Viernes 10 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XI OSPA: «Mozart y Perianes». Javier Perianes (piano), Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de W. A. Mozart.

El titular de la entrada no es una referencia al juego de mus, en tal caso a la «MÚSica» pero aprovechando que el onubense Javier Perianes (Nerva, 1978) es futbolero y merengue para más señas, no quería perder esta vez las referencias al deporte, al balompié, al trabajo en equipo y al disfrute que supone escucharle, tanto en el encuentro previo al concierto, con más presencia de la habitual, donde su cercanía, humor y buen talante nos preparó a todos para la terapia mozartiana en esta nueva visita a la capital, y además con la compañía de nuestros amigos del Cuarteto Quiroga.

Comentaba el pianista sus inicios en la música como terapia para un niño travieso, nada raro entonces, donde un concierto le atrapó, el apoyo de sus padres, el clarinete que su tía cambió por un piano tras los veranos en La Antilla, los esfuerzos y su eterno agradecimiento para todos sus profesores, desde sor Julia Hierro, la primera y hoy nonagenaria con quien aún habla antes de los conciertos y reza por él desde el asilo, pasando por Ana Guijarro en sus años sevillanos, o Josep Colom, de todos y cada uno con el recuerdo de su permanente magisterio, más el siempre necesario apoyo de su esposa Lidia, que además de pianista conoce como nadie a su pareja.

Le preguntaba «el habitual» de cada encuentro en la Sala de Cámara tres cuartos de hora antes de los conciertos, qué obras habían sido las más difíciles y Perianes no dudó  en contestarle que las actuales, siempre nuevas y distintas porque el directo es irrepetible, incluso cuando graba prefiere hacerlo de un tirón y que sea el ingeniero quien elija la toma buena, sin «corta y pega» porque Javier es además de un excelente pianista es un tipo espontáneo, cercano, «disfrutón», con las ideas claras de quien vive el momento y contagia alegría de vivir con, por y para la música.

El programa íntegro de Mozart comenzaba con el Concierto para piano nº 24 en do menor, K. 491 (1786) en una reducción para cuarteto de cuerda con piano, un cinco muy baloncestístico donde el de Nerva sería como un buen base que tiene memorizadas las jugadas, cuenta con un equipo de estrellas y reparte a diestro y siniestro, con bandejas y asistencias para que los compañeros rematen, generosidad, respeto y dominio del parqué. Este vigésimo cuarto del de Salzburgo nos dejó la feliz conjunción y entendimiento de un quinteto que lleva años jugando juntos, y que en palabras del musicólogo y compositor británico Arthur Hutchings (1906-1989), el mayor especialista del genio austriaco, considera su esfuerzo más sutil: «se trata de una obra oscura y apasionante, hecha más sorprendente por su restricción clásica, y el movimiento final, un conjunto de variaciones, es comúnmente considerado como ‘sublime’ (…)», y al de Nerva, que llevo años denominándole «El Sorolla del piano» por su luminosidad, no quiero olvidarme de las llamadas ‘sombras coloreadas’ tan del gusto impresionista, con todo el juego aportado por el Cuarteto Quiroga y el piano siempre limpio, claro y presente, convirtiendo el concierto orquestal de sonoridades y texturas que lograría la sección de viento del lienzo sinfónico, llevado a una paleta ligera y tenue de acuarela donde no hay posibilidad de corrección, y el quinteto no la necesitó, repartiendo «el base» y esquivando en solitario desde su puesto retrasado que aunaba e integraba este concierto tan vienés, desde el patético Allegro inicial a la luz del Larghetto para volver a los claroscuros del Allegretto final donde no faltarán los toques musicales humorísticos del Mozart en estado puro, pasajes virtuosos y el preciso contrapunto con diálogos motivados y tímbricos en este verdadero equipo de estrellas.

