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Vermut barroco

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Domingo 21 de enero, 12:30 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo: OSPA, Ciclo de conciertos música de cámara: «Vermut de cámara«, Camerata Barroca. Obras de Purcell, Corelli, Händel, Dall’Abaco y Avison. Entrada: 12 €.

Los músicos de la OSPA, entre abonos y ópera, también siguen trabajando en distintas formaciones camerísticas que van ocupando algunas mañanas dominicales, y esta vez con la cuerda para un programa barroco dedicado al Concerto grosso, época y forma que la formación sinfónica no suele transitar pero tan necesario por la vigencia que entre la gente joven está teniendo y poder trabajar estos repertorios por parte de todos los músicos.

Tras la bienvenida de la gerente Ana Mateo, cual equipo de fútbol por la alineación presentada, se estrenaba esta Camerata barroca con Pedro Ordieres ejerciendo de capitán y presentador de las obras elegidas, comenzando como debe ser con una obertura, la de Dido y Eneas de Purcell, con los instrumentos aún por templar y la «guerra» que dan las cuerdas de tripa hoy solamente en el contrabajo de Javier Fierro, como bien nos aclaró Ordieres antes de afrontar el primer grosso de la mañana, olvidándonos de criterios «historicidas» y con un continuo con el citado Javier, el cello de Max von Pfeil alternando con Pelayo Cuéllar, además de los «tutti», y el invitado de lujo además de amigo de «La casa» Aarón Zapico en el clave, conformando la base armónica de los siguientes concerti, dispuestos con tres violines enfrentados que además alternarían los solos cada uno de ellos, para darnos una sonoridad ideal en esta sala de acústica perfecta para estos «ensembles».

El gran violinista y compositor de Fusignano (Rávena) Arcangelo Corelli (1653-1713), considerado el «Padre del concerto grosso«, sería quien abriría este recorrido por la forma barroca por excelencia, actuando de «solistas» Ordieres y Albericio. Buen entendimiento entre ambos, ejecución «de libro» con buenos contrastes solo-tutti, dinámicos y de tempi en sus movimientos (Largo – Allegro – Largo – Allegro /  Largo / Allegro / Allegro) de diferente carácter para su Concerto Grosso, op. 6 nº 1 en re mayor, de la docena que consta esta colección. probablemente de los años 80 aunque publicada en 1714 tras la muerte del compositor. Poco a poco ajustando afinaciones y empaste, este nº 1 mostró el trabajo de equipo y el amor por estos repertorios.

Del veronés Evaristo Felice dall’Abaco (1675-1742), nos ofrecerían dos concerti grossi a quattro pero ‘Da chiesa’ (de iglesia), contrapuesto a ‘Da camera’ por el lugar donde se ejecutaban y prescindiendo de solistas, aunque también tengan su protagonismo, incluso se podía cambiar el clave por el órgano que esta vez no fue necesario. De su opus 2 (publicados hacia 1735) nos ofrecerían dos: el nº 4 en la menor (y no el nº 1 anunciado, por problemas de lectura en la edición como nos contó Ordieres) en tres movimientos (Aria: Allegro / Largo / Presto) y el nº 5 en sol menor en cuatro (Largo / Allegro e Spiritoso / Grave / Allegro), bien conocido y estudiado por el «concertmaster«, sonoridad compacta de los once músicos con buen balance entre todos, más la afinación ya consolidándose para comprobar esa unidad de violines que se contestan como si de un dúo se tratase, fruto del trabajo diario a lo largo del tiempo con todo el repertorio sinfónico que tras escucharles en este barroco, siguen reforzando sus mejores cualidades, dejándonos unos tempi lentos donde disfrutar el siempre claro clave del mayor de los Zapico: un cuarto muy sentido en sus tres movimientos y un quinto luminoso.

Si hay un compositor que conocía la obra de Corelli es el alemán G. F. Händel (1685-1759) que ya en Inglaterra también cultiva los concerti grossi interpretándose incluso en los intermedios de sus famosos oratorios. La Camerata Barroca (con David y Daniel de solistas) nos brindaría el Concerto Grosso op. 6 nº 5 en re mayor, HWV 323 (con seis movimientos «inmensos»: Larghetto e Staccato / Allegro / Presto / Largo / Allegro / Menuetto) de lo más aplaudido -incluso al finalizar el quinto- con la firma inconfundible del contemporáneo de «Mein Gott» en su época de mayor inspiración y fortuna, conjugando los estilos de moda (francés, italiano, alemán…), en una interpretación auténticamente camerística por la limpieza expositiva, el sonido rotundo y potente, partitura bien entendida por todos y con el balance perfecto, resultando de lo mejor en este vermut dominical que de hecho terminarían bisando el segundo Allegro.

Aún quedaba el último «grosso» inspirado en las sonatas para clave de D. Scarlatti del crítico y compositor inglés Charles Avison (1709-1770). De sus interesantes conciertos, el Concerto Grosso op. 6 nº 5 (after Scarlatti) (Largo / Allegro / Andante moderato / Allegro) con Pablo y Cristina en los violines solistas, junto a una buena cohesión y balance del «ripieno» sin historicismos pero con toda la honestidad hacia lo escrito (impecable el Andante moderato), redondearían una excelente mañana con este repertorio italiano e inglés que conocen desde sus años de estudiante pero pocas veces se interpreta, permitiéndonos comprobar el buen estado de estos músicos capaces de pasar de ensayar el Wagner que levantará el telón en el Campoamor este jueves, a estos «aperitivos» para el vermut barroco por el que seguirán pasando mensualmente más «equipos de la OSPA».

Camerata Barroca: Pedro Ordieres, Pablo de la Carrera y David Carmona (violines I) – Elena Albericio, Daniel Jaime Cristina Castillo (violines II) – Beltrán Cubel (viola) – Maximilian von Pfeil y Pelayo Cuéllar (violonchelos) – Javier Fierro (contrabajo) – Aarón Zapico (clave).

PROGRAMA:

H. PurcellDido y Eneas, obertura.

A. Corelli: Concerto Grosso op. 6 nº 1.

E. F. Dall’Abaco: Concerto grosso da chiesa op. 2 nº 4.

Concerti grosso da chiesa op. 2 nº 5.

G. F. Händel: Concerto Grosso op. 6 nº 5.

Ch. Avison: Concerto Grosso op. 6 nº 5 (after Scarlatti Sonatas).

Estupenda Kožená

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Domingo 16 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Universo vocal”, Gala Lírica II: Alcina: Amor embrujado – Amor encantado, Magdalena Kožená (mezzo), La Cetra Basel, Andrea Marcon (clave y dirección). Obras de Handel, A. Corelli, Geminiani, A. Marcello y Veracini. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

