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Quiero y no puedo…

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Jueves 9 de mayo, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo: Conciertos del Auditorio. Rolando Villazón, tenor, Oviedo Filarmonia (OFIL), Christian Vásquez, director. Obras de Márquez, Mozart, Haydn y Dvořák.

(Crítica para Ópera World del viernes 10, con los añadidos de fotos propias, más links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite).

En el ciclo ‘Los Conciertos del Auditorio’ que cumple sus bodas de plata, no suele faltar el guiño a la afición y tradición lírica asturiana, y por él han pasado muchos cantantes de renombre internacional junto a óperas en concierto, casi complemento de las óperas y zarzuelas en el Teatro Campoamor, por lo que son recitales muy esperados y atraen a amantes de la lírica de todas partes de Asturias y España.

El tenor mexicano Rolando Villazón (1972) regresaba a la capital ovetense, donde debutó hace 22 años con el «Romeo y Julieta» de Gounod junto a Ainhoa Arteta (y no precisamente con buen recuerdo), esta vez con un repertorio un tanto ‘extraño’, además de breve, anunciado junto a su compatriota la sobrevalorada y controvertida directora Alondra de la Parra, que venía a nuestra Vetusta para este “pseudorecital” más el doblete de zarzuela «La Rosa del Azafrán» para estrenarse en el foso, todo con la OFIL, que prosigue su andadura “todoterreno”. Pero una baja por motivos de salud obligó a encontrar sustitutos desde hace solo tres días, contactando con el maestro bilbaíno Diego Martín Etxebarría para las dos funciones de la próxima semana dentro del Festival de Teatro Lírico, que también contaré desde aquí, y el director venezolano Christian Vásquez para esta esperada y apurada cita del auditorio, resultando más concierto que velada lírica, pues tres obras cantadas para la primera parte, más la propina de zarzuela, no se pueden calificar de recital.

Con más cambios en el orden del programa, que dejo al final, arrancaba directamente Villazón con un aria de concierto del Mozart niño, Va, dal furor portata, KV 21 (19c), escrita en Londres con solo nueve años y donde se nota aún cierta bisoñez aunque ya tiene detalles propios del genio de Salzburgo. Casi prolongación del barroco, el tenor tuvo problemas con unas agilidades bruscas y poco limpias, unos graves que han ganado cuerpo pero sin apenas matizar, siendo su gama dinámica del mezzoforte al fortísimo, lo que desluce una vocalidad ya de por sí algo limitada.
Tras una presentación al publico de su Mozart y “papá Haydn en el Londres donde coincidieron los dos genios, así como el recuerdo de 2002, llegaría el recitativo con aria «Dov’ e quell’alma audace… In un mar» de «L’anima del filosofo, ossia, Orfeo ed Euridice», compuesta en 1791, el año de la muerte de Mozart. Es importante ir sacando la producción operística del austriaco aunque sea con cuentagotas, y Villazón es uno de los adalides de estas recuperaciones. El rol de Orfeo le va al mexicano como anillo al dedo, pero volvió a decantar la balanza por una matización algo destemplada, sólo salvable en el largo recitativo inicial que da título a este número, donde poder cargar la parte dramática que los años ayudan, pero sus conocidos problemas (el quiste congénito del que le operaron en 2018, la ansiedad escénica y la acidez severa) no hacen más que corroborar que hemos perdido a este tenor, con el aria “In un mar” más representada que cantada. Se le agradece el empeño por seguir siendo un artista, pero ya no tiene el tirón de antaño y se notó hasta en el aforo del auditorio, que no se completó. La urgencia en encontrar director también se apreció en esta primera parte, pues el maestro Vásquez no estuvo cómodo con unas obras que probablemente eran nuevas, como para la mayoría del público. Al menos OFIL sigue siendo la orquesta heterodoxa y dúctil que responde al podio siempre, por lo que Haydn sonó clásico y el venezolano hizo lo que pudo.

No entendí colocar la popular obertura de «Las bodas de Fígaro», KV 492 tras Haydn, tal vez para comprobar el nivel de madurez que Mozart ya tenía en 1786 y emparejándolo con el aria anterior. Pese a ser una partitura que OFIL habrá tocado infinidad de veces en otros recitales al uso, la versión del director venezolano fue de brochazos más que de pincel, y los músicos se plegaron a las órdenes de un Vásquez que optó por marcar en vez de interpretar.

La última “escena” más que aria, canción o romanza, elegida por Villazón, sería L’esule (El exilio) de Verdi, en un interesante arreglo del original para tenor y piano realizado por Luciano Berio que dota a esta partitura de los aires ya conocidos del genio de Le Roncole un par de años antes de su «Nabucco». Rolando Villazón se entregó de principio a fin de nuevo con un dramatismo convincente y la escena que le conocemos, pero quedaría tapado en momentos puntuales por una orquesta poderosa que Vásquez no aplacó en sus dinámicas. El timbre del mexicano ha engordado y los agudos parecen más colocados, pero echamos de menos la “messa di voce” de sus inicios así como unos fraseos más acordes con esta partitura de salón, aunque el arreglo orquestal la eleve a aria operística.

Curiosamente la propina resultaría lo más aprovechable de esta primera parte, el homenaje a su admirado Plácido Domingo y a nuestra zarzuela «Maravilla» (de Moreno Torroba) con esa maravillosa romanza “Amor, vida de mi vida”, paralelismos vocales mexicanos y españoles para esta página llena de pasión que nunca le ha faltado a Rolando Villazón, despidiéndonos para una segunda parte sinfónica donde disfrutar tanto de la OFIL como de Christian Vásquez, dominador de Dvořák y Márquez que los dirigiría de memoria.

La octava sinfonía del checo sonó madura, llena de luz y color en sus cuatro movimientos con lucimiento de todas las secciones, destacando un Adagio impecable por sonoridad, dinámicas, fraseos y planos sonoros bien marcados por Vásquez con la respuesta exacta de la filarmónica ovetense. El Allegro ma non troppo final dejaría en alto una interpretación soberbia que estaba previsto fuese el cierre de este concierto con Villazón de invitado, pero el homenaje mexicano para él y la Alondra que voló enferma, se dejó para despedir este penúltimo concierto del ciclo (el 6 de junio lo clausurará la Gustav Mahler Jugendorchester con Kirill Petrenko), y el segundo danzón de Márquez con una orquesta reforzada incluso con alumnos del CONSMUPA, fue la explosión y colorido lleno de intervenciones solistas dignas de destacar, desde el piano del virtuoso Sergei Bezrodni al clarinete de Inés Allué, unos metales compactos y una sección de percusión impecable, todo llevado por un Vásquez que apostó por los contrastes para dejarnos un buen sabor de boca.

FICHA:

Jueves 9 de mayo de 2024, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo: Conciertos del Auditorio. Rolando Villazón, tenor – Oviedo Filarmonia (OFIL) – Christian Vásquez, director. Obras de Márquez, Mozart, Haydn y Dvořák.

PROGRAMA DEFINITIVO:

PRIMERA PARTE

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Va, dal furor portata, KV 21 (19c). Texto de Pietro Metastasio

Franz Joseph Haydn (1732-1809)

“Dov’ e quell’alma audace… In un mar”,
de L’anima del filosofo, ossia, Orfeo ed Euridice

Wolfgang Amadeus Mozart

Obertura de Las bodas de Fígaro, KV 492

Giuseppe Verdi (1813-1901)

L’esule [arreglo de Luciano Berio (1925-2003)]

SEGUNDA PARTE

Antonín Dvořák (1841-1904)

Sinfonía nº 8, en sol mayor, op. 88

I. Allegro con brio

II. Adagio

III. Allegretto grazioso – Molto Vivace

IV. Allegro ma non troppo

Arturo Márquez (1950)

Danzón nº 2

Suzuki y la elegancia inglesa

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Miércoles 24 de abril, 20:00 horas. Oviedo, 25 años de «Los Conciertos del Auditorio»: Philharmonia Orchestra, Jean-Guihen Queyras (violonchelo), Masaaki Suzuki (director). Obras de Beethoven, Schumann y Dvorak.

Por Oviedo han pasado y continuarán haciéndolo las mejores orquestas del mundo, y este miércoles volvía al Auditorio la londinense Philharmonia Orchestra bajo la dirección de Masaaki Suzuki (Kob, 1954), sustituyendo al previsto Gardiner (apartado de la dirección tras el incidente con el barítono William Thomas del pasado agosto), pues debía suplirle otro maestro de una trayectoria semejante, y el japonés que ha bebido del «dios Bach», podía afrontar sin problemas un concierto bien asentado y equilibrado por las «tres patas», ordenado a la manera tradicional de obertura, concierto con solista y sinfonía, una excelente orquesta con un chelista potente como el francés Jean-Guihen Queyras (Montreal, 1967) y una leyenda al mando.

