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(RE)encuentro con Dudamel

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Viernes 25 de junio, 19:00 horas. Clausura de los Conciertos del Auditorio, Oviedo. Orquesta del Encuentro, Gustavo Dudamel (director). Obras de Schönberg y Chaikovsky. Entrada butaca: 40 €.

Está claro que El Sistema fundado por el Doctor Abreu marcó a toda una generación de músicos y que su buque insignia ha sido Gustavo Dudamel (1981), todo un prodigio que con 18 años sería nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, pasando a ser conocido internacionalmente en 2004 tras ganar la edición inaugural del «Concurso Gustav Mahler» de la Orquesta Sinfónica de Bamberger. Desde entonces le sigo esperando que su contrato en París nos lo acerque un poco más. Cada visita suya a Oviedo resulta todo un acontecimiento que recordamos como privilegiados, y es que nunca defrauda, agradeciéndole que de nuevo volviese a poner la capital asturiana en su agenda.

El propio Dudamel en 2012 creará su propia Fundación con la meta de “ampliar el acceso a la música y las artes ofreciendo herramientas y oportunidades a la gente joven para dar forma a sus futuros creativos”. Durante diez días con jornadas maratonianas, ha reunido en Madrid a 60 jóvenes músicos de cuerda de 12 países hispanoamericanos (con tres asturianos en sus filas *), seleccionados entre la excelencia y para ejercer un liderazgo en pocos años. Así es esta «Orquesta del Encuentro» tras el Covid y lo que supuso para todos, pero que esta generación en la que Dudamel cree firmemente, no solo han podido viajar (algo heroico ahora mismo) y trabajar con grandes instrumentistas como los de la Filarmónica de Viena (Rainer Honeck o Tamas Varga) o de Göthenborg (Johan Stern), por citar algunas figuras supongo que convencidas además de entusiasmadas por este nuevo proyecto del venezolano, y poder así ensayar y montar dos obras de envergadura para cualquier formación profesional de primer nivel,  pues bajo su dirección nada es imposible, como si existiese la «dudamelina» inyectada en vena, toda una experiencia docente y emocional para todos, incluidos quienes volvimos a llenar el auditorio ovetense en este reencuentro con el prodigio de Barquisimeto.

Acompañado de sus padres y abuela, así como de su esposa María Valverde, copresidenta de la Fundación Dudamel, siguen plenamente involucrados en la carrera de un Gustavo lleno de energía como siempre, entusiasmo, vitalidad, poder de convocatoria y convicción además de una atracción que solo unos elegidos tienen, y siempre con el amor por la música que sigue siendo el motor de su vida en plena madurez con 40 años, una mente prodigiosa.
A mitad del concierto nos contaría que además de la música que no necesita palabras, necesitaba las palabras para esta música que, como siempre y, desde la humildad innata de quien se sabe un trabajador más, dejó el aplauso para sus jóvenes.

En la parte musical una primera parte con Verklärte Nacht (Noche transfigurada), op. 4 de A. Schönberg (1874-1951), un sexteto en la versión para orquesta de cuerda (1943) del propio compositor, que cerrando los ojos sonaba impactante, rigurosa, contrastada por esa magia de los pentagramas capaces de expresar la angustia y la esperanza, el poema de Richard Dehmel puesto en notas, la vida misma insuflada por un Dudamel siempre claro con sus gestos peculiares y personales, más la respuesta exacta de una plantilla (16-14-12-10-8) que sonó camerística y sinfónica, tal fue la gama de dinámicas alcanzada y la respuesta precisa de unos músicos sin malear, entregados (bravo por el concertino español Meriem Abad ** y el viola nicaragüense William Aviles), disfrutando de un compositor que para ellos no resulta lejano aunque sí para el «gran público» que retorna a las salas con sus móviles encendidos y tosiendo ante una música que siguen sin comprender. Dudamel y su Encuentro lograron la magia, con un final para aprender, el silencio con arcos arriba y las manos manteniendo la tensión entre todos, el silencio dramático que incomoda pero necesitamos. Impresionante.