“Estupendo”, adjetivo: del latín stupendus; admirable, asombroso, pasmoso, excelente, admirable, maravilloso, espléndido, magnífico; dícese que destaca por sus cualidades extraordinarias.
En la vigésimosexta noche del festival llegaba otra estrella del “Universo vocal” y aplíquese el adjetivo de estupenda a la mezzo checa Magdalena Kožená (Brno, 1973), acompañada además por una de sus formaciones habituales como es la La Cetra Basel con Andrea Marcon. Escuchar a “la Kožená” es siempre un placer, mi admiración viene de años precisamente con estos mismos acompañantes, y además en Granada un programa en torno a George Frideric Handel (1685-1759) y su Alcina, HWV 34 (1735), con toda la carga dramática ideal para su voz, jugando entre dos vertientes del amor como rezaba el título: embrujado y encantado.
Interpretar es además de cantar, hacerse con el personaje, creérselo, transmitir todas las emociones y estados de ánimo. Si el texto es consistente y la música de Handel tiene todos los ingredientes, la mezzo checa cantó, encantó y cautivó desde su primer aria.
Tras la Ouverture – Musette – Menuet de La Cetra con un buen orgánico y presencia de las dos oboes, interpretada con el rigor histórico y la sonoridad pomposa del alemán nacionalizado inglés, la entrada de la mezzo checa ya lograría encantar con las dos primeras arias cargadas de dramatismo, expresividad, con una proyección completa y dominando los matices extremos donde el registro grave fue rotundo y las agilidades precisas. La dualidad entre lo enérgico y lo íntimo con toda la expresión que Kožená imprime, la ternura intrínseca del personaje, Si, son quella refinada y línea de canto más que solvente.
Sin perder la ambientación aunque con un sonido algo menos claro, La Cetra ofrecería de Arcangelo Corelli y Geminiani el Concerto grosso en re menor ‘La Follia’, op. 5 nº 12 (1700) para valorar la calidad de esta formación (ya sin viento) en otra interpretación “de libro”, donde los contrastes entre solistas y “grueso” permiten respirar esa música barroca que cada vez atrae más público por su frescura. Marcon desde el clave completaba el otro que por momentos se mezclaban en ornamentaciones, en cierto modo aumentando volumen pero perdiendo limpieza, una pena porque esas decoraciones son parte esencial de las obras (más con la voz). Tímbrica compacta de “los Basel” con un continuo redondeando esta noche imperial.
Volvía Kožená hechizándonos como la protagonista con el aria Ah! mio cor! Schernrito sei! estupenda, excelente, sintiendo su papel en cuerpo y alma, en los “da capo” dando una lección de cómo jugar con las melodías y enriquecerse porque las repeticiones siempre son distintas. Emoción en las frases, en las palabras remarcadas, dinámicas globales bien llevadas por Marcon que entiende como pocos la voz y la (re)viste de la carga dramática apropiada, el gran Handel inspirado en la “moda italiana” con toda la decoración que no nos hace perder la esencia, los amoríos entre Alcina y el caballero Ruggiero llenos de un belcantismo único y exigente para la mezzo, tesituras extremas que Kožená mantiene con una homogeneidad y color subyugante, La Cetra acompañando con esa regularidad de contrates casi monótonos pero nunca iguales que realzaron más si cabe este aria.
La segunda parte siguió subiendo enteros y cada recitativo con aria nos envolvían en la acción desde la gestualidad de la estupenda checa con una técnica arrolladora y diría que mágica como la propia Alcina, voz jugando con todos los recursos para cautivarnos con la pócima musical. Furioso (como Orlando) el recitativo Ah! Ruggiero crudel y el aria Ombre pallide, semideclamación y coloratura de altos vuelos con agudos impecables, pianísimos de bellos armónicos que lograban un silencio increíble en las sillas, más los agudos estratosféricos de la mezzo siempre con una altura dramática impresionante, soberbia y donde cada ritornello seguía recreando con Marcon y La Cetra vistiendo a la medida.
Puente con la Obertura VI en sol menor de Veracini con protagonismo de las dos oboes que volvían literalmente al primer plano más el fagot dando un paso al frente para “saltar” del bajo continuo al coprotagonismo del viento madera en esta “suite” (dividida en cuatro movimientos: Allegro, Largo, Allegro y Menuet. Allegro). Maravillosas las solistas con sonido dulce, fraseos largos y entendimiento mutuo para un juego de pregunta-respuesta donde La Cetra también cantó y encantó bajo las manos de Marcon.
Y las últimas dos arias con el aplauso interminable de un público hechizado, rendido a “la maga”,
Ma quando tornerai y Mi restano le lagrime, el alejamiento entre Alcina y Ruggiero que por arte de magia canora resulta el acercamiento a todos y la pregunta de cuándo volveremos a escucharla. Magdalena Kožená es la maga que nos hechizó por su dominio del rol, agresividad escrita y cantada con la carga necesaria donde los bruscos saltos de los violines al unísono realzaban el dramatismo, seguido del Largo central bellísimo con una línea de canto sensible, lágrimas casi reales hasta el final esperanzado por recuperar el amor que se escapa. El canto que nos atrapó y recuperó la pasión barroca,“los afectos” por el gran Handel teatral y exigente, aún mayor en interpretaciones como las de este “universo vocal” en La Alhambra por esta figura del barroco que podemos disfrutar en disco pero cuyo directo es irrepetible, subyugante y mágico.
Aunque esperadas las propinas, complicidades y risas entre Marcon y Kožená por el orden, emocionante, soberbia y único Handel del Lascia ch’io pianga (de “Rinaldo») convertido en “top ten” por muchos intérpretes barrocos, con las diferencias que establecen los ornamentos en las vueltas (bravo por el concertino), el juego con el tempo o la expresividad. La mezzo checa puso la piel de gallina en una interpretación para guardar en la memoria auditiva y emocional de tantos melómanos; se podrá cantar muchas veces así de bien pero mejorar lo escuchado imposible.
El segundo regalo nos devolvería a la Italia de “La veritá in cimento”, el Vivaldi recuperado para la escena y la animada Solo quella guancia bella con “los Basel” dando el aire festivo tras tanta carga dramática nocturna (cambiando una de las oboes por flauta de pico), y “La Kožená” despidiéndonos con otra lección de canto barroco. Entre el público Sir Simon Rattle disfrutaría al menos tanto como nosotros.
PROGRAMA
Alcina: Amor embrujado – Amor encantado
I
George Frideric Handel (1685-1759)
De Alcina, HWV 34 (1735):
Ouverture – Musette – Menuet
Di’ cor mio, quanto t’amai
Si, son quella, non più bella
Arcangelo Corelli (1653-1713) / Francesco Geminiani (1684-1762)
Concerto grosso en re menor ‘La Follia’, op. 5 nº 12 (1700)
George Frideric Handel
De Alcina:
Ah! mio cor! Schernrito sei!
II
Alessandro Marcello (1673-1747)
Andante Larghetto del Concerto grosso nº 3 en si menor, SF 937 «La Cetra» (publ. 1738)
George Frideric Handel
De Alcina:
Ah! Ruggiero crudel, tu non me amasti!
Ombre pallide
Francesco Maria Veracini (1690-1768)
Obertura VI en sol menor
George Frideric Handel
De Alcina:
Ma quando tornerai
Mi restano le lagrime

Reivindicando a Torres

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Sábado 8 de julio, 12:30 horas. 72 Festival de Granada, Monasterio de San Jerónimo, Cantar y tañer. Sones antiguos y barrocos”: Al Ayre Español, Maite Beaumont (mezzosoprano), Eduardo López Banzo (director). “Afectos amantes. Cantadas de José de Torres». Obras de Torres y Handel. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

