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La magia de Wong

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Lunes 15 de enero de 2024, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: The Hallé Manchester Orchestra, Kahchun Wong (director). Obras de Falla, Stravinsky y Shostakovich.

Este año arranca con un mes de lo más completo en la que sigo llamando «La Viena Española» (en algún momento escribí «La Viena del Norte» pero parecía exagerado colocar tan arriba a la capital asturiana), y la oferta es amplia, estando habitualmente en el mapa de las giras europeas, por lo que Oviedo volvía a ser parada obligada de la renombrada y centenaria orquesta The Hallé Manchester, fundada en 1858 por Sir Charles Hallé con un proyecto del que muchas formaciones deberían tomar nota. Tras la despedida esta temporada de su titular, desde casi un cuarto de siglo, Sir Mark Elder que pasará a ser «emérito», llegaba con Kahchun Wong (Singapur, 24 de junio de 1986) o Wong Kah Chun, el nuevo director principal y asesor artístico de la reputada formación inglesa a partir de la próxina temporada.

Si la orquesta de Manchester tiene todas las cualidades a las que los británicos nos tiene «bien acostumbrados», con colocación enfrentando violines y las trompetas delante de los trombones, siempre buscando la mejor sonoridad, ver al nuevo maestro singapureño dirigirla es toda una lección de buen hacer. Ha sido el primer asiático en ganar el prestigioso Concurso Mahler en 2016, sumándose a los premiados de fama mundial tras el paso por la Sinfónica de Bamberg, y las titularidades hasta el día de hoy así como las invitaciones, le están colocando entre los más disputados directores mundiales. De gestos precisos y concisos, con una mano izquierda que marca todo y una batuta que no solo marca el compás o el tempo, también ayuda en la expresión, convertida en varita mágica, pasando de estilete a daga, de florete a sable o de tiralíneas a pincel, pero nunca una brocha pese a que el programa tentaba a ella. Gestualidad clara y posición firme en el podio con apenas inflexiones para marcar las dinámicas más tenues junto a una vitalidad que transmite tanto a su excelente orquesta como al público a quien hechizó en todas las obras bien elegidas. Sobre él se ha escrito entre otras muchas cosas, su «electrizante presencia escénica y su cuidadosa exploración de los legados artísticos orientales y occidentales», y la «profundidad y sinceridad de su musicalidad”. Kahchun Wong comenzará su mandato a partir de esta temporada como director titular de la Orquesta Filarmónica de Japón aprovechando el profundo vínculo musical forjado con los intérpretes durante su etapa como principal director invitado, y también asumirá ese papel con la Filarmónica de Dresdner, comenzando con un concierto de Strauss, Elgar y una obra recién encargada a Narong Prangcharoen.

La primera parte en Oviedo resultó puro fuego de ballet al unir la «Danza ritual del fuego» de El amor brujo (Falla) con El pájaro de fuego (la «Suite de 1945) de Stravinsky, para lograr la fusión rusa con la parte segunda donde sonaría con toda la gran orquesta (calculen con seis contrabajos la cuerda con dos arpas y piano, maderas a dos y tres, cinco trompas, cuatro trompetas, cuatro trombones o cinco percusionistas) «La Quinta» de Shostakovich, reafirmándome en lo que escribo a menudo de «no hay quinta mala» y estas sinfonías son el mejor test orquestal para comprobar no ya la calidad de los músicos, sino también el magisterio en el podio, que Kahchun Wong demostró con un dominio total y de memoria en este «… asunto de supervivencia personal del que salir con la dignidad, y hasta el pellejo, a salvo» como escribe Luis Suñén en las notas al programa referidas a la sinfonía pero aplicables al singapurense y su orquesta tras lo vivido y escuchado este lunes de enero en un auditorio con buena entrada (y mejores precios que en el resto de España, demostrando con hechos la apuesta del consistorio ovetense por esta «capitalidad musical»).

El «fuego de Falla» con Wong y The Hallé resultó una delicadeza sonora con un tempo plenamente bailable, sin apurar, un deleite del oboe solista (Stéphane Rancourt) y unas dinámicas capaces de dar pábulo desde la leve llama hasta la combustión libre manteniendo el fuego latente hecho música por nuestro gaditano universal que nos cuenta la historia de la gitana Candelas atrayendo el fantasma de su celoso amante muerto.

Pese al triste coro de impertinentes toses y caramelos que no acaban de abrirse, siempre en los momentos más inoportunos, llegaría más magia con el cuento del maléfico Kaschei y el príncipe Iván convertido en ballet para Fokine en 1911 dentro de los tres encargos de Diaghilev a Stravinsky, en la elaboración de 1945 que el compositor llamó «Ballet Suite» con el mismo orgánico de 1919 y orquestación levemente revisada, para una orquesta potente y numerosa con la que Wong convirtió su batuta en «pluma mágica» para sacar los monstruos a danzar hasta la extenuación y con el certero sable destruir el huevo que guarda el alma del malo para rescatar a las cautivas y la zarina con la que Iván se casará con la solemnidad musical digna de una película (aún recuerdo «Fantasía 2000» de Walt Disney). El sonido británico resultó rico en tímbricas y calidades solistas (desde el concertino Roberto Ruisi hasta el clarinete de Sergio Castelló López), impresionantes los matices con unos pianissimi logrados no solo en divisi sino por toda la formación, con unos metales siempre presentes pero permitiendo escuchar al resto de la orquesta en unas dinámicas y balances envidiables, sin cargar las tintas y diseccionando los once números de esta suite que resultaron auténticos cuadros musicales más allá del «aire bailable» que, como con Falla, nos permitió disfrutar de todo lo escrito con una limpieza y entrega maravillosa por parte de estos músicos. Los tres números finales (aún con algún estertor que durante el COVID creíamos desaparecerían de los conciertos y óperas) demostraron toda la amplísima paleta dramática que The Hallé Orchestra atesora con un Wong atento a cada detalle.

La Sinfonía nº 5 en re menor, op. 47 (1937) de Shostakóvich nunca canso de escucharlo y menos en vivo. Cada director la afronta dependiendo a menudo de la orquesta que tiene delante, otros imponiendo rigor y los menos entendiéndola como un compartir emociones. En el caso de Kahchun Wong y The Hallé estuvo claro el compartir desde el conocimiento profundo de la partitura. El Moderato ofreció la cuerda aterciopelada y tersa muy británica, disciplinada, con una madera que empasta a la perfección y unas trompas (especialmente Laurence Rogers) deliciosas, afinadas, rotundas pero también líricas, toda la gran orquesta escuchándose las distintas secciones con una claridad asombrosa. El director formado en Alemania dando todas las entradas, seguridad añadida a cada solista, fraseos claros con la izquierda, primer movimiento inquietante y desolador (impresionante el piano de Gemma Beeson), reflejo de los tiempos que le tocó vivir al compositor, el empuje vital que lleva a esa «escapada interior» pinchada con el estilete de Wong al ritmo casi marcial de una percusión que revuelve las tripas.

