con dolor y agradecimiento, Mater dolorosa que tanto arte ha inspirado.

Gracias.

Respeto por los mayores

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Jueves 12 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Stephen Kovacevich (piano). Obras de Berg, Beethoven y Schubert.
Es siempre un placer escuchar a músicos de antes, los que están finalizando su carrera porque representan una generación a la que debemos no ya la admiración por toda una vida dedicada a este noble arte sino porque atesoran algo que sólo da el tiempo aunque resulte de perogrullo: años de experiencia. Como en otros campos, escuchar a nuestros mayores supone aprender no lo que dicen sino cómo lo dicen, porque podrán parecernos abuelos contando sus «batallitas», oídas montones de veces pero ahora escuchándolas, cada vez disfrutándolas más, agradecimiento de que todavía puedan y quieran seguir aportando algo nuevo.

El pianista americano de origen croata Stephen Kovacevich o Stephen Bishop (Los Ángeles, 17 de octubre de 1940) parece estar despidiéndose de una dilatada carrera eligiendo casi su testamento interpretativo en unos conciertos que supongo tendrán una especial carga emotiva (como me contaba al descanso alguien que conoce bien este mundo), con obras pegadas a su propia y larga vida, menuda desde los 11 años y enorme en su carrera, probablemente sin la fuerza juvenil de antaño o con una técnica que está ya en su ocaso, puede que incluso desfasada en nuestros días, como por ejemplo un uso del pedal algo «lento» aunque degustando unas sonoridades casi olvidadas, pero donde un fraseo, una nota repetida con distintas intensidades o simplemente contemplarle tocando el piano sentado tan bajo, como el gran Glenn Gould, es más que suficiente para agradecer este concierto. Siempre se aprende de nuestros mayores a los que les debemos todo el respeto.
Abrir con la Sonata para piano nº 1 (Alban Berg) supone el tributo a los compositores de la época difícil, los entonces contemporáneos que beben aún de las fuentes originales tornándolas al lenguaje del momento, algo que Kovacevich transmitió como devolviéndonos al esfuerzo que suponía interpretar estas sonatas desde el conocimiento de un especialista en los repertorios clásicos y románticos. Aún el blanco y negro pero con la riqueza de esas fotografías consideradas obras de arte.

Como si necesitase un respiro para continuar y retomando el estilo que más domina, su Beethoven, primero dos Bagatelas op. 126 nº 1 y nº 5 (que se cambió a última hora en vez de la nº 6 prevista) sonó plenamente juvenil e íntimo, el recuerdo de adolescencia presente sin buscar más allá que la propia frescura de la partitura, bagatela en el sentido opuesto de la palabra y delicia de escucha.
Lo mejor llegaría con la Sonata para piano nº 31 en la bemol mayor op. 110 (1821) el dominio de la forma en tres movimientos que el genio de Bonn remueve y traspasa emociones, como contraste al primer Berg y cierre de «la sonata» que Beethoven escribe como puente entre pasado y futuro, el propio de Kovacevich, la penúltima de su corpus, las células que reaparecen como manteniendo la vida, interpretación ceñida a la partitura hasta en las indicaciones, la expresividad del moderato bien cantado, la «broma» del allegro molto y sobre todo un adagio en su justo tiempo antes de una fuga que resultó lección magistral bien explicada por Charles Rosen pero mejor tocada por Bishop, sin excesos y mirándose en toda una vida al piano, la misma historia contada con el poso de los años en la que simplemente escuchar cuatro veces la misma nota con distinta intención son el mejor resumen de su Beethoven, «un programa que expresa la inminencia de la muerte y el posterior regreso a la vida», resurrección musical más allá de la vida y la muerte en las manos de un Maestro, con mayúsculas.