En estos tiempos como en aquellos, lo español nunca se ha defendido ni presumido de ello y en el terreno musical otro tanto. Si nuestro José de Torres y Martínez Bravo (c. 1670-1738) se hubiese llamado Joseph Towers probablemente tendría un espacio mayor en la Historia de la Música, sin complejos, tal y como pudimos comprobar al emparejarle con George Frideric Handel (1685-1759), mejor que Jorge Federico Jendel cuyo nombre tampoco diría mucho. No nos olvidemos tampoco de compositores como Juan Hidalgo, Cristóbal Galán o Sebastián Durón, aunque Torres hizo consolidar un cambio propio al incorporar géneros, formas, estilos y modos interpretativos característicos de la música italiana, sin perder nuestra identidad.
Y es que Al Ayre Español se fundó en 1988 por el aragonés Eduardo López Banzo (Zaragoza, 1961) para derribar tópicos de nuestro barroco y revivir los años dorados, que pese a todas las adversidades y calamidades sufridas por la música española, al menos las copias llevadas a Hispanoamérica las “salvaron de la quema” aunque solo sea una ínfima parte de lo perdido.
Esta mañana llegaban a Granada para proseguir reivindicando al maestro en la Capilla Real de Madrid, teórico, editor, compositor y organista madrileño José de Torres con tres de sus Cantatas o “Cantadas”, porque así se traducen al castellano, responsable de la composición de música sacra en la corte durante las primeras décadas del siglo XVIII como bien explica en las notas al programa Álvaro Torrente. Es en el género de la cantata sacra donde Torres va a destacar, y Al Ayre Español volvió a defender junto con la mezzo Maite Beaumont  (Pamplona, 1974) unas páginas que contemplando el retablo de San Jerónimo parecían llevarnos al presente o darnos ese viaje en el tiempo pasado que no fue mejor pero sí maravilloso.
La cantante navarra es parte insustituible del proyecto de López Banzo con su voz carnosa, ancha, de proyección amplia, tesitura y color idóneo para estas cantadas, donde no solo se necesita una dicción clara, que la tiene, también el necesario dramatismo para interpretar y hacer llegar unos textos siempre didácticos para el momento cantando al Nacimiento (Divino hijo de Adán) que irían sustituyendo a los villancicos, o al Santísimo Sacramento (¡Oh, quién pudiera alcanzar! y Afectos amantes), la devoción al Cuerpo de Cristo desde la Edad Media impulsada en España por la Contrarreforma, que en la corte española también gozó de especial preferencia, a la que se sumará la cantata por su lenguaje altamente alegórico, donde abundan las expresiones amorosas, evocaciones a la naturaleza y la identificación de Cristo con personajes mitológicos. La dramatización literaria a cargo de la pamplonica fue perfecta, sus arias, con el oboe de Pedro Lopes e Castro encontraron el ropaje instrumental perfecto, tal vez abusando de un portamento más expresivo que técnico en su amplio y homogéneo registro, así como unas agilidades limpias. Los recitados fueron otra demostración de entrega y convencimiento, con el clave perlado de Eduardo López Banzo o el archilaúd del siempre seguro aunque discreto Juan Carlos de Mulder que brilló en cada intervención.
Las melodías de Torres, “afectos cantados”, están llenas de luz y verdad, de ornamentos nunca recargados para que los textos se vean realzados, y Al Ayre Español ayudó con todos los contrastes tímbricos, dinámicos y de aire en cada una de las cantadas elegidas. Mención especial para el violín del cubano Alexis Aguado, “alter ego” de López Banzo por su genuina conexión y mando en muchos de los movimiento por él empezados, marcando dinámicas y cambios de tempi muy exigentes.
De Jorge Federico Handel Al Ayre Español eligieron, para intercalar con las cantadas, dos sonatas para disfrutar de la cuerda, tanto la frotada de los dos violines, cello y contrabajo, empaste, entendimiento y sonoridad digna de admiración, como la punteada del archilaúd ya citado por su papel imprescindible, y la pinzada al clave del maestro. Respirando el estilo italiano, resultaron el complemento prefecto de Torres por “aire”, musicalidad, entrega y devoción al alemán enterrado en Westminster. Un Jorge emparentado con Joseph que esta mañana fueron de la mano.
Como regalo, tras una alocución del maestro López Banzo rememorando los años de trabajo, los acontecimientos históricos de estas páginas no suficientemente escuchadas, la práctica de escuchar obras nuevas y nos repetirlas en todas las versiones posibles, reivindicando de nuevo a José de Torres y el grave de su cantada “Mortales hijos de Adán” salvada en Guatemala. Maite Beaumont con Al Ayre Español cerraban esta “matinée” granadina en el decimoctavo día de Festival, que mantiene un excelente nivel con las formaciones españolas en defensa de nuestro Patrimonio Musical.
Pedro Lopes e Castro, oboe – Alexis Aguado, violín – Kepa Arteche, violín – Aldo Mata, violonchelo – Xisco Aguiló, contrabajo – Juan Carlos de Mulder, archilaúd.
Eduardo López Banzo, clave y dirección.
Maite Beaumont, soprano.
PROGRAMA
Afectos amantes. Cantadas de José de Torres
Anónimo (c. 1700):
Pasacalles I y II
José de Torres (c. 1670-1738):
Divino hijo de Adán (cantada al Nacimiento. Madrid, 1712):
Aria – Recitado – Aria – Recitado – Aria – Grave
George Frideric Handel (1685-1759):
Sonata en sol mayor, op. 5 nº 4:
Allegro – A tempo ordinario – Allegro non presto – Passacaille – Gigue – Menuet
José de Torres:
¡Oh, quien pudiera alcanzar! (cantada al Santísimo):
Grave – Recitado – Aria – Despacio – Fuga – Recitado – Aria – Grave
George Frideric Handel:
Sonata en sol menor, op. 5 nº 5:
Largo – Come alla breve – Larghetto – A tempo giusto – Air – Bourrée
José de Torres:
Afectos amantes (cantada al Santísimo):
Estribillo – Recitado – Aria – Recitado – Aria – Recitado – Coplas

El piano mágico de Seong-Jin Cho

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Domingo 4 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», concierto de clausura: Seong-Jin Cho (piano). Obras de Brahms, Ravel y Schumann.

Con expectación, aunque el público esta vez no respondió como se merecía, llegaba en gira a «La Viena Española» el pianista surcoreano Seong-Jin Cho (Seúl, 1994) para clausurar estas «jornadas del reencuentro» con un programa verdadero «tour de force» para todo pianista por la magnitud de las obras elegidas, y ciertamente no defraudó. Avalado por muchos premios internacionales, formado en París y residente en Berlín, Seong-Jin hizo del piano una chistera de donde salieron colores, serpentinas y confeti, acuarelas… y hasta los fantasmas de Brahms y Schumann que parecen hacerse quedado impregnados en este auditorio tras una temporada que de nuevo ha puesto el listón muy alto.

©ShivaKesch

No hace falta leer críticas de los conciertos de esta nueva figura del piano, aunque repita programa, muy preparado lógicamente, para ver que el coreano deslumbra en todas sus apariciones. Dotado de una técnica asombrosa que le permite arrancar del piano todas las sonoridades imaginables adaptadas a cada compositor, solidez interpretativa en un solista que no ha cumplido la treintena aunque lleve desde los 6 años frente al teclado, y parece increíble cómo puede pasar del romanticismo al impresionismo con una facilidad pasmosa. Seong-Jin Cho ya está en la élite de los pianistas de nuestro tiempo, música a borbotones desde una gestualidad tanto digital como corporal que le transforma frente al teclado. Encogido, separado, girado en la banqueta, de pies inquietos pero con un manejo de los pedales impecable, interiorización previa, con una gama de matices increíble desde una aparente fragilidad física sacando fortissimi orquestales y pianissimi íntimos, madurez juvenil de fraseos naturales y naturales, pero sobre todo su sonido bellísimo y tan trabajado que el Steinway© del auditorio sonó como nunca, sin castañeteo en los agudos y con graves poderosos que dotaban cada página de una pátina indescriptible por la mencionada magia del surcoreano.

Las notas al programa de Ramón Avello desgranan las obras de los tres compositores y Cho las convirtió en magia sonora al piano. Sonaría primero Johannes Brahms (1883-1897) y sus líricas e instrospectivas Klavierstücke, op. 76 (1878) que fueron la mejor presentación del surcoreano, eligiendo cuatro de las ocho piezas (I. Capriccio en fa sostenido menor. Un poco agitato; II. Capriccio en si menor. Allegretto non troppo; IV. Intermezzo en si bemol mayor. Allegretto grazioso; V. Capriccio en do sostenido menor. Agitato, ma non troppo presto) donde poder volcar toda su creatividad tanto sonora como interpretativa en estas «piezas para piano» que alternan la emoción apasionada con la meditación y delicadeza. Como explica Avello sobre Brahms, utiliza dos nombres como títulos genéricos, «Capriccio» e «Intermezzo» para dicha diferenciación expresiva, cuatro números mágicos desde la primera dedicatoria a Clara Schumann, «el fantasma del auditorio» que no quiere marcharse, al popular segundo capricho donde se respira aire zíngaro, del interiorizado cuarto donde la gestualidad del surcoreano acompañaba una expresividad germana, hasta rematar con esa lucha entre la tensión violenta y la inestable serenidad de dos manos que sonaban como cuatro, siempre usando una pedalización perfecta para poder escuchar todas y cada una de las notas con la presencia y volumen justos.

Y casi complemento de la primera, la segunda parte dedicada a Robert Schumann (1810-1856) y sus Estudios sinfónicos, op. 13 (1834-1835) donde también incluirá dos de las variaciones póstumas escritas en 1837 (1. Tema. Andante; 2. Variación 1: Un poco più vivo; 3. Variación 2; 4. Étude 3: Vivace; 5. Variación 3; 6. Variación 4; 7. Variación 5; 8. Variación IV de Variaciones póstumas; 7. Variación 6: Allegro molto; 8. Variación 7; 9. Variación V de Variaciones póstumas; 10. Étude 9: Presto possibile; 11. Variación 8; 12. Variación 9; 13. Finale. Allegro brillante). El «piano chistera» volvió a expulsar todo lo que estas páginas esconden, temas velados que aparecen mágicamente, unos bajos «pellizcados» para que la melodía emerja como un ruiseñor de semicorcheas celestiales, otro fantasma como el de Paganini donde el piano es violín y orquesta virtuosa, arpegios y corales organísticos de reflexión mística, la cuarta variación póstuma de un recordado «Carnaval» saliendo de la caja armónica, la séptima variación evocando al «dios Bach» transmutado a las 88 teclas cual orquesta sinfónica donde las secciones están en las blancas y negras que lograban sonar siempre ricas, limpias, atmosféricas, líricas y contundentes, todo en el piano mágico de Cho.

Pero quiero pararme en Maurice Ravel (1875-1937) por lo etéreo, evanescente, rompedor en su momento, más allá del «impresionismo» de Debussy porque como buen orquestador que fue, su paleta instrumental ya se nota en su obra pianística, y ninguna mejor que Miroirs (Espejos)  compuesta entre 1905 y 1906, cada vez más actual cuando se acierta con el sonido, y Seong-Jin Cho fue mago y pintor de timbres todos bellos, variados, ricos, inimaginables en todo el teclado, que personalmente intenté buscar por internet alguna ilustración (como las de mi admirado Jorge Senabre) que completasen lo experimentado tras la interpretación de este «juego de espejos» del hispanofrancés a cargo del surcoreano que estudió en París, más salitre cantábrico que mediterráneo aunque no estaría mal escucharle interpretar a Mompou.

