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Muy honorables

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IN MEMORIAM

Viernes 8 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 10 «Concierto con variaciones» OSPA, Adolfo Gutiérrez Arenas (violonchelo), David Lockington (director). Obras de Avner Dorman, Samuel Barber y Sir Edward Elgar.

En este concierto dedicado a la memoria de Eloy Palacio Alonso, el bombero fallecido en acto de servicio el pasado jueves en el incendio de la calle Uría de Oviedo, las emociones comenzaron una hora antes con la conferencia de Gloria Araceli Rodríguez Lorenzo, autora de las notas al programa que dejo enlazadas en los autores, un descubrimiento por su buen saber y estar unido a una pasión juvenil contagiosa, que nos preparó para lo que vendría después con una maravillosa exposición titulada «Del tema con variaciones a las variaciones sin tema, o cómo aunar tradición y modernidad en la creación musical» donde los apuntes biográficos además de los musicales y expuestos en orden cronológico, inverso al del concierto, sirvieron para comprender mucho mejor esa unidad entre autor y obra que después con la interpretación que nos traía de nuevo al principal director invitado, redondearían una velada única.
Y si quien cerraría programa tuvo pronto el muy honorable título de Sir, de Caballero, esta vez todos los protagonistas, incluido el heróico bombero, deberían tener ese rango porque además de memorable y emotivo, supuso el reencuentro con el buen hacer desde la elección de las propias obras, poco programadas manteniendo la apuesta por aunar tradición y modernidad desde la variación, en el amplio sentido de la palabra y más allá de la forma musical.

No creo que las Variaciones sin tema (2003) de Avner Dorman (1975), encargo y estreno de Zubin Mehta con la Orquesta Filarmónica de Israel se puedan escuchar en vivo en las salas españolas, y menos dentro de un programa homogéneo y a la vez actual, incluso en la angustia y emoción que supone la 9ª variación inspirada en la Segunda Intifada en Israel y los sucesos del 11S, donde también murieron muchos bomberos, como si se trajese directamente esta obra para recordar a Eloy Palacio. El israelí Dorman plasma en once momentos casi enlazados esas impresiones con un lenguaje universal de múltiples referencias, capaz de sacar de la orquesta toda una gama de expresividad, la que el maestro británico afincado en los EE.UU. ya dirigiese recientemente a la Grand Rapids Symphonic sabe cómo lograrlo de la formación asturiana, recuperando la colocación tradicional (me consta que la semana anterior con Pablo González también) y con un excelente trabajo tímbrico, dinámico, expresivo donde la sección rítmica sumándole piano / celesta tuvieron un papel casi protagonista. Aún quedaban frescas y cercanas las palabras de Gloria Araceli para poder disfrutar aún más de esta partitura.

El violonchelista Adolfo Gutiérrez Arenas lleva música en los genes pero también ambiental, por parte de padre la pasión bachiana (demostrada en la propina de la Sarabanda perteneciente a la quinta Suite, también dedicada a Eloy Palacio), la lírica materna que hace cantar a su Francesco Ruggeri cremonense de 1673 en cada frase, y el duro trabajo casi germano con total fidelidad a cada obra, todo desde una técnica que sigue mejorando día a día sin olvidar el sentimiento necesario para como intérprete ser el puente entre la partitura y el oyente. El Concierto para violonchelo en la menor, op. 22 (1945) de Samuel Barber (1910-1981) tiene todos los ingredientes para alcanzar la perfecta comunicación y todas las dificultades técnicas que le hacen evitarlo a muchos solistas y orquestas, pero Gutiérrez Arenasque en la entrevista concedida a Javier Neira para La Nueva España (que dejo aquí a la izquierda) califica de «salvaje y bárbaro», no rehuye el peligro ni los retos, añadiendo esta joya a su ya amplio repertorio. Le llevo escuchando hace tiempo y puedo asegurar que la interpretación del concierto de Barber es digna de guardarse en cuanto Radio Clásica la emita (pues Radio Nacional de España en Asturias graba los de la OSPA en el Auditorio aunque no salgan todos por las ondas). Si el compositor fuese británico también sería Sir Samuel, Lockington es lo primero y, también para mí desde hoy, lo segundo, muy honorable Sir David, quien «armó» desde el respeto y conocimiento, así como la humildad de todos los grandes, una interpretación que refleja el espíritu y estilo de una partitura donde cada sección encuentra el balance ideal porque no existe el lenguaje de alternancia entre solista y orquesta, hay una línea tímbrica única casi imperceptible que convierte al cello en un instrumento más, presente siempre y a la vez unido indisolublemente a una masa orquestal liviana, clara, donde todo está en su sitio y donde la técnica que la virtuosa rusa Raya Garbousova (1909-1997), destinataria de la obra, aconseja a Barber, se une al lirismo único del considerado mejor compositor estadounidense (junto con Copland) de la historia, y es que Adolfo G. Arenas usó la genética para volcarse con este concierto, duro donde los haya a pesar de la equívoca sencillez. Tres movimientos aparentemente clásicos, Allegro moderato donde el cello siempre canta, arco y pizzicati, agudos casi violionísticos y ese grave humano, pero además con la orquesta disfrutando y compartiendo ese lirismo en cada sección, intervenciones solistas no ya seguras sino entregadas y contagiadas, sacadas a flote sin esfuerzo con la elegancia habitual de «Sir David», con la cuerda hiriente y redonda; el Andante sostenuto de una belleza casi dañina, presente y doliente, bien «mecido» por unas pinceladas de madera aterciopelada, el colchón casi etéreo de los metales y una cuerda sedosa, equilibrio dinámico fluctuante con precisión de todos hacia el solista bidireccionalmente, y sobre todo el Molto allegro e appassionato que hizo subir las intensidades emocionales a su cotas más altas, mando compartido de tarimas, rítmico para contagiar, melódico para enamorar, dinámico para contrastar sin dejar nada secundario. Un verdadero placer al que se sumó la citada Sarabanda, sentida, interiorizada, doliente, para un honorable solista como Adolfo Gutiérrez Arenas.

