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Smørrebrød y Sushi

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Viernes 17 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 10 OSPA, Akiko Suwanai (violín), Rumon Gamba (director). Obras de Sibelius, Nielsen por partida doble, y Grieg.

Continúa la campaña gastronómico-musical ¿A qué sabe la música? e inspirado en el programa del décimo de abono me vino el título, los «smørrebrød» daneses que son el alimento habitual del mediodía, el típico pan negro de centeno con mantequilla sobre el que servir un pescado ahumado, normalmente salmón pero también arenques, sin olvidar las salsas, aunque admite cualquier ingrediente, y el «sushi» japonés que continúa su conquista occidental abriendo restaurantes donde comer el mal llamado pescado crudo, todo un ritual y sabia elección de productos marinos donde no falta el marisco.

Países nórdicos de los compositores y el Japón de la violinista Suwanai que volvía con nuestra OSPA, el restaurante sonoro donde también repetía de cocinero el director inglés Gamba, que también es habitual en la orquesta de la ciudad danesa de Aalborg y de la sueca Umeå (sede de la Norrlandsoperan de cuya orquesta sinfónica es titular el británico).

Estaba visto que mi ambientación mental tendría la luz del norte, principalmente Dinamarca, tan distinta en cada estación, los latinos del norte que les llaman sus vecinos suecos y noruegos, centro cultural a lo largo de la historia y donde el clima marca cada momento.

Este 2015 coincide con el 150 aniversario de Sibelius y Nielsen, otra buena disculpa para programarlos juntos, y precisamente con los mismos invitados que en GijónOviedo, ya conocidos ambos, sumando al noruego Grieg que también estrenase en Copenhague muchas de sus obras, sin olvidar la tradición teatral nórdica, que por otra parte parecía otro hilo conductor de este concierto.

Sibelius abría boca con el conocido Vals triste y la Escena con grullas, Kuolema, op. 44 en estos dos números que Gamba planteó con el colorido gris del otoño nórdico, pero toda una gama de ellos como de dinámica y agógica realmente interesantes, dando al vals un estado anímico de esperanza, ya conocedor de nuestra orquesta y gozando con la cuerda que vuelve a la garra y sonoridad del más alto nivel. El vals empezaba lentísimo e imperceptible como un despertar que fue animando y contagiando vitalidad, necesaria para comenzar un día con poca luz. En la escena casi wagneriana y «conservadora» como tildan algunos estas obras del finlandés, el maestro inglés también jugó con el gris pero primaveral, que me recuerda más nuestro otoño astur, los destellos de la madera no de cisne sino mejor petirrojo o raitán de mi tierra, tocando suelo firme y no un estanque por el poso alcanzado en las sonoridades, poco etéreas excepto de espíritu. De haber elegido para el programa El Festín de Baltasar Op. 51 y entonces el menú hubiese resultado aún más redondo.

Akiko Suwanai ya no es la jovencita ganadora del Tchaikovsky pero sigue siendo un prodigio, sus visitas a Oviedo en 2009 con Kynan Johnscon Milanov en 2010 y su Stradivarius «Delfín» fueron impactantes (Prokofiev y Tchaikovski) siendo de las pocas que se «atreven» a interpretar el Concierto para violín op. 33 de Nielsen. Dos movimientos pero infinitos recovecos, densidades potentes llenas de exigencias solistas y orquestales no fácilmente digeribles, puede que necesitando acostumbrarnos a estos sabores tan distintos. La emoción de la virtuosa japonesa sólo se transmite cerrando los ojos, esa cultura que casi impide exteriorizar sentimientos pero que escuchándola remueve las tripas, «sushi» en estado puro para un danés que también sabía innovar y todavía parece actual. El Preludio. Largo. Allegro caballeresco puede recordarnos ese verano luminoso, casi cegador donde la noche apenas es un atardecer que no pone el sol, con un inicio vertiginoso y exigente para solista y orquesta, impecable, equilibrada, aterciopelada en todas su secciones, con el Stradivarius emergiendo y dialogando, protagonismo compartido bien entendido y marcado por Gamba. Mientras el Poco adagio. Rondó Allegretto scherzando contrapone el invierno sin luz, frío e íntimo, todo en una partitura como si del primer Tívoli hablásemos, recuerdos de muchas culturas y mucho más que un entretenimiento, con una Suwanai pletórica que sobrevuela con su «Delfín» volúmenes incluso en los pianísimos, un discurrir musical sinuoso en emociones y orquestaciones, denso pero no pesado, trabajoso y agradecido. Las cadencias de la japonesa son un espectáculo de fuegos artificiales en la navidad danesa, luces más que ruido, explosión contenida pero profunda, dobles cuerdas y arco mágico capaz de pensar en dos violines a la vez por la uniformidad de los fraseos, sin olvidar el toque final de fino humor nórdico ante el grueso orquestal empujando el barco por los canales reflejando los palacios decimonónicos en todo su esplendor.