Cinco cuadros de un joven compositor pintados por otro joven pianista, «el intento de captar el alma o la visión de las cosas que vive detrás de las apariencias» en palabras de Ramón Avello, y cinco dedicatorias a los amigos de Ravel integrando en «Los Apaches». Como si de una acuarela se tratase por la ligereza del trazo, mezclando el color sobre el papel, retocando a veces con tinta china, manchas y líneas, así fue creando Seong-Jin cada obra en un personal «promenade» también gestual: I. Noctuelles (Polillas). Trèsléger, como el vuelo hacia la luz en un baile sin danzantes; II. Oiseaux tristes (Pájaros tristes). Trèslent, dedicada a nuestro Ricardo Viñes que estrenaría estos «espejos», aire mediterráneo y melancólico en el París centro artístico de inicios del XX donde el canto del mirlo parecía recordar la Iberia trasmontana; III. Une barque sur l’océan (Una barca en el océano). D’un rythme souple, de nuevo el Cantábrico de trazo ligero, colores dibujados en modo menor para descubrir un oleaje de arpegios pintados al piano; IV. Alborada del gracioso. A ssezvif, lo más español desde la infancia raveliana en Ciboure y San Juan de Luz, la pasión vasca desde un piano guitarrístico, pleno de ritmo, de profundidad sonora tan «ibérica» como la de Albéniz y esperando también un acercamiento de Cho a la «biblia del de Campodrón» porque puede ser todo un acontecimiento; finalmente V. La vallée des cloches (El valle de las campanas). Très len, un piano pleno de tímbricas más allá de las indicaciones de la partitura, la tranquilidad expresiva del surcoreano en otro alarde mágico de sonoridades sutiles, llenas, redondas, que remataron un Ravel más allá de lo esperado.

Y tras Brahms, Ravel y Schumann, aplausos de admiración y respeto obligando a varias salidas del pianista con dos propinas que tiene registradas en su último CD «The Handel Project» editado con el sello amarillo, y engrosando un plantel de jóvenes intérpretes que ya son figuras mundiales.

Un Händel tan sorprendente como el Purcell de Don Gregorio, la vuelta de tuerca por retornar para el piano el universo barroco y la inspiración del hamburgués. Primero el IV. Menuet de la Suite en si bemol mayor, HWV 434 en el arreglo de W. Kempff, uno de mis intérpretes de juventud, y después el IV. Air de la Suite en mi mayor, HWV 430, no ya magia del número 4 que cierra las suites, el propio contraste de dos páginas que el piano de Cho reinterpretó con unas ornamentaciones limpias y precisas, matizadas, sutiles, sin excesos dinámicos y utilizando el piano como tal sin buscar imitaciones clavecinistas, cercano y actual solo al alcance de los magos del piano, y Seong-Jin Cho ya lo es.

Eva Zaïcik Regina

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Miércoles 31 de mayo, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. Clausura de la X Primavera Barroca, Royal Haendel: Eva Zaïcik (mezzo), Le Consort. Obras de Haendel, Ariosti, Vivaldi y Bononcini.

La música es universal y el cierre de esta décima «Primavera Barroca» en colaboración con el CNDM, asistiendo su director Francisco Lorenzo, fue la mejor prueba con obras un compositor alemán emigrado y nacionalizado inglés que adoraba la ópera italiana, e interpretado por unos jóvenes franceses (el día antes en Madrid) que pusieron el broche de oro a este mes de mayo y a un ciclo plenamente consolidado que llena el aforo y pide más barroco.

La reina que nos postró a sus pies fue la mezzo francesa Eva Zaïcik (17 de julio 1987), tomen nota del nombre porque es un portento y además no sólo en este repertorio barroco. Una mezzo de las de verdad, con voz rotunda y emisión clara, de un color personal, tesitura amplia y homogénea (pese a lo complejo de las obras elegidas), fraseos elegantes y refinados, dinámicas perfectas y una dramatización para cada personaje verdaderamente prodigiosa y cercana. Desde mi fila 4 pude disfrutar de su técnica asombrosa, de unas agilidades limpias y expresivas, con los «da capo» bellamente enriquecidos y exprimidos con todos los contrastes posibles, de su gestualidad y respiración controlada al máximo, de unos pianissimi y filados impresionantes.

Si su interpretación fue para recordarla mucho tiempo, aún brilló más gracias a un sexteto impecable como este ensemble Le Consort, equilibrado, bien balanceado, capitaneado por Justin Taylor desde el clave y la violinista Sophie de Bardonnéche, pero destacando todos ellos por una tímbrica homogénea, una matización barroca y elegante, un continuo con el chelo de Hanna Salzenstein virtuoso en su momento y feliz sustento junto al contrabajo de Hugo Abraham. De Augusta Mckay Lodege y Clément Batrel-Génin el complemento tímbrico por entendimiento y sonoridad perfecta, pasajes a unísono muy cuidados, contestaciones entre violines, viola y chelo trabajadas hasta la última nota y brillando en las páginas situadas entre las partes cantadas, mientras en éstas el acompañamiento hizo brillar aún más a la mezzo francesa con un repertorio que tienen muy trabajado y se nota desde el primer acorde.

De la «reina Zaïcik» destacar todo lo que cantó, y que se escuchaba en la «Royal Academic of Music» londinense junto a G. F. Händel,Haendel o Handel (Halle, 1685 – Londres, 1759) ya nacionalizado inglés, compositor y empresario que contrataría a estos músicos italianos que completaban el programa. La emotiva y patética aria de Ventura «Sagri nurni» perteneciente a Caio Marzio Coriolano (1723) del boloñés Attilio Ariosti (1666-1729), recién descubierta en la Biblioteca de París como nos contó el maestro Taylor al inicio, o Giovanni Bononcini (1670-1747) con la brava aria de Amulio «Strazio, scempio, furia e morte» perteneciente a la ópera Crispo (1721), más todo el «Royal Haendel» en buena alternancia entre lentas y rápidas que redondearon un atractivo y completo recital.

Eva Zaïcik asumió los distintos roles de Haendel: Sesto, Almirena, Tolomeo, Jerjes…) que escribió para aquellas voces de entonces (los castrati Senesino o Caffarelli) deslumbrando no solo técnicamente sino por la ya mencionada dramatización: arias patéticas y lentas contrastadas con las de bravura rápidas. No faltaron los «hits» que siguen siéndolo en todas las versiones que siguen sonando, pero que la mezzo francesa hace suyas: Lascia ch’io pianga de «Rinaldo», Stille amare de «Tolomeo», la Matilda del Ah! Tu non sai’ de «Ottone, re di Germania», HWV 16 (1772), y por supuesto las dos arias de Sesto en «Giulio Cesare in Egitto» HWV 17 (1724), con el Crude furie degl’orridi abissi pletórica de musicalidad en estado puro sin artificios vacuos, huyendo de lo que llamo «pirotecnia vocal» primando la expresividad al servicio de cada página (la dramatización del aspergermi d’atro veleno! impactante y literal «¡Impregnadme de atroz veneno!»), con esa voz rotunda y cálida a la vez, saltando del agudo al grave con esa facilidad engañosa, pues cuando lo difícil no lo parece es síntoma de perfección, y «la Zaïcik» reinó en este repertorio, consiguiendo momentos de total emoción donde solo se escuchaba su voz con un silencio sepulcral, creciendo en intensidad dramática a lo largo de las dos partes de este regalo de recital.

Le Consort brilló con luz propia, desde la obertura de «Rinaldo», el Concierto para violín en si bemol mayor, HWV 288 para lucimiento de Sophie de Bardonnéche bien «contestada» por Augusta McKay Lodege, el siempre seguro clave de Justin Taylor acertando en la elección de los registros y con unas ornamentaciones que aún lucirían más en las arias, y en el A. Vivaldi (1678-1741) elegido cambiando «La follia» RV63, por otra parte ya escuchada en este ciclo, por la Sonata n°1 op. 1, RV 73 plenamente veneciana, Italia exportable y de moda en la Europa del XVIII, de intro «otoñal» más la «Gavotta» final con la que salir ganando por el cambio de «Il prete rosso» (que presentaría en inglés la violinista solista, mientras el clavecinista lo hizo al principio en perfecto castellano, al igual que Eva Zaïcik antes de las propinas).