Y tras las palabras del Maestro, con mayúsculas, el pedagogo capaz de compartir y enseñar a unos músicos como esponjas, entregados, fieles, de respuesta aceptada, sin cuestionarse ni adocenarse como tantos en nuestro entorno, el gran P. I. Chaikovski (1840-1893) y otro encuentro, entre el trabajo y el liderazgo bien ejercido, porque Dudamel vence y convence. La Serenata para cuerdas en do mayor, op. 48 resultó la clase final de curso con matrícula de honor que también podrán corroborar en las islas afortunadas (esta vez también lo es Oviedo), aún más con esta música para orquesta de cámara que así sonó pese a la plantilla utilizada. Movimientos más allá de ejercicios técnicos, toda una paleta sonora para los pentagramas del ruso que brillaron como nunca: Pezzo in forma di sonatina. Andante non troppo – Allegro moderato, la batuta clara, la izquierda precisa, la respuesta exacta, las partes y el todo. Continuaría el Valse. Moderato. Tempo di valse, el bailable de los grandes ballets tan alejado del vienés pero tan rítmico y flexible. La emoción de la  Elegia. Larghetto elegiaco, la tensión de unas cuerdas increíbles por fraseos, dinámicas, protagonismos, primeros atriles maduros. Y el  Finale (Tema russo). Andante – Allegro con spirito, broche de oro para una serenata delicada, limpia, complejamente sencilla que esta orquesta brindó con el mando fácil de un trabajador más, cercano y conocedor de esos años juveniles que marcarán toda su vida, un reencuentro con el Dudamel auténtico, comprendido y entendido donde mejor se mueve, el verdadero artista.

P. D.: * Dejo foto con el reportaje que La Nueva España dedicó esta semana a los músicos asturianos que forman parte de la Orquesta del Encuentro:

**: El concertino es Andreas Siles-Mellinger, boliviano. Gracias por la aclaración desde su tierra.

Por la puerta grande

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Jueves 24 de junio, 20 horas. Teatro Campoamor, XXVIII Festival Lírico, Oviedo: El Gato Montés. Ópera popular española en tres actos y cinco cuadros, música y libreto Manuel Penella (Estrenada en el Teatro Principal de Valencia, el 22 de febrero de 1917). Entrada butaca: 46 €.

Concluyendo curso escolar y temporada lírica carbayona, este jueves festividad de San Juan en Mieres, salía por la puerta grande esta ópera nuestra, un «gato» verdaderamente atigrado donde los registros graves triunfaron en esta representación llena de amor, pasión, violencia y muerte, con una dirección de escena a cargo de Raúl Vázquez verdaderamente bella, sin tópicos, conocedor de todos los recursos en sus muchos años de oficio, bien rodeado por una «cuadrilla» de altura, desde la escenografía (Carlos Santos) a la iluminación (Eduardo Bravo) pasando por el vestuario (Massimo Carlotto) y la coreografía (Alberto Ferrero), un círculo perfecto con todos los simbolismos, casi como darle la vuelta de género al bolero de «querer a dos hombres a la vez y no estar loca».

El maestro de espadas Lucas Macías presidió un espectáculo donde con la Oviedo Filarmonía dejó el festejo en lo más alto, la música del maestro Penella engrandecida por la adaptación orquestal del  «apoderado» Israel López Estelche, jugando con una tímbrica ideal para este verismo atemporal capaz de convertir el arpa en guitarra española y los metales en banda sinfónica para ese pasodoble universal con el título de la propia ópera, el peso de los registros graves con unos violonchelos o unas trompas dignos de dar la vuelta al ruedo.