Las Variaciones Enigma, op. 36 (1899) de Sir Edward Elgar (1857-1934) son una verdadera delicia para el «escuchante» y un dulce para toda orquesta, exigente pero agradecida para todos los atriles solistas, atemporales en estilo mas con el toque británico inequívoco que destila el Andante inicial antes de comenzar a transformarse a lo largo de las catorce variaciones siguientes. Qué placer disfrutar de Lockington jugando con el plano protagonista desde la sencillez del gesto, disfrutar de la viola de Alamá, el cello de von Pfeil, la flauta de Pearse, toda la percusión más un Prentice más preciso y preciosista en los timbales, el clarinete de Weisgerber, el corno de Romero, el fagot de Mascarell, las cuatro trompas ideales, y sobre todo la propia unidad orquestal que nunca podemos perder. Pudimos disfrutar de ese Adagio increíble que es el «Nimrod» en su totalidad, siempre bello e interpretado de forma sublime, evolucionando el motivo inicial desde una escritura sin referencias e inequivocamente de Elgar, del «Troyte» Presto capaz de exigir y alcanzar limpieza a la penúltima «Romanza» Moderato, verdadero prueba de toque técnica y melódica de conjunto.

El traje de hechura inglesa le sienta bien a nuestra orquesta, bien cortado por un británico como el honorable Lockington que siempre la viste con su toque a medida, y el resultado es una elegancia y saber estar que desde las butacas siempre se nota.

Voluntad de vivir con la máxima exigencia

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Viernes 9 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, OSPA, Concierto de Abono nº 6Eldar Nebolsin (piano), Kynan Johns (director). Obras de DormanDohnányi y Nielsen.

En Oviedo estamos asistiendo a unos conciertos donde las obras de nuestro tiempo ocupan programas, incluso con estrenos mundiales o nacionales, caso del sexto abono de la OSPA que nos devolvía a dos conocidos, el director australiano Kynan Johns (que era uno de los candidatos a titular y trabaja en EE.UU. muy cerca de Milanov) y mi querido pianista uzbeko Eldar Nebolsin (afincado hace años en Madrid y que tocó en Oviedo el 18 de marzo de 2010).