No podía faltar algún oratorio del alemán en la corte británica, por lo que el Recitativo y aria de Dejanira Where shall I fly? (acto III, escena 3) de «Hercules», HWV 60 (1744) de-mostraría la primera «locura» vocal de esta mezzo igual de impactante en el idioma de Shakespeare, una verdadera interpretación que remataría su presencia y canto regio lleno de los claroscuros barrocos… ¡Inolvidable Zaïcik!.

Con el público entusiasmado por la calidad, la cercanía y el sentimiento, otro «hit» que no puede faltar y primer regalo: Ombra mai fu de «Serse» con una introducción instrumental al mismo nivel que la mezzo francesa, una perla más engarzada en este collar de diamantes para el «Rey Haendel».

La emoción, con lágrimas contenidas o derramadas (textual Lascia ch’io pianga), piel de gallina y pelos como escarpias, llegaría con El lamento de Dido (del «Dido y Eneas» de Henry Purcell (1659-1695), segunda locura por parte de «la Zaïcik» y Le Consort, la desolación y muerte más expresiva de la lírica con el cello trágico antes de entrar todo el ensemble con esa carga dramática que desveló esta reina Dejanira. Todos a sus pies y larga vida Zaïcik Regina. No se olviden del nombre, escúchenla cuando puedan, en vivo siempre mejor.

Orliński ¡Aleluya!

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Jueves 21 de abril de 2022, 20:00 horas. Conciertos de Auditorio: “Anima Aeterna”, Jakub Józef Orliński (contratenor), Il Pomo d’Oro, Francesco Corti (clave y dirección). Obras de Davide Pérez, Johann Joseph Fux, Baldassare Galuppi, Jan Dismas Zelenka, Francesco Bartolomeo Conti, Francisco Antonio de Almeida, Georg Reutter der Jüngere, Gaetano Maria Schiassi y G. F. Haendel.
Reseña para Opera World del viernes 22 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos mías, y tipografía cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
No cabe duda de que los contratenores son las nuevas estrellas del canto y las discográficas de siempre, que aún se mantienen, siguen vendiendo en formato físico además del digital, siendo los recitales el primer escaparate. Los Conciertos del Auditorio han ofertado dentro de su abono para esta temporada uno específico con las tres voces más mediáticas (a precios de 86€ y 74€), arrancando el argentino Franco Fagioli (1981) el pasado 22 de enero, prosiguiendo con el francés Philippe Jaroussky (1978) el 26 del mismo mes y finalizando este 21 de abril con el polaco Jakub Józef Orliński (1990), recuperando así su actuación prevista en abril de 2020 en pleno confinamiento y con cancelaciones mundiales.
Con presencia de muchos aficionados jóvenes que optaron por esta nueva opción en La Viena española, donde el Barroco tiene incluso ciclo propio, cada uno de los conciertos han mostrado las grandes diferencias no ya vocales sino de estilo, repertorio y acompañamiento, donde cada uno de ellos se mueve más seguro y hasta “comercial” como bien han entendido sus sellos discográficos, tres contratenores de nuestro tiempo que la renacida ópera barroca parece haber colocado entre las figuras vocales mundiales y las redes sociales han acercado nuevos públicos, con un lleno en Oviedo que demuestra la buena salud, incluyendo muchas mascarillas por precaución.
El afamado Orliński alterna la escena con recitales variados y grabaciones muy laureadas, y Anima Aeterna es su tercer disco con arias y motetes del siglo XVIII lanzado en octubre del año pasado precisamente con Il Pomo d’Oro (ILPDO), siendo este cierre del abono “especial” el inicio de su gira española (Oviedo, Madrid y Barcelona) con la presentación en vivo que nunca suena como en estudio ni desde casa por el siempre irrepetible directo, con algunas otras obras para compensar las ausencias lógicas como el coro o la soprano Fatma Said presentes en el CD (que tiene hasta una edición especial en el renacido formato de LP, aunque sea grabación digital).
Recital en formato habitual alternando obras vocales y sólo dos instrumentales, para comprobar de nuevo la calidad de ILPDO bajo la dirección y el clave de Corti, más allá del necesario descanso en este tipo de actuaciones, pues Orliński siempre lo da todo, brillando los instrumentistas tanto en el Concerto a quatro en do menor de Il Buranello como en la Ouverture à 7 ZWV 188 de Zelenka con todo el orgánico, siendo el perfecto acompañamiento en este repertorio tras el trabajo previo a la grabación. Pero evidentemente la figura esperada fue el contratenor polaco de principio a fin, gustándose y enamorando con su voz de contratenor contralto y color homogéneo en todos los registros, técnica a medida, de volumen algo corto en el grave pero siempre mimado por Corti e ILPDO, agudos aterciopelados, agilidades perfectas, proyección ideal y una dicción clara que pudimos comprobar con los sobretítulos, también traducidos, de estas páginas sacras bellísimas, y además generoso al dejarnos tres propinas o quedarse a firmar discos sin prisa y fotografiándose con quien quiso.
Siempre seguro, dominando la escena, contagiando la felicidad del encuentro esperado, descubriéndonos cuánto repertorio queda aún por disfrutar, con el fragmento del Gloria de la “Misa a cinco voces” del maestro de capilla del rey de Portugal Davide Perez (1711-1778) Orliński ya puso todas las cartas sobre la mesa con unos melismas exquisitos y una orquesta de plantilla perfecta, con un continuo de muchos quilates, antes del aria del oratorio Il fonde della salute aperto dalla grazia nel calvario K293 de J. Fux (1660-1741) donde la viola sonó paralela a la voz (emulando al barytón ausente), melodía maravillosa para un texto del Viernes Santo aún cercano que siempre remueve nuestro interior de “pecador contrito”.
Tras el concierto preclásico y casi vivaldiano de B. Galuppi (1706-1785), solamente con la cuerda, muy equilibrada, más el continuo de órgano, chelo, fagot y contrabajo, vendría el compositor con la obra que abre el CD homónimo del recital: Jan D. Zelenka (1679-1745) con su motete para el Domingo de Resurrección Barbara dira effera ZWV 164, donde el bohemio adopta el estilo italiano desde la corte de Dresde. Orliński, como el famoso destinatario Domenico Annibali, el castrato italiano con poder equiparable al de Farinelli en España, daría lo mejor de su arte desde un aria casi operística, con la fagotista a la par en extensión, virtuosismo y exigencia, intenso recitativo intermedio y esplendoroso Alleluia final que siempre resulta hermoso en la voz del polaco, además de bien cantado con esa base instrumental de ILPDO en su línea de calidad y contención al servicio del solista.
La segunda parte se abría con el Salve sis, Maria del florentino Francesco B. Conti (ca. 1681-1732), una “arietta per la Madona Santissima” exuberante en agilidades y saltos por los que Orliński transitó con un dominio total en perfecto entendimiento y diálogo con los instrumentos bien llevados desde el clave por Corti, enlazando sin pausa con el solo de tiorba delicadísimo para comenzar el lamento Giusto Dio del oratorio “La Giuditta”, una joya del portugués Francisco António De Almeida (1702-1755) en el mejor estilo italiano con la voz aterciopelada del polaco que remataría este inicio desde un tempo reposado y tesitura ideal para el aria D’ogni colpa la colpa maggiore del austriaco Johann Georg Reutter “El Joven” (ca. 1708-1772), perteneciente a su oratorio para la Semana Santa “La Betulia liberata”. Si el libreto de Metastasio -que utilizaría también Mozart– alude a las virtudes teologales, Orliński cantó con las tres: Fe en este repertorio, Esperanza de seguir sacando a la luz obras excelsas, y Caridad entendida como “amor desinteresado que surge de darse a los demás”, algo que en el polaco siempre es así.
De nuevo Zelenka, instrumental con todo el orgánico (incluyendo los dos oboes) de ILPDO para esta suite inspirada e imbuida del “dios Bach”, antes de las dos últimas arias: A che si serbano del oratorio “Maria Vergine al Calvario” para el Viernes Santo, obra del italiano muerto en Lisboa Gaetano Maria Schiassi (1698-1754), nueva demostración del buen hacer de Orliński con agilidades precisas y claras unidas a la dramatización del texto donde San Juan se desespera ante Cristo crucificado. Destacable el violín segundo y la total compenetración entre voz y “ensemble” que fue lo más aplaudido, siendo bisada como tercera propina.
El mejor remate para este inolvidable concierto no podía ser otro que G. F. Haendel (1685-1759) y su Antífona en re menor HWV 269 Amen, Alleluia, un tesoro para alto y órgano al que se fueron sumando la tiorba, un chelo y el órgano más el contrabajo para el alemán nacionalizado inglés en el estilo italiano, la universalidad musical cantada, llena de melismas en una vocalización para poner en valor el excelente momento del cantante polaco entregado a esta música cada vez más actual.
Todavía nos regalaría tres propinas donde no faltó tampoco Vivaldi con el aria de “Il giustino” Vedrò con mio diletto cuimbre, una delicia más antes del bis citado.
Ficha: Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo, jueves 21 de abril de 2022, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio: “Anima Aeterna”. Obras de Davide Pérez, Johann Joseph Fux, Baldassare Galuppi, Jan Dismas Zelenka, Francesco Bartolomeo Conti, Francisco Antonio de Almeida, Georg Reutter der Jüngere, Gaetano Maria Schiassi y G. F. Haendel.
Jakub Józef Orliński (contratenor), Il Pomo d’Oro, Francesco Corti (clave y dirección).
IL POMO d’ORO: Violines I: Evgenii Sviridov, Elfa Run, Matilde Tosetti. Violines II: Anna Dmitrieva, Veronica Boehm, Mauro Spinazze. Violas: Giulio D’Alessio, Maria Bocelli. Violonchelos: Kristina Chalmovksa, Angela Lobato. Contrabajo: Riccardo Coelati Rama. Órgano: Deniel Perer. Tiorba: Jonas Nordberg. Oboes: Roberto de Franceschi, Aviad Gershoni. Fagot: Andrea Bressan. Clave y dirección: Francesco Corti.