Con estos mimbres nada podía salir mal y la «Philharmonia» regresaba tras nueve años a nuestro auditorio con la misma elegancia, sonoridad, orden y unas manos sin batuta capaces de brillar en otro concierto para «La Viena Española», parada obligada en esta gira peninsular (Barcelona, Madrid, Oviedo, Valencia y Alicante).

La Obertura «Egmont», op 84 de Beethoven es la mejor forma de calibrar el estado de una orquesta por plantilla, exigencias técnicas y expresividad, como en 2015 lo fue «Coriolano». Intensidad dramática de sonoridad rotunda y un Masaaki Suzuki aún recuperándose de su brazo izquierdo pero transmitiendo la energía necesaria a la orquesta londinense, marcando acentos rotundos sin excesos, con una cuerda donde a partir de los siete contrabajos colocados a la izquierda, tras los primeros violines, en disposición vienesa que ayuda a degustar cada sección bien balanceada, se puede uno imaginar la «pegada». Sonoridad redonda en unas trompas siempre sobresalientes, y unos timbales mandando sin sobresalir. Excelente interpretación beethoveniana con una formación de sonido elegante, claro, de dinámicas siempre controladas por un Suzuki ejerciendo de Maestro, con mayúsculas y músculo esdrújulo.

El Concierto para violonchelo en la menor, op. 129 de Schumann es exigente para el solista pero necesita concertarse en perfecto entendimiento de lo que sigo llamando «las tres patas», y tanto Queyras como Suzuki (que coincidían por vez primera) supieron llevar los tres movimientos sin pausa, fraseando el francés nacido en Canadá siempre con el respeto en los planos de los londinenses, sacándole a su Gioffredo Cappa (1696) un sonido diáfano, profundo en el grave, delicado en los agudos, siempre presente por el mimo orquestal, bien empastado con los chelos detrás suyo y con tarima para mejorar el sonido, e impecable en todos los requerimientos técnicos de la partitura del compositor alemán (bravo el dúo con el chelo principal), una de las imprescindibles en la literatura para chelo y orquesta.

Un éxito enormemente aplaudido por un público que no falla en estas citas, regalándonos un saludo en castellano y el Preludio de la Suite nº 2, BWV 1008 de Bach, casi tributo al «apóstol Suzuki«, impecable, sentido, fraseado con la madurez de los años donde la técnica se pone al servicio de la música, también homenaje al no siempre recordado Pau Casals, de quien guardo igualmente su concierto de Schumann remasterizado en mi discoteca.

La Sinfonía nº 6 en re mayor, op. 60 (1880) del bohemio Dvořak no es de las más programadas (Brahms le aconsejó que la siguiente la «imaginara como bien diferente a esta») frente a las tres últimas, por lo que siempre es un placer escucharla en vivo, recuperando y entendiendo mejor su corpus sinfónico en este año de la música checa, y más con una gran orquesta como la Philharmonia. Fue la primera publicada por Simrock pero es una obra madura en sus cuatro movimientos donde aparecen los recursos bien estudiados  y conocidos por el checo de Beethoven, Schubert o Brahms sin faltar el componente popular de su tierra, como también en su compatriota Smetana. Obra de amplia sonoridad con un lenguaje sencillo, cercano pero con mucho por explorar. Suzuki sacó a la luz la majestuosidad de esta sexta, el crescendo emocional del Allegro non tanto inicial, un apacible y delicado Adagio, la enérgica y bailarina «Furiant» Presto del Scherzo donde el encaje perfecto de todas las secciones, con la cuerda impecable, asombró por la elegancia sonora y la pulcritud de gestos desde el podio del maestro japonés realzando los cambios de ritmo antes del impresionante Finale. Allegro con spirito verdaderamente jubiloso, contrastante, luminoso y grandioso.

Con el auditorio entregado, nada mejor que seguir con Dvořak para regalarnos su Danza Eslava op. 72 nº 2, «Dumka», otra página para degustar el sonido pulcro y elegante de las orquestas británicas a las que el Brexit no afecta pues siguen teniendo material de calidad exportable, con Suzuki al triángulo y dirigiendo con la varilla. Como alguien comentaba en broma al salir, «la orquesta es tan buena que la dirige el del triángulo», y es que el japonés contagia siempre su energía como en este otro concierto para recordar en Oviedo.

PROGRAMA:

PRIMERA PARTE

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Obertura «Egmont», op. 84

Robert Schumann (1810-1856)

Concierto para violonchelo en la menor, op. 129:

I. Nicht zu schnell – II. Langsam – III. Sehr lebhaft

SEGUNDA PARTE

Antonín Dvořák (1841-1904)

Sinfonía nº 6 en re mayor, op. 60:

I. Allegro non tanto – II. Adagio – III. Scherzo – IV. Finale. Allegro con spirito

Una travesía musical

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Viernes 19 de enero, 20:00 horas. Auditorio «Príncipe Felipe» de Oviedo, «Conciertos del Auditorio» (25 años): Christian Tetzlaff (violín), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías (director). Obras de Laura Vega, Elgar y Dvořák.

Interesante travesía musical con tres buques cargados de historias y cual viaje en el tiempo de la Vieja Europa al Nuevo Mundo con una vuelta a casa de la música vieja a la nueva diría que en avión para desandar cronológicamente este periplo con Oviedo Filarmonía y su titular Lucas Macías que disfrutan y hacen disfrutar cada vez más a un auditorio que está respondiendo bien a sus propuestas.

Desde Las Palmas, parada en los cruceros transoceánicos desde tiempos de Colón, hasta La Asturias, primer reino hispano y hoy por mí bautizada como «La Viena Española» llegaba un barco a estrenar con el nombre de «Vetusta», obra de la profesora Laura Vega (Gran Canaria, 1978) que la propia OFil le encargó para surcar el Atlántico hasta nuestro pantalán musical de «Carbayonia» con la tripulación al mando del capitán Macías Navarro que apuesta por mujeres compositoras y obras nuevas.

Interesante esta primera singladura de la tarde con una partitura que siguiendo las notas al programa de Stefano Russomano toma como fuente de inspiración el fragmento inicial de la universal novela del zamorano afincado en Oviedo Leopoldo Alas Clarín (1852-1901) «La regenta», que cumple ahora 140 años de su publicación: “La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles…”, una descripción de Vetusta (Oviedo) que se refleja en cada una de las secciones de la obra con una orquestación actual que bebe de lo conocido como no puede ser menos  en estos tiempos donde nunca se parte de cero, un barco nuevo con todas las actualizaciones para una buena navegación. Con más sugerencias que descripciones con frases de Clarín incluidas en la propia partitura, la música de Vega nos evoca imágenes conocidas por todos, de la ciudad provinciana que aún perdura como de los pequeños motivos musicales citados: el Preludio a la siesta de un fauno (1892-1894) de Debussy, el Himno de Asturias y el Concierto para piano Gift of Dreams (1998) de Rautavaara, tomando el diseño actual y rompedor del compositor finlandés para fusionar lo antiguo y lo nuevo en este astillero compositivo preparado para navegar muchos años y botado esta tarde ovetense con la propia Laura Vega presente, que con sus palabras define su música para Vetusta como “de carácter programático con un lenguaje basado en la consonancia (y no en los principios fundamentales de la ‘tonalidad’) siguiendo la línea de mis composiciones de los últimos años como por ejemplo Galdosiana, verdadera obra Clariniana sugerente, de instrumentación ideal para la tripulación ovetense que Macías desde el puente de mando llevó en este estreno cantábrico, casi una banda sonora de la actual Oviedo, «Capital Gastronómica 2024» que mantiene vivo el espíritu decimonónico también en nuestra particular historia melómana.

Cambiamos de embarcación para viajar ahora en una enorme goleta de la armada británica, un velero de tres palos hasta la Inglaterra de Sir Edward Elgar (1857-1934) y su Concierto para violín en si menor, op. 61 (1910) con el invitado Christian Tetzlaff (Hamburgo, 1966) cual sobrecargo que izaría velas al mando de su trinquete musical en cada movimiento, dejándonos un perfecto entendimiento con el capitán Macías y toda su tripulación de la OFil. Volviendo a citar las notas de Russomano «coloca al principio de la partitura una enigmática frase en castellano, procedente de la novela Gil Blas de Alain-René Lesage: ‘Aquí se esconde el alma de…’«, y el violinista alemán la enseñó desde el primer Allegro, convincente, seguro técnicamente y con una musicalidad digna de mención, aires inquietos con sus compañeros de cuerda luciéndose cada primer atril en el palo de mesana junto al viento cada vez más favorable para afrontar cualquier estado de esta mar musical en buena colaboración y sin enfrentamientos, protagonismos compartidos para una buena navegación. Pasión y lirismo o «terriblemente emocional» como el propio compositor definió este concierto escrito para el virtuoso Fritz Kresiler que sigue dándonos fieles estudiosos y seguidores de su legado como si un gran almirante se tratase. Caluroso y efusivo se mostró Tetzlaff en el Andante, con una mezcla de polifonía, lirismo y melancolía en la tripulación nuevamente bien llevada con Macías al timón y en el tercero, Allegro molto que devolvería el carácter dramático de una mar rizada con pasajes difíciles en el violín virtuoso de sonoridad amplísima (un Peter Greiner actual), dominando la situación en el tema cantable que tiene una larga y elaborada cadenza solista bien apoyada por la orquesta en un segundo plano que parece devolver la camla chicha tras el temporal previo para arribar felizmente a puerto antes de la última travesía transoceánica.

