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Destino Schubert

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Sábado 29 de junio, 12:30 horas. 73º Festival de Granada, Crucero del Hospital Real / Música de cámara | Schubert esencial: Quartet Gerhard. Obras de Sánchez-Verdú, Ros-Marbá y Schubert. Fotos propias y de ©Fermín Rodríguez.

Llego a mi decimocuarto día de festival con sesión doble, y la matutina me ofreció un viaje en el tiempo, tanto metereológico como cronológico, que intentaré «metaforizar» sin profundizar mucho, aunque siempre use las notas al programa, en esta ocasión de Stefanno Russomanno, para intentar ahondar un poco más sobre lo escuchado en la interpretación del Quartett Gerhard, especialmente en el inicio Sanchezverduniano que siempre se agradecen, un cuarteto catalán que honra el nombre de un exiliado poco reconocido aún como fue su paisano el tarraconense Robert Gerhard.

Como cuatro estaciones granadinas, empezaba una mañana de Primavera para el Verano creativo de Sánchez-Verdú, el Otoño («Tardoral») de Ros-Marbà y el Invierno (casi infierno) de Schubert, un árbol joven pero fornido de buena madera (el cuarteto), donde el reloj correría hacia atrás: las hojas que se posaban en las ramas dando ya el fruto cual vendimia de notas para quedarse desnudo en el frío austriaco antes de volver al ciclo anual, vital, como rebobinando una cinta magnética hasta repetir estas estaciones musicales en el orden correcto (o no).

Un viaje de Algeciras a Barcelona antes de llegar a Viena, eje central de la septuagésimo tercera edición del Festival, Punto de partida con José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968) y un nuevo cuarteto en esta edición, de ingredientes ya conocidos que además mi «paladar auditivo» no distingue pese al intento por comprender las notas que se titulan Procesos de la memoria: «El séptimo cuarteto de cuerda de José María Sánchez-Verdú, Arquitecturas de la memoria (2004), gira en torno a la escritura entendida como olvido y memoria: aquí, «el centro de atención es el recuerdo, el desarrollo de formas adscritas a la memoria y a procesos o estructuras escriturales, entre ellas la caligrafía. El arte de la escritura juega con las formas, con la geometría, los espejos, los ritmos y la memoria». Varios fragmentos de textos de San Agustín en torno a la memoria (pertenecientes a sus Confesiones) recorren la partitura. Tal como sugiere el propio autor, el cuarteto puede interpretarse también ad libitum con un recitador o incluso con proyección de textos, a modo de una dramaturgia o una escenografía en su interpretación», una escritura que también podría ser de San Juan de la Cruz o Murakami, recuerdos muy personales donde el cuarteto catalán leyó e interpretó esta escritura llena de tímbricas ya reconocibles del gaditano y que incluso encontré una rítmica subyacente hacia el final de esta «nueva arquitectura» sin recitador en su verano compositivo que va acercándose ya al maduro otoño, quien saldría a felicitar al cuarteto y saludar a un público algo sorprendido tras la escucha «arquitectónica».

El viaje y paisaje hasta Barcelona iría bordeando todo el litoral aunque de hacerlo en avión sobrevolaríamos la capital del reino. El rico otoño del músico Antoni Ros-Marbà (L’Hospitalet de Llobregat, 1937), presente en la sala y en buena forma, de reconocida trayectoria como director y menos conocido de compositor, en este Quartet Tardoral (2021-2022) nos regaló una cosecha con mucha más madera, modernidad clásica y vigencia, como los buenos vinos actuales, añada «de autor» según los enólogos, hoy transmutados en críticos musicales. Estructurado en cuatro movimientos «(…) sin solución de continuidad sigue los principios de la forma cíclica. El Allegro moderato inicial tiene una estructura de forma sonata libre en la que «los elementos se reencuentran y se desarrollan ellos mismos». En el segundo movimiento (Moderato assai), «la evolución temática constituye la propia forma que se reencuentra ella misma a partir de su inicio». El tercer movimiento (Molto allegro) desempeña el papel de scherzo tradicional y enlaza directamente con el Molto moderato conclusivo, en cuya parte final «aparecen ráfagas de los movimientos anteriores como despedida… La coda entra en un clima tardoral (es decir, otoñal)». Y «El Gerhard» como verdadero sumillier sacaría a relucir aromas, perfumes, evocaciones de ese Mare Nostrum inspirador, un empaste del cuarteto siempre equilibrado «en oido» (pese a mi posición lateral), técnicamente perfecto para calificar tanto la obra como la interpretación de redonda en este punto del camino.