El Allegretto sonó con la ironía (un «scherzo» literalmente) tan típica de Shostakovich y del propio director incluso «blandiendo la batuta» cual puñal en el inicio de este segundo movimiento, después pincel con la mano izquierda difuminando colores sin perder la claridad global, contrabajos precisos y presentes (sin necesidad de tarima), madera ligera, trompas compactas, percusión clara y la tímbrica ajustada en este länder con aire de vals mahleriano. Impecable el concertino bien arropado por el resto con un Wong que transmite seguridad a todos en este segundo movimiento tan bohemio con los juegos de tempo y el lenguaje campechano de Dmitri.

El extraordinario Largo es de una tensión extraordinaria llevada solamente por una cuerda que de nuevo sería «british» por unidad de todo el bloque diferenciando cada una (dividida en ocho partes) con unos pizicatos siempre sonoros en todos los matices, la flauta evocadora, los clarinetes hispanos sonando a gloria, y sin metales, con la expresividad y tensión «in crescendo» para volver a la tranquilidad inicial, bien entendida de nuevo por un Kahchun que siempre encontró la respuesta justa.

El Allegro non troppo conclusivo con el redoble de timbales es una marcha orgullosa, que tras el desarrollo culmina llegando al clímax jugando con el timbre preciso de las láminas, antes del segundo tema lírico que nos recuerda al mejor Tchaikovsky incluso por la instrumentación, magia de la mejor Rusia sinfónica, caminando seguros hasta la sección final que empieza lentamente con el tema principal, elevándose triunfal hasta los poderosos acordes que inician la coda triunfal, con la orquesta de Manchester sacando músculo sin molestar, con el protagonismo necesario de unos metales verdaderamente bien fundidos y broncíneos gracias al pincel de Wong, y el recuerdo del imperio británico de sus mejores orquestas.

Una «sinfonía de autor» que diríamos hoy en día, «el epítome del creador que necesita ser libre en una sociedad que no lo era» como escribe mi admirado musicógrafo Suñén, «para sobreponerse a la circunstancia y, además, hacerse el optimista», y así entendida por The Hallé Orchestra y Kahchun Wong en perfecta conjunción para esta obra emocionante de verdad, tanto escrita como ejecutada, que sigue siendo una de las grandes quintas sinfónicas con una trágica historia detrás.

Al menos la propina nos devolvería la paz interior del británico Elgar y su bellísimo Nimrod que con estos intérpretes pareció ser la destinataria de este «Enigma» con las mismas cualidades británicas demostradas en todo el concierto.

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Manuel de Falla (1876-1946): «Danza ritual del fuego», de El amor brujo

Igor Stravinsky (1882-1971)
«Suite» (1945), de El pájaro de fuego:

I. Introducción – II. Preludio y danza del pájaro de fuego. Variaciones –  III. Pantomima I – IV. Pas de deux  – V. Pantomima II – VI. Scherzo. Danza de las princesas – VII. Pantomima III – VIII. Rondó – IX. Danza infernal – X. Canción de cuna – XI. Final.

SEGUNDA PARTE

Dmitri Shostakóvich (1906-1975): Sinfonía nº 5 en re menor, op. 47:

I. Moderato – II. Allegretto – III. Largo – IV. Allegro non troppo.

La luz de la música

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Sábado 11 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Alice Sara  Ott (piano), Oviedo Filarmonía, Shiyeon Sung (directora). Obras de Augusta Read Thomas, Ravel, Bernstein y Stravinsky.

Sábado gris de orbayu pero con luminoso programa para las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» que colmaron las expectativas con un lleno también de tristes y habituales estertores a los que sumar algún portazo y caída de paraguas, normalmente en los entretiempos pero también «a destiempo» como claros signos de aburrimiento ante obras que para algunos todavía siguen siendo muy «modernas» aunque tengan más años que su propia mala educación.

Cuatro obras exigentes para una Oviedo Filarmonía (OFIL), hoy reforzada con alumnado del CONSMUPA, madura, flexible, capaz de «cambiar el chip» con una facilidad asombrosa, y que hoy lo dieron lo dieron todo bajo la batuta de Shiyeon Sung (Busan, 1975), por momentos tensa pero siempre atenta al detalle, buena concertadora y con un repertorio donde no tuvo respiro. Siempre existen desajustes puntuales y mínimos problemas de afinación rápidamente resueltos, pero está claro que la orquesta ovetense rinde al máximo y las batutas expertas saben hasta dónde «apretar» sin forzar.

El compromiso de programar una compositora en cada concierto subió el listón femenino con la citada directora sucoreana y la pianista germano-japonesa que sería el plato fuerte del concierto. Como un homenaje a Clara Wieck, otra pianista y compositora que renunciaría a su carrera, la neoyorkina Augusta Read Thomas (1964) escribe Clara’s Ascent (2019) para orquesta de cuerda en el 200 aniversario de Clara Schumann, un expresivo juego de tímbricas agudas y graves, como lucha entre sombras y luces desde una aparente simpleza donde las dinámicas son protagonistas para conseguir el colorido que no es melódico. Como escribe el doctor Jonathan Mallada en las notas al programa (enlazadas arriba en obras) «Thomas dota a su pieza de un fuerte componente expresivo a través de la dialéctica que supone contraponer, en una textura liberada, las sonoridades grave y aguda de la cuerda, encarnando este último elemento el alma de Clara. De este modo, a lo largo de los ocho minutos que dura la obra, el oyente asistirá a la victoria de la línea melódica más aguda, dentro de una atmósfera natural y efectista generada por la simplicidad de los medios utilizados y por el manejo del volumen. Clara se impone simbólicamente a las tinieblas representadas por violonchelos contrabajos, rubricando un sentido y respetuoso homenaje a una de las pioneras –en cuanto a su trascendencia– del mundo compositivo femenino».

Un buen inicio para templar la cuerda ovetense que tardó algo en «calentar» pese a los intentos de la maestra Sung por sacar a la luz entre toses esta breve partitura de nuestros días, cellos y contrabajos a pares pero de sonido rotundo, más los violines y violas completando la paleta musical que brillará sobre la oscuridad en este homenaje femenino singular.

Toda la luz musical nos la traería el piano de la esperada Alice Sara Ott (Munich, 1 agosto 1988), fogosa delicadeza, pasión roja y desnudez de pies. El Concierto para piano y orquesta en sol mayor (1932) de Maurice Ravel (1875-1937) tiene todo el colorido norteamericano de referentes en Gerswhin al que conocerá personalmente, pero con la luz cantábrica del compositor hispano francés, Ciboure y la playa de San Juan de Luz con los aires de jazz que llegaban a Europa. Allegramente ya muestra esas influencias del otro lado del océano. Ritmo contagioso, brillo del piano y base orquestal poderosa bajo la batuta de Sung que tardó en encontrar el tempo exacto pero con «Alice in Wonderland» por todo lo que la germano-japonesa aportó desde el piano. Evanescente el Adagio assai con el piano de Ott que emerge desde una sonoridad cristalina llena de esencias melódicas para enlazar con una orquesta aterciopelada, el arpa (Danuta Wojnar) junto al piano dando las pinceladas impresionistas llenas de delicadeza con el toque puntillista del corno inglés (Javier Pérez), antes de afrontar el Presto voluptuoso, pugna luminosa entre solista y orquesta pintada por Sung, deslumbrantes fuegos de virtuosismo iluminando un auditorio que aclamó la interpretación.