La otra despedida nada menos que Schubert y la Sonata para piano nº 21, D. 960, mismos sentimientos, admiración de los dos alemanes en la mejor Viena de la historia, presagios de una muerte joven pero llena de madurez y profundidad, claroscuros que van del intimismo casi de lied en los dos «moderatos» al breve aliento de alegría del Scherzo siempre con «delicatezza», la misma del pianista norteamericano, sin la luz juvenil pero con la profunda senectud de una vida en blanco y negro, hoteles y salas de conciertos, las 88 teclas que destilan vivencias y sabiduría.

Y como cierre del círculo de la vida el regalo de un perpetuo renacimiento, Bach y su «Sarabande» de la Partita nº 4 en re mayor, BWV 828, contada con voz firme y poco aliento, un placer escuchar estas historias al Maestro Kovacevich en este viaje de invierno hacia la perpetuidad del recuerdo.

Dos conciertos en uno

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Sábado 7 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de piano «Luis G. Iberni». Bertrand Chamayou (piano), Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (director). Obras de Scriabin, Ravel y Rimsky-Korsakov.
Buena inauguración de las jornadas de piano que llevan el nombre de su impulsor, con una OFil cada vez más madura y compacta, hoy algo reforzada para la ocasión, su titular al frente más un joven pianista francés y valiente que se atrevió con dos conciertos en vez de uno, el del ruso Scriabin con el que se estrenaba, más el de su compatriota Ravel.
Se nota el trabajo previo de la formación carbayona porque cada sección está segura y compenetrada, hoy echando de menos un poco más de tensión en los cellos que resultaron «blanditos» en comparación con sus hermanos contrabajos, hoy cinco, que redondearon un equilibrio en la cuerda necesario para el programa sabatino, una madera convincente con solistas increíbles, los «bronces» también con refuerzo que sonaron compactos aunque demasiado presentes por momentos (no fue culpa suya) y una percusión un poco insegura como contagiada de un Conti que estuvo desigual en las tres obras de este primer sábado de noviembre.

El Concierto para piano en fa sostenido menor, op. 20 (1898) de Alexander Scriabin (1872-1915) tiene todos los elementos para gustar, manejando los dos instrumentos para los que compuso toda su vida, piano y orquesta, aún joven sin adentrarse en demasiadas «complicaciones», con un melodismo postromántico seguidor de Chopin o Liszt aunque con aire ruso propio digno también de su amigo y compañero Rachmaninov, piano protagonista arropado por una orquestación delicada que nunca enturbia al solista. Tres movimientos (Allegro-Andante-Allegro moderato) casi cinematográficos en su discurrir, con un Chamayou de sonido limpio, pulcro, potente cuando la partitura lo requería, fraseos bien llevados y una concertación por parte de Marzio Conti sin mayores dificultades, con la orquesta respondiendo sin más problemas que los antes apuntados para una obra delicada, lírica y transparente. Especialmente sentido el movimiento lento central con sus variaciones para disfrutar de todo lo escrito antes del «viril» final que diría Jeremy Paul Norris y bien comenta Miriam Perandones en las notas al programa.

Más complicaciones para todos presenta el Concierto para piano y orquesta en sol mayor (1932) de Maurice Ravel (1875-1937), original y exótico para el momento con fuertes influencias del jazz y exigencias rítmicas para solista y orquesta que Conti hubo de sortear con desigual fortuna. De nuevo impresionante el sonido y entrega de Bertrand Chamayou, demostrando una claridad expositiva compartida por una instrumentación rica en tímbrica que los distintos solistas (arpa, trompeta, corno inglés, clarinete, trombón, percusión…) solventaron con colorido individual muy estudiado y personal. Estructura también en tres movimientos (Allegramente-Adagio assai-Presto) donde el pianista fue creciendo en intensidad y entrega aunque muy pendiente de la dirección por momentos errática y poco clara. Con todo el resultado final resultó más que agradable y el público obligó al solista a salir para regalarnos una espléndida y hermosa Pavana para una infanta difunta para no perder esa continuidad raveliana tan plenamente francesa, en el amplio sentido del término, convencido nuevamente de que el terruño ayuda a entender la música de uno, y Chamayou puso el mejor broche a esta jornada pianística con orquesta por partida doble.