El premio en tierra tras desembarcar no podía ser otro que la acción de gracias a «Mein Gott» Bach al que su compatriota virtuoso del violín le tiene tanta admiración que lo ha llevado al disco e interpretado a lo largo de su dilatada y exitosa carrera, eligiendo para esta vez el Largo (III movimiento) de la Sonata Nº 3 en do mayor, BWV 1005, otra degustación de un lirismo doliente como el Elgar anterior (y propina el pasado lunes), sonido cálido y limpio, fraseos personales de delicada interpretación e impecable ejecución, diseños de siempre para nuevas embarcaciones.

Y la gran travesía vendría hasta el Nueva York donde Dvořák llevaría su conocida Sinfonía desde el Nuevo Mundo (1893), hoy nada nuevo aunque siempre más joven que la «Vieja Europa» pero que en su momento fue cual transatlántico de lujo que no sería un Titanic pero impresionaría por su grandiosidad y «guiños» a unos EEUU que aún no habían encontrado su propio camino musical en aquel final del siglo XIX. La OFil y Macías afrontaban el reto de una navegación conocida pero siempre distinta como el propio océano, pero se manejan en cualquier embarcación con la madurez de los 25 años y el «entrenamiento» en singladuras variadas y dificultosas. Con la misma plantilla la novena sinfonía del checo sacó a flote las mejores cualidades de todas las secciones, desde los timbales seguros junto a la percusión, la cuerda como cabos bien trenzados capaces de pasar de la tensión máxima al aterciopelado fondo para disfrutar de unos metales siempre afinados en el plano exacto, y la madera bien barnizada donde en esta partitura el protagonismo solista y la gran ovación final la llevó el valenciano Javier Pérez al corno inglés. Melodías conocidas, ritmos ricos, contrapuntos bien llevados y presentes además de precisos gracias al capitán de este barco que logró dinámicas amplias, balances perfectos y el trabajo bien repartido y acompasado de una tripulación que volvió a dejarse la piel en la última singladura, con el arranque delicado antes de poner la maquinaria a la máxima potencia, dosificando la velocidad de crucero con los nudos precisos en cada una de las «cuatro etapas».

El «viaje de vuelta» de Nueva York a Asturias lo hice en avión con escala nuevamente en Las Palmas Gran Canaria de donde partió toda la travesía musical para este viernes bajo cero en el exterior pero cálido en butaca, que no nos impidió repasar a Clarín con Galdós, disfrutar de la pompa británica y recordar sintonías radiofónicas o hasta versiones «pop» con Mocedades.

Aún queda mucha música en este enero de 2024 que seguiremos contando desde aquí con el agradecimiento de quienes me leen en el desayuno.

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

MAPA SONORO DE VETUSTA: Laura Vega (1978): Vetusta
(Estreno absoluto. Obra por encargo de Oviedo Filarmonía)

Edward Elgar (1857-1934): Concierto para violín en si menor, op. 61 (I. Allegro; II. Andante; III. Allegro molto)

SEGUNDA PARTE

Antonín Dvořák (1841-1904): Sinfonía nº 9 en mi menor, “Del Nuevo Mundo”, op. 95, B. 178 (I. Adagio- Allegro molto; II. Largo; III. Scherzo: Molto vivace; IV. Allegro con fuoco)

La «siguiente generación» ya pide paso

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Viernes 3 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, NextGen: Concierto final de la Masterclass internacional de dirección de orquesta con Johannes Schlaefli. OSPA, Maximilian von Pfeil (cello). Obras de Verdi, Weber, Elgar, Beethoven, Brahms, Dvórak y Chaikovski. Entrada de butaca: 5 €.

La OSPA ha celebrado a lo largo de esta semana la primera masterclass de dirección con el profesor de la University of Fine Arts en Zurich (ZHdK) Johannes Schlaefli (1957) enfocado para directores profesionales y estudiantes avanzados de dirección, una feliz iniciativa del titular Nuno Coelho, que fuese alumno del afamado maestro. De las 153 candidaturas recibidas (todo un éxito de convocatoria), entre Schlaefli y Coelho optaron por 8 finalistas, cuatro de ellos españoles, que trabajaron una selección de obras elegidas por ambos maestros, trabajándolas con la orquesta durante cinco días y un tiempo de podio de aproximadamente 130 minutos. Además de las sesiones con la orquesta por la mañana, hubo sesiones de retroalimentación y clases grupales por la tarde con Johannes Schlaefli, tal y como nos comentó en el encuentro previo celebrado a las 19:15 en la sala de cámara junto a la gerente de la OSPA Ana Mateo que hizo las labores de entrevistadora, moderadora y traductora.

Las técnicas de dirección y ensayo, así como el análisis de partituras, fueron el eje central de la clase magistral, y todas las sesiones de la orquesta fueron grabadas por un equipo de grabación de video profesional disponibles para todos los participantes, con lo que supuso de ampliación de experiencias antes de llegar a este concierto final, que hasta el miércoles no se decidió qué obras iba a dirigir cada uno, trabajando todos las ocho seleccionadas. Como comentó en la conferencia, a sus alumnos de dirección en Zúrich, y esta vez en Oviedo, les recomienda tener pasión por la música y humildad tras ser preguntado por cómo saber dónde había talento, sumando el trípode que se completa con la «química» entre dos seres como resultan ser una orquesta y su director. Evidentemente con nuestro titular portugués acertó y personalmente le felicité por su «ojo docente» y magisterio musical que la experiencia aporta, y en Asturias lo sabemos, viendo además la trayectoria nacional e internacional emprendida por Nuno Coelho.

El concierto se organizó como un programa especial a la forma clásica: dos oberturas, concierto solista y una «supersinfonía» de cuatro grandes manteniendo los tiempos: Allegro, Adagio, Scherzo y Finale. Sabia elección de obras conocidas por todo aficionado que no cubrió las expectativas de esta nueva apuesta, pues la OSPA imagino el esfuerzo que habrá supuesto ensayar estas obras con ocho visiones tan personales domo los finalistas, más todas las correcciones del Maestro Schlaefli que una vez pasado el ecuador y viendo lo que mejor le iba a cada «alumno», ya se centrarían todos en una sola partitura. Por ello mi primera felicitación a todos los músicos, que sin concertino volvieron a invitar a Jordi Rodríguez Cayuelas y María Ovín de ayudante. Con  obras que todos «tienen en vena» la versatilidad, profesionalidad y cariño con que se adaptaron a los cinco directores y tres directoras es digno de reseñar. Y mención especial al principal de cellos Maximilian von Pfeil como solista en el hermoso y difícil concierto popularizado hace décadas por Jacqueline du Pré junto a su marido Daniel Barenboim, que el alemán bordó siendo la obra estrella para todos, incluyendo a su compatriota y segundo director a quien le correspondieron los dos últimos movimientos.

Dejo a continuación cómo fue el reparto de obras y directores/as, todos trabajando de memoria salvo para el concierto de Elgar como es lógico, experiencia variada en todos, para seguir comentando mis impresiones con las biografías de los ocho que se pueden comprobar en el PDF del programa de mano, añadiendo que esa hoja la cubrimos con nuestro/s «favorito/s» en una urna a la salida del concierto.

Giuseppe Verdi (1813-1901): La fuerza del destino, obertura. Dirigida por el brasileño Richard Octaviano Kogima, músico completo (también pianista y compositor) con las ideas claras como su gesto, preciso y dejándonos un colorido Verdi más sinfónico que operístico.

Carl Maria von Weber (1786-1826):
Oberón, obertura. Dirigida por el cordobés David Fernández Caravaca (1995) musicalmente pasional y de formación «germana», marcando todo con claridad y sin rigidez. Página difícil con la que se desenvolvió sin problemas.

