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Temple germano

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Miércoles 23 de enero, 20:00 horasOviedo, Conciertos del Auditorio: Philharmonisches Staatsorchester Hamburg, Veronika Eberle (violín), Kent Nagano (director). Obras de J. Rueda (1961) y J. Brahms (1833-1897).

Crítica para La Nueva España del viernes 25, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva

Miércoles de carreteras cortadas por tormentas y lluvias torrenciales donde el chaparrón musical vino desde Hamburgo, su orquesta filarmónica con sede en la nueva Elbphilarmonie y el titular desde 2015, un angloestadounidense de origen japonés, Kent Nagano, sumándose la también alemana Veronika Eberle más un Jesús Rueda cuya Stairscape, estrenada el día antes en Madrid, se inspira en Brahms siendo encargo de Ibermúsica a propuesta del propio Nagano, redondeando una velada para el recuerdo con sabor germano.

La breve “introducción” del español bebe de la cuarta sinfonía y no desmereció en nada contando con la misma plantilla utilizada en la obra que ocuparía la segunda parte sin perder el sello personal del que ya hemos disfrutado en Asturias con la OSPA, corroborando la excelencia sinfónica de los hamburgueses y la mano izquierda del californiano manejando dinámicas y planos sonoros con la maestría de las leyendas de mi época.

El Concierto para violín en re mayor, op. 77 de Brahms sonó en el Stradivarius Dragonetti (1700) de Veronika Eberle presente, nítido, virtuoso, concertado en comunión con Nagano siempre atento a la solista, manteniendo el temple en volúmenes pese a ser como una sinfonía con(tra) violín, tiempos contenidos en cada uno de los tres movimientos para apreciar cada detalle, saboreando las cadencias que llenaron el auditorio de color instrumental para delinear cada melodía en una interpretación madura, fresca, bien entendida por director y violinista. Sonido aterciopelado, “pianissimi” que acallaron toses y paraguas caídos, alegría de vivir especialmente en el conocido Allegro giocoso ma non troppo vivace verdaderamente delicioso. El regalo todavía más sabroso por original, Andante dolce de la Sonata para violín solo, op. 115 compuesta por el francés Frédèric Pélassy (1972), nueva apuesta por la música de nuestro tiempo con calidez y calidad (como Rueda).

Segunda parte plena con una inmensa Cuarta sinfonía en mi menor, op. 98 del indeciso Brahms al que nadie niega hoy en día su grandeza. Digno sucesor de Beethoven, admirador de Mozart, enamorado de Clara Schumann, su última sinfonía es como un testamento orquestal sin poder componer una quinta que igualase al dios de Bonn; usará una gran plantilla para una “estructura académica” de cuatro movimientos llenos de sorpresas formales y tributo a sus grandes predecesores, dotándola de un sello propio que le ha dado la popularidad actual. La Filarmónica de Hamburgo resultó humana con calidad casi estratosférica, no importó algún golpe de timbal adelantado (¡tocando de memoria toda la sinfonía!), una trompeta titubeante ante la exigencia de volúmenes mínimos o el movimiento final donde el maestro Nagano en un “izquierdazo” tirase las partituras del concertino, que mantuvo el temple sin dejar de tocar mientras la ayudante recogía rápidamente el desaguisado. Germanos magníficos bien llevados por un titular que ejerce como tal, sacando lo mejor de esta formación histórica sin desmerecer otras de su país. Un placer comprobar el vigor de cada movimiento, los “calificativos” aplicados con rigor en la batuta de gestualidad clara pero donde manda la mano prodigiosa, natural: rápido pero no demasiado, tranquilo moderado, gracioso, o enérgico y apasionado tal como rezan las indicaciones de los cuatro movimientos brahmsianos, degustando cada sección de exquisitez sonora, escuchando todo lo escrito limpio y en su sitio.

Emociones equilibradas para una Cuarta repleta de sensaciones. La colocación de trompas a la derecha, timbales a la izquierda, maderas y metales centrados en tres filas, violas y chelos permutados, violines envidiables más una plantilla donde los nueve contrabajos dan idea de la masa sonora dotada de la redondez que dan los graves, otorgando una amplia paleta dinámica controlada por Nagano, ofreciéndonos una interpretación para recordar.
De propina, tras las palabras en español de agradecimiento, música “pop” con unos cantos de los marineros de Hamburgo en arreglo del contrabajo solista Gerhard Kleinert, dando de nuevo un toque actual y ligero tras el peso de Brahms.

Grandes orquestas, directores legendarios y solistas de fama mundial siguen colocando Oviedo en el mapa musical, “La Viena del Norte” español que es envidia nacional.