Sin perder la atmósfera cosmopolita de todo el concierto y la creada en ese París hoy tan presente, nadie mejor que Erik Satie (1866-1925) y su primera Gnossienne «Lent» que Alice Sara Ott nos susurró en un piano etéreo, lleno de sonidos escondidos, delicado, con unos armónicos que flotaban en el aire por unos dedos que caían sobre las teclas como gotas de agua en sus pies desnudos, «inicio y final, transparencia y opacidad» como lo describe el sello amarillo del que la pianista es artista exclusiva.

Tras el descanso volvían los aires de gran ciudad, la inspiración en el jazz y la danza aumentando la plantilla para interpretar a Leonard Bernstein (1918-1990) y su Fancy free (1944), locura de ritmos metropolitanos y caribeños, el Gerswhin de Lenny que alcanza luz e idioma propio, percusión precisa y piano virtuoso de Sergey Bezrodni completando una plantilla que con Shiyeon Sung contagió toda la fuerza de este ballet ya aplaudido en el cuarto de los siete números de que consta. Toda la riqueza rítmica, sincopada, con las influencias de otros grandes como Copland o Milhaud confluyen en una partitura que Oviedo Filarmonía plasmó cual musical o lienzo cinematográfico en «Pop Art«.

La luz de los dos lados atlánticos y la música de baile que tanto supuso en el pasado siglo cerraría este sábado con Igor Stravinsky (1882-1971) y la suite de 1919 El pájaro de fuego, cinco cuadros sonoros bien contrastrados por la maestra Sung al frente de una OFIL entregada en todas las secciones (bien maderas y metales con soberbio solo de Ayala a la trompa), ritmos (a la altura con toda la percusión más el piano virtuoso), melodías (perfecto de nuevo el corno con el cello de Chordá, y bellísima la de  Schmidt a la flauta con el arpa), y armonías sacando músculo sinfónico, empaste, brillo y ampulosidad final, el auténtico fuego tras un recorrido de cuento o película Disney con música del ruso plasmada en una partitura que sigue siendo un referente orquestal. Como escribe Mallada «Stravinsky confeccionó una partitura que aunase la riqueza orquestal aprendida de su maestro Rimski-Kórsakov, la variedad del folclore tradicional ruso y las vanguardistas armonías de la música francesa».

Otro sábado luminoso y colorido en lo musical que compensa el grisáceo y caluroso día atípico de este marzo que pide primavera en pleno invierno.

Con Carneiro

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Viernes 20 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XI «Emperador», OSPA, Vadim Kholodenko (piano), Joana Carneiro (directora). Obras de Beethoven y Stravinsky.

Regresos y recuperaciones en el undécimo de abono, la directora portuguesa y el esperado pianista ucraniano cuya vida es una tragedia pero la música ayuda a sobreponerse siempre. Un «Emperador» difícil pero agradecido para un Beethoven siempre necesario y nuevamente Frederieke Saeijs de concertino invitada.

Carneiro fue la auténtica emperatriz tras una Leonora, obertura nº 3, op. 72 b triunfadora. La portuguesa triunfó de principio a fin conocedora de la orquesta y del programa, llevando por los difíciles vericuetos las dos composiciones a cual más exigente precisamente por lo transitadas a lo largo del tiempo, la obertura clara, precisa, con todos los claroscuros y la «preparación» ideal ante lo que se avecinaba a continuación.

En el Concierto para piano nº 5 en mi bemol mayor, op. 73, «Emperador» un Kholodenko de rubatos increíbles y difíciles de concertar pero increíbles de ajuste por la lusa. El pianista afrontó desde una personal visión esta página del sordo genial jugando con los tiempos y fraseos en un equilibrio inestable o  si se quiere de inestabilidad equilibrada, pues así entendió el ucraniano este quinto muy transitado donde parece difícil aportar personalidad, pero que consiguió por la excelente concertación de Carneiro. La orquesta conocedora y la maestra atenta sacarían en un trono musical un emperador distinto, encajado  casi milagrosamente desde sensaciones perturbadoras de este ucraniano introvertido pero distinto en el difícil encaje de su personal rubato «perfectamente inestable».

La propina tenía que ser también Beethoven y la Bagatela para Piano, op. 33 nº 3 en fa mayor igualmente sentida, personal, en tiempo y forma ideales para disfrutar del esperanzado Kholodenko.

La Petrushka (rev. 1947) de Stravinsky está muy rodada, pero con el empuje portugués (espero se mantenga) la OSPA sacó músculo, asintiendo y sintiendo, con la percusión impactante, piano y celesta también, más un viento ideal tanto en la madera siempre exquisita y unos metales seguros además de poderosos, que necesitarían una cuerda más precisa especialmente en los pasajes rápidos, no tan limpios como desearíamos, aunque redondearían una buena interpretación, de nuevo gracias a una Carneiro con las ideas claras que supo transmitir en todo el concierto. Una lástima que hubiese poco público, puede que se decantasen por el ballet del Campoamor en otra contraprogramación municipal frente a la orquesta de todos los asturianos.

Nada nuevo en este otoño primaveral

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Viernes 8 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Seronda I: Jorge Luis Prats (piano), OSPA, Josep Caballé (director). Obras de: Tchaikovsky y Stravinsky.

Otra temporada de la OSPA con pocas novedades en tiempos de pandemia salvo mi cambio de ubicación obligado por la organización del auditorio que impide pagar un abono individual en la zona central, por lo que hasta diciembre estaré en una butaca distinta a la de mis 30 años anteriores (incluyendo el del «cese temporal de convivencia» con el cocinero búlgaro).

Otra temporada sin director titular ni concertino, volvían Josep Caballé Domenech a la batuta, siempre claro y preciso,  más Benjamin Ziervogel, ya casi de plantilla. Programa de rusos que siempre le sientan bien a la OSPA, nada nuevo. Y también regresaba el pianista Jorge Luis Prats, que repetía en el escenario su primero de Tchaikovsky como hace tres años  aunque mejor con la orquesta de todos los asturianos.

Nada nuevo en la programación apostando por lo seguro: concierto y obra sinfónica, perdiéndose la de apertura al no haber descansos y reducir la duración del mismo aunque no haya toques de queda inconstitucionales ni cierres perimetrales, menos aún los restringidos horarios de cierre.

La OSPA mantiene el músculo de la temporada pasada, rodada, empastada, con ganas de directo y director, aunque está claro que cuando hay «mando en plaza» los resultados son buenos. Y el primero de los programas otoñales era apto para disfrutar (casi) todos, especialmente con esa primavera no solo climatológica, donde las cañas sacaron pecho con Igor, la «nueva acústica» de la sala principal (abierta la parte de atrás) continúa dándonos sonoridades más rotundas además de claras, con los metales plenamente engrasados y hasta broncíneos. Los números de la consagración fueron plenamente descriptivos en ánimo y sensaciones, con percusión matemática junto a la cuerda compensada, además de presente.