Edward Elgar (1857-1934) Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85: Siempre es difícil «concertar» con el solista aunque Maximilian von Pfeil es músico curtido también el atril. Los dos primeros movimientos (I. Adagio moderato; II. Lento – Allegro molto) los llevó el valenciano Adrián Moscardó (1989) con una amplia trayectoria en la dirección que está finalizando en la ESMUC barcelonesa con los maestros Johan Duijck y Salvador Brotons. Se le notó trabajado el concierto aunque hubiese necesitado mejorar los balances de las distintas secciones aunque fuesen claros los tempi y el aire, «mandando» el solista, sabedores que en estos casos el entendimiento con el podio es imprescindible. La OSPA respondió a todas las indicaciones muy disciplinada. Con aplausos que rompieron la necesaria unidad de este maravilloso Elgar, subía para los dos últimos movimientos (III. Adagio; IV. Allegro – Moderato – Allegro ma non troppo – Poco più lento – Adagio) el alemán Jascha von der Goltz, que demostró su magisterio internacional y trayectoria en la batuta. También alumno de Schlaefi se notan las tablas, sin apenas necesitar la partitura, bien en la concertación y el balance, gesto claro para los movimientos más exigentes y agradecidos, excelente transición al largo cuarto tras la impecable cadenza del cello y con amplias dinámicas que engrandecieron y lograron el «trípode» con la conexión y el buen hacer entre todos.

Tras el descanso los siguientes candidatos en una «sinfonía única» donde no podían faltar dos quintas («no hay quinta mala» como siempre digo) en los movimientos extremos, y con tres directoras que no solo demostraron que estamos en el siglo del salto de la mujer al podio por su preparación bien visualizada y modelo para la «next generation»:

Ludwig van Beethoven (1770-1827): Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67, I. Allegro con brio. Con decisión, valiente en el tempo y sin apenas respiro en los ataques arrancaba la alemano-colombiana Anna Handler una de las páginas más conocidas del sinfonismo, siempre difícil aportar algo nuevo que en este caso fue la fluidez y el dejar que la música transmita, no siempre marcando todo. Esta directora y pianista formada en Munich es titulada en la afamada Julliard School neoyorquina desde el mes de mayo pasado, y con las ideas muy claras para esta obra, ceñida a en cuanto a las dinámicas escritas pero con el crescendo final donde se notó muy trabajado y con las «masterclass» unidas a la «docilidad» de nuestra orquesta, volvieron a emocionar en esta quinta.

Johannes Brahms (1833-1897): Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 73, II. Adagio non troppo, que estuvo en las manos del madrileño-leonés Jorge Yagüe (1996) también formándose en Zúrich con el maestro Schlaefli y trabajando ya con distintas orquestas españolas y europeas. La experiencia se nota en un gesto amplio, expresivo, atento a los matices aunque, como a muchos de sus compañeros en el podio, necesita encontrar el balance adecuado saber «sacar a la luz» los motivos sin perder ningún detalle orquestal, que con tiempo lograrán todos pues hay mucho trabajo previo que tienen hecho.

Antonin Dvorak (1841-1904) Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95 «Del Nuevo Mundo», III. Scherzo. Una de las sorpresas de la noche fue la valenciana Celia Llácer (1994), sin batuta y con toda la energía que este movimiento exige. Matizando sin problemas, dirigiendo con todo el cuerpo y de nuevo siguiendo las clases, con pasión, más que precisión. Se nota que lleva desde niña en el mundo musical y lo transmite nada más subirse a la tarima. Ha dirigido la JOECOM (Joven Orquesta de Colegios Mayores), trabajadora, formada en el Centro Superior Katarina Gurska con Borja Quintas y asistente de grandes maestros no podemos olvidarnos de esta joven que seguro dará mucho juego en los próximos años, demostrando cómo ha cambiado y mejorado el panorama español también en el mundo de la dirección orquestal. La OSPA rindió a tope y con la complicidad que dejó fluir esta maravillosa música fue otra de las triunfadoras del concierto.

Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893): Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64, IV. Finale (Andante maestoso – Allegro vivace). Cierre por todo lo alto con la coreana Subin Kim, formada en Alemania. Claridad y precisión fueron sus rasgos aunque el tempi se «cayese» un poco antes del puente. Imposible no entregare en este final de la quinta del ruso, y aunque los metales parecieron desbocarse sin que la maestra los amarrase cortos, hubo convencimiento y pasión en esta interpretación, más brocha que pincel y comprobando que existe un mal generalizado en confundir los crescendi con los acelerando, pero el ímpetu juvenil no tiene nacionalidad y instrumento concreto, en este caso una OSPA que sonó confiada, de nuevo.

Un gran concierto de jóvenes con formato decimonónico en el programa, obras para todos los públicos, incluso para algún despistado que vino «confundido» y marchó feliz, continuar trabajando para formarse (en música nunca se acaba) y el lujo de contar con la OSPA para estas batutas que anotaremos para ver su progreso en el siempre difícil terreno de la dirección orquestal. En Oviedo han tenido una oportunidad para demostrar su valía y aprendizaje permanente con un gran maestro y la mejor orquesta a su servicio.

Excelente iniciativa en apoyo de las jóvenes «nuevas generaciones» (con PPerdón) que repetirán el próximo mes ya con Nuno Coelho al frente y dedicado a la viola con Sandra Ferrández.

EnganchadOS PAra la próxima

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Viernes 28 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Musica est litterae II, Abono X, OSPA, Nuno Coelho (director). Obras de Dvořák, Gerhard y Prokofiev.

Tarde completa con la OSPA y su titular Nuno Coelho (Oporto, 1989), que junto a la gerente Ana Mateo nos citaban a las 18:30 en la sala de cámara a todos los abonados para presentarnos la próxima temporada 2023-24, segunda del maestro portugués, que comentaré en otra entrada del blog, y que solo con los titulares y avance de una programación aún sin cerrar completamente, ya nos ha dejado enganchadOS PAra la siguiente, con ilusión, esperanza en otra apuesta de nuestro «Neno» que desgranaré más detalladamente y con más tiempo.

Y a las 19:15 nos dirigimos a la prueba acústica de esta segunda entrega del llamado «Music Folixa Books» de la música literaria, es decir otra muestra de cómo Cervantes y Shakespeare han inspirado tantas partituras. El director portugués también nos explicó los distintos pasajes a revisar antes del concierto con distintos matices y tempi, que también haría al presentar este décimo de abono antes de dar inicio al concierto.

Nuno Coelho se ha ganado el respeto y la admiración poco a poco, concierto a concierto desde sus primeras invitaciones. Cercano y pasional, viviendo la música y transmitiendo una alegría que además de granjearse la simpatía del público, también logró una buena conexión con su orquesta, a la que está devolviendo la confianza perdida tras algunos años que he llamado de «travesía del desierto». Las obras elegidas para este abono demostraron cómo se está retornando al «sonido OSPA» más allá de una mera suma de las secciones, un bloque compacto y unido donde todos se escuchan y transmiten las claras indicaciones desde el podio para alcanzar momentos deliciosos. Sólo queda cubrir de una vez la plaza de concertino, esta vez con otra invitada de larga trayectoria como es la polaca Joanna Wronko. Tres compositores cercanos en el tiempo que han sido auténticos maestros en la orquestación y ayudaron a amalgamar esta orquesta asturiana «En busca del tiempo perdido» como el escrito por Proust.

El amor y todas sus facetas: enamoramiento dulce, pasión, celos, dramatismo llevado hasta el cénit, «música pura» que a menudo ha encontrado en la danza la máxima expresión sin necesidad de palabras merced a unos argumentos literarios donde la ficción parece superada por la realidad con solo leer la prensa o escuchar las noticias. Obras cercanas en el tiempo que ayudan a engrasar la maquinaria sinfónica y las emociones de todo diletante que se precie.

William Shakespeare (1564-1616) plasmó como pocos el amor cortés y las pasiones humanas, por lo que Antonin Dvořák (1841-1904) escribirá la obertura Othello, op 93, B. 174 en sus años como profesor de composición e instrumentación en Praga antes de mudarse a Nueva York, casi cual relato sinfónico donde explorar toda la dramaturgia del escritor inglés. El inicio lento ya mostró una cuerda disciplinada en los matices, con ataques precisos, sonoridad homogénea, sumando una madera siempre empastada, afrontando el allegro lleno de dramatismo con una paleta de dinámicas potentes, la ternura y los celos como motores tímbricos y expresivos que la orquesta mostró desde la deseada y esperada unidad sinfónica con la respuesta exigida desde la batuta siempre precisa, respirando aires wagnerianos pero también rusos, al igual que en la segunda parte.

Sobre nuestro universal Don Quijote cervantino el catalán de origen franco-suizo y exiliado a Inglaterra Robert Gerhard (1896-1970), que sería el primer compositor de música electrónica inglesa con su «El Rey Lear» (1955), escribirá sus Danzas de Don Quijote (1. Introducción; II. Danza de los Muleros; III. La edad de Oro; IV. En la Cueva de Montesinos y V. Epílogo) tras un encargo del propietario del Arts Theatre Ballet londinense, todo accidentado por la Segunda Guerra Mundial y reescrito en 1958 con forma de esta suite que Coelho nos brindó con «su» OSPA: atriles principales «gustándose» y ganándose el protagonismo, en especial toda la madera, mezclas estilísticas con dodecafonismo de Schönberg y herencia de Pedrell, el españolismo que el propio Quijote destila y Gerhard plasma en cinco movimientos muy exigentes orquestalmente, poco programados pero al fin escuchados en Asturias con toda la calidad de nuestra formación y el ímpetu desde un trabajo concienzudo por parte del maestro portuense. El amor platónico de Alonso Quijano a la Aldonza idealizada como Dulcinea, bendito y loco Quijote con músicas catalanas, danzas caballerescas casi del Rey Arturo con  trompeta y tambor, el descanso tras la batalla contra los molinos, el sueño y la realidad, dualidad femenina rememorando a nuestro gran Francisco Salinas, más ese epílogo tomando al homónimo de Richard Strauss para esta música de ballet que explora y explota los recursos tímbricos, melódicos y rítmicos de la orquesta en una interpretación exquisita por parte de la formación asturiana con el portugués al mando, y un final tan «mimado» e imperceptible que el público tardó en responder con el más que merecido aplauso.