Los miembros de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo que dirige Pablo Moras no fueron meros subalternos sino coprotagonistas de esta velada, dentro y fuera de la arena, figurantes cantantes junto al cuerpo de baile, y donde pudimos disfrutar de la Loliya de María Heres que ya pide paso en estos papeles o Víctor Urdialez entre los peones, una cantera vocal ovetense que de nuevo trajo al ruedo al Coro infantil de la Escuela de Música Divertimento (Rosa Argüello Iglesias, Nerea Fernández Amor, Guillermo Fernández Rubio, Rodrigo Méndez de la Fuente y Carlota de Miguel Busta), unos gitanillos que ya han tomado la alternativa escénica y coral en esta Fiesta tan nuestra.

Y todo un cartel de primeros espadas con Juanillo, el Gato Montés de Àngel Òdena verdadero triunfador de la tarde por poderío vocal y escénico, dominio total y barítono ideal convertido en bandolero héroe más que villano, vencedor en mano a mano con el torero Rafael Ruiz, el Macareno encarnado por un Gillen Munguía (de faena aseada y de aliño) «por el amor de una mujer», Soleá Nicola Beller Carbone convincente, creciendo en cada «tercio», entregada y querida como otra hija de esa inmensa madre, la Frasquita de Marina Pardo siempre atinada, con el destino bien leído y cantado de la Gitana Sandra Ferrández, embrujándonos para redondear ese círculo mágico de mezzos donde no quiero olvidarme de la «cuadrilla» perfectamente asentada y al quite desde «los medios» como el Hormigón de Fernando Campero y con todas las bendiciones del Padre Antón, Francisco Crespo, ensamblados para afrontar cada «mihura» de este Penella inspirado.

Por finalizar estas rápidas líneas o crónica de última hora, pues este viernes es aún lectivo, con el coso del Campoamor aplaudiendo la fiesta, pidiendo la vuelta al ruedo para todos y salida por la puerta grande (escalonada y con distancia de seguridad), ya con ganas de la próxima «feria lírica asturiana» que es este festival ovetense plenamente consolidado y cercano a los treinta años, creciendo como su orquesta y titular desde un foso  con mucha historia musical.

El propio Raúl Vázquez en el programa «digital» nos orientaba sobre su visión de esta partitura auténticamente verista y española, inspiraciones pictóricas y literarias para algo tan nuestro como la historia musicada de Penella totalmente exportable en la producción de un festival lírico que apuesta por renovar nuestro patrimonio y manteniendo en estos tiempos difíciles la actividad en un teatro que ha sabido aguantar como pocos la Pandemia, salvando puestos de trabajo, afición y demostrando, por si aún quedaban dudas, que la cultura es segura… y necesaria.

Con cuerda para rato

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Miércoles 16 de junio, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio: New European Strings, Dmitry Sitkovetsky (concertino-director). Obras de Bach y Schubert. Entrada butaca: 28 €.

El curso y la temporada van llegando a su final y de nuevo la música de cámara como protagonista con esta orquesta de cámara fundada en Finlandia por el ruso Dmitry Sitkovetsky, quien agradeció al final del concierto (traducido por su chelista Miguel Jimenez) reencontrarse con el público al que echaba de menos, también de forma recíproca. Programa al menos curioso donde se partía de obras transcritas por el propio Sitkovetsky que buscan engrandecer formas «menores» para un entrenamiento de los instrumentistas y animar a la audiencia en este acercamiento que siempre viene bien a todos.