Todo un manjar que no podemos probar a menudo porque perdería el encanto de lo nuevo, y servido con el aderezo de una OSPA arropando un sabor que permanece siempre, bien preparado por un Gamba reconocido maestro concertante. Nielsen más allá de sus sinfonías apostando por platos rompedores hace cien años que aprovechando efemérides volveremos a encontrar en algún menú.

El regalo bachiano del tercer movimiento «Andante» de la Sonata nº 2 BWV 1003 trajo la frescura de un scnaps danés espirituoso en vez del esperado sorbete de limón, para devolver al paladar su estado original, en tragos cortos, escuchando las dos voces pausadas, la música pura desde el sonido impecable, perfecto, preciso y limpio antes del festín de la segunda parte. Bravo por Akiko.

El noruego Grieg y su Peer Gynt, suite nº 1 op. 46 resulta más habitual en las cartas musicales, especialmente con la primera, ingredientes conocidos y preparación llevadera, aunque Rumon Gamba le dio el toque romántico de contrastar y jugar con una OSPA colaboradora, aceptando una pizca de sal con la misma naturalidad que los granos de pimienta, cuatro números bien servidos: La mañana luminosa que llena la boca, maderas protagonistas excepcionales siempre; Muerte de Aase profunda que permite recrearse a todos desde el dolor de la cuerda cual lecho final del que emerger, acunado por una dirección atenta a toda emoción, tensiones y sonoridades dramáticas; Danza de Anitra ligera como el gusto salpimentado, juegos rítmicos contenidos, dinámicas jugosas, primeros planos sugerentes percibiendo todo en su punto; y En la gruta del rey de la montaña capaz de aunar un crescendo de matices y tempo con total naturalidad, saboreando todas las secciones que tienen ingredientes de primerísima calidad dando un plato de muchos tenedores por presentación, paladar y digestión. Cuatro platos sin pausa, sin respiro, distintos, equilibrados y sin perder unidad, belleza ni coherencia.

Para acabar de nuevo Nielsen en la mesa y su Aladino: suite op. 34, otro plato poco cocinada al completo (en Oporto probé por primera vez un bocado y aquí no hubo la breve intervención del coro final) que en siete números nos hace viajar a oriente sin movernos de la butaca pero abriendo bien los oídos desde una orquestación completísima con una escritura que potencia todas las familias, recursos aparentemente fáciles pero difíciles de equilibrar en una música teatral como toda la puesta en escena. Gamba apostó por contrastes agridulces, los músicos respondieron y hasta el público disfrutó del espectáculo. Los sabores salen a flote sin problema, metales y percusiones en la Marcha festiva oriental, juguetones flautines, fortísimos impregnados de colorido casi como BollywoodEl sueño de Aladino y Danza de la niebla matinal con regusto del noruego antes de devolvernos el sueño oriental de una cuerda como base para dibujar líneas aéreas de mercados oliendo a flores; Danza hindú delicada en cuerda, sinuosa en la madera, etérea en diseño contrapuesta a la Danza china juguetona, rítmica, equilibrada antes de meternos de lleno en El Mercado de Ispahan, batiburrillo de sabores y contrastes, emociones lejanas con planos superpuestos que el maestro británico llevo de la mano para subir y bajar presencias, enfocar o desenfocar, pasar el foco de atención de un lugar a otro, medias cuerdas frente a maderas, una lección de escucha, dirección e interpretación de lo más lograda; Danza de los prisioneros una vez salvado el aparente caos, ahora con premoniciones orquestales rusas, casi cinematográficas en blanco y negro; y la Danza negra, africana, explosiva y potente para deleite sonoro de todos, maderas y «bronces», percusiones en estado puro, energía transmitida con la vitalidad de Gamba contagiada a una OSPA volcada en este remate musical donde la geografía es lo de menos ante este itinerario musical.

El placer estuvo en cada detalle, los románticos viajaban de muchas formas, no ya físicamente sino con el teatro, la literatura y hasta la cocina, con la música bañándolo todo. Mentalidad abierta para una ruta transitable tras desbrozar el camino, influencias adoptadas y adaptadas en esta suite danzarina, fuerte, casi picante que el maestro cocinó en las proporciones perfectas para saborear cada ingrediente.

Dos invitados para tres autores, cuatro obras como cuatro platos, muchos y buenos ingredientes, cocinero que entiende bien los fogones y restaurante de carta amplia que mantiene expectativas para seguir probando y viajando. La OSPA está servida.

Dinamismo y color

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Viernes 31 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de Abono 13, OSPA, Lawrence Power (viola), Rumon Gamba (director). Obras de Britten, Rózsa y Shostakovich.