Y la pareja de enamorados más universal que Shakesperare ambientó en Verona será inspiradora de mucha literatura musical donde destacará entre otros rusos Sergei Prokofiev ((1891-1953) cuyo Romeo y Julieta fue pensado para el famoso Teatro Marinsky de Leningrado (hoy San Petersburgo) y rechazado por el Ballet Bolshoi tachándolo de «no oirse bien la música, demasiado corta, tener ritmos impredecibles y ser en suma «imposible de bailar»…» como bien nos cuenta Andrea García Alcantarilla en las notas al programa (página 41), por lo que Prokofiev extrajo dos suites del ballet de 1936 (opus 64bis y 64ter) que se estrenarían en Brno dos años más tarde, y una tercera suite (op. 101) en 1946. Nuno Coelho tomaría de todas ellas nueve números organizados según el orden literario confiriendo así mayor unidad este «relato sinfónico»: I. Montescos y Capuletos, II. La joven Julieta; III. Minueto; IV. Romeo y Julieta (escena del balcón); V. Baile matutino; VI. Muerte de Tybalt; VII. Fray Lorenzo; VIII. Romeo ante la tumba de Julieta; IX. Muerte de Julieta). Si la orquestación del ruso es exquisita y con números muy escuchados como el primero, potentísimo y acertado arranque antes del «tema principal», el segundo con cuerda precisa y presente), el sexto impetuosamente vertiginoso y esa muerte final que angustia por la delicadez revestida de solemnidad orgánica en trombones y tuba, con esta OSPA del décimo que no defraudó en ningún momento. Por fin una cuerda precisa y clara, corpórea, permutando cellos y violas, vientos bien ensamblados con trombones y tuba «entarimados» a la derecha tras los contrabajos, aumentando la sensación de contundencia, piano-celesta y arpa en feliz unión, timbales seguros y sobre todo el papel de una percusión que además de motor daría las pinceladas de color que Prokofiev siempre les escribe.

Maravillosa segunda parte con un trabajo arduo de matización, rítmica, transiciones espectaculares, balances conseguidos y el final trágico, sentido, con Coelho aguantando las manos para permitir esos segundos donde las notas aún flotan antes de respirar hondo y alcanzar la atronadora ovación del respetable, más que merecida, con varias salidas a saludar y el aplauso unánime de unos músicos a quienes se les notó el disfrute tras el enorme esfuerzo exigido y bien resuelto.

Clausura de «Champions»

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Sábado 28 de mayo, 20:00 horas. Conciertos del AuditorioOlga Kulchynska (soprano), Emily D’Angelo (mezzosoprano), Oviedo Filarmonía, Vincenzo Milletarì (director). Arias y dúos de ópera.

Tras la cancelación por enfermedad de la directora Yue Bao, Vincenzo Milletarì (1990) se puso al mando de la gala lírica con la que este sábado se clausuraba la temporada de los Conciertos del Auditorio con dos voces muy interesantes como la soprano ucraniana Olga Kulchynska (1990) y la mezzo canadiense Emily D’Angelo (1994) que nos dejaron una velada de altura para un público entusiasmado. No olvidemos que Oviedo, «La Viena española», es especialmente amante de la ópera, y si en el foso la OFil es seguro de calidad, en escena, con un director italiano muy gesticulante pero siempre claro, teniendo que «adoptar» un programa ya definido, estaba claro que la despedida era de «Champions» como muchos madridistas presentes, incluso algún móvil sonando siempre en los peores momentos.

Gala lírica organizada con arias de ambas voces, dúos y oberturas para cada inicio, ópera mayoritaria pero también zarzuela como era de esperar en una ganadora del Francisco Viñas de 2015 y otra de Operalia en 2018, con páginas conocidas que las cantantes tienen ya muy trabajadas tanto en recitales como sobre las tablas, lo que aseguraba un éxito previo corroborado a lo largo de una velada que fue de menos a más.

Las obertura de La gazza ladra (Rossini) a pesar de las siempre vulnerables trompas que remontarían vuelo posteriormente, puso a prueba las agilidades y limpieza de una orquesta a la que vendrían bien más violines pues el resto estuvo bien compensado con el acierto de poner tarima a los contrabajos para conseguir una sonoridad más rotunda.

Aunque el barroco no sea el fuerte de la orquesta ovetense, estuvo bien comenzar con Claudio Monteverdi y el dúo Pur ti miro de «L’incoronazione di Poppea» para comprobar que las dos voces femeninas empastaban a la perfección aunque la soprano parecía volar más alto que la mezzo (ya estamos más habituados a los contratenores) con unos volúmenes algo tapados pero de estilo correctamente cantado por ambas.

Mozart siempre tiene el engaño de su aparente facilidad escondiendo auténticas arias de exigencias vocales verdaderamente exigentes. Del «Così fan tutte» primero escuchamos a Olga Kulchynska un Come scoglio brillantemente interpretado con unos graves poderosos desde un color bello unido a una técnica prodigiosa, y otro tanto del dúo Prenderò quel brunettino con Emily D’Angelo de nuevo más musical y una línea de canto idealmente homogénea.

Salto a la Francia hoy capital futbolística con tres páginas que no pueden faltar, primero y alternando el orden del programa, una musicalmente agradecida canadiense y su Mon coeur s’ouvre a ta voix de «Sanson y Dalila«, una joya de Saint-Saëns a la que los volúmenes orquestales no impidieron escuchar una línea de canto muy sentida con la excelencia de la madera y un arpa brillante, a lo largo de la gala, de Danuta Wojnar. Después Gounod de su «Faust» el aria de las joyas, O Dieu! Que de bijoux para todo el lucimiento de la soprano ucraniana que pese a no estar «mimada» por Vincenzo Milletarì, más preocupado de encajar que de matizar, mostró su gusto y poderío vocal.

Y nada mejor para cerrar esta primera parte que el famoso dúo de «Los cuentos de Hoffmann» de Offenbach, la Barcarola con apariciones enfrentadas de las cantantes convergiendo en el centro,  orquesta inspirada y bien llevada por el italiano, voces con diferentes volúmenes no ya por tesitura, pero de empaste correcto pese a un color similar en ambas de tesituras tan distintas. Lo bisarían al final del concierto.

Tras el descanso la OFil sacaría lo mejor de su versatilidad con la Polonesa de «Eugene Onegin», sinfonismo de altura del gran Tchaikovski para una ópera no muy representada, tempo exigente al que respondieron todas las secciones antes de dejarnos lo mejor del bel canto como son «I Capuleti e I Montecchi» de Bellini que la canadiense pero especialmente la ucraniana, tienen en su repertorio, cambio de vestuario y más interpretación que en la primera parte, comenzando con el aria de mezzo Ascolta! Se Romeo t’uccise un figlio que D’Angelo «destroyer» masculinizada recreó con fuerza y gusto antes del recitativo y aria Eccomi…oh quante volte, personalmente lo mejor de la gala, con el trompa solista perfecto y una Olga Kulchynska que hizo poner la carne de gallina al respetable, filados, proyección, afinación y dominio completo del rol.

No se quedó atrás el dúo Si, fuggire, a noi non resta disfrutando de estas voces jóvenes que ya están triunfando en los más afamados teatros mundiales, más equilibrio de volúmenes y mejor balance orquestal para esta ópera que tengo entre mis referentes.

Y otra aria para disfrutar, más aún en la voz de «la Kulchynska», la bellísima Canción a la luna de «Rusalka» (Dvorák) con una orquesta perfecta, el arpa tan divina como la ucraniana, más un Milletarì cada vez más cómodo con todo, el punto álgido de esta gala.

La presencia de la zarzuela vendría con «La D’Angelo» que bordaría la romanza de «El barquillero» (Chapí) tan poco escuchada, Cuando está tan hondo, con una pronunciación muy trabajada y muy adecuada elección para esta voz de mezzo con agudos y medios potentes que sumados a la musicalidad y entrega de la que dio muestra a lo largo de este recital, remataría el programa antes de las dos propinas.