Impagable Fagioli

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Sábado 22 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio: «Naturaleza & tormentos». Franco Fagioli (contratenor), Gabetta Consort, Andrés Gabetta (violín y director). Obras de: Purcell, Vinci, Händel, Porpora, VivaldiLocatelli.

La capital asturiana a quien llamo hace tiempo «La Viena española» por su oferta musical amplia y variada, la misma de la que el concejal de cultura José Costillas en FITUR dice «ha quitado a la ciudad el sambenito de ciudad burguesa y aburrida en la que no pasaba nada«,  prosigue su lujo de programación con el primero de los tres conciertos dedicados a los contratenores que ahora mismo ocupan la cima de este registro, aún sorprendente para muchos.

No es cuestión de rankings pero el hispano argentino Franco Fagioli, que ya me entusiasmase en su anterior visita hace cuatro años «trayéndonos la primavera», ha dejado el listón tan alto que a punto estuve de titular esta entrada como Al filo de lo imposible pero mejor evitar confusiones con el programa de Sebastián Álvaro aunque haya retos musicales que merecen el mismo respeto. Esta vez la fusión de naturaleza y tormento fue digna de «los 14 ochomiles» demostrando de nuevo que no hay nada imposible.

El programa elegido para este tour de Barcelona a París con la parada obligada en Oviedo, está al alcance de pocos cantantes, un maratón vocal mucho más duro que toda una ópera y que exige no solo dramatizar cada personaje de las arias sino todo un esfuerzo físico que convierte a estos virtuosos en auténticos atletas del canto.

Es un placer escuchar pero también ver a Fagioli cómo respira, su gestualidad, su técnica asombrosa, sus fiatos, su perfecta dicción, su amplísimo registro donde los graves son rotundos y sus agilidades un verdadero derroche de gusto y entrega. Nada de artificio, la naturalidad del canto barroco, el auténtico bel canto de la época que instrumentaliza la voz. Y si además la arropa unos músicos como los de Andrés Gabetta al mando de este «consort», el resultado es redondo e impagable, pues hasta el violín solista cantó con la misma belleza que el contratenor argentino en Vivaldi y Locatelli.

Arias lentas y rápidas para degustar el canto legato del tucumano y corroborar la belleza de estas páginas, la genialidad de Händel, la grandeza de Vinci o el oficio del maestro Porpora. Bien organizado todo el programa que nos llevó hasta las 22:30 de la noche en un verdadero suspiro, con apenas los necesarios descansos que nos dejaron al Gabetta Consort dos conciertos vivaldianos de altura, más el de Locatelli con mi admirado Jorge Jiménez ejerciendo de concertino y la muestra de la sabia elección de los músicos por parte de su director Andrés Gabetta, no solo excelente violinista sino un perfecto concertador de esta música barroca que volvió a llenar el auditorio ovetense. De su formación también citar la impecable y bien sentida tiorba de Miguel Rincón, auténticas perlas en el continuo, y el fagot de Alessandro Nasello sobre todo en el «pastor» final de Händel así como la flauta del «ruiseñor» vinciano en feliz contestación al vocal de Fagioli.

Cada personaje, cada aria, cada intervención del contratenor logró quitarnos la respiración como si vampirizase el aire del respetable, aunque imposible apagar móviles que parecen volvernos a la post-normalidad de la pandemia. Las tres arias de Leo Vinci (1690-1730) equiparables en belleza al todopoderoso Händel de cuya Ariodante nos dejó Fagioli los momentos álgidos en un auténtico crescendo emocional incluso en el regalo Come nube de «Agripina y el triunfo del tiempo», el que detuvo este contratenor que sigue alternando escena y recital, esperando la terna completa con Jarouski y Orlinski que espero contar desde aquí, pero este frío sábado de enero con un Fagioli impagable hará difícil superarlo.

P.D.: Entrevista de este sábado en LNE:

DiDonato, la Dama del alma

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Viernes 8 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: In my solitude, Joyce DiDonato (mezzo), Craig Terry (piano). Obras de Haydn, Mahler, Hasse, Händel, Berlioz, Giordani, Parisotti, Ellington y Piaf. Entrada butaca: 34 €.

Vuelta al cole y a la anormalidad (en el amplio sentido de la palabra) que no nos ha hecho perder el regreso de la gran DiDonato a Oviedo, nueva cita en una gira que incluye Barcelona y Madrid poniendo de nuevo a la capital asturiana en este lugar que vengo llamando «La Viena del Norte» español.

©Cris Singer

Cada visita de Joyce es una fiesta y el público asturiano acude necesitado de la música en vivo con la calidad que siempre rodea a la gran mezzo americana, diva y cercana, capaz de aglutinar en un mismo recital lírica y cabaret, música sin etiquetas en una voz única, madura, compacta, de dicción perfecta en cualquier idioma, actriz en cada rol y sobre todo intérprete con alma, esta vez con su pianista habitual Craig Terry y puro entertainment para mitigar incertidumbres y disfrutar cada día como si fuese el último, como así lo hizo saber tras su primera obra, agradecida de volver a sentir al público tras una etapa en la que tuvo, tuvimos, cielo e infierno, al igual que este recital inolvidable para los que tuvimos la fortuna de acudir sin importar el frío gélido exterior, porque el calor de «La Donato» derrite hasta a «La Filomena» de estos días.

Lástima que las medidas de prevención e higiene impidan tener en papel un programa que incluye las letras y su traducción, impagables para comprobar cómo la música engrandece el texto, pero al menos pudimos tenerlas «on line», aunque no era la mejor opción estar durante el concierto con el teléfono encendido (de hecho no lo aprecié durante el mismo, como tampoco las toses que gracias a las mascarillas parecen erradicadas de los auditorios), por lo que fue excelente idea proyectarnos simultáneamente letra original y traducción, que a diferencia de la ópera está debajo del escenario y no miramos a las nubes sino a los músicos.

Una primera parte con Haydn y Mahler suficiente para satisfacer paladares delicados,  primero el «clásico» del vienés, la cantata para voz y piano Arianna a Naxos, Hob.XXVIb:2, primer recitativo poderoso, metida de lleno en el personaje que llama a Teseo y la primera aria Dove sei, mio bel tesoro? de cortar el silencio con un teclado casi orquestal, sin miramientos y tapa totalmente abierta pero siempre atento a las inflexiones, respiraciones y amplísima gama de matices. Aún mejor el siguiente recitativo, Ma, a chi parlo?Gli accenti Eco ripete sol con el piano cantando y contestando más el aria Ah! che morir vorrei, verdadera interpretación para morir pero de placer escuchando a la gran mezzo norteamericana y levantando la primera gran ovación de la noche tras la que DiDonato nos agradeció estar con ella en esta vuelta a los escenarios, hartos todos de pantallas y enclaustramientos, con la música que es la vida, toda ella a nuestro lado.