Importante en todo concierto de piano que exista comunicación total, y así fue con Caballé y Prats que concertaron el primero de Tchaikovsky a la perfección (tras el día anterior en Gijón, como casi siempre), el solista cubano estuvo más comedido que con la Oviedo Filarmonía en sus rubati, igual de poderoso en su pulsación con un pedal a veces exagerado y tempi menos extremos, pero ayudando al encaje correcto de cada entrada o final, más unos balances orquestales muy cuidados por parte del maestro catalán, con un Andantino simple y primoroso antes del Allegro con fuego que Prats mantuvo en su punto sin quemarlo.

Las propinas del pianista cubano afincado en Miami, son casi un programa aparte, como si el concierto fuese para calentar dedos. Perdida la cuenta de las que ofreció, sus esperados y habituales     Lecuona (Siempre está en mi corazón) junto a las danzas de Ignacio Cervantes siguen siendo todo un referente en las manos de Prats: total libertad expresiva, matices explosivos, el ritmo caribeño perlado que ha de llevar en la sangre todo nacido en Camagüey, sumándole el sentido del espectáculo al mejor estilo «made in USA» con esos popurris de su tierra que incluso algunas vecinas de fila tararean en voz baja (nada nuevo). Me quedaré con las ganas de escuchar a Don Jorge Luis más en solitario.

Nada nuevo los móviles irrumpiendo e interrumpiendo, aunque sí la deseada desaparición de toses que las incómodas mascarillas han ayudado a no percibirse. Supongo no haya bozales para los dichosos teléfonos ni tampoco evitar las caídas de bastones al suelo (no había paraguas).

Con la nueva temporada todos (todas, todes..). tenemos ganas de recuperar aforos (aforas, afores ¡no!), maldita nueva normalidad que nunca será «como antes» y mucho menos ¡nueva!. Ansiosos del directo único y terapéutico. «La esperanza es lo último que se pierde»… (Pandora y papeles) pero de momento nada nuevo. A esperar y seguir contándolo, incluso buscando otras formas, siempre desde aquí como desde 2008.

Programa:

Piotr Ilich Chaikovski
(1840 – 1893)

Concierto para piano nº 1 en si bemol menor, op. 23

 I. Allegro non troppo e molto maestoso
II. Andantino semplice
III. Allegro con fuoco

Igor Stravinsky (1882 – 1971)

La Consagración de la Primavera
(reducción de Jonathan McPhee).

Subllime sonoridad sentimental

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Viernes 14 de mayo, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Primavera III: OSPA, Daniel Müller-Schott (violonchelo), Dalia Stasevska (directora). Obras de Sibelius, Schumann y Stravinsky. Entrada butaca: 15€.

En tiempos de pandemia no estamos para muchas celebraciones y los 30 años de la OSPA están sonando poco a poco, sin director titular ni concertino (hoy al menos volvía como invitado Aitor Hevia) y con programas conocidos donde no faltan obras poco escuchadas, solistas de altura y unas batutas ya «fichadas» por otras orquestas aunque nos demuestran cómo funciona de bien nuestra treintañera cuando en el podio las ideas son claras y la comunicación fluye igual que la propia música.

La directora finlandesa Dalia Stasevska traía además de la inicial de su apellido, otras tres «S» para este tercero de primavera: su cercano y sentimental Sibelius, el sublime Schumann de su concierto para violonchelo con el “Ex Shapiro” de Matteo Goffriller  (Venecia, 1737) en las manos de Daniel Müller-Schott, siempre bienvenido en cada visita al auditorio, y la sonoridad de Stravinsky cuya música está tan en los genes de la OSPA como en la cercana Finlandia de Stasevska que sacó a relucir la calidad de la formación asturiana necesitada de interpretaciones tan claras, precisas y entregadas como la escuchada en el Auditorio, siempre con todas las medidas de prevención, higiene, distancia y demás «inconvenientes» que los aficionados soportamos estoicamente para seguir demostrando que «La Cultura es Segura» y la terapia musical lo mejor que podemos aplicarnos.

Del Báltico lleno de contrastes y sentimientos, extremos climatológicos de mitologías y leyendas sonaría el gran sinfonista Jean Sibelius (1865-1957) y su  Rakastava, suite, op. 14 para una cuerda reducida, percusión y triángulo, obra que escribe tras superar un cáncer de garganta en un periodo convulso donde la música de Stravinsky le resulta conocida y hasta en cierto modo reflejada en esta suite en tres movimientos (I. Rakastava II. Rakastetun tie III. Hyvää iltaa … Jää hyvästi) traducidos como “El Amado”, “El camino del Amante” y “Buenas noches, amado mío – Adiós”,  el buen oficio del compositor y de sus intérpretes, la cuerda coral ligera y delicada del primero, la elegancia y sentimiento del segundo más el protagonismo en el tercero de Aitor Hevia de aires folklóricos que sentimos cercanos, cerrando una interpretación que el gesto claro, preciso y conciso de la maestra de origen ucraniano Stasevska.

Robert Schumann (1810-1856) además de sentimental, puede presumir de una sonoridad propia en sus sinfonías que parece aplicar a su Concierto para violonchelo en la menor, op. 129,  y si además contamos con un solista de la altura de Daniel Müller-Schott el colorido y romanticismo de esta bellísima página está asegurado, la perfecta yuxtaposición entre el chelo y la orquesta bien concertada por Stasevska y leída por el alemán con la musicalidad que le caracteriza desde un instrumento que canta y nos hace vibrar. Tres movimientos sin pausa (I. Nicht zu schnell; II. Langsam; III. Sehr lebhaft), intervenciones siempre acertadas de los primeros atriles y una complicidad total entre solista y podio que mantuvo un excelente equilibrio de dinámicas y un sonido compacto además de rico en esta joya del compositor alemán que nos deja al final esa cadenza en el cello  donde  Müller-Schott volcó lo mejor en su instrumento.

Y el cello mágico volvió a cantar como los pájaros en una personal interpretación de El cant dels ocells, siempre asociado a nuestro universal Pau Casals que colocó su instrumento desde un magisterio único en la cumbre, y que al solista alemán podemos considerarlo uno de sus apóstoles, homenaje a nuestra tierra no siempre agradecida con los genios que son más valorados fuera de nuestra fronteras.

La OSPA ha interpretado muchas veces a Igor Stravinsky (1882-1971) con diferentes resultados y acercamientos muy diferentes a sus páginas «bailables«. El Pájaro de Fuego: suite (1919) es una joya que se debe mimar en sus seis partes, con los solistas atentos a la batuta y dándoles confianza en sus intervenciones, más un tutti que no puede despistarse ni un momento por la amplia gama dinámica, rítmica y colorista. Así lo entendieron con una Stasevska clara, de gesto amplio, casi bailando cada número, entendiendo la suite desde la misma esencia de Sibelius, siguiendo con tantas «eses» en este viernes sinfónico.  La inquietante I. Introducción desgranó la calidad de una madera siempre segura y la cuerda deseada; la II. Danza del Pájaro de fuego en el punto exacto de vuelo sin perder plumas y con toda la magia que esconde;  la III. Danza de las Princesas, encumbrando con tal título nobiliario a una «Dalia» en flor, mando preciso y precioso; más fuego para la IV. Danza infernal del Rey Kastchei, agitada (no revuelta), tensa, de cromatismo claros y síncopas bien resueltas por una orquesta totalmente entregada; el remanso de la V. Canción de cuna, cantada por un fagot excelso bien arropado por un «tutti» delicado antes del apoteósico VI. Finale, con una trompa de gala, una cuerda de lujo, una percusión precisa, el crescendo bien construido con el majestuoso y solemne final donde unos metales refulgentes alcanzaron el final feliz de un cuento bien narrado por la directora finlandesa con un color orquestal para seguir soñando.