Mein Gott J. S. Bach (1685-1750) es siempre único en cualquier versión, interpretación, revisión o transcripción, inimitable, reconocible y padre de todas las músicas que en sus Variaciones Goldberg, BWV 988, un «Aria con 30 variaciones» escrita para teclado, resulta verdadera prueba de fuego si no el ejercicio para toda una vida por su complejidad, al encerrar en ella la biblia bachiana. Dmitry Sitkovetsky ya había realizado una transcripción para trío de cuerda (disponible en su propio Canal en YouTube©) que ahora amplió para su orquesta tras el obligado enclaustramiento del Covid. Con una plantilla de 5-5-3-2-1 con clave,  «Bach siempre es Bach», y el arreglo de Sitkovetsky muy logrado en cada variación por las combinaciones de solistas (dúos, tríos, cuarteto) contrapuestas al «grosso» y con el contraste barroco obligado, para lucimientos de los primeros atriles (impresionante Boris Garlitsky en los segundos replicando a Sitkovetsky) y unos concertantes de aire plenamente brandemburgués. Todos los músicos funcionaron camerísticamente con un sonido no del todo muy cuidado, pues acústicamente percibí una afinación imprecisa del viola Mikhail Zemtsov y no toda la claridad esperada en la cellista Kati Raitinen en los pasajes rápidos compensado por el citado Garlitsky como violín II impecable así como el clave de Elena Garlitsky que se agradece aunque no tuviese mucha presencia sonora pero resulta imprescindible en «mi señor Bach». La aclaración final (antes de la propia) de ser la primera vez que la ejecutaban en público supongo que explica estos «mínimos detalles» que no empequeñecen en absoluto el trabajo de esta formación que brilló en el Aria que abre y cierra las Goldberg, así como las variaciones más reducidas donde el protagonismo de Sitkovetsky se notó.

Tras un breve descanso, nueva «formación» o combinación de cuerda, prescindiendo del clave y alguna «permuta» de segundos a primeros donde Boris Garlitsky ocupó su lugar de concertino sumando una viola y un cello al Bach inicial (5-5-4-3-1) para que Sitkovetsky dirigiera su orquesta, que parecía no necesitarle.

Y es que  F. Schubert (1797-1828) ya deja todo claro en su Cuarteto en re menor D. 810, “La muerte y la doncella” partiendo de su «lied» homónimo (Der Tod un das Mädchen), por lo que la orquestación de Gustav Mahler (1860-1911) supone hacer un Schubert casi sinfónico sólo con la orquesta de cuerda, el dolor entendido y engrandecido desde las propias vivencias. Si el vienés redujo sus emociones a la mínima expresión posible para un cuarteto que late al unísono, el bohemio eleva el entendimiento a los dieciocho instrumentistas de cuerda que respondieron en los cuatro movimientos (Allegro; Andante con moto Scherzo; Allegro molto; Presto). Rodados con Bach como mejor remedio musical, este Schubert «aumentado por Mahler» sirvió para comprobar la sonoridad y calidad de estos músicos con engranaje camerístico y riqueza dinámica que fue «in crescendo» especialmente en los dos movimientos últimos, bien espoleados por el «jefe Sitkovetsky», cómodo en la batuta pero integrado en esta poesía musical tan románticamente dolorosa por el alma mahleriana.

Y de propina disfrutamos del directo tras el trabajo «virtual» durante la pandemia con dos de los 24 Preludios  titulados «Canciones de Bukovina» de Leonid Desyatnikov (1955), otra transcripción, aquí del piano a la orquesta de cuerda también del propio Sitkovetsky que al fin nos llegaba al público, el vivo irrepetible y único para todos, una obra contemporánea que adquiere como en todas las «reconversiones» colores distintos, visiones o versiones siempre válidas artísticamente cuando detrás de ellas hay un estudio concienzudo y el amor por el original.

Coloridos vientos franceses

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Domingo 13 de junio, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio de Oviedo: Les Vents Français. Obras de Saint-Saëns, Hindemith, Mozart, Klughardt y Poulenc. Entrada butaca: 20 €.

La primavera va finalizando y con ella el curso académico así como las temporadas de conciertos, y este domingo festividad de San Antonio traía aires franceses en un programa camerístico a cargo de Les Vents Français, seis profesores y solistas de larga carrera unidos para este proyecto, concierto variado, ameno y que vuelve a recordarme el importantísimo papel que las sociedades filarmónicas han jugado en la educación musical de muchas generaciones de melómanos, el primer acercamiento a unas músicas que no solo forman sino que preparan el oído y la interpretación para las grandes obras sinfónicas. Tengo pendiente una entrada para testimoniar la influencia que esas sociedades han tenido en Asturias y que han convertido a Oviedo en la Viena española, una tradición que necesita varias generaciones para poder recoger los frutos que degustamos en todos los géneros, del camerístico al sinfónico, lírico con ópera y zarzuela, orquestal y pianístico, siendo muy apreciada y nunca suficientemente programada la música de cámara sin la que es imposible apreciar el resto y demasiadas veces el único camino de poder asistir y vivir con y por la música.