No soy supersticioso, más bien creo que el número 13 da suerte (supongo que es herencia famiiar) y el penúltimo de la temporada de «mi OSPA«, con quien llevo casado los mismos años que con mi esposa, volvió a resultar excelente, en la línea emprendida de ofrecer programas con solistas de primera, obras nuevas sin olvidar el aspecto didáctico, y el repertorio sinfónico habitual, esta vez todo del siglo XX que resulta cercano a muchos de los asistentes, este viernes mucho menos de los habituales y algo preocupante. Tampoco se olvidaron de un centenario que no resulta tan mediático como los de Verdi y Wagner pero que acabará teniendo más hueco este mismo año: Benjamin Britten (1913-1976).

Al inglés correspondió abrir velada con su «Funeral ruso» para metal y percusión (1936) donde estas secciones también dieron el paso de calidad y demostraron un nivel que creció a lo largo de este curso escolar. El maestro Gamba, que volvía al podio, se encargó de mostrar sus cartas en esta obra que sonaba por vez primera: apostar por la dinámica como generadora de color. Empaste broncíneo en una breve partitura llena del particular lenguaje de Britten en un poema sinfónico con carga ideológica como bien explica Cosme Marina en las notas al programa (están vinculadas a los autores al inicio de esta entrada). Guerra y muerte hechas música.

El húngaro Miklós Rózsa (1907-1995), oscarizado varias veces por sus bandas sonoras que también disfrutamos, compuso este Concierto para viola, Op. 37 en los inicios de los 80, siguiendo las líneas digamos académicas. Si además podemos contar con un solista como Lawrence Power no descubrimos ya la obra sino el protagonismo de un instrumento con colorido propio. A lo largo de sus cuatro movimientos el viola británico sacó la paleta al completo de matices, lirismo, virtuosismo y entrega con una concertación sabia desde el podio que siempre atenta a los planos sonoros apostó por la riqueza de volúmenes en pos de texturas bien ensambladas con el solista, sin perder de vista las referencias al folklore de la tierra de Rózsa, siempre presentes incluso en sus obras cinematográficas como firma personal. Conocida es mi tendencia a los movimientos lentos, y el III Adagio no fue la excepción, pero desde el largo I Moderato assai hasta el IV Allegro con spirito el concierto nos llevó a distintas velocidades dependiendo de la senda tortuosa, placentera, en subida o parándonos a disfrutar de un paisaje sonoro que emanaba por sí solo desde una orquesta madura y plena. La clave pienso que estuvo en el amplio diseño de la dinámica que consiguió la riqueza de color instrumental, transmitida igualmente por la viola de Power. La zarabanda bachiana de propina volvió a regalarnos un sonido sin igual desde una interpretación introspectiva como era de esperar.

Siempre digo que no hay quinta mala. La Sinfonía nº5 en Re m., Op. 47 (1937) de Dmitri Shostakovich  (1906-1975) resultó pletórica en las manos de Gamba que con gesto exagerado pero necesario para una orquesta que no es la suya, entendió perfectamente las intenciones desde el primer movimiento Moderato. Este viernes la colocación «habitual» no restó calidades en ninguna de las obras, y «la quinta» surcó por mares de excelencia, con un desarrollo siempre in crescendo y pinceladas pianissimi preparando un desembarco triunfal. El III Largo tuvo tal intensidad dramática que la explosión sonora del IV Allegro non troppo no fue sino el digno colofón a un concierto donde el juego de volúmenes sacó a la luz todo el colorido de la formación asturiana para esta quinta de Dmitri.

Me gustó el estilo del británico Gamba precisamente por su claridad de ideas, dejando que los profesores pusiesen su buen hacer habitual, con pocos refuerzos y algún coprincipal de solista en el penúltimo de la temporada. Maestría y veteranía desde la dirección al conocer que del juego con los matices siempre extremos, válidos por las obras programadas, resultan tímbricas llenas de colorido que amplían una paleta orquestal irisada como nunca.

Sólo queda esperar la interesante clausura de temporada el próximo viernes 7 de junio, de nuevo con Milanov, con las Cuatro últimos lieder de Richard Strauss y la soprano canadiense Measha An Brueggergosman, y de colofón la inmensa Séptima sinfonía de Anton Bruckner, pero como decimos los profesores a estas alturas de curso, la calificación global no cambiará mucho y será alta.

13 inmenso

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No hay Quinta mala y Shostakovich cerró con apoteosis un concierto iniciado con Funeral ruso del centenario Britten y el cinematográfico M. Rozsa con el viola Power. Rumon Gamba apostó por la dinámica pues el color OSPA está asegurado. Ahora toca cenar y el sábado ampliaremos catálogo de sensaciones.

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