Reseña para La Nueva España del lunes 12 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), recortes de prensa y tipografía cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Todo un equipo
desde Asturias al mundo, como así la sintió desde el exilio argentino Casona para redondear este regalo de cumpleaños apostando por esta
obra esperada tras toda una vida musical como la del gijonés
Vázquez del Fresno, escrita desde un estilo propio con una madurez musical envidiable, exigente para todos los intérpretes por los registros extremos, agudos al límite y graves difíciles de escuchar, pero con el objetivo cumplido de cantar esta historia de todos conocida donde texto y música se suman para una acción lenta como la espera peregrina.
Campoamor de gala con presencia de autoridades y cargos públicos, de artistas en las butacas compartiendo emociones con familiares de
Casona y Luis, junto a la siempre entendida y fiel afición que atesora mucha experiencia lírica labrada desde aquel 1947, todos llenando este domingo histórico pleno en ilusión y esperanza.
Grandes actores pero sobre todo actrices: solistas y coro, cantando al amor y la muerte, sintiendo esa lucha vital, con una
OSPA subrayando magistralmente los textos y llenando la acción sin palabras contando con una amplia plantilla de calidad contrastada en un intermedio muy aplaudido, orquesta colorida además de segura desde el foso, bajo la dirección concienzuda del avilesino
Rubén Díez, detallista, atento, mimando las voces en una escena tan nuestra y atemporal como nuestro ovetense
Sagi junto a
Daniel Bianco sumando la extraordinaria iluminación de
Albert Faura que resaltó y encumbró esta ópera de difícil asimilación para muchos de los presentes pero plena de simbolismos y colores (como los siete robles en memoria de los mineros muertos, hijos de Telva).
Destacable el trabajo e implicación de todo el elenco vocal, desde esta Asturias universal, de adopción o nacimiento, transmitiendo la magia lírica, personajes reconocibles hasta en los nombres, reales y ficticios.
Interesante contar con el contratenor
Mikel Uskola como
Peregrina, gran acierto del compositor (quien pensó originalmente en
Carlos Mena) en un rol complicado, algo opaco en el grave (como casi todas las voces), omnipresente y exigente pero también emotivo, especialmente en el conjunto con los tres niños:
Dorina,
Ruth González, la más protagonista, junto a
Falín y
Andrés,
Gabriel Orrego e
Irene Gutiérrez (bravo por esas voces de la
Escuela Divertimento).
Impecable el
abuelo de
David Lagares rotundo y emocionante junto a la
Telva de
Marina Pinchuk defendiendo su papel con
calidad y calidez.
Poderío escénico de la
madre Sandra Ferrández, vocalmente exigente (para todos) y la pareja de sufridos enamorados,
Adela y
Martín, en las bellas voces de
Beatriz Díaz siempre entregada y completa en su actuación, junto a
Santiago Vidal capaz de completar registros contradictorios bien resueltos en cada intervención, con dúo cargado de emociones además de buen empaste.
Breves papeles pero necesarios los de
Quico por
Juan Noval-Moro claro e incisivo además de sobrado en volumen, y la
Angélica de
Carmen Solís resolutiva, plena, desgarradora y volcada en intensidad.
Más otra ovación para el
Coro “Intermezzo” de
Pablo Moras, solvente fuera de escena, flotando y contestando la acción, e impresionante como pueblo en la mágica noche de San Juan, danza prima incluida.
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