Les Vents Français comandados por «el flautista de Berlín» Emmanuel Pahud lo completan François Leleux (oboe), Paul Meyer (clarinete), Gilbert Audin (fagot), Radovan Vlatkovic (trompa) y Eric Le Sage (piano) se han convertido en firmes defensores y promotores de unas páginas que a menudo son la carta de presentación para formas mayores, y así quedó demostrado con los cinco compositores elegidos para este nuevo Concierto del Auditorio, conocidos y no tanto, aplaudiendo a los programadores que entienden perfectamente la necesidad de este repertorio para continuar sembrando y educando a una afición que no falla ni siquiera en tiempos de Covid. Me congratula además comprobar cuántos jóvenes músicos (muchos de mi Ateneo Musical de Mieres) disfrutaron con estos maestros del viento, espejo en el que seguir mirándose para una carrera con futuro.

Primera parte combinando formaciones y colores, increíble manejo compositivo y conocimiento de cada instrumento, para con estilos distintos pintar unas músicas siempre cercanas, interpretadas con la técnica asombrosa al servicio de la escritura por estos virtuosos.

Primero el francés C. Saint-Saëns (1835-1921) y su Caprice sur des airs danois et russes, op. 79 (1887), trío de maderas (flauta, oboe y clarinete) con piano jugando con aires daneses y rusos reconocibles para lucimiento de las cañas más un acompañamiento siempre agradecido del piano en feliz entendimiento, especialmente sentidas las intervenciones melódicas de los solistas y la luz nórdica de mi recordado Skagen vista desde el pincel musical del galo.

Un pequeño paso cronológico y grande de estilo con el alemán P. Hindemith (1895-1963) cuya Kleine Kammermusik  op. 24, nº 2 (1922) para quinteto de viento, dibuja un lenguaje casi sinfónico, atrevido e inspirado en los «clásicos» para una formación con tímbricas bien entendidas, incluso el guiño al flautín, matices delicados, protagonismos compartidos y la sonoridad redonda que suponen el fagot y sobre todo la trompa. Cinco movimientos (I Lustig. Mäßig schnell Viertel – II Walzer. Durchweg sehr leise – III Ruhig und einfach – IV Schnelle Viertel – V Sehr lebhaft) como acuarelas de trazo fresco enriqueciendo la anterior paleta francesa, delineadas con tinta china, una música de cámara que solo tiene de pequeña el título pues la interpretación fue grandiosa con estos cinco vientos vecinos capaces de soplar desde la leve brisa al huracán sonoro.

No podía faltar el genio de Salzburgo que escribió para todos los instrumentos de viento. W. A. Mozart (1756-1791) en el Quinteto de viento con piano en mi bemol mayor, K. 452 (1784) prescinde de la flauta para mostrar otra combinación de colores con el oboe en la tesitura aguda donde las teclas dan el soporte armónico y contrapuntístico con su firma única y reconocible, mientras cada instrumentista tiene el momento de gloria y lucimiento en los tres movimientos ( I. Largo – Allegro moderato; II. Larghetto; III. Rondo. Allegretto), paleta tímbrica a elegir y seguir por los compañeros de programa desde este clasicismo vienés como escuela compositiva cuyo movimiento central condensa todo el vendaval mozartiano de melodías bien retratadas.