Y después el eterno Gustav y sus Rückert-Lieder (1860-1911) donde DiDonato comentó haber encontrado respuesta a muchas preguntas durante el confinamiento, debutándolo aquí, Oviedo capital musical, en un orden no cronológico pero sí lógico, diría que incluso ideal para el devenir del recital, con un Terry impecable y un alemán cantado y sentido con alma en las cinco canciones sobre los poemas de Friedrich RückertBlicke mir nicht in die Lieder (14 de junio de 1901), «No mires mis canciones!»,  Ich atmet’ einen linden Duft (julio de 1901), «Respiré una gentil fragancia de tilos», el olor en los pentagramas, la palabra musicada y el sentimiento cantado; Liebst du um Schönheit (agosto de 1902), «Si amas la belleza», la juventud, el amor, haciendo del idioma de Goethe poesía pura nunca rígido, amando la música de Mahler con la voz de JoyceIch bin der Welt abhanden gekommen (16 de agosto de 1901), «He abandonado el mundo en el que malgasté mucho tiempo», estado de ánimo donde la muerte es música, «¡Vivo solo en mi cielo, en mi amor, en mi canción!» como la confesión de esta Dama del Alba parafraseando a nuestro Casona cual Dama del Alma mahleriana, y Um Mitternacht (verano de 1901), la rima Mitternacht-Macht, «A medianoche»-«fuerza» pero interior, con el sobrecogedor verso final:  Herr! über Tod und Leben
Du hältst die Wacht Um Mitternacht!
que Mahler eleva a esperanza, «¡Señor! ¡Sobre la vida y la
muerte, tú eres el centinela a medianoche!». Impactante desnudez expresada con la voz y el piano íntimos concluyendo con un silencio sin prisas dejando flotar la última sílaba y la vibración del piano antes del aplauso más que merecido a la magia de «La Dama DiDonato».

Tras el descanso y el cambio de vestido, la segunda parte comenzaría súbita con sus dos visiones de Cleopatra, primero la de JOHANN ADOLPH HASSE Morte col Fiero aspetto («Marc’Antonio e Cleopatra»), la bravura barroca donde el color de voz uniforme en toda su tesitura y el piano orquestal nos trajeron a la Reina DiDonato, y a continuación la de GEORG FRIEDRICH HÄNDEL: É pur così in un giorno… Piangerò la sorte mia («Giulio Cesare in Egitto»), la máxima belleza en una lección de canto y acompañamiento, el alma se serena y el corazón late agitado cual «síndrome de Stendhal» pero handeliano.

No podía faltar la ópera romántica con HECTOR BERLIOZ, Je vais mourir… Adieu, Fière cité (el aria de Didon de «Les Troyens«), la tragedia de Eneas y la plegaria a Venus, la orquesta hecha piano con todas las dinámicas escritas y la mezzo imbuida del espíritu troyano capaz de convertir el auditorio en un templo operístico desde el conocimiento y tránsito del Purcell inglés al Berlioz francés, dramaturgia en estado puro.

El fin de fiesta agrupado como «Canciones de Cabaret» y arreglos del propio pianista Craig Terry de lo más variado que en estas versiones suenan igualmente contemporáneas tras comentar y bromear con los jóvenes cantantes a quienes preguntaba si se habían sentido Callas o Berganza en sus primeras lecciones con dos arias que los estudiantes afrontan casi en la primer clase, GIUSEPPE GIORDANI: Caro mio ben,  y Se tu m’ami / Star vicino  (ALESSANDRO PARISOTTI / SALVATOR ROSA), los nervios del largo camino del cantante y la transición al show con clase, elegancia, dominio de estas obras con un piano exuberante y la Donato auténtica diva americana que sin perder la compostura es capaz de aplicar la misma técnica para estos aires de jazz tan clásicos como el barroco.

El intimismo del café concierto llegaría con (In My) Solitude de Duke Ellington con letra de Eddie DeLange e Irving Mills, auténtica gozada a dúo, elegancia y «soul» de un grande de la música del pasado siglo cuyas armonías suenan impresionistas en los arreglos de Terry completadas con unos graves dignos de las voces negras pero con el color único de esta mezzo todoterreno.

El francés íntimo, maravilloso cuando se canta de forma natural, pondría el último punto de sabor, glamour y buen cantar de esta simpar La Vie en Rose (Guglielmi- Monot) con letra de Edith Piaf que DiDonato reinterpreta junto a un Craig Terry enorme, Debussy padre del jazz en el idioma vecino y maridaje de gala.

Rendidos a La Dama que canta con el alma, nos asombraron con el regalo de Stardust (Carmichael) a cuatro manos que engrandece a la intérprete integral en guiños cómplices con su pianista, una joya vocal esta vez instrumental que supo a poco pero es esencia «marca de la casa«.

Con el ambiente de salón entre amigos, el público en pie y los intérpretes igualmente agradecidos, todavía llegaría un Somewhere, Over the rainbow mágico, embriagador, optimista, Oz es Oviedo, Dorothy DiDonato y Terry el Mago de Steinway en un camino rojo como el vestido de esta segunda parte, hacia las ciudades esmeraldas españolas antes del regreso al Kansas natal de la mezzo. Increíble, delicado, enorme para sobrecogernos el alma.

La locura desatada y el Mozart de Cherubino en «Las bodas de Fígaro», su aria Voi che sapete, porque ellos sí que saben lo que es el amor por la música, el dominio idiomático y escénico, el gusto por el buen cantar y mejor estar.

Y la «postboda» mozartiana aún más asombrosa con un I Love A Piano desenfadado con Joyce y Craig, alegría de vivir, calor y color para un concierto inolvidable pasadas las 22:15 horas que recordaremos mucho tiempo en Oviedo.

Gozoso viernes de dolor romántico ​

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Viernes 12 de abril, 20:00 horas. XLII Semana de Música Religiosa de Avilés, Iglesia de Santo Tomás de Cantorbery: Matthieu de Miguel (órgano). Obras de Dupré, Händel, Mendelssohn, Widor, Karg-Elert, Saint-Säens, Rheinberger, Gigout, Jongen, Bridge y Vierne.

Último de los conciertos de la cuadragésimo segunda semana de música religiosa avilesina con el órgano de Acitores resplandeciente, luminoso, orquestal, casi sinfónico, y un programa romántico de altura con el organista hispanofrancés Matthieu de Miguel (1979) que hizo disfrutar este «Viernes de Dolores» al numeroso público que se acercó hasta el templo nuevo de Sabugo.

Casi una hora repleta de obras de altura en el amplio sentido de la palabra, sacando lo mejor del Acitores avilesino, exprimiendo los registros más románticos del repertorio para órgano que De Miguel domina como pocos. Combinaciones de teclados, pedalero, expresión, trémolo… todo bajo la supervisión de José Mª Martínez, alma mater de esta SMRA, concierto de altura para clausurar esta edición donde el órgano de Santo Tomás brilló con luz propia haciendo del dolor gozo.

Abría el concierto lo mejor de la escuela francesa de órgano con la transcripción realizada por el francés Marcel Dupré (1886-1971) del Concierto op. 4 nº 2 en si bemol mayor (Händel) en dos movimientos (A tempo ordinario e staccato y Allegro) que sorprendieron por el color de los registros, orquestalmente pleno, completo y virtuosa recreación del rey de los instrumentos al unir teclado y orquesta todo en uno.

De Félix Mendelssohn (1809-1847) escucharíamos el Andante y Variaciones en re mayor, romanticismo alemán sacando sonoridades «nuevas» al Acitores plenamente asentado a nivel tímbrico, íntimo, creciente y limpio además de recogido.

Uno de los momentos mágicos llegó con el francés Charles Marie Widor (1844-1937) y su Intermezzo de la VI Sinfonía, virtuoso, brillante, mágico, registros plenos pero nunca chirriantes, limpieza en teclados y pedalero inundando Santo Tomás de Cantorbery de la luz que luchaba con la noche, contrastes y delicadas transiciones entre teclados en un juego dinámico portentoso a cargo del organista formado en Burdeos y afincado en Toulousse.
Un descubrimiento para quien suscribe resultó el alemán Sigfried Kargt-Elert (1877-193) y sus Harmonies du soir, op. 72 nº 1, juegos de trémolo y registros de harmonio celestial, sugestivo además de íntimo.

Poderío sonoro sería el último número Allegro giocoso, de las 7 improvisaciones op. 150 nº 7 de Camille Saint-Saëns (1835-1921), rememoranzas medievales de trompetería llena, pedalero subrayando el ritmo y perlas rápidas en los tres teclados. Sabor francés y puro romanticismo, antes de pasar al alemán Joseph Gabriel Rheinberger (1839-1901) y su Intermezzo de la IV Sonata, placidez sonora con registros medios de trémolo comedido, combinaciones de teclados y dinámicas, buen gusto tímbrico y expresivo.
Siempre es un gusto volver a escuchar al francés Eugène Gigout (1844-1925), calificado como «postromántico» pero casi me atrevería a llamarle «neobarroco» pues su Toccata, Si menor tiene lo mejor de esta forma virtuosística aunque con el tamiz armónico temporal del siglo XX, aires debussyanos sin perder un ápice la inspiración propia. Matthieu de Miguel no solo trajo magisterio técnico sino gusto en la elección de registros así como de los compositores para esta clausura de la SMRA.

