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Bacanal lírica

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Sábado 27 de abril, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Ermonela Jaho (soprano), Benjamin Bernheim (tenor), Oviedo Filarmonía (OFil), Alain Guingal (director). Música de ópera francesa e italiana.

Crítica para La Nueva España del lunes 29 con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Saint-Saëns y la Bacanal de Sansón y Dalila fue premonitoria de una gala lírica que llenó el auditorio con abonados, habituales del Campoamor y seguidores venidos de toda España buscando la excelencia de dos figuras mundiales de actualidad: la soprano albanesa Ermonela Jaho y el tenor francés Benjamin Bernheim, arias y dúos conocidos de la ópera francesa e italiana donde ésta triunfó sobre la primera con una Oviedo Filarmonía pletórica bajo la batuta del director Alain Guingal.

Mucha expectación por escuchar a “La Jaho” que me defraudó aunque reconozca la entrega en cada papel, su presencia, la técnica e incluso el color vocal, así como la implicación en las obras elegidas, escenificando las heroínas operísticas que todos esperábamos. Pero cuando se abusa de recursos como el vibrato desmedido, los filatos y los portamentos hacia el agudo en todos los roles, dificilísimos por otra parte, rozando una afinación no del todo limpia, perdemos intensidad dramática y credibilidad, con ese amaneramiento que termina por pasar factura global en cuanto a calidad. No pareció estar cómoda ni en la Louise de Charpentier ni en la poco interpretada aria de Thais (Massenet) donde la bellísima y popular Meditación del concertino Mijlin eclipsó a la soprano en lirismo. La Manon francesa al menos dejó detalles a los que ayudó Bernheim (al que quiero dedicarle más espacio). Y la Adriana Lecouveur de Cilea volvió a dejarme con la miel en los labios, siendo más creíble su Mimí de La Bohème que cerraría el recital. Una voz la de Ermonela Jaho de colores desiguales que gana enteros en el medio y agudo, sobre todo en los fortísimos pero perdida en cuanto reitera los giros que dejan de sorprendernos a medida que avanzaba la gala. Al público le enamoran y aplaudió a rabiar, aunque reconocerle solo la técnica es poco para una estrella que triunfa en todo el mundo con su presencia escénica.

Asombroso Benjamin Bernheim desde la primera nota de su Fausto (Gounod), potencia, gusto en su línea de canto, robustez en la emisión y amplia gama dinámica que ayudaron a convertirlo en mi triunfador de la noche. Su Werther (Massenet) del “Pourquoi me réveiller” está a la altura de los mejores tenores actuales, el francés no lo nasaliza, es su lengua materna, el sonido es redondo, claro, y con Puccini Rodolfo brilló más que Mimí, si bien el empaste de ambas voces resultó ideal, debiendo “plegarse” a la soprano en los finales donde Bernheim siempre estuvo sobrado. Me puso la piel de gallina con “Che gelida manina” y los dúos con Jaho los ganó no ya por presencia o heroísmo sino por musicalidad.

La entrega de los dos cantantes fue completa, semiescenificando las entradas, puerta lateral incluida, usando la barandilla y la escalera; Guingal no bajó volúmenes en ningún momento por esa tentación sonora siempre inevitable ante la respuesta efectiva de la OFil que se lució desde la Bacanal y aún más con la obertura verdiana de La fuerza del destino, como si quisiera presagiar que el sino de la noche sería del tenor más que de la soprano. Puccini rey de la gala desde el Intermezzo de la otra Manon, Lescaut, hasta el final del primer acto de La Bohème que cerraría programa. El público quiere escuchar lo que conoce y Oviedo sabe mucho de la ópera italiana que ama sobre todas las demás.

Las propinas mantuvieron la línea de todos: orquesta madura y segura, Guingal pisando el acelerador dinámico aprovechando la potencia de las partituras, una impecable “furtiva lagrima” del elisir donizzetiano con un Nemorino Berheim rozando la emoción máxima; “O mio babbino caro” algo descafeinado para Lauretta Jaho, acelerado y poco convincente canto a “papaíto” como creo sintió la propia albanesa, que a continuación siguió con Puccini para transformarse en la Tosca de “Vissi d’arte”, más apropiado a su voz dramática quitando algo del mal sabor de boca, para brindar finalmente como Violetta con Alfredo Berheim en La Traviata verdiana que tantos éxitos le ha dado, alzando la copa por el tenor francés que triunfó en Oviedo.

Concierto para aficionados a la ópera y seguidores de figuras con renombre, congratulándome de la gran orquesta que es ya la OFil, sobremanera en el “repertorio de foso” que se ilumina sobre el escenario.

Dos mundos en femenino singular

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Miércoles 20 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Patricia Petibon (soprano), La Cetra Barockorchester Basel, Éva Borhi (concertino y directora). “Nouveau Monde”: obras de Merula, Le Bailly, Nebra, Purcell, Charpentier, Rameau, Händel y tradicionales.