Miopía musical

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Viernes 26 de febrero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Iviernu IV: OSPA, Eva Meliskova (violín), Óliver Díaz (director). Obras de Stravinsky, Bach y Mendelssohn. Entrada butaca: 15 €.

Echando fuera este febrero sinfónico con un programa explicado por Óliver Díaz, cubriendo la cancelación de Lina González-Granados, que pareció no encajar en los planes salvo por el dicho de que «cuando más es menos«. Y es que este cuarto de invierno comenzó con una orquesta de cámara (15 músicos con el granadino de la BOS Samuel García como concertino invitado) y bien enfocada, para ir perdiendo «visión» en la siguiente, donde una cuerda sin clave ni atino pareció que se me empañasen las gafas (y no por la mascarilla) finalizando con ellas totalmente caídas ya desde el pleno de la formación asturiana.

Todo apuntaba bien con Igor Stravinsky (1882-1971) y su Concierto en mi bemol “Dumbarton Oaks” 8.v.38 , obra regalo para los 30 años de matrimonio de los mecenas y melómanos Robert Woods Bliss y Mildred Barnes (como bien recuerda David Rodríguez Cerdán en las notas al programa), los mismos que cumpliré yo en nada aunque sin el poder adquisitivo de los norteamericanos pese a obsequiarnos siempre con música, y tres décadas igualmente de la formación asturiana. Con esta plantilla camerística la obra neoclásica del ruso sirvió para que el maestro carbayón se desenvolviese cómodo y cómplice con los músicos, acertando en los tempi ciñéndose a las propias indicaciones (I. Tempo giusto – II. Allegretto – III. Con moto) y alcanzando buenas dinámicas de los primeros atriles así como una versión ágil y colorista de este concierto por el que no pasan los años e inspirado en los brandemburgueses de Bach.

Johann Sebastian Bach (1685-1750), Mein Gott, y su música siempre serán palabras mayores, tributo obligado tras Stravinsky, pero nuestros oídos se han acostumbrado a una sonoridad específica de la que la OSPA carece en estos tiempos, a pesar de la calidad de la cuerda astur, pero hay que trabajar en otra dirección para darlo todo. El Concierto para violín nº1 en la menor, BWV 1041 sin clave se queda cojo, miope, el estilo está alejado igualmente del habitual en los conciertos del director asturiano y para peor suerte, la ayudante de concertino no estuvo a la altura esperada como solista en esta joya para su instrumento. Insegura, partitura en el atril, perdida y sin pulsación, los tres movimientos (I. Allegro – II. Andante – III. Allegro assai) fueron una lucha por mantener el tipo, contagiando el desánimo, la indecisión y olvidando que la matemática musical bachiana no admite decimales, ni siquiera en el central aún más desnudo sin el sustento del «martinete». Una pugna desigual donde faltó pulsación, sonido, interiorización, orden y concierto, sumando una lectura desde el podio donde la gestualidad de las manos no correspondía ni alcanzaba la respuesta orquestal deseada: ligados que no deberían, fraseos turbios, sonoridades mezcladas, turbias, borrosas, y una versión horrenda que ni siquiera en tiempos de Stravinsky se hubiera aprobado. Comentaba con mis vecinos de butaca además de amigos, que incluso cuando apenas se encontraban claves, el mismísimo Casals utilizaba el piano en el continuo para un Bach con el que desayunó toda su vida. Ese vacío se nota porque el propio teclado con sus acordes característicos ayuda a mecanizar ese ritmo barroco puro del que careció todo el concierto, pensando que una semana de estudio con el metrónomo sería buena penitencia impuesta por El kantor de Santo Tomás.

Como acto de contrición para el desenfoque auditivo, Meliskova volvió al mismo Bach, esta vez con la «Chacona» de la Partita nº 2 en re menor, BWV 1004, al menos el castigo no fue compartido pero el pecado quedó sin la absolución (ni la graduación deseada ante semejante miopía musical).

Tal vez el primer apóstol de nuestro dios BachFelix Mendelssohn (1809-1847), esperábamos que bajaría a centrarnos en la tierra con todo el equipo orquestal para encaminarnos con su Sinfonía nº 3 en la menor, op. 56, «Escocesa», pero la visión siguió pequeña, casi tan diminuta como la partitura de bolsillo en el atril del director, una versión miniaturizada donde los paisajes pintados por Turner o Constable parecieron volverse apuntes impresionistas por el desenfoque, bocetos más que grandes lienzos de museo para esta sinfonía «galesa» tras un Brexit musical.

Los cuatro movimientos (I. Andante con moto – Allegro un poco agitato; II. Vivace non troppo; III. Adagio IV. Allegro vivacissimo – Allegro maestoso assai) fueron discurriendo con algunas pinceladas claramente dibujadas, pero la sonoridad continuó difusa pese a la ligereza del trazo, solo destacable el tiempo lento ubicado en tercer lugar, más contemplativo y reposado perfilado, con cierto colorido solista que embelleció unas estampas irreconocibles. Agradecer el esfuerzo del maestro Díaz por responder raudo a sus paisanos y amigos, pero espero recuperar mi visión bien graduada para que el refrán de «No hay quinto malo» se cumpla el día del padre con Lugansky y el gran Perry So.

Conexiones ibéricas

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Jueves 24 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA Abono 2, Reflejos I: António Rosado (piano), Nuno Côrte-Real (director). Obras de Falla, Côrte-Real, E. Halfter y Stravinsky.

Nuestras conexiones con los portugueses son seculares y van desde la propia historia a la geografía, con unos ríos que siempre nos han unido a los vecinos más que el ferrocarril o las carreteras. Son para muchos los grandes desconocidos pese a la cercanía, y este jueves volvían a unirse nuestras tierras preparando la gira donde nuestra OSPA llevará bien alto este fin de semana el estandarte sinfónico asturiano al Festival Darcos dirigido musicalmente por el lisboeta Nuno Côrte-Real con el programa que pudimos disfrutar en este segundo de abono y que estuvo precedido por un encuentro con el director y compositor en la sala de cámara.