Segunda novedad para mí e igual de agradecer dentro del vastísimo repertorio para órgano me resultó el Scherzetto, op. 108 del belga Joseph Jongen (1873-1953), en cierto modo «broma musical» (eso es literalmente un «scherzo») de sabor americano por la lengüetería, el trémolo y un pedalero vivo, rítmico diría que cinematográfico por los recuerdos y referencias que da esta obra juguetona, elegante y agradecida.

Si en el anterior concierto de esta XLII SMRA calificaba al Acitores de políglota, las escuelas europeas de órgano tienen su propia acento, si bien franceses y belgas musicalmente los podamos unir. En el caso del Adagio, Mi Mayor. Op. 63 del británico Frank Bridge (1879-1941) no me atrevería a etiquetarlo en ninguna escuela, si acaso en la liturgia global por el recogimiento que esta página tiene y el organista hispanofrancés nos transmitió, serenidad con registros delicados preparándonos para la explosión última.
Inmejorable Final de la I Sinfonía, Re M, op. 14 del francés Louis Vierne (1870-1937), la explosión sonora del órgano palentino asentado en Avilés que Matthieu de Miguel entendió a la perfección. Transiciones de teclados en su sitio, tímbricas variadas hasta en el pedal, juegos tubulares orquestales en un verdadero castillo de fuegos musicales.

El regalo cerraba el círculo virtuoso nuevamente con Händel y sus Himnos de Victoria, si lo prefieren Canticorum Iubilo en la versión organística plena, punto álgido y final apoteósico en el Acitores con sabor a salitre, políglota y poderosa clausura de una semana que siempre me sabe a poco pero colma mis escapadas al querido Avilés. Enhorabuena a todos los organizadores y en especial a mi admirado Chema.

Sandrine Piau, la elegancia barroca

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Martes 26 de marzo, 20:00 horas. Sala de Cámara, Auditorio de Oviedo, VI Primavera Barroca: «Heroínas barrocas«, obras de Händel. Sandrine Piau (soprano), Les Paladins, Jérôme Correas (clave y dirección).

Prosigue con éxito la sexta edición de esta primavera barroca familiar coproducida por el CNDM en la sala de cámara carbayona, ideal por cercanía y acústica aunque en los conciertos del auditorio cada vez tenga más presencia esta música que sigue atrayendo a un público variado y entendido, máxime cuando tenemos la suerte de disfrutar en «La Viena del Norte» a figuras como la soprano francesa con un ropaje de alta costura a cargo de Les Paladins y el maestro Correas al clave y dirección que conoce como pocos por su faceta de cantante lo que supone acompañar la voz mimándola con esmero compartiendo un programa dedicado a las heroínas de Händel, alemán internacional que terminaría sus días como Haendel en la corte británica donde dejó escritas tantas joyas.

De las muchas óperas del gran maestro, las elegidas para el concierto fueron Ariodante, PartenopeGiulio Cesare in Egitto, Alcina y Rodrigo cuyas arias y oberturas fueron bien colocadas en el programa, con notas de mi tocayo sevillano Pablo J. Vayón, junto al Concerto grosso en la menor, op. 6 nº 4 HWV 32 (1739) perfectamente encajado y siempre buscando la unidad temática de las heroínas a las que Sandrine Piau encarnó en el amplio sentido de la palabra, un primor escucharla con dicción perfecta aunque esta vez sí contásemos con los textos y su traducción, emisión clara, calidad interpretativa en cada aria y especialmente la elegancia en su línea de canto donde los agudos nunca molestan, sus graves sonoros realzan la belleza global de cada partitura, sumándole la puesta en escena donde funciona todo: gesto, pose, manos, pasando por cada uno de los estados de ánimo de Parténope, Cleopatra (incluso la imagen con su peinado), Alcina, Morgana y hasta la Armida de las dos propinas.
Les Paladins se presentan para esta gira española con un septeto idóneo para vestir a medida a la soprano francesa, pese a momentos desafinados por esas cuerdas que se aflojan como la tripa, poco tirantes aunque sin empañar un encaje digno del ropaje haendeliano. Juliette Roumailhac en el violín solista con intervenciones líricas, Jonathan Nubel segundo violín de encaje y entendimiento con el primero impresionante, Clara Muhlethaler a la siempre necesaria y complementaria viola, Nicolas Crnjanski al violonchelo redondo en el conjunto, bien doblado a menudo por Franck Ratajczyk al contrabajo, y finalmente Benjamin Narvey alternando la tiorba y la guitarra barroca dependiendo del «contexto» dramático, tanto en los punteos complementarios del clave como los rasgueos reforzando ritmos. De ​Jérôme Correas lo apuntado, dirigiendo desde el clave a sus músicos que tienen interiorizadas todas y cada una de esas páginas, los ornamentos en su sitio que verdaderamente embellecían la voz de Sandrine Piau y aparecían en el momento preciso para convertirse en perlas, collares dorados o sutiles veladuras sonoras.

La Obertura de Ariodante HWV 33 (1735) mostró las cartas de lo que vendría a continuación, pues el contraste típico resultó de libro con la guitarra en el continuo y sonoridades que la sala de cámara ovetense mantiene limpias. Partenope HWV 27 (1730) arrancó musicalmente mientras la soprano aparecía refulgente y plateada para el aria Voglio amare infin ch’io moro, sin necesitar una orquesta completa, con Les Paladins la voz corría ágil y colorida, arropada más que acompañada para disfrutar la primera aparición de esta figura del canto barroco antes de transmutarse en la Cleopatra de Giulio Cesare in Egitto HWV 17 (1724), primero con el famoso recitativo y aria Piangerò lal sorte mia que pone la carne de gallina por expresividad, entrega y equilibrios instrumentales antes de rematar la primera parte con Da tempeste il legno infranto, capaz de enamorar a toda la tropa que llenaba y disfrutaba con Sandrine Piau, retomando la guitarra en un continuo íntimo lleno de dinámicas asombrosas, agilidades carnosas sin artificio, pulsación ideal y colorido total. Entre ambas el Concerto grosso en la menor, op. 6 nº 4 donde los instrumentistas rindieron tributo a esta forma barroca en los cuatro movimientos de aires y matices amplios acordes a la calidad general de este recital.

Alcina HWV 34 (1735) abriría directamente con el aria Ah! mio cor, más que un aperitivo en la voz de la francesa y el septeto sonando como una orquesta de cámara por esa calidad que atesora cada músico, declaración amorosa de amplio registro y «tempo giusto» degustando palabras, agilidades paladeadas sumándole el saber estar sobre las tablas de la soprano dominadora de cada rol.
Curiosa la ópera Rodrigo HWV 5 (1707) basada en nuestro último monarca godo que parece fue la primera representada en el Londres regio de Haendel, aquí la obertura en forma de suite digna de tener al menos tanta fama como otras más escuchadas. Siete danzas donde la guitarra subraya el carácter hispano y cuya Bourrée en pizzicatos sonó triunfantemente redonda dentro de unas heroínas que aquí tornáronse en regio. Volvería Alcina, ahora Morgana Piau para finalizar con Tornami a vagheggiar, nuevo cortejo y coqueteo vocal con solo la cuerda de Les Paladins, dramatismo en estado puro donde la voz campa a sus anchas por toda la tesitura y recursos que Haendel pide a sus personajes, belleza sonora para todo un espectáculo camerístico.

Con el público volcado, las dos propinas de otra heroína con dos personalidades del Rinaldo (que escucharemos el próximo octubre en Oviedo), la Almirena Armida bruja que diría Correas, Furie terribili sin efectos especiales pero fogosa a más no poder, y el superéxito Lascia ch’io pianga que no cansa nunca, esta vez increíblemente íntimo, bien interpretado por el juego de aires, más ágil de lo habitual, y especialmente los ornamentos tanto vocales como instrumentales que pusieron en lo más alto esta página única siempre distinta con Sandrine Piau, Correas y sus paladines rematando un concierto heróico y elegante. Da gusto salir del auditorio con el ánimo recompuesto ante tanta belleza y calidad demostrada, porque el barroco cuando se hace así es atemporal y por encima de modas.

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