Viernes 9 de abril, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo: Primavera I. OSPA, Roman Simovic (violinista y director). Obras de Mendelssohn y Prokofiev. Entrada butaca: 15 €.
La primavera asturiana es puro contraste, mañanas frescas y mediodías calurosos, atardeceres luminosos no exentos de fina lluvia, praderas coloridas donde todavía hay que segar para que la paleta de colores resulte limpia.
La OSPA arrancaba esta nueva estación con un programa viajero desde nuestras butacas y con el violinista ucraniano afincado en Londres como concertino de su sinfónica, Roman Simovic ejerciendo de auténtico guía, protagonismo compartido por un músico de atril que deja a los compañeros disfrutar pero exigiendo el máximo riesgo, como nuestra recién estrenada primavera asturiana.
La conocidísima Sinfonía Italiana de Mendelssohn es una habitual en las temporadas de la OSPA y hasta en las notas al programa (que no están firmadas) se nos apunta es la décima en sus treinta años, por lo que nunca está de más desempolvarla y transmitir en estos tiempos pandémicos la alegría desbordante que el músico alemán derrocha en esta joya. Simovic compartió y compaginó dirección y concertino con la invitada Elena Rey dejando fluir la música pero “apretando el acelerador”, exigiendo para el primer Allegro vivace una velocidad endiablada, como obviando allegro, que evidenció desajustes y cierta precipitación, arriesgada pero brillante, sumado a la acústica distinta que supone situarlos a todos en pie (salvo los cellos, evidentemente) y el añadido habitual en “Protoclo Covid” de una caja acústica abierta, más fondo de escenario y la separación entre los músicos que supongo para el público es perfecta al acceder a detalles precisos pero que para director e intérpretes es totalmente distinta. Los balances entre secciones no fueron los deseados, pero con todo la interpretación de este inicio de “la italiana” fue arriesgar para disfrutar, la pradera aún sin segar que comentaba al principio con esa temperatura de contrastes casi extremos en esta estación, la luz de la madera y las sombras metálicas. En cambio el Andante con moto supuso el remanso casi religioso tras la cercana Semana Santa, el recuerdo napolitano del alemán y el malagueño de este asturiano, una sonoridad delicada y deseada con una orquesta que disfrutaba con la línea marcada por su compañero al mando, Con Moto moderato que continuó la sinfonía viajera, gozando nuevamente de la madera y el ropaje de una cuerda sedosa, casi británica, unas trompas empastadas en feliz conjunción con la madera, toques de timbal precisos y fraseos de arcos amplios antes de volver al desenfreno del Saltarello: Presto, verdadera evocación de la tarantella napolitana pues la picadura fue espolear para saltar a un vacío de vértigo sin contención alguna, potente, enérgico, en tensión siempre necesaria para la orquesta con un valiente Simovic que apostó de nuevo por conjugar el binomio arriesgar con disfrutar, virtuosismo en flautas, violines en carrera, graves empujando y el arco de batuta mandando atacar: primavera asturlondinense.
Volverían las sillas y el virtuoso Simovic al mando para retomar viaje, esta vez Prokofiev y su Concierto para violín nº 2 en sol menor, op. 63, más implicado como solista con la joya de Stradivarius pero igualmente atento a la orquesta, protagonismos compartidos en una interpretación magistral de este segundo del ruso que conjuga una orquestación reconocible así como las etapas que sus tres movimientos suponen en este “tour” que arranca con el I. Allegro moderato francés, donde la melodía parece tomar las primeras notas de La vie en rose, violín cantando cual acordeón en el Sena contestado por una orquesta densa y clara, primavera parisina elevándose con vertiginosas escalas al cielo de la ciudad de la luz pero con acento ruso y mando solista controlando todos los recovecos orquestales; siguiente parada en el sur de Moscú, Vorónezh, con el II. Andante assai de tiempo ideal para la sonoridad carnosa del violín solista, el acompañamiento orquestal que me evoca al Elgar sin enigmas, universalidad de la ciudad universitaria rusa en este bellísimo movimiento central donde todo fluye sin prisa pero sin pausa, más el salto hasta Azerbayán del III. Allegro, ben marcato, la Unión Soviética tan variada y rica donde la música nunca falta, última etapa de este segundo de Prokofiev que mostró la primavera viajera, madura y luminosa de una OSPA bien fusionada con un pletórico Roman Simovic, disfrutando todos con todo y transmitiendo buenas sensaciones en un bien marcado allegro puramente Sergei que cerraba velada.
Excelencia rusa tras un concierto que se estrenó en el Madrid republicano y casi tercera parte con un postre de lujo: la impresionante Ballade (Sonata nº 3) de Eugène Ysaÿe, compositor que como Simovic también alternaba violín y dirección, auténtica lección de musicalidad con un virtuosismo impactante y el sonido del Stradivarius de 1709 cedido generosamente por Jonathan Molds, presidente del Banco de América. Esperanzas primaverales pese a las incertidumbres, nuevamente demostrando que la cultura es segura y Oviedo sigue siendo “la Viena del norte” español. Y mañana más.