Con un breve descanso para tomar aire y sin movernos  de las butacas esperando la segunda parte llegaría mi personal «descubrimiento» camerístico (aunque grabado por los franceses para el sello Warner): el alemán A. Klughardt (1847-1902) cuyo Quinteto de viento en do mayor, op. 79 (1898) me asombró por la técnica y gusto de esta composición, digna de seguirse con la partitura delante por las combinaciones de estos cinco instrumentos en todos los registros y colores, romanticismo académico lleno de volúmenes, inspiraciones de una musicalidad que estos virtuosos hicieron grande dibujando al detalle sus cuatro movimientos (I Allegro non troppo; II Allegro vivace; III Andante grazioso; IV Adagio – Allegro molto vivace). Largos y merecidos aplausos para una obra desconocida para la mayoría, que encandiló por su calidad y aparente sencillez, algo solo al alcance de unos pocos intérpretes.

Y nada mejor viniendo de Francia que finalizar con F. Poulenc (1899-1963) y su Sexteto para viento y piano, FP. 100,(1932-1939), verdadera joya camerística en tres movimientos que Les Vents Français convirtieron en lección magistral de música de cámara del pasado siglo todavía vigente y actual, colorida, dinámica, brillante, evolución de una escritura que avanza sin perder la línea, rindiendo tributo a un género ideal para experimentar con unas tímbricas y rítmicas explosivas llenas de dinámicas maravillosas, exigencias para los seis intérpretes ensamblados a la perfección en esta obra curiosamente editada en Dinamarca por la Editora Hansen (1945) como queriendo volver al punto de partida de este viaje europeo con escuela francesa.

Y un regalo devolviendo el placer de volver a tocar con público como presentó el trompista croata en un perfecto español, la «Gavotte» del Sestetto op. 6 del ítalo-austríaco Ludwig Tuille (1861-1907), otro «descubrimiento» de estos profesores para despedir una apacible tarde de domingo donde la tormenta musical tuvo su acompañamiento climatológico.

Primavera con brocha rusa

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Viernes 11 de junio, 19:00 horas.  Auditorio de Oviedo: Primavera VI, OSPA, Simon Trpceski (piano), Paolo Bortolameolli (director). Obras de Shostakovich y Chaikovski. Entrada butaca: 15 €.

El sexto concierto de primavera del abono OSPA puso broche final a a otra temporada difícil por todo lo que ya sabemos y sufrimos del «bicho», sin director titular ni concertino (esta vez volvía al primer atril Benjamin Ziervogel) en un programa ruso que traía al director chileno Paolo Bortolameolli, que en la prensa recordaba a su paisano, nuestro siempre recordado Max Valdés, más al excelente pianista macedonio Simon Trpceski con su equipaje perdido por Bilbao aunque lo menos importante sería la anécdota compartida con los asistentes, público fiel que volvió a arropar a la formación asturiana pese a la actuación de Javier Camarena con la Oviedo Filarmonía y Lucas Macías en el Campoamor, aforo completo y vendido hace meses.

Sobre la organización de los programas pienso que va siendo hora de cambiar una costumbre decimonónica que en este caso nos hubiera dejado un orden cronológico ideal para comprender la evolución de la música rusa además de poder contar con una orquesta más «entonada», con mayor empaste y mejor entendimiento y un Bortolameolli que optó más por la brocha que por el broche deseado cerrando con dos obras inmensas esta temporada 20-21.

Un placer escuchar siempre a Dmitri Shostakovich (1906-1975) pues su dominio compositivo saca siempre a relucir un colorido propio que hace brillar sus interpretaciones. Su Concierto para piano nº 2 en fa mayor, op. 102 es una de sus joyas ( utilizada en la película Fantasía 2000), Trpceski entregado desde el inicio (I. Allegro) pero con poca exactitud en la orquesta, muy atropellada e imprecisa para encajar con el solista, además de unas dinámicas que por momentos taparon el papel de un piano que no sólo es rítmico sino percusivo, titánico a menudo. Evidentemente los volúmenes y el «tempo» del II. Andante nos permitieron disfrutar de una atmósfera más sutil, pinceladas románticas que no pasan de moda, la cuerda sedosa que viste al «piano ruso» sin clichés, evocaciones al compatriota Rachmaninov emigrado a EEUU pero universal además de cinematográfico. El ataque del  III. Allegro volvió a descompensar dinámicas y rítmicas a pesar de la lucha titánica del macedonio con unas secciones instrumentales siempre con una calidad que no apreciamos cuando la batuta apunta donde no debe. A la vista de los resultados la interpretación dejó en bisutería esta joya orquestal con un pianista de oro.