Tras bisar la Barcarola, las dos cantantes compartieron Chapí con la conocida romanza de «Las hijas del Zebedeo», donde sin entrar en triunfadoras y con un tempo muy ágil, la mezzo canadiense demostró una tesitura ideal para ella frente a la comodidad vocal y de amplio registro de la soprano ucraniana, con un duelo de ornamentos «ad libitum».

Buen cierre en un Oviedo lírico por naturaleza con dos jóvenes cantantes a las que no debemos perder el rastro porque son las voces de este siglo que ya piden paso.

Nasushkin: Ante todo, Música

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Domingo 6 de marzo, 19:30 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara: Ensemble Ars Mundi: «Ante todo, Música II. El lenguaje común de lo diverso«. Director artístico: Yuri Nasushkin. Jóvenes solistas y conjuntos de cámara. Música española, inglesa, austríaca, alemana, belga, mexicana, checa, armenia, klezmer… Entrada gratuita.

La llegada de Los Virtuosos de Moscú para instalarse en Asturias a principios de los 90 supuso uno de los hitos de nuestra tierra en el ámbito musical, no ya por la talla de los intérpretes bajo el mando de Vladimir Spivakov sino por plantar la semilla pedagógica de lo que sería la mejor cantera de cuerda española en un país que carecía de un plantel con esta calidad. No ya los integrantes, entre los que estaba Yuri Nasushkin, que se unieron a las orquestas asturianas, también sus familias y luthiers que conformaron un tejido musical del que en esta década del siglo XXI podemos seguir disfrutando con muchos alumnos hoy convertidos en profesionales repartidos por medio mundo (Aitor Quiroga, María Ovín, Mª Teresa López, Ignacio Rodríguez, Sergio Heredia y tantos otros que bien lo indican en sus biografías).

Y es que Yuri Nasushkin se implicó desde el primer día en todos los proyectos posibles, profesor, promotor, fundador de una hoy desaparecida JOSPA, que continuaría en Madrid y no digamos los años al frente de la Escuela Internacional de Música de la FPA, hoy en el aire con la «disculpa del COVID», a la que jóvenes venidos de todas partes del mundo acudían en verano a nuestra tierra a seguir sumando esfuerzos en convertirse en músicos profesionales.

Desde nuestra tierra y desde hace más de diez años, el Ensemble Ars Mundi es otro de los proyectos del maestro Nasushkin que tomando prestadas sus palabras, su «principal objetivo es la difusión de la música de cámara a través del diálogo, la colaboración, la empatía, la amistad o la solidaridad, valores siempre presentes en su filosofía» con una plantilla joven de distintas procedencias y nivel de formación pero siempre unidos por esta pasión que les ayuda a «redondear su formación y calidad musical«. De la parte solidaria dejo el programa escaneado porque es otra seña de identidad.

Este concierto, nada anunciado y «ninguneado» por las instituciones tanto locales como autonómicas, pese a lo que supone para estos intérpretes poder demostrar sus progresos y mostrar su valía musical, nos trajo más de dos horas de historia camerística en formaciones variadas con unos músicos pasando del atril al solo con total naturalidad y muchas ganas de seguir trabajando en esta vida llena de esfuerzos que los consejos de sus profesores y el aplauso del público compensan con creces el sacrificio de muchas horas dedicadas a cada instrumento, ensayos, fines de semana volcados en su sana pasión juvenil y finalmente el directo cual examen del que también sacarán su aprendizaje.

Yuri salía con su ensemble tras el acto público de ayer sábado pidiendo con la música el «No a la guerra en Ucrania», él que nació en Kiev y se formó en Moscú, con tantas amistades que saben lo que es emigrar de tu casa, con familias rotas y la música en la mochila, de ahí sus palabras, «Ante todo, música».

Asturias, la «Leyenda» de la Suite «España» (Albéniz) en un interesante arreglo para cuerda del chelista alemán Werner Thomas-Mifune y el venezolano Henry Crespo dirigiendo, abría el concierto, la obra pianística con la gestualidad de Crespo cambiando de momento su clarinete por la batuta, para sacar toda la sonoridad y cambios de tempo de esta universal partitura, también conocida en su versión guitarrística, que lleva el nombre de nuestra tierra.

Con un ensemble ya más nutrido en cuerda y viento (dos trompas y dos oboes) escucharíamos al siempre terapéutico, fácil de escuchar y complicado de ejecutar Mozart. De su Concierto para violín nº 5 en la mayor K. 219 con Anastasia Pichurina Esipovich de solista y Nasushkin nos dejarían el Adagio y Allegro aperto, el paso natural del atril al solo, la escucha en común, la responsabilidad de darlo todo y la implicación de un maestro en arropar un talento aún en desarrollo.

Para los violonchelistas el Concierto op. 85 de Elgar es un referente y del atril al primer plano Paula Qiao Lebon Real nos interpretó en arreglo de Duncan McIntyre de esta bellísima página concertística que la añorada Jacqueline Du Pré ayudó a popularizar.

Llegaría el turno de Jesús Méndez Camacho para interpretarnos el Nocturno para violín y cuerda del armenio Eduard Bagdasarian (1922-2987) en arreglo del estadounidense Jeff Manookian, sonido claro y preciso en una obra que personalmente desconocía, agradeciendo a Nasushkin su difusión, dirigiendo y llevando de la mano al joven violinista.

El Allegro del Cuarteto en sol mayor op. 85 (Dvorak) estuvo a cargo de Nicolás Ferreras, Lucía Yusta, Xiana Baliñas y Paula Qiao, la forma ideal de la música camerística, paso necesario del atril orquestal al entendimiento solístico compartido, que estos cuatro jóvenes dieron con total naturalidad para uno de los cuartetos señeros de la historia musical checa.

Siguiente paso al frente como solista de José María Revuelta con el Concierto para contrabajo y orquesta op, 3 en fa sostenido menor del ruso Serguei Kousevitzky (1874-1951), emigrado a los EEUU. del que interpretaría los movimientos Allegro y Andante en arreglo actual de Isaac Trapkus, contrabajista de la Filarmónica de NY, bajo la atenta dirección de Yuri más el perfecto acompañamiento de una cuerda solo reducida en número pero amplia de sonido. Las correcciones técnicas y los pequeños vicios que se adquieren se irán puliendo, pero evidentemente el concierto del ruso tiene mucha tela que cortar.

De nuevo el cuarteto, esta vez con Anastasia Pichúrina, Cristina Torres, Laura Torroba y Martín Herrera en el Allegro del famoso cuarteto de Schubert La Muerte y la Doncella, D. 810, muy bien interpretado y sentido, entendimiento con cómplices fraseos más una sonoridad compacta digna de formaciones veteranas que demuestran un trabajo previo exigente.

La viola solista de Xiana Baliñas brilló en el arreglo del oriolano Miguel A. Aniorte para el ensemble de la Elegía op. 50 del belga Henry Vieuxtemps (1820-1881) por sentimiento, sonido, entrega y el buen concertar del maestro Nasushkin con «su Ars Mundi», otra oportunidad para los atriles de dar el paso al frente como protagonistas, que no desperdició la joven violista gallega.

Y original el arreglo con el dúo Rodrigo AguileraMartín Herreras de dos de las tres «Danzas latinoamericanas» del chellista y compositor de Monterrey José  L. Elizondo (1972), buen discípulo y seguidor del mexicano con orígenes asturianos Carlos Prieto, que con Otoño en Buenos Aires y Pan de azúcar, trae los aires porteños y brasileños a la viola y el chelo plenamente actuales, apostando Ars Mundi por jóvenes compositores desde sus inicios, sonidos de hoy con dos instrumentistas que se entendieron a la perfección, y un violoncello potente que se nota es el instrumento de Elizondo.

También nuestro compositor Guillermo Martínez arregló las Estampas klezmer basadas en esa danza tradicional, con el Freilech que nos devolvió a Henry Crespo como virtuoso del clarinete, un músico integral egresado de «El Sistema» venezolano (como los hermanos Valeria y Marco Pérez, hoy en los atriles de chelo y contrabajo, todos afincados en Mieres), con un ensemble potente de cuerda, dos trompas, trompeta y percusión que contagiaron la alegría de esa música instrumental festiva que en el pasado se interpretaba en las comunidades judías de Europa del Este como acompañamiento de bodas, festividades religiosas alegres, la celebración de la Torá o la inauguración de una nueva sinagoga. Esta vez la festividad fue musical de principio a fin aunque todavía quedaba el broche emocional.

Yuri Nasushkin con el violín y después acompañado de su Ensemble Ars Mundi nos interpretaron el Himno de Ucrania más sentido que nunca, aunando deseos y esperanzas, hermanando músicos de todo el mundo y amigos soviéticos, hoy asturianos, que no entendemos en pleno siglo XXI la sinrazón ególatra de los dictadores. Pero este domingo «Ante todo, Música».