Tiempo presente de Mahler

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Sábado 22 de marzo, 20:30 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Orchestre Symphonique de Montréal (OSM), Kent Nagano (director). Mahler: Sinfonía nº 7 en si menor.

«Canto de la noche» es el sobrenombre de la séptima mahleriana, canción sin voces, en hora poco habitual para un concierto rozando la perfección. En mi mochila sólo me queda una «Sinfonía de los Mil» para cerrar ciclo en vivo, aunque esta venida de Canadá con un californiano admirador de Bernstein, referente y fijo en mi discoteca, será recordada como la pureza instrumental.

Nagano es la elegancia directorial y con su orquesta alcanza cotas de calidad impensables incluso en gira mundial. Pese al cansancio que pueda suponer esta vorágine de ciudades, hoteles, aeropuertos y auditorios (en España sólo Madrid y Oviedo antes de volar a Alemania con escala en Colonia), pensemos que cada concierto siempre es distinto, los ánimos cambian, el tiempo de Mahler ha llegado hace tiempo, y abordar esta sinfonía para los músicos también forma parte de su experiencia vital, más allá de una profesionalidad que brotó a borbotones.

Hacía tiempo que no disfrutaba de una materia prima tan prístina, clara, donde la humanidad parece redimirse como el propio Mahler. Orquesta impresionante no ya en número sino en todas y cada una de sus secciones, solistas envidiables pero sobre todo disciplina y respuesta inmediata a cada gesto del maestro japonés de Berkeley quien reconoce la convergencia del nuevo y el viejo mundo en esta su orquesta. Colocación vienesa con los contrabajos detrás de los violines primeros, arpas de los segundos, percusión con «bronces» atrás, trompas a la izquierda y la madera, toda la inmensidad orquestal de esta séptima, sumándole guitarra y mandolina en el cuarto movimiento para mayor busqueda de sonoridades en auténticos claroscuros de cinco movimientos organizados simétricamente con el Scherzo de pivote indefinido más que sombrío (Schattenhaft).

Si los colores del día anterior eran impresionistas, franceses (Ravel está en el otro programa con Sstravinsky, otra conexión espacio temporal) , delicados, la paleta que «el pintor» exige para este «séptimo cielo» es un lienzo tan especial que debe partir de una tela cara poco habitual, y la sinfónica canadiense lo es en las manos de Nagano. Una delicia escuchar cada instrumento, cada línea melódica, cada contestación, todo en el plano exacto escrito y marcado por Mahler que era igualmente un excelente director de orquesta. Nunca mejor el término «conductor» que utilizan los ingleses porque el titular de la sinfónica canadiense condujo por esta carretera llena de dificultades como si de una autopista al lado del mar se tratase, y sin despeinarse…

Sinfonía con más de cien años esta séptima sigue siendo actual, completa, redonda, tal vez por lo que conlleva de «patetismo del hombre mortal sobre la tierra con sus dudas y sus preguntas, en primera instancia, para proclamar, a renglón seguido, la esperanza y la confianza en una vida mejor» en palabras recogidas por mi admirado Pérez de Arteaga citando a Chamouard, la vigencia de una música que sonó veraz, honrada, emocionada pero contenida en todo momento, ni un grito, ni un borrón, nada accesorio, todo en su sitio, sin disonancias ni líneas etéreas. El sonido resultó de seda por momentos, terciopelo con fortaleza y elegancia, satén nocturno de insinuaciones eróticas en su punto.

Arturo Reverter escribe de esta séptima en las notas al programa que es «composición tan difícil, tan trabada, tan original, tan experimental, quizá la más radical de Mahler desde un punto de vista estructural, arquitectónico, instrumental y armónico», pero tras la escucha de los canadienses con su titular pareció fácil y ligera, siempre original pero muy asentada, y con esos años que hacen curar la juventud, conservadora aunque de lenguaje inalcanzable todavía para la mayoría pobre de espíritu. El propio Nagano decía en la prensa española que «a pesar de la crisis vivimos un momento emocionante en la música», y en Oviedo podemos confirmarlo. Si quedaban interrogantes por las mezclas que subyacen en esta obra mahleriana, la respuesta estuvo en esta séptima sin palabras porque la poética, la ironía, el sarcasmo, la tragedia… todo sonó en su sitio alcanzando cotas irrepetibles.

Llego a casa y mientras escribo, busco links (enlaces) y vuelvo a escucharla con Bernstein en Viena, después Lucerna con Abbado… No más dudas planteadas pero el directo siempre será irrepetible, y la Sinfónica de Montreal con Nagano me han dejado un canto que no se extingue al amanecer sino que permanecerá cual «noche oscura del alma«.