Para desquitarse del anterior ShostakóvichTrpceski nos preparó como regalo el Allegro con brio del “Trío para piano nº 2 en mi menor, op. 67” junto al principal de chelos Maximilian von Pfeil y el citado concertino invitado Benjamin Ziervogel, tres grandes músicos que pudimos por fin disfrutar con la calidad y entrega esperadas así como por el feliz entendimiento que sólo el más universal de los lenguajes posee.

Hay sinfonías impactantes, históricas, emocionales, grandiosas, ideales para dejar por todo lo alto a las orquestas con todos sus primeros atriles luciéndose y examinando el trabajo del director. Las tres últimas sinfonías de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) creo que no han faltado en ninguno de los 30 años de la OSPA y la madurez exigida para la  Sinfonía nº 4 en fa menor, op. 36 de nuevo examina a los intérpretes. La Cuarta es una de mis preferidas y exigentes en su preparación, con mucho que dibujar, perfilar, sacar a flote, equilibrar, buscar los balances perfectos, encajar los intrincados cambios de compás y tempi justos que marquen diferencias entre una versión aseada y una entregada.

Está claro que Bortolameolli conoce la sinfonía al detalle, pero la orquesta asturiana no tiene la plantilla «angelina» y hay que controlar cuidadosamente los planos sonoros. Los músicos tocaron lo escrito sin pegas pero los matices deben controlarse. Una pena que entre lo deseado y lo real haya un abismo. Los «bronces» que llamaba Valdés, estuvieron perfectos, empastados, atentos, las maderas siempre acertadas y empastadas, la percusión dominando pasiones y pulsiones, más una cuerda bien engrasada pero de nuevo la brocha impidinedo disfrutar la globalidad del dibujo, la dirección debería haber ejercido de técnico de sonido para jugar con cada «fader» y equilibrar volúmenes. La frecuencia del flautín pide bajar del forte al piano, la cuerda no da para más volumen si los metales tocan las dos efes escritas. A lo largo de los cuatro movimientos (I. Andante sostenuto II. Andantino in modo di canzona III. Scherzo: Pizzicato ostinato IV. Finale: Allegro con fuoco) estos desajustes fluctuaron pese a la calidad de toda la orquesta, el arranque poco marcial, y donde destacaría los impresionantes silencios que inundan el auditorio (de acústica «nueva») y el tercer movimiento donde sí se logró el balance y encaje perfecto, con ese fuego final que quemó deseos cual hoguera de San Juan adelantada.

Si La Cuarta hubiese abierto la tarde primaveral, los músicos se habrían entendido mejor con Bortolameolli y éste con la orquesta, ya todos en el punto ideal de dedos o labios para afrontar un Shostakovich que seguro hubiese pintado más limpio y delineado, encajado broche ruso que no brocha rusa de trazo grueso. El curso académico y musical está terminando, el cansancio emocional se nos nota a todos pero la esperanza no la perdemos aunque los dirigentes (de todo tipo) sigan sin cumplir las expectativas. Los peores tiempos necesitan de los mejores porque el futuro está en sus manos. Es su hora, pues lo demás ya hemos cumplido.

Balance irregular en estos 30 años de OSPA, temporada de aniversario con pocas luces y muchas sombras para «La música en tiempos del Covid» más parecida un título de García Márquez que a la triste realidad presente. Al menos apliquemos la musicoterapia y el convencimiento de que «La Cultura es Segura» además de necesaria.

Así tenéis que amarla

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Lunes 7 de junio, 19:00 horas. Club de Prensa LNE Oviedo. Presentación del libro «Purita de la Riva, Pianista» (Fernando Agüeria Cueva).