Ya con la plantilla perfecta y la selección OSPA con un equipo donde «Los Quiroga» se integraron a la perfección en la llamemos columna vertebral de la cuerda, y con Cibrán Sierra de concertino en perfecto entendimiento con Perianes, llegaría el Concierto para piano nº 12 en la mayor, K. 385p (414), compuesto a finales de 1782 en la tonalidad que para Mozart era sinónimo de lirismo y serenidad, y en su momento anunciado como que «puede(n) ser interpretados no sólo con un acompañamiento de gran orquesta y vientos, sino también con un quattro, es decir, con dos violines, viola y violonchelo». Fiel por tanto a esta idea de Mozart intentando publicarlos por suscripción, más allá del enfoque utilitario (recordar que los músicos también comen), con Perianes en el centro del campo me recordaría al mejor Iniesta, aunque como merengue tendré que llamarle mejor Luka Modrić por los triunfos del madridista y la veteranía que supone una trayectoria que en el piano es siempre más longeva que en el fútbol.

Más que dirigir o concertar, Perianes desde el piano marca lo necesario para dar confianza al equipo, la «serenidad de la mayor», además de exigir más responsabilidad en cada parcela del campo, y así fluyó la terapia musical de este duodécimo. Aires de serenata, el lirismo que nunca falta, las cadencias -desconozco la autoría -bien encajadas porque los pases van al hueco donde siempre hay la recepción exacta y viceversa, todo el equipo engrasado, disfrutando porque aquí no es necesaria «la épica blanca» sino el disfrute con el toque, escuchándose, vibrando, contagiando energía, vitalidad, todo en una ejecución de Champions, con la plantilla funcionando desde la línea medular –como llaman los periodistas expertos– de la cuerda hasta una madera de lo más mozartiana y unos metales junto a los timbales sin necesidad de «sobar la bola» ni «echar balones fuera», más bien integrándose en esta unidad terapéutica con los ‘amados clarinetes’ desde aquel 1777 en Mannheim, con el Andante para recrearse todos al primer toque, sutiles, compactos, con la posesión justa para mover esta música donde el «mediocampista» lució galones sin necesitar excentricidades.

Y en este espectáculo de los tres conciertos de Mozart tan vieneses, el Concierto para piano nº 21 en do mayor, K. 467 (1785) sin clarinetes pero con el mismo equipo y estructura nos trajo al Perianes en modo Toni Kroos, actual, certero, manejando este bellísimo concierto (que lleva de sobrenombre «Elvira Madigan» por la película que popularizó su segundo movimiento), sin necesidad de partitura, plenamente integrado en su quehacer desde distintos campos y equipos pero con la confianza de jugar en casa, secundado y apoyado, sin miedo escénico ni presión porque el triunfo estaba asegurado y este partido  era para disfrutarlo tanto en el campo como desde la grada. Cibrán un lateral izquierdo que sube la banda, Poggio en el derecho sin dejar pasar nada, más «adelantados» Puchades y Hevia (habitual con la elástica asturiana) en posición de refuerzo central, con una delantera de viento capaz de atacar con sutileza y elegancia, y de sacrificarse «recuperando balones» manteniendo un excelente trabajo de equipo donde Perianes repartió todo el juego que atesora en su cabeza, corazón y dedos. Si el Allegro maestoso hizo gala del calificativo, con perlas al piano, dinámicas de claroscuros y guiños sinfónicos, el famosísimo Andante fue de una hondura capaz de cortar la respiración, abriendo el campo de escucha con una cuerda gustándose mutuamente, y el inmenso Allegro vivace assai atacado sin fisuras, casi diabólico por un feliz alboroto lleno de descaro compositivo e interpretativo, contagioso para toda la selección orquestal, con el Mozart que parecía tener en mente la diversión pianística y los juegos con la orquesta perfectamente dispuesta y capaz de tocar.

El partido se nos hizo corto en el escenario ovetense pero podré recordarlo como otro encuentro de los que hacen afición, con este equipo OSPA de primera al que Mozart siempre le sienta bien, más con los compañeros de este noveno de abono.