Conexiones de baile que nuestra OSPA tiene muy interiorizadas y de la que recuerdo su paso por el Auditorio de Santander hace siete años, los ballets rusos de Falla y Stravinsky, la escuela del gaditano seguida por Ernesto Halfter llamado el «Halfter portugués» de esta saga de grandes compositores, y del que escuchamos su Rapsodia portuguesa con el pianista de Évora quien también estrenaría la versión sinfónica de la Elegía del compositor y director Côrte-Real (interesante escucharlo en OSPATV), entroncada con la anterior por el solista además de esos aires hispanolusos mezclando saudade y morrinha galaicoportuguesa, meigas y bruxas, esplendores y angustias con la música como nexo único.
La Suite nº 1 de El sombrero de tres picos (Falla) es la obertura ideal para que toda la OSPA disfrute en cada sección, al igual que en el ballet del ruso: una cuerda compacta donde se agradece el peso en los contrabajos, la percusión magnífica que mantiene el empuje rítmico tan necesario, las maderas donde degustar el corno inglés y hasta los metales con una trompeta solista algo fría en el inicio (se desquitaría en la segunda parte), pero ajustada a las órdenes de un maestro luso que no aportó nada nuevo salvo el gusto por el equilibrio en los planos. Interpretación algo plana donde la música del gaditano universal no falla.

Llegaría el momento del piano con orquesta en dos composiciones muy diferentes pese a la conexión ibérica de ambas, primero la Elegía para piano y orquesta, Op. 33b (Nuno Côrte-Real, 1971) en su versión sinfónica tras la original escrita para el Ensemble Darcos, lleno de una tristeza que el propio compositor asoció, tanto en el encuentro previo como en la presentación de ambas obras al público, que hoy no llenó el Auditorio, con el martirio en su concepción general, obra fácil de escuchar, sin excesos tímbricos, con momentos de lucimiento de António Rosado, sonoridades de reminiscencias variadas y orquestación amplia aunque poco luminosa, tal vez por ese transfondo místico, nebuloso, aunque no siempre podemos disfrutar en nuestros días de un estreno dirigido por el propio compositor, lo que en siglos pasados era lo habitual. Me encantó el pasaje con las violas y el solista verdaderamente bien resuelto y tal vez sacado de la versión camerística que me gustaría escuchar en algún momento.

La luz vendría con la Rapsodia portuguesa de Ernesto Halfter (1905-1989), la instrumentación brillante, el piano de Rosado presente, limpio, ensoñador, las melodías populares como motivo de recreación e inspiración al igual que su maestro Falla, siempre tamizadas por el sabor español de castañuelas o pandereta como si un Ribera del Duero tomase cuerpo en las tierras vecinas, el recuerdo del Tajo lisboeta que arrastra tanto hispano, y así lo entendieron todos. Interesante contraponer dos conceptos compositivos con el piano de protagonista, donde el español dominó al luso de principio a fin antes de escuchar una propina deliciosa en sus manos con el mismo bouquet.

La banda sonora de la segunda parte la preparó el propio Côrte-Real presentando la Petrouchka (versión 1947) de Stravinsky como tal, marioneta de la protagonista incluida, simpatía portuguesa del maestro que la mantuvo en el podio y mantuvo ese toque infantil para esta joya de ballet nuevamente disfrutando de las calidades de los músicos de la OSPA, movimientos bien contrastados, paralelismos cronológicos y casi estilísticos con Falla que además mejoraron dinámicas, la agógica siempre difícil, pulsión global, buen balance en todas las secciones y un final fantasmagórico con esa Petrouchka emparentada con el Samaín celta, astur y gallego como las ánimas, tradiciones que conectan y hacen una esta Iberia siempre motivo de inspiración.

Todo este programa lo disfrutarán nuestros vecinos con una OSPA plenamente ibérica unidos por la música.

Los eternos cantores de Viena

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Domingo 25 de febrero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto extraordinario: «Europa, Europa». Niños Cantores de VienaLuiz de Godoy, dirección y piano.

Crítica para La Nueva España publicada el martes 27 añadiendo «links», fotos propias y cambiando la tipografía eliminando comillas para utilizar negrita y cursiva:

La música sigue poniendo a Oviedo en el mapa musical y este domingo sería última parada de los Niños Cantores de Viena, el coro más famoso del mundo tras una gira española de diez días recorriendo Granada, Bilbao, Zaragoza, Valladolid, Madrid y Burgos. Sus orígenes se remontan al siglo XIII y tal como los conocemos desde el siglo XV con Maximiliano de Habsburgo, reconstruyéndose en 1921 tras la caída del Imperio austrohúngaro. Integrado actualmente por 100 coristas entre 10 y 14 años divididos en cuatro grupos corales para poder dar los 300 conciertos de media anuales, arribando a la capital asturiana con 23 efectivos más el brasileño Luiz de Godoy (que trabaja además con el coro de la Konzerthaus de Viena y la Academia de Coros de la Wienner Staatsoper) al piano y dirigiendo, además de presentarnos en un castellano correcto las distintas obras, con alguna alteración y omisión sobre el programa previsto.

El auditorio estaba al completo con público de todas las edades donde no podían faltar nuestros “Niños cantores de Covadonga”, la Escolanía con su director Jorge de la Vega tomando buena nota de todo sabedores que ellos también son historia viva.

Los Niños Cantores de Viena, una de las «más consolidadas» tradiciones musicales europeas, a lo largo de los siglos han sido numerosos los músicos que han trabajado para esta institución, se han iniciado musicalmente en ella o han dedicado obras: Isaac, Mozart, Caldara, Salieri, Bruckner, Haydn o Schubert entre tantos otros, ampliando un repertorio que abarca todas las épocas y estilos. Para esta gira se centraron en un “viaje coral europeo” como comentó al inicio Luiz de Godoy.

Acallando murmullos arrancaron desde el patio de butacas, bajaron por ambas escaleras y se colocaron sobre el escenario interrumpidos cada etapa por aplausos con el canon a 3 voces O Virgo splendens de nuestro Llibre Vermell de Monserrat (s. XIII) antes de ir saltando autores y épocas para combinar en escena las 23 voces blancas a ambos lados del piano, alternando acompañamiento y canto “a capella”, puro, siempre en perfecto entendimiento con el maestro brasileño, también prodigio quien adaptó el handeliano Piangerò la sorte mía con dos solistas marca Casa Viena o el Gloria in excelsis de Vivaldi desde un piano-orquesta de toque propio y demasiado rápido. En algunas obras se les notó cansados, no por algunos solistas en ambas cuerdas (tienen un tiple increíble que brilló en tres de los cantos rusos) sino por un piano forte sin contemplaciones como en El café de Chinitas recogido por García Lorca, con atrezzo de taza y periódico al que se iba sumando un solista hasta los cuatro finales totalmente tapados por el brasileño, de espaldas a ellos.

Simpática lección coral infantil el “Contrapunto bestial”, verdadero festín animal de Banchieri (ca. 1568-1634), bien las Cuatro canciones rusas K28 de Stravinsky sin piano, sentidos los cantos religiosos del motete Cantate Domino (Buxtehude), Ave Verum Corpus (Poulenc), Salve Regina (Fux) y la casi póstuma Pequeña cantata alemana K619 (Mozart) en adaptación del austriaco Gerald Wirth (1965), autor igualmente de Carmina Austriaca –de similitud con los de Orff– en reducción pianística más percusión variada a cargo de cinco de los niños para la selección ofrecida, ya descansados para afrontar una segunda parte más variada y agradecida.