Aforo completo para un acto más allá de la presentación de una biografía que como bien dijo Cosme Marina, presentador del acto, dejó fuera por las restricciones a una legión de fans que Purita de la Riva (2 de febrero de 1933) tiene en su Oviedo del alma.

«La MÚSICA, así con mayúsculas… Sólo tenéis que amarla» y Purita es así, única, luchadora, leyenda viva con calle propia y referente de La Viena del Norte español como he bautizado a un Oviedo que sin la pianista local (porque ella quiso) no sería lo mismo. Bien lo subrayó Cosme al hablar de una tradición musical que se fraguó con los años y donde Purita de la Riva representa y personifica parte de esta historia.

El libro de Fernando Agüeria Cueva (1962), actual director del CONSMUPA, no solo hace una biografía detallada de nuestra querida Purita sino todo un viaje personal que comenzaría en el Carreño avilesino recién salido de la Escolanía de Covadonga, donde escucharía a la insigne intérprete en un salón del que guardo muchos y buenos recuerdos, con la que compartiría docencia, aparcaría su coche en la calle que lleva su nombre (título del libro tomado de la placa) allá en los tiempos corales de Agüeria, y ahora biógrafo que repasa no ya una trayectoria aún viva, también la historia del Oviedo de Purita, sus conciertos en la Sociedad Filarmónica Ovetense donde comparte el récord con Achúcarro (también histórico y longevo pianista aún en plena forma) de ser la más programada, el repaso a las numerosísimas obras en su repertorio, solista, camerística, orquestal con Muñiz Toca o Vicente Santimoteo (también querido y recordado para su emocionado nieto Faustino Reguero presente en la sala). Músicos y pianistas que marcarían sus inicios, Saturnino del Fresno o José Cubiles, críticos como el recordado Juan Estrada Rodríguez Florestán e incluso Enrique Franco, también tribunal en las oposiciones de Purita, historias de aquel Conservatorio de la calle Rosal, las primeras relaciones con la Universidad y el posterior paso a la Diputación Provincial, las duras pruebas, hasta ocho a superar para obtener su plaza, el machismo imperante en los duros años 50 y 60, votada por mayoría por el clasutro como directora pero siendo nombrado Miguel Gomis, los enchufes, favores, sinsabores y malestares que Purita prefería no sacar a la luz aunque es de justicia que se sepan porque ella sí ha pasado a la historia. Todavía con mando en plaza, lúcida y simpática como siempre, ya recriminaba en la mesa a Fernando que no leyese y nos dejase a nosotros redescubrir una trayectoria que al fin tiene biografía en vida y por muchos años, aguantando achaques, pandemias, caídas y todo lo que le echen, mujeres duras de las que ya (casi) no quedan.

Un libro para recrearse, en mi caso con tantos nombres y lugares comunes, Adolfo Casaprima entre ellos como historiador de la centenaria Filarmónica Ovetense que acogió siempre a nuestra pianista de referencia, lo que supuso en Asturias la enseñanza del piano donde los hombres éramos minoría, pues no eran tiempos para el arte y la música resultaría casi decorativa para los obligados Servicios Sociales (la Mili, como el coñac Soberano, era cosa de hombres), tantos alumnos y alumnas que pasaron por el piano de LA MAESTRA, también con testimonios recogidos en el libro de Fernando Agüeria.

Imposible contar una vida dedicada a la música, sus clases y conciertos, las reseñas de prensa, la trayectoria de una mujer creyente y devota del Sagrado Corazón al que agradece estar viva tras recordar aquél triste octubre del 34 en Oviedo, querida y admirada por todos, con la poesía como pasión escondida que no faltó como segunda propina tras interpretarnos al piano la armonización de Anselmo González del Valle de la canción asturiana «No la puedo olvidar«. A Purita de la Riva tampoco, y los dos regalos eran lo que esperábamos todos: el piano que sigue siendo vital, y la rapsoda de memoria prodigiosa capaz de emocionarnos igualmente. Larga vida a Purita, genio y figura.