Músicos:
Violines: Nicolás Ferrer, Jesús Méndez, Anastasia Pichurina, Alba Tocino, Daniel Arnaldo García, Cristina Torres, Lucía Morales, Mencía Gómez, Hannah Kaupp, Carolina Cortijo.
Violas: Marina Gramaje, Rodrigo Aguilera, Laura Torroba, Xiana Baliñas.
Violonchelos: Martín Herrera, Paula Qiao, Lucía Hermida, Valeria del Carmen Pérez.
Contrabajos: José Mª Revuelta, Marco Pérez.
Oboes: José Ferrer, Silvia Andueza.
Clarinete: Henry Crespo.
Trompas: Jaime Sixto, Lucía Díaz.
Trompeta: José Ruibal.
Percusión: Sara González.
Profesor colaborador: Vadim Pichurin.
Compositores colaboradores: Guillermo Martínez, Miguel A. Aniorte.
Director artístico: Yuri Nasushkin.

Francia a cuatro manos

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Jueves 20 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni». Lucas & Arthur Jussen (dúo de piano), Ensemble de la Filarmónica de Berlín. Obras de: Dvořák, Poulenc, Ravel y Saint-Saëns.

Volvían a Oviedo para celebrar los 30 años de estas Jornadas de Piano los hermanos Jussen (tras su paso por Barcelona), von una compañía de auténtico lujo como los ocho componentes de «los berliners» entre los que se encontraba un conocido de la afición ovetense, el violista Joaquín Riquelme, auténtico «dinamizador» de sus compañeros que casi ejerció de maestro de ceremonias. Lucas Jussen (27 de febrero de 1993) y Arthur Jussen (28 de septiembre de 1996) nunca defraudan y menos en las obras elegidas, todas francesas y en combinaciones para disfrutarlos a pares: a cuatro manos, con dos pianos y en formato camerístico rodeados de un ensemble auténticamente formidable que hizo las delicias de un público que vuelve con hambre de música recuperando aforos y manteniendo la mascarilla entre otras medidas de prevención.

Para abrir boca y gozar de los «berlineses«, el quinteto de cuerda puso la nota checa con Dvořák y su Quinteto de cuerda nº 2 en sol mayor, op. 77, cuatro movimientos que sonaron «de disco», tal es el entendimiento y sonido de estos cinco virtuosos del arco, fraseos delineados, sonoridades compactas ricas  en matices, minuciosos en la afinación (tras cada movimiento) y detallistas que sacaron de esta perla camerística lo mejor de ella, fuego en el primer movimiento, vértigo unificado en el segundo, la calma de una «respiración única» en el tercero y un final sobresaliente, auténtica lección y aperitivo para paladares exquisitos dentro del menú francés que trajeron los hermanos holandeses.

La Sonata para piano a cuatro manos, FP8 (Poulenc) comenzó impetuosa, casi sin respiro con el Prélude enérgico donde la «coreografía» iba no ya en las manos sino en los propios gestos de los hermanos. Como escribía el gran Sir Neville Marriner «Te das cuenta de que no es normal. No son sólo dos buenos pianistas tocando juntos: ambos sienten exactamente los detalles más sutiles de la interpretación del otro». Maravilla de sonata con el sello inconfundible del Rústique Poulenc capaz de volcar en 20 dedos todo un mundo orgánico coronado en el vertiginoso, además de virtuoso Final que estos hermanos interpretan desde la unidad genética que tantos ejemplos ha dado en este repertorio.

Aún quedaban dos pianos, el de Ravel, inspirado escribiendo igualmente para una mano izquierda como en esta versión de La Valse, M.72 (en Barcelona los Jussen optaron por las cuatro manos de Mi madre la oca, más imbricada con la última obra del programa ovetense), el mundo sinfónico lleno de color que con un piano a pares consigue una cercanía difícil de alcanzar pero tan rica y sentida dentro de ese encaje perfecto de los hermanos. Impresiona cerrar los ojos para escuchar el «piano imposible», duplicado y casi en espejo, con el hermano mayor siempre de «grave sustento» para hacer brillar al pequeño, la luminosidad por partida doble.

La juventud tiene en estos dos holandeses (desconozco el gentilicio de los Países Bajos como ahora denominan al país de los tulipanes) buen reflejo para sus contemporáneos y seguidores, especialmente en las hoy cenagosas redes sociales donde verles y escucharles es un oasis entre tanta miseria humana. Elegir El carnaval de los animales (Saint-Saëns) creo que es una excelente opción más allá del carácter didáctico que pueda tener, pues contar con un octeto de tanta altura como el que trajeron para ofrecernos la versión original, fue un regalo para todo melómano.

Simon Rössler al «glockenspiel» y marimba solamente para esta obra, como el flautista Egor Egorkin con algo más de protagonismo, son lujos casi inalcanzables, y no digamos el principal berlinés de clarinete Wenzel Fuchs, un «cuco» de ensueño con el nivel de este solista mundial que también puso el toque de comicidad incluso marcándole la pulsación en las escalas del menor de los Jussen en los Pianistas animales. No podemos olvidarnos de cada intervención estelar, irreprochables y perfectas, desde El elefante Gunars Upatnieks, pasando por los cacareos de gallinas y rebuznos de asnos (nada burros) con Luis Felipe Coelho y Álvaro Parra, más el emocionante cisne de Solène Kermarrec. Por supuesto completaron este elenco de figuras internacionales los hermanos en los pianos sonando como uno desde la grandeza y entendimiento rozando la deseada perfección en su ejecución, realmente todo el conjunto, disfrutando y sonando impecable, encajado y «ensamblado» con el rigor germano aunque con «mano de obra» internacional.

El ejemplo del trabajo en equipo sintiendo y viviendo la música con una calidad «brutal» (como dice ahora la gente joven) se coronó con ese Finale bisado tras un nuevo éxito de los hermanos Jussen con una compañía de ocho inmensos solistas unidos para ofrecernos la crème de la crème del mundo camerístico.

P. D.: Dejo a continuación el artículo publicado el pasado martes en el diario La Nueva España.

Honestidad musical para el arranque invernal

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Viernes 15 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Iviernu I, OSPA, Juan Barahona (piano), Christoph Gedschold (director). Obras de Rachmaninov y Dvořák. Entrada butaca: 15 €.

Con homenaje a la recién fallecida Inmaculada Quintanal (La Felguera 1940), respetuoso minuto de silencio y dedicatoria a la que fuese Profesora de Música en mis años de estudiante en la E.U. de Magisterio, musicóloga, docente, investigadora y gerente de la OSPA durante la primera década de consolidación (1993-2003), mujer generosa, luchadora, honesta y valiente, comenzaba la Temporada de Invierno con estos calificativos válidos para un concierto que agotó las entradas pese a todas las incomodidades que supone esta pandemia que no cesa, incertidumbres continuas y un (sin)vivir al día pero demostrando que La Música, así con mayúsculas, y mejor en directo, es más necesaria que nunca, como siempre defendía mi admirada Inmaculada, pues la cultura es segura, y los sacrificios obligados no impedirán saciar este hambre de conciertos que son seña de identidad cultural de Oviedo y Asturias, como siempre digo «La Viena del Norte» español.

Programa con dos obras que todo melómano conoce, la orquesta también y Jonathan Mallada en las notas al programa, concluye sobre los dos compositores, Rachmaninov y Dvořák: «sus obras muestran siempre una frescura muy difícil de superar y, en definitiva, han trascendido los siglos como dignos embajadores de la sinceridad más pura que pueda existir: la sinceridad musical«.

Siempre es un placer escuchar el popular Concierto para piano nº 2 en do menor opus 18 del ruso, este viernes con el asturiano Juan Barahona de solista y la batuta del alemán Christoph Gedschold (tras su última visita wagneriana), siendo el austriaco Benjamin Ziervogel el concertino invitado y compañero del pianista en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Concierto difícil de concertar y momentos de ímpetu que pudieron desencajar algunos pasajes con el piano, por delante de la orquesta, pero mostrando una visión personal de Barahona quien tiene la obra bien rodada y trabajada de principio a fin, con un rubato especialmente sentido que Gedschold siempre intentó seguir aunque sin una marcada pulsación interior. La interpretación fue de bien a mejor, un Moderato apasionado con una orquesta de dinámicas ajustadas a la sonoridad pianística, un intenso e inmenso Adagio sostenuto muy sentido por parte del piano, y un entregado Allegro scherzando donde todos brillaron y encontraron el entendimiento perfecto para una obra de madurez tanto compositiva como interpretativa que Juan Barahona va moldeando en cada concierto.

Aplausos merecidos y propina como no podía ser otra del ruso, su Preludio en re mayor op. 23 nº4 donde sin el «encorsetamiento» orquestal sí pudo lucir esa musicalidad genética Juan Barahona, un intérprete de raza que crece con los años, siempre entregado y honesto ante las obras que amplían su ya extenso y exigente repertorio.