Momentos mágicos como el Gloria de Britten a ellos dedicado con un piano más discreto, el Die Kapelle del antiguo cantor Schumann y los cantos populares de Armenia (dispersos todos por el escenario aumentando sensación dinámica), Serbia (dos primeras de lujo) o Estiria, en Austria, sumándonos con las palmas, siempre mejor solos aunque con piano ayuda en afinación y presencia, dando un ropaje global, también menos trajín entre cuerdas (12+11), favoreciendo empaste y mayor claridad de emisión.

Para estos vieneses famosos no podía faltar algo de sus paisanos los Strauss, cuya popularidad máxima alcanzan el día de Año Nuevo (2012 y 2016 con Mariss Jansons para recordar los recientes), aquí piano en vez de orquesta con excelentes arreglos del citado Wirth: el conocido Vals del Emperador (Johann Strauss II), la polka En viaje de Vacaciones (Josef Strauss) y la ¿inesperada? propina de El Danubio Azul que levantó al público de las butacas, palmeando todos esa polka rápida con la que cerraron su gira en Oviedo, la Viena del norte español.

Beethoven escoltando a los rusos

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Viernes 19 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto Extraordinario OSPA: Real Filharmonía de Galicia, Lars Vogt (director y piano). Obras de Beethoven, Prokofiev y Stravinsky.

Excelente concierto para poco público el ofrecido por la orquesta afincada en Santiago en concierto de «intercambio» con nuestra OSPA (que devolverá visita el 8 de marzo) pese a tener los abonados entrada gratuita, la hoja de aviso previo y hasta anunciado en el nº 19 de la revista. Y una lástima porque hubo calidad no recompensada como debería al igual que hace 9 años cuando Lars Vogt debutaba en este mismo auditorio dentro de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con similar aforo al de este viernes. Nunca entenderé al público de Oviedo que se ha perdido un programa lleno de momentos únicos y sin muchas toses, que alguna ventaja tiene no llenar las butacas.

Hace años que sigo a la Real Filharmonía de Galicia, que también había pasado por Oviedo, y la semana pasada la dirigía mi admirado Manuel Hernández Silva, invitado de la orquesta compostelana desde hace varias temporadas y con un concierto muy distinto al que trajeron este viernes a la capital astur, demostrando la versatilidad de una formación casi de cámara que siempre se ha caracterizado por la calidad de todas sus secciones, despuntando en el llamado «repertorio clásico» sobre todo gracias a una sonoridad que podríamos definir como aterciopelada por reunir consistencia y suavidad desde todos los colores posibles, redondez en la cuerda siempre clara y precisa, amplia gama de matices con sutiles pianísimos y fortísimos sin estridencias con un viento madera equilibrado junto con los metales a pares. Sumemos la musicalidad exigida y demostrada en Oviedo para sentir con el piano y nos encontramos con una de las mejores orquestas españolas, casi todas con más de 20 años de existencia luchando contracorriente pese a las circunstancias adversas y los mayoritariamente «miopes culturales» de los regidores públicos.

Lars Vogt volvía a Oviedo desde Santiago en su doble faceta de solista y director, con la ventaja de tener el control (casi) total de la interpretación, dejándonos dos conciertos de Beethoven poco transitados (el segundo y tercero) que el propio pianista alemán ya ha tocado y dirigido, esta vez con la complicidad de un concertino de lujo, escoltando a dos rusos sin más obligaciones que pilotar esta nave gallega para compartir deleite, primero un ruso «clásico» y después el más actual por transgresor e inspirado contando solamente con una cuerda envidiable.

La Sinfonía nº 1 en re mayor, op. 25 «Clásica» de Prokofiev mostró lo vigente de un estilo que dominó toda la velada y alcanzó altas cotas de calidad precisamente por una formación disciplinada y esmerada en el sonido, para una forma orquestal de libro por los cuatro movimientos no muy extensos pero muestrario ideal del academicismo ruso recién finalizada la Primera Guerra Mundial y estrenada en Petrogrado por el propio compositor. Vogt fue desgranando con corporalidad más que batuta un Allegro valiente, posado y preciso desde un humor intrínseco y casi danzarín, un Intermezzo. Larghetto reposado para deleitarnos con el empaste y sonoridad de «los gallegos» con amplias dinámicas, la Gavotte. Non troppo allegro literal y de nuevo bailable, amarrando y templando el maestro alemán la elegancia sonora antes del Finale. Molto vivace que sirvió de sintonía radiofónica y de virtuosismo por parte de esta orquesta del Consorcio de Santiago antes del merecido descanso con una partitura que ya echaba de menos.

No se perdió intensidad ni calidad en el Concierto en Re «Concierto Basel» de Stravinsky donde la cuerda emergió bien llevada por las manos de un Vogt que disfrutaba tanto como sus músicos y los elegidos, primeros atriles en perfecta sincronía de texturas con el resto, carnosa e hiriente, actual y en el «tempo giusto» para poder paladear toda la riqueza de esta maravilla casi camerística a cargo de la sección de cuerda de la RFG, de lo mejor que podemos encontrarnos hoy en día por estos lares.

Beethoven abriría y cerraría velada con dos conciertos no muy programados y el propio Lars Vogt de solista (como solo los grandes se atreven) dirigiendo con miradas, gestos, disfrutando las cadencias y en perfecto entendimiento con sus acompañantes, primero y de aperitivo el Concierto para piano nº 2 en si bemol mayor op. 19 al que tardó en tomarle el pulso pero una vez encajado sacarle el mayor partido posible. Algo turbio el pedal y ligeros desajustes iniciales entre violines primeros y segundos (enfrentados) puede que por exceso del «brío» que lleva el Allegro, no fue impedimento para un segundo casi mozartiano, clásico y juvenil aunque asomando el sello personal del de Bonn que su compatriota entendió visto cual diálogo y escucha mutua desde el piano, asentado plenamente en el Adagio donde el solista se deleitó en un sonido intimista más que brillante brotando en el Rondó. Molto allegro bien arropado por ese terciopelo gallego casi cual blanco satén.
Mucho mejor en concepción, complejidad e interpretación el Concierto para piano nº 3 en do menor, op. 37, todavía clásico y «deudor» del mejor Mozart pero exigente y plenamente beethoveniano con ese inicio casi sinfónico y un piano más protagonista que Vogt así demostró, marca de la casa nuevamente bien vestido por una orquesta ideal para este repertorio que se rindió al solista siempre mandando en tiempo e intenciones.

La propina de un pianista y deseándonos buenas noches nada mejor que Chopin y uno de sus nocturnos póstumos preferidos, el Nocturno en do sostenido menor (Lento con gran espressione) que nos devolvió al Vogt que recordaba un febrero de 2009 en mis inicios «blogueros»… La música parece acortar el mismo tiempo que nos alarga la vida con momentos como estos.

P. D.: Mi reseña en La Nueva España.

No solo París

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Viernes 28 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Relatos II»: Abono 11 OSPA, Antonio Galera (piano), Rubén Gimeno (director). Obras de Debussy, Falla, Milhaud y Stravinsky.