Tras el descanso y un transbordo personal (de posición en el crucero), llegaría la última etapa hasta la Viena imperial, las hojas posadas en la ramas y el retorno al tronco de este «viaje de invierno» en cierto modo mneomico (relativo a la memoria) como utiliza Russomanno en sus notas para el Schubert esencial que estamos disfrutando, recordando y comprendiendo aún más en estos días. El Schubert maduro de su último Cuarteto nº 15 en sol mayor, op. 161, D887 lleno de cambios respetando la forma «sonata» pero con señales, técnicas, expresiones y un lenguaje ya romántico en este viaje emprendido sin conocer dónde finaliza. Una evolución en 18 años del primero al último cuarteto que sorprendió entonces y ahora: «El Allegro molto moderato inicial sigue las pautas de la forma sonata bitemática. La dialéctica entre los dos temas está ahí, y sin embargo se difumina ante la proliferación de otras señales. El trémolo, por ejemplo, deja de ser un simple signo expresivo y recorre la pieza con una autonomía y una consistencia propias (un “material sonoro”, que dirían los vanguardistas) hasta convertirse en un indicador temático más de la obra; también la alternancia entre modo mayor y menor establece dentro del mismo movimiento una brecha anímica que se resuelve en constante oscilación entre empuje vitalista y fatalismo trágico (…)  sorprendente (…) la progresión de esta plantilla en el catálogo schubertiano(…) El Cuarteto D887 (…) contraste (…) chocante, y radica en el creciente proceso de “sinfonización” que experimenta el género camerístico en el último Schubert, cuya culminación llegará en 1828 con el Quinteto para cuerdas D956. Un proceso que afecta no sólo a las dimensiones y al aliento expresivo de la obra, sino a su capacidad para abarcar todas las contradicciones y diversidades, y convertirse en un espejo del mundo».

El Quartet Gerhard pudo ir «reconstruyendo» y desandando un camino para cuatro movimientos extensos donde mostrar sus mejores cualidades, dinámicas amplias, afinación, coordinación, mucho trabajo previo para sentir la necesaria unidad del protagonismo compartido, y como el compositor homenajeado en su nombre decía «Los que mantienen viva una tradición no son los que se conforman, sino los que transforman», una transformación  en hora y media de viaje sin tregua, intenso y con destino siempre en la Viena de Schubert.

PROGRAMA

-I-

José María Sánchez-Verdú (1968):

Arquitecturas de la memoria (Cuarteto de cuerda nº 7) (2004)

Antoni Ros-Marbà (1937):

Quartet Tardoral (2021-2022):

Allegro moderato – Moderato assai – Molto allegro – Molto moderato

-II-

Franz Schubert (1797-1828):

Cuarteto de cuerda nº 15 en sol mayor, D 887 (1826):

Allegro molto moderato

Andante un poco mosso

Scherzo. Allegro vivace avec Trio

Allegro assai

Quartet Gerhard:

Lluís Castán Cochs, violín – Joel Bardolet Vilaró, violín – Miquel Jordà Saún, viola – Jesús Miralles Roger, violonchelo

La rebelión revelada

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Viernes 28 de junio, 21:30 horas. 73º Festival de Granada, Patio de los Mármoles (Hospital Real) | Grandes intérpretes / #Schubert esencialPaul Lewis, piano. Integral de las sonatas completas para piano IIFotos ©Javier Martín Ruiz.

Segundo concierto del ciclo que Paul Lewis está ofreciendo de la integral de las sonatas «completas» de Schubert, nuevamente en el Patio de los Mármoles con una temperatura más nórdica que del verano nazarí, algo seguramente que afectó los dedos del pianista inglés, aunque no impidió comenzar a entender mejor todos los sentimientos que el compositor vienés volcaba en cada página, sumándole que tras ir conociendo cada vez más detalles tanto del «incomprendido» en su tiempo como de la forma como el pianista inglés ejerce su magisterio de primera mano, nos hicieron este «capítulo» breve, intenso y alentador para lo que aún nos queda en el festival granadino.