De la Sinfonía nº 8 en sol mayor, op. 88 de Dvořák no llevo la cuenta de las veces que ha sonado en este auditorio y a los atriles de la OSPA, siempre con buen sabor de boca en cada concierto, habiendo pasado por directores que dejaron huella con esta maravillosa página que siempre pone a prueba las formaciones sinfónicas y nuevamente la asturiana junto al alemán Gedschold han vuelto a deleitarnos con ella, perfecto complemento el checo tras el ruso (aunque hubiera estado bien alternar el orden para ir rompiendo los clichés de los programas) creciendo en los cuatro movimientos con un conductor de manos amplias, gestos claros y visión muy trabajada de dinámicas y tempi ideales para lucimiento de todas las secciones orquestales. Como en Rachmaninov la cuerda sonó dulce, equilibrada, presente incluso en los graves (aunque siempre hecho en falta algunos más), los metales en buen momento tímbrico y en coordinación perfecta, mas nuevamente la madera erigiéndose en «la niña bonita» de la orquesta en esta sinfonía donde tanto protagonismo tiene. Un Allegro con brio algo contenido, un Adagio para paladear y disfrutar de los planos sonoros con ese terciopelo de arcos jugando con escalas descendentes y Ziervogel marcando galones, un  Allegretto grazioso en crecimiento emotivo de aires vieneses, y el vibrante Allegro, ma non troppo chispeante, trompetas victoriosas, la melodía que siempre me recuerda «La Canción del Olvido«, vibrante, estallidos del metal cual fuegos artificiales, los aires turcos bien marcados, flauta virtuosa y un allegro entregado y bien entendido para otra «octava honesta» que disfrutamos todos, músicos y público. El esfuerzo merece la pena y estos conciertos son la mejor terapia en tiempos revueltos.

Toquemos madera para mantener la programación porque la necesitamos como el respirar (aunque sea con mascarilla).

La música une los mundos

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Sábado 24 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, inauguración de la temporada Los Conciertos del Auditorio y Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Ingela Brimberg (soprano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías Navarro (director). Obras de Jorge Muñiz, Richard Strauss y Antonín Dvořák. Entrada butaca: 18€.

Con la capital del Principado «cerrada por alerta» ante el Covid me temía que este sábado perdería el concierto inaugural de una temporada anormal donde cada día nos depara una sorpresa, pero finalmente pude escaparme desde mi aldea hasta Oviedo para seguir disfrutando de la música en vivo con un programa que conjugaba dos mundos en uno, cronológicamente inversos y misteriosamente unidos.

El llamado Proyecto Beethoven es un homenaje al genio universal de Ludwig van Beethoven a través del estreno absoluto de cinco obras de nueva creación, encargadas por la Oviedo Filarmonía e inspiradas en la vida y obra del compositor alemán que hoy comenzaba con Heiligenstadt del asturiano Jorge Muñiz (1974), más que el testamento del genio de Bonn como referencia, me quedo con esa «ciudad de los santos» de la Viena imperial, como mezclando ambientes, uno atonal y misterioso frente al melódico en ritmo ternario, la vida urbana vivida desde el otro lado del océano sin ninguna referencia musical beethoveniana pero con mucho oficio orquestal, el anonimato de las grandes ciudades americanas y el bullicio de las pequeñas europeas.

Escrita para una plantilla no muy grande y sin excesos de percusión (solo los timbales y pequeña percusión indeterminada), Lucas Macías llevó este estreno manejando una nave sinfónica con firmeza, acierto y poniendo a la formación ovetense en un punto ideal para continuar creciendo al afrontar repertorios tan variados desde la versatilidad que supone ser la orquesta local. Partitura agradable de escuchar a la que se puede sacar mucho juego por su escritura, inspiración y lenguaje netamente americano de un músico sin fronteras como nuestro Jorge Muñiz.

Las Cuatro últimas canciones, TrV 296 (Vier letzte Lieder, en alemán) para soprano y orquesta, fue la última obra de Richard Strauss, quien las compuso en 1948 con 84 años de edad y sin poder escucharlas representadas. Estrenadas en Londres el 22 de mayo de 1950, unos meses después de su fallecimiento, y consideradas como el último capítulo en la literatura lírica postromántica, Strauss no pensó escribirlas como ciclo, utilizando el texto de tres poemas de Herman Hesse y un cuarto poema de Joseph von Eichendorff, el primero al que puso música. Un acierto proyectar el texto y la traducción en el luminoso sobre la tarima que no obliga a perder la visión del escenario. Poemas sobre la muerte cercana y serena aceptación del destino, un tema recurrente pero unido a la propia vida, las dos caras de una misma moneda pues siempre van de la mano. El título creado por el editor Ernst Roth, determinó también el orden en que debían ser interpretadas.

La soprano sueca Ingela Brimberg en su CV destaca «sus atractivas representaciones de las heroínas dramáticas de la ópera. Brimberg cantó su primera Brünnhilde en la Tetralogía del anillo, de Richard Wagner, del Theatre an der Wien en la temporada 2017/18, después de haber impresionado como Senta en Der fliegende Hollander, Elsa en Lohengrin y con las heroínas de Strauss, Elektra y Salome, en varias de las principales casas de ópera europeas«. Y puedo asegurar que no defraudó en ninguna de las cuatro canciones del Richard Strauss pleno en todo, con una orquesta sin contención ni invasión, bien concertada por el maestro onubense, el alemán nada áspero de Hesse cantado por la sueca de dicción nórdica. «Primavera» (Frühling) de seda con trompas aterciopeladas y contención vocal sin recato. «Septiembre» sentido, brillantemente otoñal para un color de voz ideal y proyección suficiente sin restar nada la orquesta, compartiendo belleza con Mijlin. «Al irme a dormir» (Beim Schlafengehen) acunados nuevamente por el violín solo del concertino ruso hasta la muerte final, «En el ocaso» (Im Abendrot) que en la lengua de Goethe suena sensual, cada consonante musical, sílabas con los adornos imprescindibles de una soprano entregada y cómoda en cada lied, la cuerda compacta y el dúo de flautas etéreo, con una orquesta convincente hasta el silencio final, sin prisas, escuchando caer esa hoja simbólica sujeta hasta el último aliento de un auditorio donde las toses han desaparecido. Impecable «la Brimberg» y a su altura la Oviedo Filarmonía que con su titular transita hacia la excelencia.

Para cerrar nada menos que la Sinfonía nº 8 en Sol Mayor, op. 88 de Anton Dvořák, que pierdo la cuenta de veces escuchada en directo y no digamos en vinilo, casetes y cedés de toda la vida a la que siempre vuelvo porque mantiene en mí un estado de esperanza. Escrita en el verano de 1889, y destacada por su tierna inspiración nacida de la música tradicional bohemia que el compositor tanto amó. Estrenada en Praga el 2 de febrero de 1890 bajo la dirección del propio autor, los cuatro movimientos son un ascenso emocional además de la prueba de fuego para toda gran orquesta.

El Dvořák de Macías me aportó frescura a esta Octava que ha dejado interpretaciones históricas. Dirigiendo de memoria inspira confianza en sus músicos, no pierde la vista ni el detalle, impetuoso y tierno en el Allegro con brio inicial marcado con la compostura habitual del director andaluz, gestualidad precisa y perfecto entendimiento mutuo desde el primer ataque y la intervención motívica de la flauta solista antes del desgarro siguiente en todas las secciones, con un metal orgánico, afinado, nunca estridente y bien sujeto desde la batuta, al igual que una madera bien templada. El Adagio sonó limpio y claro además de elegante, sincero, con la agógica elástica que permite frasear y matizar, ese tema bohemio de clarinetes y flautas revestido de una cuerda presente, esas escalas descendentes que contestan la segunda melodía de la que emergen nuevamente el concertino y la flauta, más el metal brillando sin deslumbrar en los ataques permitiendo que los silencios resonasen en esta acústica de la «nueva anormalidad» que llevo varios conciertos destacando. Allegretto grazioso – Molto vivace cautivador, dejando fluir la música sin complejos, aire vienés marcado desde el podio lo necesario, dejando escucharse a todos, bien balanceado de contrastes y tempo antes del último ataque del Allegro, ma non troppo, majestuoso en su entrada de metales y la pausa conmovedora antes de la aparición en violas y cellos de esa melodía que me recuerda siempre la romanza “Junto al puente de la peña” de La Canción del Olvido del maestro Serrano, moldeada en diversos tiempos e instrumentos, con una cuerda sedosa y presente junto a un viento espectacular y acertado, la evolución acelerada antes del estallido de color en las trompas y una sonoridad orquestal totalmente cuidada, especialmente en la «marcha oriental» contenida para contrastarla con el motivo principal de este último movimiento que concluye espectacular, con un Lucas Macías dominador que cada vez confirma el acierto en su fichaje. Si nada lo impide disfrutaremos de un crecimiento a lo largo de una temporada que vuelve a prometer pese a las incertidumbres.

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