Israel López Estelche, autor de las notas al programa que dejo como siempre enlazadas en los autores al principio, nos hablaba en su conferencia previa al concierto lo bien que saben vender los franceses hasta lo que no es suyo, si bien debemos reconocerles sus múltiples aportaciones desde un chauvinismo reconocido que incluso parece darles el sello de calidad. Francia ha sido modelo a seguir podríamos decir que desde la Revolución Francesa, con un laicismo envidiable, tomando lo mejor de otros para terminar haciéndolo suyo, algo que los españoles deberíamos imitar perdiendo un complejo de inferioridad que nos ha lastrado siglos.

El undécimo programa de abono tenía como denominador común el París del cambio de siglo, los albores de las vanguardias con todo lo que supuso para la historia de la música en los cuatro compositores elegidos, y cómo hacer confluir todas las artes en la ciudad de la luz a la que acudieron como capital cultural del momento.

Debussy (1862-1918) creará un lenguaje basado en la antítesis, el amor-odio hacia lo germano (siempre Wagner en el punto de mira), un impresionismo que marcará un punto y aparte del que el empresario ruso Sergei Diaghilev beberá precisamente de los músicos «parisinos» de este concierto para sus famosos ballets rusos, devolviendo a Francia el esplendor de la danza. El Preludio a la siesta de un fauno (1892-1894) será una de las páginas rompedoras del fin de siglo con un Nijinsky en estado puro para bailar una obra de la que Mallarmé, en quien se basa, llegó a decir que “la música prolonga la emoción de mi poema y evoca la escena de manera más vívida que cualquier color”. Música y color «debussiano» bien entendido por Rubén Gimeno y la OSPA (entrevistado en OSPATV), con Peter Pearse en la flauta solista mientras sus compañeros pintaban esas brumas calurosas que invitan al sopor pero con la sonoridad adecuada para calentar motores ante un programa con mucho ritmo más allá de la danza, delicadeza llena de sutiles sonoridades.

Manuel de Falla (1876-1944), nuestro compositor más internacional, llegará a París en 1907 casi obligado no ya por su inconformismo y búsqueda de nuevos lenguajes sino también por la incomprensión y el maltrato de los críticos españoles, madrileños sobre todo, compatriotas que desde Napoleón siempre hemos visto a los ilustrados despectivamente, los «afrancesados» que como todo en la vida, no todo resulta malo. Musicalmente el gaditano necesitaba poner tierra por medio y cruzar los Pirineos para llevar lo español al país vecino que siempre admiraron nuestro exotismo de Despeñaperros para abajo. En París también contactaría con Diaghilev, a quien Falla ayudaría a engrandecer sus espectáculos, también con Debussy y Ravel, tan cercanos y presentes incluso como modelo para las Noches en los jardines de España (1909-1916) que contaron con Antonio Galera (entrevistado en OSPATV) de solista. La visión de Granada desde Francia con la óptica universal del español utilizando nuevos recursos, no el concierto para piano y orquesta sino más bien con ella, uniendo y entendiendo la sonoridad completa, el juego tímbrico y la mezcla de texturas partiendo de una combinación conocida pero cocinada desde la mal llamada modernidad. El director valenciano Rubén Gimeno es un gran concertador lo que se notó en los balances y adecuación con el piano de Galera, En el Generalife con virtuosismo del solista que encontró el acomodo ideal, casi suspensivo de la orquesta, sin excesos de presencias, dejando que lo escrito sonase. La Danza lejana aportó el ritmo y el empuje, la música de danza tan española y sin folclorismos, lo que será «marca Falla» o si se quiere ibérica (como también Albéniz), puede que poco presente en cuanto a volúmenes pero profunda en sentimiento, cante jondo en el piano respondido por la orquesta desde un rubato cómplice por parte de todos en un enfoque intimista del solista al que podríamos pedirle lo que los flamencos llaman «pellizco», antes de enlazar con En los jardines de la sierra de Córdoba donde la pasión la puso el valenciano Gimeno y la orquesta asturiana, explosión sonora para una de las páginas señeras del gaditano.

La propina mantuvo el intimismo, el piano interior y delicado como así entendió el pianista valenciano a nuestro Falla, con su Canción, marca propia inspiradora de generaciones posteriores.

La eclosión de la danza vendría en la segunda parte con los viajes de ida y vuelta, un francés tras pasar por Brasil y el ruso triunfador en París que influye igualmente en el primero. Darius Milhaud (1892-1946) compone su ballet El buey sobre el tejado, op. 58 (1919) tras su estancia brasileña en la que se empapará de los ritmos y cantos populares, bien descrito en las notas de López Estelche: «orquestación, sencilla y directa, con una influencia directa del music-hall, que busca, en este caso, huir de la complejidad textural de sus predecesores impresionistas. En lugar de ello, hace primar, de manera soberbia la rítmica sincopada que caracteriza la obra, y que la hace tan dinámica, divertida, pero exigente a la vez; aludiendo a la precisión como obligación, no como opción. Aquí se cumple la norma de la frase de Ravel “mi música se toca, no se interpreta”». Dificultades interpretativas que radican precisamente en los complejos cambios de ritmo donde la percusión manda pero que la orquesta al completo debe plegarse a la batuta para encajar esta locura de cambios continuos antes del rondó con el tema recurrente. Gimeno se mostró claro en el gesto para sacar lo mejor de esta obra de Milhaud agradecida, bien ejecutada por todas las secciones aunque pecando de ciertos excesos sonoros que empañaron la limpieza de líneas que en la politonalidad no tienen porqué solaparse, aunque en el entorno del concierto pudo parecer normal ante esa búsqueda de texturas y colores que sí se alcanzaron.

Y nuevamente nos encontramos este concierto con Diaghilev puesto que Igor Stravinsky (1882-1971) sería el verdadero revulsivo. De sus ballets escuchamos la revisión de 1919 de su suite El pájaro de fuego (1909-1910) en una interpretación compacta, potente, luminosa, rebosante y por momentos explosiva. Los cinco números no dieron momento para el solaz, ni siquiera la Canción de cuna, puesto que se mantuvo la tensión necesaria para mantener esa unidad desde la calidad que los músicos de la OSPA atesoran, en buen entendimiento con un Rubén Gimeno dejando fluir las melodías del ruso «rompedor» en su momento. Exotismo y orientalismo junto a lo más avanzado de la música francesa (siempre nos quedará París) y un virtuosismo orquestal de combinaciones inesperadas, rebosantes, colorísticas junto a ritmos vibrantes con la percusión protagonista, la cuerda sedosa y los metales quemando literalmente para dibujar musicalmente un cuento hecho orquesta. Perfecto colofón a una velada de danza con aromas franceses como elemento aglutinante de estos «relatos», el Finale (que también sonará en el próximo «Link Up» dentro de quince días con Carlos Garcés a la batuta) llevándonos este concierto a una verdadera fiesta musical de las que uno sale optimista y con ganas de vivir. Buena batuta para una orquesta madura que tiene en la música de ballet un referente.

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