Se escuchaba por primera vez en España Astrolatry (2011) de Avner Dorman que quise disfrutar sin leer antes las notas al programa -esta vez de Luis Suñén– que recogen la explicación del propio compositor sobre su obra, buscando la primera impresión sin mediatizarme disfrutando con ella, muy exigente para la orquesta con amplios efectivos, refuerzos por otra parte habituales en partituras para plantillas casi centenarias, donde los efectos tímbricos me sorprendieron buscando la fuente sonora, bien traídos y en simbiosis con unos ritmos muy americanos que beben de las polirritmias y van desde Bernstein al famosísimo Take five de Brubeck. El título de las dos partes ya apuntaba el ambiente recreado desde un lenguaje sinfónico nuevo pero con perfecto conocimiento de la instrumentación, explorando colores y texturas en todas las familias para lograr Revelaciones celestiales: Lento que la percusión de la OSPA dibuja como nadie, contagiando su entusiasmo, hasta una auténtica Noche de San Lorenzo en El culto a las estrellas: Con un sentimiento techno, mecánicamente constante, derroche sonoro bien dibujado por la batuta clara y elocuente del maestro Johns, referencias a Lito Vitale (también tiene su Estrella del Sur) desde un lenguaje sinfónico pleno de nuestro tiempo que para los de mi generación ha convivido perfectamente con otras músicas o estilos. Éxtasis sonoro y auténtica delicia encontrar profesionales y formaciones que apuesten por traernos nuevas obras de auténtica calidad, y una orquesta capaz de amoldarse a lo que le echen estando en un momento realmente dulce.

Las Variaciones sobre una canción de cuna, Op. 25 (Ernst von Dohnányi) es una propuesta del propio Nebolsin admitida para nuestra OSPA que para muchos supone reconocer el excelente oficio de un compositor húngaro un tanto eclipsado por otros compatriotas suyos pero cuyo lenguaje musical se mantiene en el subconsciente colectivo que partiendo de una canción popular -en España la llamamos «Campanita(s) del lugar»– explora distintos mundos sonoros desde Mozart a Stravinski, de Beethoven a Rachmaninov, de Brahms a Britten utilizando una forma compositiva recurrente como es la variación, para desarrollar pasajes y emociones musicales tanto en la orquesta (con los mismos efectivos que la obra estrenada) como en un piano donde Eldar Nebolsin logra unas sonoridades puras y cristalinas desde la primera aparición de la melodía, con guiños humorísticos tan cercanos a su carácter como al de la propia obra del húngaro que la hicieron propia todos los solistas y secciones bien conducidos por el director australiano. Realmente obra densa pero saltarina como en el pasaje donde el fagot (esta vez Falcone de impecable principal) frasea irónicamente y responde el piano con idéntica articulación, rica de matices y dinámicas, contrastes en todas y cada una de las doce variaciones. Concertación excelsa desde la batuta y un nuevo éxito para todos desde la estabilidad emocional y el bienestar sobre el escenario que transmite alegría a pesar de lo exigente de una partitura no suficientemente escuchada en vivo, con varios coprincipales hoy de solistas sin mermar un ápice la calidad que esta orquesta asturiana atesora en sus años (tantos como llevo casado y que este 9 de marzo cumplía 21).

Eldar tras el esfuerzo aún agradeció los merecidos aplausos con una propina decidida ya sentado nuevamente sobre el teclado (el nº 7 de los Op. 25 de Chopin), que fue otro placer de técnica, sensibilidad, sonoridades, buen gusto y cual muestrario de todo lo que atesora en su repertorio y amplio vagaje musical siempre abierto a nuevas propuestas como las escuchadas este viernes.

Para la segunda parte nada menos que la Sinfonía nº 4, Op. 29 «Inextinguible» del danés Carl Nielsen, poco escuchada en vivo y auténtico esfuerzo para todos los profesores en sus cuatro movimientos que se ejecutan sin pausa, a los que tanto la maravillosa escritura orquestal como una exigente dirección les impuso, y mereció la pena. Si la primera parte del concierto resultó explosión sonora, el arranque presagiaba todo lo siguiente. Como apunta Suñén al recoger por qué Nielsen tituló así esta sinfonía «que la pieza trata sobre la voluntad de vivir y ellos es un sentimiento inextinguible», la interpretación fue voluntad de hacer Música, con mayúsculas de cabo a rabo, concentración total desde el Allegro en un despliegue de buen gusto en todas y cada una de las secciones: las maderas, la cuerda con la tensión necesaria, dinámicas sugerentes, contrastes de una Dinamarca que conozco y admiro hechos sinfonía, melodías que se rompen y reconstruyen cual puzzle sonoro, dramatismo y respiro, metales cálidos que sin transguedir pueden eclosionar en un final impactante con dos timbaleros a izquierda y derecha poderosos, amenazantes y apoteósicos, discurrir de solos a cual mejor para desembocar en una melopea total, explosión necesaria tras un esfuerzo del que Johns obtuvo recompensa. El nivel sigue muy alto.