La web del Festival para este segundo encuentro con Schubert lo presenta diciendo que Paul Lewis «ha dispuesto dos graves sonatas escritas en 1825, separadas por un trabajo más juvenil. La nº 15 es una obra que Schubert no llegó a terminar. Considerada algún tiempo de forma errónea como su testamento en el género (y de ahí el subtítulo de Reliquie), el compositor dejó acabados los dos primeros movimientos y el trío del minueto, pero ni este ni el Rondo final están terminados. La obra se publicó por primera vez en 1861. De aquel año data también la colosal Sonata en la menor D. 845, la nº 16, que Schubert compuso en mayo y que tocó muchas veces en la gira que hizo por Austria en los meses siguientes en compañía del cantante Michael Vogl. Se trata de una obra profunda, melancólica, elegíaca. Entre las dos, una obra más breve y de tono desenfadado, la nº 13, que Schubert escribió en el verano de 1819 para la joven pianista de 18 años Josephine von Koller. Es una obra cercana en espíritu al Quinteto «La trucha», de la misma época».

Y todo porque comenzar este concierto con luz diurna de la Sonata D 840, «Reliquie» ya parecía premonitorio al incluirla entre las “completas” de Schubert, aunque, de hecho, no lo está. Como en el concierto del martes pasado, iré incluyendo las excelentes notas del programa referidas a cada concierto de Rafael Ortega Basagoiti, del que además guardo un ejemplar firmado por el doctor y el pianista. Así sobre esta sonata nº 15 nos explica que «(…) se suele incluir entre las “completas” de Schubert, aunque, de hecho, no lo está. El compositor trabajó en ella durante la primavera de 1825, en paralelo con la Sonata D 845. Completó los dos movimientos que escucharemos, y dejó iniciados los dos restantes: el Minueto, interrumpido tras 80 compases, y el Rondo final, del que completó 272. El hecho de que nos haya llegado incompleta no debe engañarnos: es una de las obras más densas y ambiciosas del ciclo (sus dos movimientos duran casi media hora). El Moderato, que en muchos momentos sugiere una dimensión casi sinfónica, ofrece un contraste acusado entre el primer motivo, de una gran tensión, y el segundo, que conserva la misma idea pero que Schubert modifica de forma magistral para convertirlo en un hermoso canto de inefable y dulce nostalgia. Se lleva ese choque entre tensión y ternura hasta el extremo, incluso en el sorprendente final: cuando los acordes rotundos insinúan que ha llegado al final, el compositor se reserva unas gotas últimas de recuerdo a esa nostalgia, casi como una respuesta, emotiva e imprevista, a la contundente afirmación previa. El Andante emplea con maestría los silencios para generar tensión, en un clima de aparente tranquilidad, pero tras la que se esconde un carácter indudablemente sombrío».
Las dimensiones y densidad de esta obra fueron como el propio transcurrir del concierto, pasando del día a la noche pues Paul Lewis parece diseñar cual pintor romántico trabajando cada capa y color, no ya cada uno de los movimientos sino cada cambio de ánimo con contrastes entre luz y sombra, alegría y tristeza, paz y desasosiego y así… hasta agotar antónimos de nuestra lengua que pianísticamente son lo que Schubert reflejó en cada obra, aún más en una sonata que nunca sabemos dónde desembocará por muchas veces que la escuchemos. El pianista británico, que comenzó sin apenas dejar tiempo para los aplausos de bienvenida, tardó en arrancar tanta emoción contenida pero fue hurgando en ella paso a paso. Cada frase iría respondiendo a las cuestiones vitales hechas sonido: entrega, pasión, majestuosidad interiorizada  y la elegancia «british» que no está reñida con unas dinámicas extremas, apenas perceptibles visualmente pero increíbles (pensaba en la grabación de Radio Clásica y las «ganancias» casi en rojo), siempre imprescindibles en un Schubert único e irrepetible en el directo, donde cada silencio dejaba en el aire una pregunta sin respuesta.
Y si la decimoquinta sonata es completa sin estarlo, enlazarla con la decimotercera pareció engrandecer todavía más esta visión tanto de Paul Lewis como del propio Schubert: «Escrita en 1819 (…) y antes de las tempestades de salud que cambiarán decisivamente la vida del compositor, la Sonata D 664 proporciona un interludio luminoso entre las (…) de 1825, mucho más tensas. El Allegro inicial es inequívocamente lírico en su inicio, que bien podría llevar palabras consigo, tan evidente es su conexión con el lied. También es muy luminoso el segundo motivo, y solo el desarrollo se asoma fugazmente a una energía más patente, con los pasajes en octavas en ambas manos. Pero es el apacible lirismo el