La impresionante Scheherezade, op. 35 (Rimsky-Korsakov) son palabras mayores que requieren poso y pausa, dominar la masa sonora para no caer en ampulosidades innecesarias, sonsacar la riqueza tímbrica que atesora y mimar la agógica al detalle, algo que no hubo en la interpretación diseñada por Conti. Cada solo de Andrei Mijlin, concertino en la segunda parte, era un guante que no recogía el italiano, utilizando por momentos aires precipitados, atropellados, uniendo fortísimos de nuevo erróneos y erráticos. No entendí muy bien los juegos conversacionales en dos tiempos de trombón y trompeta cuando hablan el mismo idioma, supongo que intentando aportar algo nuevo a una obra que todos tenemos más que interiorizada. De nuevo los solistas volvieron a brillar aunque hubiese momentos tan atolondrados que daba vértigo escucharlos, miedo al error por un aire excesivo que tampoco ayudó a disfrutar con unos cuentos que fueron sólo de «quinientas noches». Lástima porque son obras sinfónicas para masticarlas bien, y pausarlas, antes de tragar. Los ad libitum en los solistas sí resultaron melódicos y los pianos presentes, pizzicati por fin audibles pero sin posibilidad de tomar aire antes de afrontar los cuatro relatos de la princesa. Esperaremos una versión más convincente.

Órgano virginal

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Viernes 6 de noviembre, 20:00 horas. Iglesia de Santa María la Real de La Corte, Oviedo. XI Ciclo de Música Sacra Maestro de la Roza. «Organi carmen in sanctae Mariae Virginis honorem», Germán Yagüe (órgano). Obras de Francisco Correa de Arauxo (1584-1654), Pablo Bruna (1611-1679), Sebastián Aguilera de Heredia (1611-1679), Giovanni Battista Fasolo (1598-1664), Juan Bautista Cabanilles (1664-1712), Girolamo Frescobaldi (1583-1643), Pierre Dandrieu (1664-1733), Girolamo Cavazzoni (1510-1580) y Pedro de Araujo (1640-1705).

Lleno para el concierto inaugural del ciclo de música sacra que organiza la Escolanía San Salvador siempre recordando a Don Alfredo y alcanzando su undécima edición (#yosoydelciclo), todo un logro en estos tiempos de crisis, en el órgano restaurado por Grenzing que tras múltiples vicisitudes nos ha devuelto su sonido de acento castellano ya hecho al asturiano en las manos de un burgalés que está llamado a protagonizar muchos días de gloria, actualmente finalizando sus estudios con Elisa García Gutiérrez (también directora de la Escolanía) en el vecino conservatorio, que comienza este año su colaboración con el ciclo desde este concierto «Jóvenes Talentos» para dar oportunidades a sus instrumentistas en el siempre duro terreno de la música en vivo.
Por supuesto que estudiar órgano supone el plus añadido de tener que hacerlo fuera de tu casa y en este caso un lujo mantener vivo este instrumento de finales del XVIII considerado por muchos como el mejor órgano barroco asturiano, un solo teclado lleno de sonoridades variadas que en el programa elegido por Ignacio Germán González Yagüe (Burgos, 1989) de música renacentista y del primer barroco se adaptaron perfectamente, sin «gemidos» y abarcando una amplia gama tímbrica ayudado en el difícil manejo de los tiradores.

Despligue de medios con dos pantallas. En una pudimos contemplar la técnica depurada de Yagüe, ligados asombrosos escrupulosamente ejecutados, ornamentos que van ganando en personalidad propia, registros no siempre bien diferenciados en ambas manos pero perfectamente elegidos para conseguir variedades no ya tímbricas sino expresivas adecuándose a cada partitura, organizadas con el título de «Cantos de órgano en honor de Santa María Virgen», misma advocación de la iglesia y señalando la inspiración de cada una, con los textos en la otra pantalla que también mostraban la partitura gregoriana e incluso en las «salve» con escucha previa de una grabación vocal a la interpretación organística.