Crítica para La Nueva España del viernes 22, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

El barroco nunca pasa de moda y Oviedo hasta tiene ciclo propio en primavera, aunque el gran público también disfruta con una música llamemos comercial en tanto que ligera, rítmica, juvenil, llevadera y atemporal, sin mucha más preocupación que pasar una buena tarde, que lo fue, máxime teniendo a una diva francesa como “La Petibon” (así las conocemos, con artículo y apellido), especializada en estos repertorios, junto a una de las mejores formaciones en la llamada interpretación histórica como los suizos de Basilea, centro de referencia de la música antigua con el italiano Andrea Marcon al frente, sustituido para esta gira por la húngara Éva Bohri, concertino habitual de La Cetra, redondeando una visión femenina siempre universal desde un programa variado cual catálogo de grandes autores barrocos del viejo mundo, con presencia hispana como no podía ser menos, y que hace seis años llevaron al disco en su mayor parte.

El concierto giró en torno a esas obras grabadas y muy trabajadas en estudio que el directo torna siempre distintas, sin trampa ni cartón, dos mundos distintos con menos músicos en vivo pero igualmente curtidos y excelentes, donde no aparecían en el programa la flautista y gaitera Hermine Martin o el percusionista Yüla Slipovich, partes imprescindibles de esta orquesta barroca en el corazón europeo. Ellos fueron el punto de calidad con diferencia, desde el Merula inicial hasta los Purcell, Rameau de referencia y cómo no, Marc-Antoine Charpentier, formación instrumental ideal que conforma junto a la soprano un auténtico espectáculo.

No voy a descubrir a Patricia Petibon, artista total que empatiza con el público desde un atrezzo festivo que complementa cada intervención suya, aunque su voz haya perdido color y volumen, necesitando abusar de recursos escénicos más que técnicos, sonidos selváticos aparte. Tuvimos sobretítulos para poder entender unos textos ininteligibles incluso en el mejor Nebra, de graves inaudibles con los “tutti” y unos medios algo opacos, salvados en las páginas de continuo solo. Tampoco las pocas agilidades fluyeron claras, siendo las obras reposadas y con presencia instrumental mínima las que mejor me llegaron hasta la fila 13, destacando el Lamento de Dido, verdadero “hit” de Purcell, las arias de “Las Indias Galantes” (de gran ambientación instrumental) y “Platée” (Rameau) todo en la primera parte, o la anónima romanesca Greensleeves de la segunda, “repudio descortés” donde el violín de Éva Borhi recreó la conocida melodía inglesa junto a la guitarra del español Rodríguez Gándara con la flauta de pico de Martin, redondeando una interpretación sentida y casi íntima.

Carencias aparte, la escenificación con muñecos de peluche, ya “enjaulado” el papagayo inicial, para la canción tradicional del lobo, el zorro y la liebre en la segunda parte haciendo partícipe al público, ayudaron a una complicidad dramática que apenas hubo en lo musical por parte de la francesa, sí gaita y percusiones adecuadas. El toque del cajón peruano, hoy “robado” por los flamencos, junto a la flauta nos brindaron una cachua andina del Codex Martínez Campañón desde el “otro” Trujillo peruano, algo corta en volúmenes.
El hispano Nebra tuvo su ritmo de seguidilla con “Vendado es amor no es ciego” en la primera parte algo triste, y mejor la última El bajel que no recela de la misma ópera, con vestuario de gorros y jerséis marineros dentro de un supuesto mar bravío que no arribó a buen puerto pese al gracejo de la francesa. Tampoco hubo “locura” en Le Bailly inicial aunque algo de cordura se iría ganando con el paso de las páginas.

Al menos la formación suiza nos brindó lo mejor de un esperado concierto con buena entrada. Bien las tradicionales con gaita, guitarra, violas de gamba y percusiones, la tonada La Lata el Congo del citado códice sudamericano y por supuesto las instrumentales purcellianas, verdaderamente cuento de hadas (The Fairy Queen) junto a la “Medea” (Charpentier) reposada y sentida, o las dos joyas de Händel de las que no hubo arias cantadas: solo Zarabanda de armonías válidas para Lascia en habitual autoplagio barroco, con leve olvido del “da capo” rápidamente corregido por algún músico, y Giga valiente junto a las ganas de una propina del alemán nacionalizado inglés (como la Cantata Spagnola), cambiada por una canción de amor francesa en la misma línea.

Espectáculo donde el nuevo mundo apenas se vislumbró salvo por presentación y título del disco, recayendo el peso en nuestra Europa eterna que hubiera sido más cercana con el entorno pétreo de la sala de cámara en todos los sentidos, acústica y equilibrios dinámicos básicamente. El directo de Patricia Petibón con La Cetra quedó minimizado en la sala sinfónica aunque el disfrute global lo tuvimos con la formación suiza.

El mundo de Internet sigue atesorando estas músicas atemporales de dos mundos que siguen siendo uno y femenino.