que domina y con el que culmina el movimiento. El Andante tiene también mucho de canción, de una tierna melancolía, expresada con unos cambios de armonía de una sutil belleza a la que pocos llegaban como Schubert. El Allegro final se inicia también en este clima afable y casi sonriente, pero se abre luego a pasajes de mayor bravura, decididamente apasionados y brillantes. Pero nunca se adentra en las densidades dramáticas de otras de sus páginas. De una u otra forma, la luz lírica es la dominante en todo el curso de esta bellísima sonata». Cuando escuchaba esas melodías donde sólo faltaba Mark Padmore cantando, pensaba en la poesía como inspiradora de tanta música, en las «schubertiadas» y la eterna lucha entre la alegría y la tristeza, el poso amargo donde siempre resurge una esperanza por leve que sea, el difícil equilibrio vital por no decantar una balanza que trastoque el devenir de unas mentes (tal vez almas) no siempre seguras de sí mismas, capaces de elegir el lado trágico tan romántico en esos momentos. Así sentí esta «Gran sonata nº 28» (13+15) donde Lewis tradujo al piano tanta duda existencial en un momento concreto como esta noche de luna menguante en Granada.
Es difícil describir lo que siento al finalizar cada concierto, y quienes me leen saben que no tomo notas, intentando reflejar mis emociones en cuanto me pongo frente al ordenador -lo más rápido posible- para no dejarme nada en «el tintero». Cuando las palabras previas que son las notas al programa reflejan y diseccionan cada obra, se me hace más fácil encontrar cómo reflejarlo, muchas veces cual descripción exacta de lo escuchado y vivido. De nuevo mi admirado Don Rafael, que no solo sabe sino que ha vivido (y estudiado) muchas de estas obras por tantos intérpretes, describe cada obra cual «adivino» de lo que vendría a continuación. Apenas un respiro para que Paul Lewis continuase esta segunda entrega con la Sonata para piano nº 16 en la menor,  «La Sonata D 845 es el tercer fruto del género escrito en el año 1825 (…) El Moderato inicial recurre (…) al unísono … para dibujar un motivo que tiene mucho de elegíaco, y que jugará, frente al más afirmativo segundo tema, un papel decisivo en un desarrollo más trágico, que finalmente domina y cierra el movimiento. El Andante poco mosso es un tema con 5 variaciones sobre una melodía amable, y es ese carácter el que domina casi todo, aunque la tercera variación es más dramática y la cuarta más brillante y agitada. El movimiento se cierra con una tranquila variación final. El Scherzo, agitado, tiene la fuerza temperamental de su admirado Beethoven, pero no renuncia, especialmente en el Trio, a los guiños de sencilla y encantadora melancolía, que tanto encontramos en las sonatas de madurez. El Rondo final, relativamente breve para lo que suelen ser los finales schubertianos de esta época y posteriores, se inicia con engañosa inocencia, pero pronto expresa una tempestuosa agitación, que se torna imperativa en el acelerado y trepidante tramo final». Cuando escuchaba esos unísonos creciendo en mágicas o trágicas dinámicas por parte del pianista inglés donde ambas manos equilibraban el discurrir trágico y oscuro para, de súbito, aparecer la luz tranquilizadora, parecía entender mejor la dualidad omnipresente en Schubert, amabilidad y agitación, los brillos rápidamente opacados, la melancolía siempre presente desde mi particular forma de ‘comprender’ esa rebelión interior que se revelaba vital con todas las contradicciones que mi juego de palabras con el rico léxico castellano quise transmitir: rebelar y revelar, al oido imposible diferenciarlas pero donde cambiar una letra es otro mundo, como un acento, un fraseo, un legato y hasta un leve cambio de tempo, llámese rubato o chispazo interpretativo en ese momento, todo lo que intento reflejar con el título de esta entrada en el blog tras escuchar a Mr. Lewis y leer al doctor Ortega.
Otro regalo de Paul Lewis para ir completando aún más este universo schubertiano: la propina del Allegretto quassi Andantino de la Sonata D 537 (1817), un salto atrás en el tiempo para dejarnos casi en el punto de partida tras este segundo capítulo donde comienzo a asimilar tanto escrito y escuchado en mi vida, la grandeza de la música y la felicidad de los años.

PROGRAMA

-I-

Franz Schubert (1797-1828):

Sonata para piano nº 15 en do mayor, D 840 , «Reliquie» (1825)

Moderato

Andante

Sonata para piano nº 13 en la mayor, D 664 (1819)

Allegro moderato

Andante

Allegro

-II-

Sonata para piano nº 16 en la menor, D 845 (1825)

Moderato

Andante poco mosso

Scherzo. Allegro vivace – Trio. Un poco più lento

Rondo. Allegro vivace