El Canto Llano de la Inmaculada Concepción (Arauxo) se dibujó realmente pegado a la tierra, perfilado vocalmente o acompañamiento sencillo del gregoriano inspirador, lo mismo con el Tiento sobre la Letanía de la Virgen (Bruna, «el ciego de Daroca»), variaciones donde los registros, nunca potentes, ayudaron a diferenciar y frasear la oración.
Las mencionadas «salve» permitieron tras escuchar el fragmento gregoriano original disfrutar del «arte de tañer» de Aguilera de Heredia en la Salve de primer tono por de la sol re, sencillez melódica que va engarzando flores bien ligadas sin perder la esencia primigenia, o los cinco versos de la conocida Salve Regina inspiradora de tantos músicos a lo largo de la historia, esta vez del italiano Fasolo, mayor despliegue de registros en cada exposición incluyendo bajoncillos y trompetería.
El «Ave Maris Stella» fue motivo elegido por Cabanilles para su Tiento de primer tono Partido de Mano Derecha sobre el Inno Ave Maris Stella así como Frescobaldi y su Inno, contraposición estilística hispano italiana con un mismo origen y distinto desarrollo, contención castellana y explosión italiana así reflejadas en la interpretación de Germán Yagüe.

Aún quedaba por escuchar y disfrutar de los múltiples sonidos que atesora el órgano de La Corte, comenzando por un nada habitual Stabat Mater de Dandrieu con siete números que en cierto modo indican los registros buscados y así sonaron, ganando en expresividad e incluso técnica, picados y ligados, contrapuntos sencillos para el momento pero diferenciados en los timbres para una obra «dolorosa» de inspiración y otra muestra de escritura renacentista con inspiración vocal llevada al llamado «rey de los instrumentos». Y del sabor dolorido francés a la magnificencia italiana del Magnificat Quarti Toni (Cavazzoni) con sus cinco números vocales realmente cantados al órgano en despligue sonoro total, sabiamente elegidos los registros recordándonos el importante papel que la música instrumental tenía en las iglesias católicas sin perder nunca el rezo original, que tristemente pareció obnubilar a los dirigentes de entonces.
Y en un concierto de música renacentista no podía faltar una forma genuinamente española como la «batalla» para poner a prueba el órgano ovetense, Batalha de VI Tom, un anónimo atribuido a Pedro de Araújo que hizo vibrar la trompetería desde la música modal no siempre bien entendida ni atendida. Excelente Yagüe y sus ayudantes en una verdadera guerra y despliegue sonoro antes de las siempre bien recibidas Improvisaciones, cómo no sobre la Salve Regina, supongo que muchas veces cantada como escolano en su Burgos natal en las distintas escrituras (como las de VictoriaGuerrero) que nunca «perdimos de escucha» en todas las variantes posibles, expuestas en ambas manos, jugando con los registros, modulaciones modales que hoy vuelven a sonarnos contemporáneas, el «tactus» como ritmo al servicio del texto, y un auténtico examen final con nota para el organista castellano.

El público en un respetuoso silencio a lo largo del concierto explotó con este final luminoso, brillante de principio a fin, deseoso de más oferta musical de órgano que siempre tuvo su papel en esta tierra nuestra, patrimonio cultural que no sólo debe recuperarse sino, y sobre todo, mantenerse. Tomen nota los a veces miopes ideólogos de rutas, turismo, congresos o ciclos porque disponemos de medios técnicos y también humanos para un referente que en otras partes mueve pasiones. Y felicidades nuevamente al Ciclo, con ideas siempre claras en su programación desde hace más de una década.

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